sábado, 17 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 16

 


Paula se maldijo, pensando que seguro que él percibía lo mucho que la atraía, lo que probablemente tomaría como señal de que se encontraba mucho más cerca de su objetivo: meterla en su cama.


—Alteza —dijo una voz, y una mujer de cierta edad se acercó a saludarlos precedida por el repiqueteo de sus zapatos.


Hizo una pequeña reverencia ante Pedro y sonrió a Paula.


—Soy la señora Vincenza, administradora del hogar. Estamos encantados de que nos haya honrado hoy con su presencia. Espero que encuentre todo a su gusto y haremos todo lo que esté en nuestra mano para contribuir a sus generosos esfuerzos.


—Gracias, señora Vincenza —respondió Pedro, con una pequeña inclinación—. Esta es Paula Chaves. Se ocupará de organizar los proyectos para recaudar fondos.


—¿Dónde están los niños? —preguntó Paula, mirando la amplia zona de entrada, con su escalinata central que conducía al piso superior.


—Los mayores están en el colegio, por supuesto, y los pequeños están arriba, en la guardería. ¿Le gustaría conocerlos?


—Me encantaría —respondió ella.


Siguió a la señora Vincenza hasta la segunda planta, con Pedro cerrando la comitiva.


Recorrieron la guardería, donde Paula jugó un rato con los bebés y los pequeños de dos o tres años y después la señora Vincenza les presentó a otros miembros del personal. También visitaron los dormitorios, el comedor, la sala de juegos y el salón para las visitas.


Nada más verlo, Paula se dio cuenta que el salón sería el lugar perfecto para la fiesta de Santa Claus. Era lo bastante grande para albergar a todos los niños, los medios y los invitados. Incluso había un precioso árbol de Navidad ya decorado en el rincón más alejado.


Tomaba notas en cuaderno todo lo rápido que le era posible, pero su cabeza trabajaba más deprisa y se le acumulaban montones de ideas. Al mismo tiempo, se las iba comentando a la señora Vincenza, que la miraba con los ojos resplandecientes.


A sus espaldas, de pie muy erguido y serio, Pedro escuchaba sin decir nada. Paula supuso que eso significaba que le gustaban sus ideas. Estaba segura de que se lo diría, si algo no le parecía bien.


Una hora más tarde, había completado con la administradora la fase inicial de sus planes y había elaborado una lista de tareas de las que ocuparse personalmente. Tras darle a la mujer las gracias por su tiempo y su entusiasmo, Pedro y ella salieron del hogar, atravesaron la nube de fotógrafos que seguían esperando a la puerta y se metieron en el coche.


No habían hecho más que arrancar, cuando Pedro se volvió hacia ella y le preguntó: —¿Qué te ha parecido?


—Muy bien —respondió ella, hojeando el cuaderno de espiral y revisando las notas que había tomado—. La señora Vincenza tiene muchas ganas de colaborar, porque sabe que eso la beneficiará a ella al final, y aunque hay mucho trabajo por delante, creo que nos dará tiempo a organizarlo todo.


En los labios de Pedro brotó una pequeña sonrisa.


—Tengo que admitir, que lo que le has dicho me ha impresionado. Se te da muy bien describir lo que tienes en la cabeza, para que los demás lo vean con claridad.


Paula se sonrojó complacida por el cumplido y le dio las gracias con una inclinación de la cabeza.


—Permíteme que te invite a comer en uno de los restaurantes de la isla, como gesto de agradecimiento por tu trabajo. Podemos ocuparnos de los detalles y ganar así tiempo para que esté todo listo para Navidad.


Aunque empezaba a tener hambre y no le iría nada mal comer algo, no le parecía buena idea pasar más tiempo con él del estrictamente necesario. Sería mejor regresar al palacio y pedir que le llevaran algo a su habitación, donde pudiera ocultarse y trabajar lejos de Pedro.


—Gracias, pero no. Preferiría volver y ponerme a trabajar —dijo ella, sin mirarlo a los ojos.


