Los cálidos rayos del sol se colaban a través de las ventanas francesas, rayando el suelo enmoquetado y parte de la cama. Paula se fue despertando poco a poco.
Se estiró y bostezó mientras tendía la mano hacia un lado de la cama esperando encontrar a Pedro dormido a su lado. Al no hallar nada más que las frías sábanas, abrió los ojos y bostezó varias veces hasta que se le aclaró la vista.
Estaba desnuda y sola entre las sábanas revueltas.
Se sentó de golpe en la cama y miró a su alrededor, pero no lo vio por ninguna parte.
La decepción le revolvió un poco el estómago. Tal vez había sido demasiado optimista, al creer que despertaría entre sus brazos. Al fin y al cabo, no estaría bien que lo pillaran en la cama con una persona que trabajaba para él.
Con un suspiro salió de la cama y se cubrió con la bata. Mientras se la ataba a la cintura miró el reloj y el corazón le dio un vuelco cuando vio la hora: pasaban de las diez de la mañana.
Santo Dios, ¿cómo podía haber dormido hasta tan tarde?
Sin querer pensar en el recibimiento que le dispensaría la familia real cuando por fin bajara, Paula se duchó, se cepilló los dientes y se vistió. Optó por un sencillo vestido-camiseta, ceñido a la cintura con una cadena plateada, y sandalias blancas con plataforma. No era demasiado provocativo, pero tampoco soso.
Quería parecer despreocupada y segura de sí misma, cuando se encontrara con Pedro.
Acostarse con él, un príncipe, el hombre que la había contratado y el mismo que le había propuesto que se acostara con él nada más conocerla, no era lo más inteligente que había hecho en la vida. Debería haber resistido más.
Porque lo que no estaba dispuesta a hacer, era convertirse en su amante durante el resto del tiempo de estancia en Glendovia que le quedaba.
Firmemente decidida, recorrió los corredores del palacio con paso tranquilo y bajó la amplia escalinata de mármol. No se encontró con nadie, ni siquiera con un criado, y Paula se sintió aún más violenta por haberse quedado dormida.
Se dirigió al comedor, lugar en el que había coincidido con la familia real casi todo el tiempo hasta el momento, y se lo encontró vacío. Hacía tiempo que habían recogido la mesa del desayuno. Regresó entonces al vestíbulo y siguió por el corredor en dirección opuesta hacia el despacho de Pedro. No es que tuviera demasiada prisa por encontrarse con él, pero al fin y al cabo era a quien le daba cuentas de su trabajo y llegaba tarde.
La puerta estaba cerrada y llamó suavemente con los nudillos, casi con la esperanza de que no estuviera allí. Pero Pedro la invitó a entrar al primer toque.
Paula tomó aire para tranquilizarse, antes de entrar y cerró la puerta tras de sí. Pedro estaba sentado detrás de su escritorio, trabajando, pero levantó la cabeza para saludarla.
Una intimidad abrasadora brilló en sus ojos. Paula se quedó sin respiración.
—Buenos días —saludó, dejando en la mesa el bolígrafo, y se puso en pie—. Confío en que hayas dormido bien.
Lo dijo con tono formal, más de lo que habría esperado del hombre que había compartido su cama unas pocas horas antes, desprovisto de burla o doble sentido. Así y todo, su mirada la consumía, derramándose sobre ella como miel caliente, haciendo que sólo deseara dejarse llevar, rendirse en cuerpo y alma a sus deseos nuevamente.
—Muy bien, gracias —si él podía mostrarse decoroso, ella también—. Lamento haber bajado tan tarde esta mañana. Que la fiesta navideña de anoche en el hogar infantil fuera un éxito, no significa que pueda dormirme en los laureles. Hay otras muchas organizaciones benéficas que requieren mi atención.
Evitó mencionar a propósito lo que habían estado haciendo al llegar de la fiesta de Santa Claus, manteniendo en todo momento una actitud profesional. Sería lo mejor.
Pedro levantó una de las comisuras de los labios, como si le hubiera adivinado las intenciones.
—Yo no diría que quedarte dormida unas horas sea desatender tus obligaciones. Aun así, si tienes algún otro proyecto en mente, soy todo oídos.
Le hizo un gesto con la mano invitándola a sentarse, en uno de los sillones que había delante de su escritorio y, en cuanto se hubo sentado, retomó su asiento.
—Lo cierto es que sí se me ha ocurrido algo —dijo ella, notando cómo desaparecía la tensión de su cuerpo. Hablar de trabajo le resultaba mucho más fácil, que hablar de lo ocurrido la noche anterior—. No se trata de un evento para recaudar dinero propiamente, sino de. crear un organismo nuevo.
—¿De veras? —Pedro levantó ambas cejas, al tiempo que se reclinaba en el sillón y unía las yemas de los dedos de ambas manos, escuchando atentamente.
—Sí. En mi país existe una organización a nivel nacional, que se encarga de hacer realidad los deseos de niños enfermos que están en fase terminal. Me he dado cuenta de que no existe nada parecido aquí, y creo que sería fantástico que la familia real fomentara el proyecto. Os proporcionaría una prensa magnífica y al mismo tiempo harían realidad las necesidades de unos niños que están enfermos, ya sea en el hospital o en casa, y no tienen esperanza de recuperación. Había pensado que el proyecto podría llamarse Soñar es Posible.
Pedro consideró la proposición durante unos segundos y finalmente preguntó:—¿Y qué tipo de sueños podríamos hacer realidad?
—Cualquier cosa que se les ocurra. Su deseo más íntimo, siempre y cuando sea factible. En mi país, esta organización se ocupa, por ejemplo, de hacer que los niños conozcan a su personaje famoso favorito, o de que pasen un día entero en un parque de atracciones, alquilado sólo para ellos y sus amigos, paseos en globo o aprender a pilotar un avión. Cosas que los niños siempre han querido hacer, pero que nunca podrán debido a su enfermedad.
Pedro le sonrió.
—Supongo que podría ocuparme de ello.
—Entonces ¿lo tomarás en consideración? —Paula se inclinó hacia delante entusiasmada—. Se trata de algo más complejo que la simple organización de un acto para recaudar fondos. Se necesitará una oficina desde la que trabajar, empleados, enormes inversiones en publicidad a nivel nacional y posiblemente internacional, y hasta es posible que ruedas de prensa. Y la organización requerirá un soporte continuado, cuando yo regrese a Estados Unidos.
Le pareció ver algo en el rostro de Pedro que delataba cierto malestar, al mencionar su partida de Glendovia, pero fue sólo un instante.
—Es un esfuerzo muy loable —dijo él, cambiando levemente de postura, de manera que pudiera apoyar nuevamente los codos en la mesa—. Una buena causa y algo que reforzaría la reputación de Glendovia y la estima de sus habitantes. Tendré que someterlo a la opinión del resto de la familia, por supuesto, pero yo estoy a favor de emprender el proyecto.
—Excelente —dijo ella, sonriendo ampliamente, complacida de haber encontrado en Pedro un aliado en un proyecto, con el que había empezado a apasionarse.
—Sólo falta poco más de una semana para que te vayas —observó él, de manera cortante.
Apretó los labios formando una delgada línea, como si le resultara un hecho particularmente desagradable. Aquello le provocó a Paula una sensación de malestar en el estómago, prueba de que a ella tampoco le gustaba la idea.