martes, 1 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 28

 


Antes de que pudiera protestar, comenzó a masajearle la base del cuello. Tenía las manos grandes que abarcaban toda la anchura de sus hombro. Su tacto era fuerte y seco y alivió milagrosamente la tensión de sus músculos. Paula no pudo evitar un gemido ante aquella mezcla de placer y dolor.

—¿Te gusta?

—¡Hum!

—Despejemos el campo.

Pedro le desabotonó la parte superior del vestido para poder trabajar a sus anchas. Sorprendida, Paula atrapó la tela justo cuando se le caía del pecho.

—¡Pedro!

—¡Sst! Relájate.

Las manos se movieron sobre la piel de su espalda, desde la línea del cabello, pasando por la espina dorsal a los omoplatos. Los dedos se hundían en sus músculos… cálidos, fuertes, vibrantes. Sabía que no debía permitirle que la tocara de aquel modo, pero sentía los efectos combinados del vino y el brandy. Además, las sensaciones eran tan placenteras, tan deliciosamente decadentes, que se sentía incapaz de reunir la suficiente indignación como para ordenarle que parara.

Pedro se inclinó sobre ella mientras trabajaba. Sentía su aliento en la coronilla. Él inhalaba su perfume, el cálido aroma femenino de su cuerpo y empezó a notar sus efectos. Cerró los ojos para pasarle las manos sobre la espalda, recibiendo tanto placer como estaba dando, y aún más. La piel era tan suave que tuvo miedo de dejarla marcada, de modo que aminoró la presión hasta que sus dedos meramente rozaron la espalda.

Pedro estudió su rostro. Tenía la cabeza inclinada, los ojos cerrados y respiraba profundamente. Los pechos subían y bajaban al tiempo que sus manos se volvían más audaces. Observó cómo se le endurecían los pezones bajo la tela del vestido. No quería ni podía detenerse. Pedro introdujo las manos por la delantera del vestido para copar sus senos.

—¡Pedro!

—Déjame tocarte —susurró sin cesar el masaje—. ¡Ah! Eres tan dulce, tan suave. Nunca he olvidado el tacto de tu piel. Con todos esos años y todavía recuerdo tu suavidad.

Pedro le acarició con la nariz el cuello y ella se abandonó. El calor de su boca, las caricias de sus manos, la mareaban. El aliento le quemaba la piel y las manos alimentaban el fuego. Un lago de deseo líquido y lento ardió en sus entrañas mientras Paula se entregaba para que hiciera con ella lo que quisiera.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 27


Pedro cortaba el asado. Casi se rebana la mano al verla. Aquellas piernas enfundadas en medias oscuras y los zapatos de tacón alto, parecían conjurar toda clase de imágenes eróticas en su mente.

—¿Quieres que te ayude?

—Claro —contestó él, obligándose a mirar lo que estaba haciendo—. La ensalada está en el frigorífico. Remuévela y llévala a la mesa.

Paula siguió sus instrucciones y llevó la ensaladera de plata a la mesa. Se inclinó para depositarla en el centro. Pedro se quedó con la boca abierta. Paula había levantado ligeramente un pierna para ofrecerle una amplia panorámica de su trasero, redondo y duro. Ella se volvió rápidamente y le cogió desprevenido.

—¿Algo más?

Y entonces, Pedro se dio cuenta de la sonrisa.

Una sonrisa satisfecha y completamente femenina.

Pedro se quedó mirándola hasta que se dio cuenta de cuál era el juego. Estaba provocándole. A propósito. Tendría que haberlo adivinado desde el primer momento. El vestido, el maquillaje, los movimientos lánguidos, todo estaba fuera de lugar en Paula. Se reprochó no haberlo pensado nada más abrir la puerta.

¿A qué estaba jugando? Le devolvió una media sonrisa que debería haber bastado para que ella supiera que la había descubierto. Las razones de Paula no importaban, era un juego que él conocía al dedillo.