Él entornó los ojos levemente ante el rechazo, y Paula se preparó para discutir. Pero Pedro giró la cara hacia el frente y dijo: —Está bien. Deberías recordar algo, no obstante.


—¿Qué?


Pedro la miró a los ojos nuevamente, con su penetrante mirada azul.


—No podrás evitarme todo el tiempo.





viernes, 16 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 15

 


Diez minutos más tarde, se alejaban del palacio en el asiento trasero de un lujoso sedán negro. Según el mapa de la isla que había estado consultando la noche anterior, el orfanato no estaba lejos.


Paula se sentía feliz contemplando el paisaje que iba pasando por su ventanilla, mientras repasaba mentalmente los planes que tenía para el hogar infantil. Debería haberse imaginado que Pedro no le permitiría encerrarse en sí misma mucho rato.


—Cuéntame más cosas sobre lo que se te ha ocurrido para el orfanato y las Navidades. Me sorprende que ya tengas un plan, sin conocer el lugar siquiera.


Apretando los documentos sobre las rodillas, Paula apartó la mirada de la ventanilla y se volvió hacia él.


—He podido hacerme una idea general del hogar infantil con el expediente que me diste ayer, y el tipo de evento que tengo en mente es algo que ya he hecho antes. Pero me parece que funciona muy bien y siempre se consigue la participación de la gente.


—Parece prometedor. ¿De qué se trata?


—Básicamente, hablamos de dar una pequeña fiesta en la que Santa Claus visita a los niños y les entrega regalos. Invitamos a la prensa y a los vecinos. El objetivo es llamar la atención hacia el orfanato, recordar a la gente que los niños están solos y muy necesitados, no sólo en vacaciones, sino durante todo el año.


Pedro asintió y frunció los labios perdido en sus pensamientos.


—Interesante. ¿Y quién se encargará de proporcionar los regalos, dado que aún no se han puesto en marcha medidas para recaudar fondos?


Paula sonrió.


—Tú.


Pedro levantó una ceja en señal interrogativa y Paula se apresuró a explicar lo que quería decir.


—O más bien, la familia real. Nos aseguraremos de informar de ello a la prensa, lo cual incidirá en tu familia muy positivamente. De hecho, si todo va según mis planes, tal vez consideres la posibilidad de patrocinar el acto todos los años. En Texas, la fiesta de Santa Claus y los regalos ha quedado instituida y se celebra todos los años con mucho éxito, por cierto.


Inclinando la cabeza hacia ella, Pedro dijo: —Estoy seguro de que mi familia estará encantada de colaborar.


El coche se detuvo delante del hogar infantil. Un segundo después, el conductor rodeaba el vehículo y abría la puerta por el lado de Pedro. Éste se apeó y fue recibido por un aluvión de flashes, que le explotaban en la cara.


Paula se había deslizado por el asiento para salir detrás de él, pero en vez de aceptar la mano que le tendía, levantó el brazo para cubrirse del cegador ataque.


—¿Quién es toda esa gente? —le preguntó.


Pedro se inclinó hacia ella para estar más cerca y que nadie le oyera.


—Miembros de esa prensa de la que hablabas hace un momento. Suelen seguir a los miembros de la familia real allí donde van.


Le tendió nuevamente la mano y añadió:—Vamos. Es hora de entrar. Ya te acostumbrarás a su presencia.


Ella no estaba tan segura. Si sólo momentos antes se encontraba feliz y ansiosa por comenzar a trabajar, en ese momento temía salir del vehículo y tener que enfrentarse a los fotógrafos que rodeaban el coche como buitres. Ya había tenido bastante en su casa en Texas.


Había aceptado la invitación a Glendovia, precisamente para escapar de los medios. Y allí estaba, rodeada otra vez de flashes.


Claro que esta vez no era ella el centro de atención, gracias a Dios. Pero eso no quería decir que le gustara que le sacaran fotos sin su permiso, como tampoco le había hecho ninguna gracia que lo hicieran en Estados Unidos.


Tomó aire y controló el nerviosismo lo mejor que pudo, antes de darle la mano a Pedro y dejar que la ayudara a salir del coche.


