martes, 29 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 55

 


Antes de que el sol saliera, Paula se llevó a Tofu a dar un paseo y llamó a Gastón Tierney desde una cabina telefónica. No era capaz de imaginarse a ese hombre como su marido.


Pedro era el único hombre con el que había hecho el amor. Su cuerpo, su corazón y su alma habían ardido únicamente para él. Lo amaba intensamente, como jamás había amado a nadie. Pero estaba casada con otro hombre.


No quería creerlo. No quería enfrentarse a la realidad. Pero tenía que hacerlo. Tenía que volver con el hombre con el que estaba casada y hacer todo lo posible por recordar su relación. Sólo cuando volviera a conocerse a sí misma podía tomar una decisión.


Había pasado la mayor parte de la noche despierta, luchando contra sus propios demonios. El dolor y el miedo la habían atormentado durante toda la noche, acompañados por aquella vaga vocecilla interior que la alertaba contra el peligro.


¿Pero contra cuál? ¿Sería el miedo una simple consecuencia del accidente? Quizá sí, pero en caso de que no fuera así, no podía arriesgarse a poner a nadie en peligro. Tenía que proteger tanto a Annie como a Pedro de todo posible problema. Tenía que enfrentarse a su pasado sin ellos.


Por eso no podía llamar a Gastón Tierney desde casa de Pedro. No quería que pudiera identificar el número y localizar su casa.


Pero eso significaba que no confiaba en su marido.


Otra de las cosas que la inquietaba era saber cómo encajaba Mauro Forrester en aquel paisaje. ¿Sería él el que la estaba persiguiendo?


Le contestó el mensaje grabado de un contestador y reconoció la voz de Gastón Tierney. Recordó entonces nuevos sucesos del pasado: se recordaba bailando con Gastón, sentada a su lado en su avión privado o cenando en un carísimo restaurante en el extranjero. Tenía la sensación de haber estado con él en Francia. Había sido divertido... Sí, y se había sentido halagada por que un hombre como Gastón pudiera enamorarse de ella.


Se recordaba besándolo, una experiencia agradable, si su memoria funcionaba correctamente, pero nada parecida a la pasión que se desencadenaba en su interior cuando estaba con Pedro.


Cerró los ojos y se aferró al teléfono. Aquél no era momento para pensar en Pedro. La herida acababa de abrirse. El dolor era demasiado intenso. Tendría que dejarlo. Ese mismo día.


—Gastón —habló para el contestador en cuanto sonó un pitido—. Soy Paula. Yo... vuelvo a casa —tragó saliva, intentando deshacer el nudo de tristeza que atenazaba su garganta—. Estaré allí a última hora de esta tarde.


Colgó el teléfono y se inclinó contra el escaparate de una tienda cercana, sobrecogida de dolor. No podía dejarse arrastrar por aquellos sentimientos tan intensos. Tenía que actuar movida por la razón, no por las emociones. Tenía que descubrir su verdadera vida.


Por lo menos los recuerdos de Gastón le habían dado cierta confianza. Lo recordaba como un hombre educado, encantador, que con frecuencia le hacía reír. Era imposible que fuera él el causante de su miedo.


Pero cuando lo pensaba, el miedo zigzagueaba nuevamente en su interior. Se llevó la mano al corazón, luchando para recobrar la compostura antes de hacer su próxima llamada.


Llamaría a Ana para pedirle que la llevara a Denver. En cuanto llegaran a la entrada de la ciudad, le pediría que regresara a Sugar Falls y tomaría un taxi para dirigirse a casa de Gastón.


No podía permitir que Ana se acercara a aquel lugar hasta que hubiera recordado y comprendido lo que había ocurrido tras la ceremonia de la boda, y por qué se agolpaba el miedo en su interior cada vez que oía los nombres de Mauro Forrester y Gastón Tierney.


Era posible que ella misma se viera involucrada en algún tipo de problema. Y era exactamente esa la razón por la que no podía pedirle a Pedro que la llevara a Denver. Estaba segura de que no le permitiría tomar un taxi el resto del camino. Y si lo hacía, la seguiría.


El pánico la dejó paralizada. Estaba segura de que, si eso ocurría, resultaría herido. Gravemente herido.


¿Pero por qué tenía aquella certeza? Por mucho que se esforzara por disipar aquel miedo con las herramientas de la razón, su certeza se incrementaba, alojándose en su corazón como un terrible aviso.


No, no podía permitir que Pedro corriera ningún peligro. Tendría que manejar sola la situación. Tendría que renunciar a su protección.


Podía marcharse mientras Pedro estaba en el trabajo, supuso. Pero le había prometido avisarle antes de irse. Era lo único que le había pedido.


Paula tendría que decírselo. Le haría creer que estaba perfectamente, que no estaba asustada y que la esperaba en Denver un marido cariñoso.


Quizá así fuera.


Decidida a resistirse a las lágrimas, llamó a Ana y ésta le prometió hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarla. Paula regresó después a casa, a casa de Pedro, se recordó con dolor.


Lo encontró paseando nervioso por la cocina, agarrado al teléfono y con expresión grave. A Paula le dio un vuelco al corazón. Deseaba besarlo, besarlo y quedarse para siempre a su lado.


¡Lo quería tanto!


Pero era precisamente ésa la razón por la que tenía que abandonar su casa sin él.




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