Y bien podían jugarlo dos.

—Siéntate y ponte cómoda.

Mientras se sentaba, Paula pensó que casi podía oírle reír. En aquel momento, Pedro volvió con la fuente de patatas y carne.

—¿Tienes mucho apetito? —preguntó él mientras la servía.

—Me muero de hambre.

—Yo también.

Pedro se sentó enfrente de ella. El asado resultó perfecto. La cena transcurrió agradablemente, y Paula descubrió con sorpresa que estaba disfrutando. Le ayudó servir el postre y el café, pero no aceptó una segunda copa de coñac.

—No quiero más. Me prometiste contestar a mis preguntas.

—Adelante, pregunta lo que quieras —dijo él, volviendo a llenar su copa.

—Empecemos por el consorcio. ¿Quién es esa gente, Pedro?

—Amigos míos. Gente con la que he hecho buenos negocios durante los últimos diez años.

—¿Y están dispuestos a invertir en tus proyectos sin siquiera supervisarlos?

—Así es.

—No lo entiendo. Maiden Point costará montañas de dinero.

—Y el consorcio ganará mucho dinero también. Ya lo he hecho antes, Paula. Confían en mí.

—No como yo.

—A diferencia de ti.

Se la quedó mirando a los ojos y entonces hizo algo muy raro, se echó a reír a carcajadas. Paula frunció el ceño.

—Eres demasiado seria, Paula. Siempre lo fuiste. Toma, abre la boca —dijo él, cogiendo una fresa bañada de chocolate.

—Esto es muy serio, Pedro.

Pedro balanceó la fresa ante sus labios.

—Abre la boca.

—No.

—Está muy buena.

—No me apetece.

—Sólo un mordisquito.

Pe

Le había metido la fresa en la boca y no tuvo más remedio que morderla. Tenía razón, estaba muy buena, dulce y jugosa. Le dio otro mordisco, pasando los dientes por la yema del pulgar.

Los ojos de Pedro se oscurecieron al sentirlo. Le pasó el dedo por los labios y apartó la mano. Paula sintió que temblaba ante las sensaciones que despertaba su caricia. Se llevó la servilleta a los labios con manos trémulas.

Permitió que le sirviera otro brandy. Lo necesitaba para calmar sus nervios. Pedro entrechocó las copas.

—Por Lenape Bay y Maiden Point.

—Por Lenape Bay —dijo ella que no estaba dispuesta a brindar por el resto.

Cerró los ojos para sentir la calidez del licor. A pesar de todas sus bravatas, tenía los músculos en tensión. Hizo girar la cabeza para aliviar el cuello.

—¿Estás cansada?

—Un poco. Ha sido un día muy largo —dijo ella masajeándose la nuca.

Pedro se levantó de la silla y se puso tras ella.

—Déjame a mí.




lunes, 31 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 26

 


Paula estaba frente a él vestida con el vestido de punto más ceñido que había visto en su vida. El vestido era azul, de mangas largas y escote bajo, y tan corto que no estaba seguro de dónde acababa. Ignorando su expresión, Paula entró en la casa proporcionándole una buena vista de su escote trasero que exhibía la mayor parte de su espalda.

—¿Se quedaron sin tela? —preguntó él.

Paula se observó, los ojos muy abiertos, el puro reflejo de la inocencia.

—¿No te gusta?

—Me encanta.

—Tu vino —dijo ella, dándole la botella.

Pedro estaba perplejo. Intentó disimularlo estudiando la etiqueta, cara y francesa, en lo que era un inútil acto de autopreservación. No podía evitar que sus ojos mirarán a la mujer que tenía junto a él. Paula le devolvió la mirada con aire desafiante, retándole a que encontrara algún defecto en ella. No pudo, era perfecta. El pelo castaño llamaba a sus dedos para que lo acariciaran. El maquillaje era una obra de arte que resaltaba unos labios de rosa, y el vestido… estaba tan cercano a lo indecente que su libido hervía a fuego lento.