Caminó mirando al frente, hacia el edificio de ladrillo en el que estaban a punto de entrar. Apretaba el asa del maletín con la mano izquierda casi desesperadamente, concentrada en relajar la mano derecha. No quería dar motivos a Pedro para que se percatara de lo mucho que le disgustaban los periodistas, que se arremolinaban en torno a ellos, sacando fotos sin parar y llamándole para que les hiciera caso.


Pedro sonrió e hizo un gesto educado con la mano, pero por lo demás los ignoró completamente y no se detuvo en ningún momento. El ejército de fotógrafos se iba abriendo conforme se acercaban los dos, hasta que, finalmente, estuvieron dentro del edificio.


Paula soltó el aliento que había estado conteniendo y se zafó de la mano de Pedro, dejando una distancia de seguridad entre ambos. Cuando levantó la vista, se encontró un brillo divertido en los ojos de Pedro.


El movimiento, había sido un acto de auto conservación y él lo sabía.


EN SU CAMA: CAPÍTULO 14

 


Paula se despertó temprano al día siguiente, lista para empezar a trabajar. Esperaba también encontrar tiempo para conocer algo más de la isla y alejarse todo lo posible de Pedro. Era una amenaza para su paz mental, y cuanto menos tiempo pasaran juntos durante su estancia en la isla, tanto mejor.


Llegó al comedor portando un maletín con sus documentos. La familia ya estaba desayunando. Rápidamente colocaron un cubierto más para ella y Paula disfrutó mucho de la comida, hasta que la reina quiso saber lo que pensaba hacer ese día. Paula tuvo el convencimiento de que no le gustaba nada a la madre de Pedro.


—Después de examinar más detenidamente las notas que Pedro me ha facilitado, he pensado que comenzar por el orfanato sería lo más adecuado —respondió ella—. Se me ha ocurrido algo que se podría hacer de cara a las vacaciones navideñas que se acercan, y habrá que actuar con rapidez porque no queda mucho tiempo.


Si a la reina le agradó la respuesta de Paula, ciertamente no lo expresó. Fue Pedro quien respondió en su lugar.


—Pediré que preparen el coche para ir a hacerles una visita —y diciéndolo, se levantó y se dirigió hacia las puertas dobles del comedor.


—¿Es que vas… a venir? —balbució Paula con el corazón en un puño. Lo último que quería era pasar el día con él.


Pedro se detuvo delante de la puerta y se dio la vuelta para mirarla.


—Por supuesto.


Paula tragó como pudo el nudo que se le había hecho en la garganta y trató de ignorar el calor que ascendía rápidamente por su cuerpo.


—No es necesario.


—Claro que lo es —respondió él suavemente—. Soy el responsable de la obra benéfica que se lleva a cabo en Glendovia. Me tomo muy en serio mi responsabilidad y tengo la intención de trabajar de cerca contigo durante tu estancia en la isla. Espero que no te importe.


Paula tuvo la seguridad de que lo último lo había añadido a propósito, por su familia, que lo miraba y escuchaba con suma atención. Porque estaba claro que aunque le importara, como de hecho ocurría, le iba a dar igual.


Lo cierto es que de haber estado solos tal vez se lo habría discutido, pero no tenía intención de montar una escenita delante de toda la familia real.


—No, no me importa en absoluto —se obligó a decir ella, pese a que tenía la boca seca.


Pedro dibujó una sonrisa, que le decía que sabía lo mucho que le había costado consentir en que la acompañara.


—Nos vemos dentro de un rato en el coche entonces —murmuró, y acto seguido salió de la habitación.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 13

 


La puerta de la biblioteca estaba abierta, cuando Pedro llegó. Su madre estaba sentada en uno de los sillones situados delante de la chimenea, tomando una copita de jerez con la mirada puesta en las llamas que bailoteaban en el hogar. Pedro cerró la puerta tras él, se acercó al aparador y se sirvió una copa antes de hablar con su madre.


