viernes, 23 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 37

 


El vuelo de un extremo a otro de la isla no duraba mucho, y fueron directos, desde la pequeña pista de aterrizaje privada, a la oficina en la que tendría lugar la reunión.


Paula se quedó muy sorprendida cuando se enteró de que no habían ido allí a tratar de la constitución de la nueva fundación en una reunión informal, sino a poner el proyecto en funcionamiento.


A medida que transcurría la mañana de reunión en reunión con las distintas personas involucradas, Paula se dio cuenta de que Pedro no se había equivocado. Se alegraba mucho de haber ido.


Era muy emocionante, ver lo mucho que estaban avanzando en tan poco tiempo. Tuvieron una comida de trabajo, en la que conoció a un montón de personas entusiastas, ansiosas por empezar a trabajar. No tenía duda de que la fundación marcharía a las mil maravillas con gente así, tanto si ella estaba presente como si no.


Se despidieron del futuro equipo de Soñar es Posible a las cinco, y Pedro ordenó al conductor que los llevara al hotel, en el que había siempre reservada una suite para la familia real.


Paula no se sorprendió y tampoco se enfadó. De hecho, se había dado cuenta, tarde, que lo había estado esperando. Después de su pequeña revelación, en el coche de camino al aeropuerto por la mañana, casi había estado esperando ansiosamente ver qué le deparaba la noche.


La suite real era preciosa. Más aún que las habitaciones que ocupaba en el propio palacio.


Las paredes, alfombras y cortinas, presentaban distintos tonos de azul, con alguna pincelada de blanco y tostado. A través de unas ventanas francesas de madera de caoba, se accedía a una pequeña veranda desde la que se podía contemplar la ciudad y el litoral al fondo. Una fresca brisa se colaba a través de una de las ventanas abiertas, agitando las cortinas diáfanas e invadiendo el ambiente con su aroma a sal marina.


—¿Tienes hambre? —preguntó Pedro, acercándose hasta un pequeño escritorio, donde había un grueso catálogo con información de todas las comodidades que ofrecía el hotel.


Ella asintió, al tiempo que se acercaba a él sin dejar de contemplar la habitación. Se preguntaba si molestarse en deshacer el equipaje, o pasar sencillamente de la bolsa que había llevado consigo.


—Pediré que nos suban algo —dijo Pedro, echando un vistazo a la carta del servicio de habitaciones.


Llamó y pidió lo que parecía un bufé completo de aperitivos y entrantes. Antes de colgar, pidió también una botella de su mejor vino y fresas con nata de postre.


—Tardarán unos treinta minutos —le dijo a Paula, cuando colgó. Se quitó entonces la corbata y la chaqueta y las dejó sobre el respaldo de un sillón—. ¿Te apetece cambiarte y ponerte algo más cómodo, mientras llega la cena?


La recorrió con la mirada de pies a cabeza, erizándole el vello de todo el cuerpo a su paso. Paula sabía cuándo admitir una derrota y disfrutar de un hombre muy guapo, que estaba más que dispuesto a adorarla y complacerla, aunque sólo fuera durante un corto espacio de tiempo.


—¿Alguna preferencia? —preguntó entonces ella, quitándose muy despacio el reloj y los pendientes. Después se llevó una mano al escote de la camisa y se desabrochó el primer botón.


Pedro observaba detenidamente cada uno de sus movimientos, con ojos resplandecientes de deseo, excitándola de manera incomparable.


—Desnuda me parece perfecto —murmuró él, con la voz ronca de deseo.


Ella se echó a reír suavemente, sintiéndose poderosa.


—Todavía no, me parece —dijo ella, girándose sobre sus talones para dirigirse hacia el dormitorio—. No quiero que se asuste el camarero cuando llegue con la cena.


—Si te ve desnuda, podría matarlo.


Ella volvió a reír, mirándolo desde la puerta doble que daba acceso al dormitorio, las manos apoyadas en los tiradores.


—Esperemos un poco antes de transformar este viaje en una escapada íntima. Si podemos evitarlo —añadió, mientras entraba y cerraba tras de sí—. Voy a ver qué encuentro.



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