Pedro hizo un esfuerzo por apartar su atención de los pechos y fijarla en la etiqueta de la botella.

—Es una buena cosecha.

—¿Te sorprende?

—La verdad es que no. Tu familia siempre se ha rodeado de todo lo mejor. Con el tiempo, yo también me he aficionado.

Pedro hizo un gesto que abarcaba la sala donde se encontraban pero sus ojos no se apartaron de ella.

Paula resistió la tentación de cruzar los brazos sobre el pecho. Él la miraba y eso era buena señal. A juzgar por su reacción, el vestido había merecido la semana de sueldo que había invertido en él.

Con un aire lo más despreocupado posible, contempló el antiguo salón de estar de su familia. Era evidente que Pedro había contratado a alguien para adecentar la casa, todo estaba ordenado, limpio y brillante. Había cambiado la disposición de los muebles, pero todavía conservaban ese ambiente que ella adoraba. Una punzada de nostalgia le atravesó el corazón. Respiró profundamente para apartarla de sus pensamientos. No había tiempo para la nostalgia, tenía un trabajo que hacer.

—Tiene un aspecto maravilloso. Me alegro de ver que hay gente viviendo aquí otra vez.

Pedro la invitó a sentarse y le sirvió una copa de borgoña.

—Se puede vivir, pero todavía necesita mucho trabajo. Tengo algunas ideas sobre la renovación. Cuando las dibuje, me gustaría que les echaras un vistazo —dijo mientras intentaba inútilmente mirarla a los ojos—. Si te apetece, claro.

—¿De verdad piensas quedarte? —preguntó ella, cruzándose de piernas.

Que la falda era demasiado corta, no podía negarse. Pedro sentía que tenía la cabeza en un planeta y el cuerpo en otro. No podía evitar que sus ojos fueran de un punto estratégico de Paula al siguiente. Se aclaró la garganta.

—Creí que lo había dejado claro. Me gustaría devolverle su belleza original. Tú eres la persona más indicada para aconsejarme en ese tema, ¿no crees?

—Supongo que sí.

Paula se dio cuenta de que tenía los ojos fijos en el punto donde sus piernas se cruzaban. Tuvo que hacer un esfuerzo para no tirar del borde de la falda.

—A no ser que se te haga difícil. Ya sabes, tenerme a mí viviendo en la antigua casa de tu familia y todo eso.

Pedro, lo único que se me hace difícil es creerte.

Se sentó junto a ella. No tenía más remedio. Paula podía sentir el calor que irradiaba de su cuerpo, su olor limpio y masculino. Paula miró al azul cristal de aquellos ojos y estuvo a punto de olvidar todas las preguntas.

—¿Qué puedo decir para demostrarte que soy sincero?

—La verdad, Pedro —contestó ella, bajando la mirada—. La verdad.

Pedro le alzó la barbilla. Cediendo al impulso, enredó los dedos entre su pelo. Aquellos ojos luminosos le miraron y sintió un hueco en el estómago. Deseaba besarla. No, no besarla tan sólo. Quería devorarla.

—¿La verdad? La verdad es que quiero…

La alarma del horno avisó. El asado estaba listo. Pedro dejó caer las manos.

—La cena —dijo en tono de disculpa levantándose.

Paula le sonrió cordialmente mientras él iba a la cocina. Cuando salió de la habitación, se apresuró a beberse de un trago la copa de vino. Se levantó para alisarse el vestido. Estaba muy nerviosa. Sabía que estaba sudando, pero tenía las manos heladas. Se las llevó a las mejillas para refrescarlas.