—¿Querías hablar conmigo? —le preguntó, reclinándose en el otro sillón.


La reina fue directa al grano. Típico de ella.


—¿Qué hace esa chica aquí, Pedro?


Él no fingió no comprender.


—Como ya os he dicho en la cena, la he contratado para que colabore con los organismos benéficos de la isla. Es muy buena en su trabajo y creo que nos será de gran ayuda.


—Y ésa es la única razón —dijo su madre brevemente, observándolo por encima del borde de sus gafas—. ¿Nada más?


Pedro bebió un sorbo de su brandy, antes de contestar.


—¿Qué otra razón habría de tener?


—Vamos, Pedro. Puede que sea tu madre, motivo por el cual no sería a mí a quien acudirías en primer lugar para confiarle tu vida amorosa, pero estoy perfectamente al corriente de tus… pasatiempos. ¿Estás seguro de que no la has traído aquí para convertirla en tu próxima conquista?


Aunque sus relaciones íntimas no incumbían a nadie más que a él, le costaba, además de ser una enorme insensatez, decirle a la reina que se metiera en sus propios asuntos. Aunque fuera su madre.


De modo que hizo lo que tanto él como sus hermanos habían hecho innumerables veces cuando eran niños: mirarla a los ojos y mentirle.


—Claro que no. Me tomo muy en serio mis responsabilidades hacia mi país. En cuanto vi lo que Paula había hecho, en la gala a la que asistí durante mi estancia en Estados Unidos, supe que sería de gran ayuda para nuestras causas benéficas.


Su madre entornó los ojos un momento, como calibrando la sinceridad de sus palabras.


—Me alegra oírlo. Estoy segura de que comprenderás, que no nos haría ningún bien que se hicieran públicos tus pequeños devaneos, tan cerca de la fecha en la que se anunciará tu compromiso. Los dos sabemos que no te has mantenido célibe, desde que te comprometiste a casarte con la princesa Lidia. Pero es importante que guardes las apariencias y no hagas nada que pueda molestar a su familia. Este matrimonio servirá para forjar una importante alianza entre su país y el nuestro.


Hizo una pausa de unos segundos y cuando retomó la palabra tanto su tono como la expresión de sus ojos se habían vuelto más severos.


—No podemos poner en peligro esta asociación, sólo por el hecho de que no puedas mantener las manos lejos de una americana plebeya.


Pedro dejó que otro sorbo de brandy le calentara la garganta y el cuerpo, mientras trataba de relajar la mandíbula y no faltarle el respeto a su madre.


—Conozco mis responsabilidades, madre. No tienes que preocuparte por Lidia. Paula es una mujer encantadora, pero no es ninguna amenaza para mi compromiso. Créeme.


—Me alegra oírlo, pero por si cambias de opinión o la señorita Chaves pasa a ser una despreocupada diversión mientras esté aquí con nosotros, tengo algo que creo que deberías ver.


Con esas palabras, metió la mano entre el sillón y el cojín y sacó una hoja de papel doblada. Se la entregó a Pedro y se reclinó nuevamente, aguardando la reacción de su hijo con todo su regio porte.


El desdobló el papel y se encontró con un artículo de periódico con la foto de Paula. A cada lado de su foto había otras dos recortadas de forma irregular.


El titular acusaba a Paula de haber separado al hombre y a la mujer que aparecían en las otras fotografías, de haber arruinado un feliz hogar. Leyó por encima el texto, en el que Paula aparecía retratada como una mujerzuela taimada y egoísta, sin reparos en vivir una tórrida aventura con un hombre casado, padre de dos hijos.


—Ella no es una de nosotros, Pedro —dijo la reina—. Formó un escándalo en su país y avergonzó a su familia con su promiscuidad. No necesitamos que nos haga lo mismo a nosotros.


Pedro se puso tenso en respuesta al contenido del artículo y la advertencia prepotente de su madre, pero al final se relajó. Aquel descubrimiento sobre la vida de Paula lo había sorprendido, pero no le importaba lo más mínimo. Y desde luego no le había hecho cambiar respecto a su deseo de llevársela a la cama, pese a las advertencias de su madre.


