jueves, 22 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 34

 



Paula elevó el pecho al tomar aire, cerró los expresivos ojos castaños un momento y bajó la cabeza en señal de derrota.


—Por favor, no lo hagas —dijo con la respiración entrecortada—. No me hagas hacer algo por lo que me odiaré después.


Entreabrió los ojos y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos. Había determinación en su rostro, pero también tristeza.


—No quiero ser la amante secreta del príncipe Pedro, un entretenimiento pasajero mientras estoy en Glendovia, de quien te despedirás una vez termine mi trabajo y en quien no volverás a pensar más.


Algo en sus palabras le retorció el corazón de forma muy dolorosa, y por un momento Pedro reconsideró su inquebrantable determinación de tenerla, sin pensar en las consecuencias.


No quería hacerle daño, no quería ser el culpable de que lo mirara con tanta tristeza. Lo que quería era abrazarla, besarla, saborearla como se hace con el brandy más exquisito.


¿Por qué tenía que ser más complicado? Los dos eran adultos, capaces de tomar sus propias decisiones y hacer con su tiempo libre lo que les viniera en gana.


Se inclinó ligeramente sobre ella hasta quedar a escasos milímetros de sus voluptuosos labios, acariciándole las mejillas con su cálido aliento.


—No quiero que te odies —murmuró en voz baja—. Sólo quiero estar contigo. Y aunque no pueda cambiar lo que soy, ni la prudencia que requiere mi comportamiento en esta familia, no creo que eso tenga que influir necesariamente en el tiempo que pasemos juntos. Lo que hagamos cuando estemos solos, lejos del ojo público, no le incumbe a nadie más que a nosotros.


Introdujo los dedos en su cabello y la sujetó por detrás de manera que tuviera el acceso perfecto a su boca. Le rozó los labios con los suyos, sintiendo el contacto, el sabor, absorbiendo su energía y su espíritu.


—Sólo quiero estar contigo —repitió sin romper el contacto con ella—. Y después de anoche, creo que tú quieres lo mismo. Tendrás que esforzarte mucho, si quieres convencerme de que no es verdad.


Paula no respondió, no se apartó. Pedro no sabía si seguía respirando siquiera. Aprovechó su ventaja para besarla nuevamente, más profundamente, hasta que notó que Paula relajaba la espalda y arqueaba el cuerpo contra el de él, y hasta le clavaba las uñas a través del tejido de la chaqueta.


Cuando Pedro levantó por fin la cabeza, los dos tenían la respiración entrecortada. Sintió cómo lo invadía una profunda satisfacción, al ver la mirada borrosa y desenfocada de Paula.


—Mucho —le susurró.




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