Un profundo zarpazo destrozó el corazón de Pedro. Fue un dolor tan intenso que le costó respirar. ¿Pero qué otra cosa esperaba? ¿Que dejara a su marido, a un hombre con el que nunca se había acostado, a un hombre que ni siquiera se había preocupado de denunciar su ausencia a las autoridades? Sí, eso era lo que pensaba.
—Hay cosas que no comprendo. Cuestiones que...
—Pedro —lo silenció Paula con dureza—. Haz el favor de creer que tengo respuesta para todas esas preguntas. Respuestas que encuentro satisfactorias. Simplemente no creo que sea correcto... compartirlas contigo.
Pedro no podía sufrir más.
Junto al tumulto de emociones que reflejaban los ojos de Paula, Pedro creyó ver el arrepentimiento. Y habría jurado que también el amor. ¿Se estaría engañando a sí mismo?
—Jamás podré pagarte todo lo que has hecho por mí —le temblaban los labios—. Siempre te estaré agradecida.
—Agradecida.
—Pero necesito recomponer mi vida —susurró.
Su vida. Había encontrado su vida, y en ella no estaba incluido él. Pero no podía culparla por ello. Ella era la única que estaba actuando de forma honesta. Él, sin embargo, ni siquiera había querido contemplar la posibilidad de que estuviera casada.
—Quiero que mi matrimonio funcione —añadió.
Pedro sintió que se abría un oscuro abismo en lo que alguna vez había sido su corazón.
—De acuerdo —se oyó decir a sí mismo—. Pero, si necesitas algo, házmelo saber. Estaré en mi oficina.
—Pedro —lo llamó Paula, cuando éste estaba ya en la puerta del cuarto de estar.
Pedro se detuvo y se volvió lentamente.
—Lo siento —una solitaria lágrima escapó de sus ojos—. No quería hacerte daño.
En aquel momento, Pedro estuvo tentado de besarla y decirle cuánto la amaba, de decirle que sin ella moriría. La quería como no había querido a nada y a nadie en toda su vida, y él estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería.
Pero Paula amaba a otro hombre. Quería que su matrimonio funcionara. Y él no podía impedírselo. Incluso en el caso de que, por algún extraño milagro, Paula se mostrara de acuerdo en quedarse a su lado, él no querría que sacrificara su matrimonio. La amaba demasiado para desear algo así.
—No me has hecho sufrir, Paula —le aseguró con dulzura—. Te echaré de menos, por supuesto, pero... —se le quebró la voz y se encogió ligeramente de hombros mientras intentaba recuperarla—. Ambos sabíamos que te irías cuando recuperaras la memoria. Ahora yo también tendré que ocuparme de recuperar mi vida.
Paula se mordió el labio con tanta fuerza que estuvo a punto de hacerse sangre.
Pedro apartó la mirada de su boca, una boca que pronto besaría otro hombre.
Tenía que marcharse de allí antes de explotar.