—Comprendo tus temores, madre, pero creo que estás dando demasiada importancia a la visita de Paula. Sólo estará aquí un mes y sólo para ocuparse de las organizaciones benéficas de la isla. Nada más.


La reina enarcó una ceja, pero guardó silencio, como dejándole claro que no se creía ni una palabra. Pero su vida seguía siendo suya, y hasta que no jurara sus votos matrimoniales con la princesa Lidia, no le debía explicaciones a nadie.


Dobló cuidadosamente el artículo de periódico y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta, se levantó y dejó el vaso vacío en el aparador, después volvió al sillón en el que estaba sentada su madre y se inclinó a darle un beso en la mejilla.


—Buenas noches, madre. Hasta mañana.




jueves, 15 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 12

 


Pedro la guió hasta la escalera principal, colocándole suavemente la mano en la parte baja de la espalda, y comenzaron a subir los escalones lentamente. A Paula no le pasaron desapercibidos sus continuos intentos de familiaridad. Y mientras las yemas de sus dedos le caldeaban la piel a través del tejido del vestido, enviando pequeñas corrientes de deseo a todo su sistema nervioso, no pudo por menos de preguntarse si no sería aquélla la primera fase de su plan para seducirla.


Aunque lo fuera, no funcionaría.


Era más fuerte. Puede que Pedro fuera encantador y guapo, y que hubiera cierto atractivo en el hecho de que fuera príncipe, pero eso no quitaba que la había atraído hasta su país con mentiras, y no tenía la intención de caer en la trampa.


—Y dime —comentó él, con voz susurrante y persuasiva—, ¿has tenido tiempo de echar un vistazo a los expedientes que dejé en tu habitación?


Era cierto. Había encontrado, sobre el escritorio, una pila de carpetas de distintos colores con los resúmenes de varios organismos benéficos que funcionaban en la isla, organismos con los que supuso que tendría que trabajar si decidía quedarse.


—Les eché un vistazo —contestó ella.


—Y…


—Algunos de esos organismos son muy interesantes.


—No funcionan tan bien como deberían —dijo él.


—Ya me he dado cuenta.


—¿Crees que podrías hacer algo?


Ahí estaba el problema, que sí podía. Aunque sólo había leído por encima los expedientes, durante unos minutos antes de vestirse para la cena, le había bastado para apuntar varias ideas que mejorarían el rendimiento de esos organismos. Por no mencionar, que también sabía cómo concienciar a la gente y conseguir grandes aportaciones.


Estaba emocionada y ansiosa por poner en marcha sus ideas. Pero para ello, tendría que permanecer en Glendovia y cumplir los términos del contrato.


—Excelente —dijo él, esperando a que continuara—. ¿Significa eso que has decidido quedarte?


—Me quedaré —respondió ella—. Un mes, tal como exige el contrato, pero transcurrido ese tiempo me concederás la prima prometida.


—Por supuesto.


Tal vez estuviera dispuesto a abundar en el tema, pero ella lo interrumpió.


—Y los que quiera que no fueran tus motivos para traerme, lo que esperaras que ocurriera, no me acostaré contigo. Ya puedes ir tachando ese artículo, de tu lista de deseos para Navidad.


Y con esas palabras, Paula giró el pomo de la puerta y se metió en su habitación.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 11

 


Segundos después, se abrieron las puertas del comedor para dar paso a otra pareja. A Paula le resultó obvio que por lo menos el caballero estaba emparentado con Pedro. Tenía la misma constitución, tono y estructura facial que Pedro y el rey.


La mujer también compartía algunos rasgos físicos, pero Paula no quiso dar nada por sentado, por si acaso se trataba de una esposa o novia y no una hermana.


—Buenas noches a todos —saludó el hombre con voz atronadora y una amplia sonrisa.


—Madre, padre —entonó la joven, borrando así toda duda que pudiera haber en torno a su relación con los presentes—. Pedro —añadió, posando las manos en los hombros de su hermano al tiempo que se inclinaba a darle un beso en la mejilla.


