Pedro y ella se encontraron fuera del palacio a las siete en punto. El palacio estaba decorado con todo lujo de detalles, por dentro y por fuera, a la espera de la fiesta que daría la familia real, la noche de Nochebuena.
—Buenos días —dijo él.
—Buenos días.
—Me alegro que hayas decidido acompañarme a la reunión —le dijo una vez dentro del coche, que ya se alejaba del palacio por el camino empedrado de la entrada.
—No me dejaste otra opción, ¿no, crees? —replicó ella, mirando por la ventana para evitar mirarlo a los ojos directamente.
—Siempre tienes opción.
Ella volvió la cabeza y lo miró a los ojos azules.
—Pues en tu nota no me dio la impresión de que me pidieras que te acompañara.
—Temí que me dijeras que no, si te lo pedía —confesó él.
—Claro que no te habría dicho que no. Siempre y cuando esta reunión tenga que ver de verdad con la fundación. ¿O acaso te lo has inventado para sacarme del palacio unos días? —preguntó ella, tranquilamente.
Pasó un momento, antes de que Pedro respondiera finalmente.
—Te aseguro que este viaje tiene que ver con la fundación y, aunque probablemente hubiera podido ocuparme yo solo, considero que tu presencia es importante. Creo que te alegrará haber ido.
Hizo una nueva pausa y dejó que el silencio se llenara de tensión, mientras le sostenía la mirada con sus agudos ojos azules.
—Pero también me alegra poder sacarte del palacio y tenerte para mí solo. Creo que al final también tú te alegrarás.
Bajó la voz, hasta que su tono no fue más que un susurro cálido y meloso. Paula se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento, pero con gran esfuerzo evitó que Pedro se diera cuenta.
Debería estar furiosa. Pedro la estaba manipulando otra vez, empujándola hacia el punto en el que quería tenerla, para persuadirla de que accediera a volver a acostarse con él.
Y si algo podía decirse de Pedro Alfonso, sin temor a equivocarse, era que sabía lo que quería y no aceptaba un no por respuesta.
Paula no quería aceptarlo, ni siquiera para sí, pero la verdad era que esa inquebrantable determinación suya a seducirla, hacía que se sintiera… especial.
No tenía la intención de jugar con él, de convertir eso… lo que fuera que hubiera entre ellos, en un juego, pero de repente se dio cuenta de que se lo estaba pasando bien. Disfrutaba sabiendo que la deseaba.
En vez de discutir o rendirse demasiado rápido, se encogió de hombros y dijo:—Supongo que tendremos que esperar para averiguarlo.
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