jueves, 22 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 33

 


Pedro la observó detenidamente, durante un minuto que se hizo eterno. Se fijó en la rigidez de su postura y la severidad de su rostro, y se preguntó cuánto se enfadaría si le dijera lo atractiva que estaba cuando trataba de mostrarse autoritaria.


Decidió no tentar la ira de Paula, puesto que estaba a punto de hacer algo que iba a ofenderla aún más, cerró la puerta y lentamente cubrió la poca distancia que los separaba.


—Me temo que no puedo aceptarlo —replicó, tendiendo la mano para acariciarle el cabello que le caía en una sedosa cortina por encima de los hombros.


Observó que ella apartaba un poco la cabeza, como queriendo huir del contacto, y a continuación se le tensaban los tendones de la garganta y se relajaban un poco después de tragar, rehuyéndole la mirada en todo momento.


—No me importa si te parece bien o no —afirmó ella—. Me limito a decirte cómo van a ser las cosas a partir de este momento. Lo de anoche no volverá a pasar.


Parecía decidida. Tanto que Pedro no pudo evitar sonreír.


No pensaba tomárselo en cuenta. Al fin y al cabo, Paula no lo conocía desde hacía tanto tiempo, como para saber que era un hombre que siempre conseguía lo que se proponía. Y en este caso, no tenía intención de rendirse tan fácilmente; no pensaba dejarla escapar sólo porque se empeñara en decir que acostarse con él había sido un error.


Él no pensaba lo mismo. Ni muchísimo menos.


Sin dejar de sonreír, le acarició levemente la mejilla y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.


—Lamento discrepar. Lo de anoche fue magnífico.


Paula desvió la mirada, al tiempo que sus mejillas se teñían de rojo.


—Te quedan menos de dos semanas para volver a tu país, y tengo la intención de disfrutarlas al máximo. De disfrutar contigo. Sé que durante el día tendrás que trabajar, sobre todo si vas a embarcarte en este nuevo proyecto que me has propuesto. Pero estarás libre por las noches, y quiero que las pases conmigo, en mi cama.


—De eso nada —contestó ella, sacudiendo la cabeza.


Retrocedió un paso, rompiendo así todo contacto.


Por mucho que quisiera cubrir la distancia que se abría entre los dos, tomarla en sus brazos y borrar la reticencia de sus adorables labios rojos con un beso, Pedro permaneció donde estaba, permitiéndole creer que unos centímetros de espacio la mantendrían a salvo de él.


Se insinuó en sus labios una sonrisa ladeada, cargada de ironía.


—¿Crees que te atraje hacia aquí y creé un puesto de trabajo a tu medida, sólo para acostarme contigo una noche? Paula —susurró, y adoptó un tono juguetón—, aunque no me conocieras muy bien a estas alturas, seguro que eres consciente de que ningún príncipe llegaría tan lejos sólo por una noche de sexo, por muy espectacular que fuera.


Llevado por la determinación, irguió la espalda y echó los hombros hacia atrás.


—Soy un poco más entregado que eso —añadió, avanzando lentamente hacia ella, alentado al ver que Paula no apartaba sus grandes ojos de los suyos, y que no hacía ademán de separarse—. Y ahora que te he tenido en mis brazos, no tengo intención de dejarte escapar. Quería hacerte el amor, y lo he hecho, pero no estoy, ni mucho menos, saciado de ti.


Bajó la voz, hasta que no fue más que un susurro intenso y seductor, al tiempo que empezaba a acariciarle el cuerpo. Primero la cintura, la curvatura que marcaba el inicio de su pecho, después la tierna carne de la parte superior del brazo. Fue un contacto breve y leve como una pluma, tan sólo las yemas de los dedos contra el tejido de su vestido o la piel descubierta.


Y pese a casi no tocarla, notó el escalofrío de excitación que la recorrió por dentro, lo que a su vez produjo en él una sensación de calor abrasador, que se le concentró en la entrepierna. Notó la rigidez de su sexo al instante, una excitación tal que a punto estuvo de tirarla al suelo y hacerle el amor allí mismo.


No lo haría, claro, pero no porque corriera sangre azul por sus venas. Cuando se encontraba a solas en una habitación con Paula Chaves, poco le importaba su sangre real.


No, fue la propia Paula la que hizo que contuviera sus instintos básicos. Bastante nerviosa, cohibida y arrepentida estaba ya por lo ocurrido la noche anterior. Lanzarse sobre ella sólo serviría para que se replegara aún más en su burbuja protectora, en un intento por alejarse de él.


Sabía que lo que tenía que hacer era ir poco a poco, retomar su plan original, y hacerla objeto de un ejercicio de seducción intachable.


Claro que volvería a tenerla en su cama, esa misma noche en lo que a él concernía. Pero tendría que persuadirla.




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