—Diablillo —replicó él, sonriendo ligeramente antes de desviar la mirada hacia Paula—. Te presento a mi hermano pequeño, Sebastian, y mi hermana, Mia, el bebé de la familia.


La princesa Mia suspiró agobiada.


—Detesto que me presentes así —le dijo.


—Lo sé. Por eso lo hago —respondió él.


A Paula no le pasó por alto el brillo afectuoso presente en los ojos de Pedro, ni el gesto divertido que cubría el rostro de su hermana conforme rodeaba la mesa para tomar asiento a la izquierda de ella.


—Nuestro hermano mayor, Dominic, está fuera del país en estos momentos, pero confío en que lo conozcas antes de irte.


Mia sacudió la servilleta sobre su plato y se la colocó suavemente en el regazo mientras decía: —Me alegro de conocerte, Paula. Pedro me dijo que vendrías. Dice que tienes ideas brillantes para aumentar los fondos, que recaudan las organizaciones sin ánimo de lucro.


Paula dirigió la mirada hacia Pedro, halagada por sus elogios indirectos, pero éste estaba mirando a su hermana.


—Ha hecho un trabajo excepcional para algunos organismos benéficos en su país —dijo Pedro.


Desde su sitio al otro lado de la mesa, Sebastian dijo: —Eso está muy bien. En la isla contamos con un montón de esas organizaciones y te aseguro que no les vendría nada mal un empuje. Y ayuda mucho que sea tan bella —Sebastian le guiñó el ojo al decir esto último.


Por un momento, Paula se quedó sorprendida ante el desparpajo del chico, y más todavía estando delante de su familia. Pero entonces se dio cuenta de que debía de ser así normalmente. Era el hijo más joven, el más alejado del trono en la línea sucesoria, y a juzgar por su aspecto, todo un donjuán.


Ella le devolvió la irresistible sonrisa, antes de fijarse en el ceño fruncido de Pedro. El gusto agradable del momento se desvaneció al instante y Paula tuvo una sensación de lo más extraña en la boca del estómago. No sabía si mostrarse preocupada o intimidada, o incluso divertida.


Pedro la había llevado a su palacio para convertirla en su amante; lo sabía. Con la excusa de que trabajaría para su familia, sí, pero eso no cambiaba el hecho de que quería llevársela a la cama.


Sin embargo, eso no justificaba el enfado hacia su hermano, por un comentario totalmente inofensivo.


A menos que Pedro y Sebastian se hubieran peleado, o hubieran compartido el gusto por una misma mujer. ¿Acaso le preocupaba a Pedro que a ella pudiera atraerle su hermano, antes de que él pudiera seducirla?


La situación tomaba un giro interesante. Y le estaría bien empleado por haber tejido semejante red de engaños, sólo para atraerla hasta la isla.


En ese momento, llegaron los sirvientes con las bebidas, agua y vino tinto. Cuando se hubo servido la ensalada, la conversación giró hacia la familia y asuntos de Glendovia. Paula comía en relativo silencio. Le interesaban los temas de conversación, aunque poco podía añadir ella.


En el postre, Mia y Sebastian se interesaron por su familia y su vida en Texas. Ella se mostró encantada de responder, pero se cuidó de mencionar el escándalo por el que había decidido aprovechar la invitación de Pedro y abandonar Estados Unidos.


—¿Y qué ideas tienes para Glendovia? —preguntó Mia—. ¿Por dónde querrías empezar?


Antes de que Paula pudiera contestar, Pedro interrumpió.


—Eso es algo que pretendo discutir en profundidad con ella, pero acaba de llegar y no he tenido oportunidad de ponerla al corriente de detalles que necesitará saber —empujó la silla hacia atrás y se levantó—. De hecho, si nos disculpáis, me gustaría tratar el tema ahora mismo.


Rodeó la mesa y se colocó junto a Paula, dándole pocas opciones aparte de levantarse y acompañarlo. Dio las buenas noches y lo siguió fuera de la sala.


Pedro —lo llamó la reina justo cuando llegó a la puerta—. Me gustaría hablar de algo contigo.


—Claro, madre —replicó él con tono respetuoso—. En cuanto acompañe a Paula a su habitación me reuniré contigo en la biblioteca.


Su madre asintió casi imperceptiblemente y Pedro y Paula abandonaron la estancia.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 10

 


A las ocho menos cinco, Paula deshizo el camino por el laberinto de pasillos de la segunda planta del palacio, hasta dar con la escalera principal. La doncella que se había pasado poco antes por su habitación para ver si todo era de su agrado, le había dado indicaciones de cómo llegar al comedor y Paula había pensado que podría encontrarlo sola.


Pero no tendría por qué haberse preocupado. En cuanto llegó a las escaleras, encontró a Pedro esperándola al pie.


Iba vestido con un traje oscuro, lo cual reafirmó la elección de su propio atuendo. No sabía muy bien cómo debería vestirse para su primera cena con la familia real, de modo que había optado por un sencillo vestido de seda azul.


—Buenas noches —la saludó Pedro, observándola fijamente mientras ésta bajaba las escaleras.


Paula era totalmente consciente de su mirada de los pies a la cabeza y se puso nerviosa. Era un hombre peligroso, sin duda. Si decidía quedarse, debería tener cuidado de no caer en la trampa de aquellos ojos azules y aquel precioso rostro, y terminar haciendo algo que normalmente no haría.


—Buenas noches —respondió ella, deteniéndose al pie de las escaleras.


—¿Me permites? —le preguntó él, ofreciéndole el brazo.


Paula vaciló un segundo antes de aceptar, y deslizó suavemente la mano por el hueco del brazo doblado de él.


—Estás preciosa —le dijo según atravesaban el suelo de mármol.


Habían encendido la araña de cristal, que reflejaba la luz por todo el vestíbulo y más allá.


—Gracias.


Pedro le ahorró la incomodidad de tener que hablar, hasta que llegaron al comedor. Entonces abrió una de las altas puertas dobles y la invitó a entrar.


La sala era tan opulenta como el resto del palacio. Estaba presidida por una larga y estrecha mesa rodeada de pesadas sillas de respaldo alto y el asiento decorado con lo que parecía el escudo de armas de la familia bordado. La iluminación de la sala provenía de otra araña de luz colgada encima de la mesa y numerosos apliques de pared con una luz más tenue.


El rey y la reina estaban sentados ya a la mesa, preparada con servicios para seis comensales. Pedro la guió hacia la mesa, y se detuvo delante del que Paula supuso sería su asiento.


—Madre, padre, me gustaría presentaros a Paula Chaves. Viene de Estados Unidos y será nuestra invitada durante el próximo mes, para ayudarnos a gestionar de manera más adecuada las organizaciones benéficas de Glendovia. Y con suerte a aumentar el margen de beneficios. Paula, éste es mi padre, el rey Horacio, y mi madre, la reina Eleanor.


El hombre se levantó y rodeó la mesa hasta llegar junto a ella, le tomó la mano y depositó un delicado beso en sus nudillos.


—Bienvenida a Glendovia, querida. Te agradecemos mucho lo que vas a hacer por nuestro país.


—Gracias, Majestad —replicó ella, sólo levemente intimidada por el hecho de estar hablando con un rey de verdad—. Es un placer conocerle.


Se giró entonces hacia la reina y se percató de que no se había levantado de su asiento. Ni siquiera le ofreció la mano cuando ella se acercó a saludarla.


—Majestad —murmuró Paula respetuosamente, haciendo una pausa delante de la mujer.


Por respuesta la reina se limitó a asentir con rigidez, dándole la incómoda sensación de que no era tan bienvenida en Glendovia, como Pedro o su padre le habían dado a entender.


—Por favor, siéntate —le dijo la reina—. Pronto servirán la cena.


De vuelta junto a Pedro, Paula le permitió que le retirara la silla para ayudarla a sentarse, antes de rodear la mesa y tomar asiento justo frente a ella.