Jugar a seductora era un trabajo arduo y no estaba muy segura de servir para el papel. Ella era la aficionada, mientras que él lucía los galones de la experiencia. Sin embargo, creía estar triunfando. Pedro no había podido quitarle los ojos de encima. Confiaba en que, antes de que la noche acabara, habría conseguido su propósito. Se dirigió a la cocina, pero se quedó en la puerta, apoyando una cadera contra la pared.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 25

 


Pedro admiró su asado y roció la carne con la salsa del fondo de la bandeja. El aroma hizo que su estómago protestara de hambre. Comprobó el termostato y pinchó con un tenedor las patatas. Todo iba bien.

Se sirvió una copa de borgoña. Había aprendido a cocinar viviendo solo, primero por necesidad, luego porque le divertía. No era un gourmet, pero sabía manejarse en la cocina.

Se había convertido en una cuestión de orgullo para él. Siempre que conocía a una chica nueva le invitaba a cocinar para ella. Le divertía cambiar los papeles. Tenía mucho que ver con su propia naturaleza, nunca hacer lo que la gente esperaba de él, siempre mantenerla sobre ascuas.

Había funcionado antes y continuaba funcionando. Paula estaba totalmente confusa, que era como él deseaba que se sintiera. No confiaba en él, pero deseaba creerlo, y esa situación le bastaba para conseguir sus fines.

Había habido un tiempo en que le habría molestado hacerle a Paula una jugarreta como aquella, pero ella había sido una buena profesora. Le había enseñado que hablar era gratis, las acciones eran harina de otro costal.

Sin embargo, Pedro no podía sino ser sincero consigo mismo. Su mayor problema con Paula era él. Todavía se sentía muy atraído hacia ella, su cuerpo había vuelto a la vida al besarla y se habían despertado viejos y poderosos sentimientos. Su sentido común le decía que no era razonable estar con ella a solas. Después de aquel beso, se había sermoneado sin piedad por haber cometido una estupidez tan grande. Y claro, había terminado invitándola a cenar para llevarse la contraria a sí mismo.

La idea de que Paula fuera una invitada en la casa de su infancia era demasiado tentadora como para dejarla pasar. Quería verla en aquellas habitaciones, acariciando los muebles, recordando. Al principio, después de marcharse había soñado en una noche como esa muy a menudo, fantaseado con los comentarios de su madre. Se había visto a sí mismo sentado frente a la chimenea en zapatillas, los pies descansando sobre una antigua otomana, una copa de brandy en la mano y Paula con el uniforme blanco y negro de sirvienta atendiéndole.

Sabía que eran fantasías de adolescente pero, aun así, tenía que reconocer que las encontraba muy atractivas. Aunque ya no quería que le sirviera, todavía abrigaba el deseo de entretenerla en lo que ahora era su casa. Se preguntó si iba a hacerla sufrir y decidió que no lo sabía. Paula y el resto de su parentela siempre le habían parecido insensibles a una emoción tan vulgar como el sufrimiento. Parecían pasar por la vida en un suspiro, incapaces de cualquier emoción profunda, salvo el odio.

Sí, sabían perfectamente cómo odiar.

Cualquiera podía pensar que resultaba muy extraño su deseo de vivir en la casa del viejo enemigo, pero Pedro siempre había sentido una fascinación por aquel lugar, incluso desde muy pequeño. Recordaba la primera vez que había ido en la camioneta de su padre cuando tenía siete años. En aquella época, Mauricio y Claudio todavía hacían negocios juntos. Su padre había tenido que ir un domingo por la mañana a dejar unos documentos.

Le dijo a Pedro que le esperara en la camioneta y, a pesar de todo, le obedeció. Se entretuvo mirando las torretas pintadas de rosa y gris e imaginándose a sí mismo escalando la fachada hasta el balcón superior. Más que nada, deseó ver los cuartos del piso de arriba y qué vista tenía la bahía desde allí.

Ahora lo sabía. Había elegido el dormitorio principal desde el que se dominaba todo el paisaje marítimo. Había sido el de Claudio, y cuando descansaba en la cama doselada experimentaba una sensación de estar en casa como nunca había conocido en su vida. Estaba estableciendo un vínculo con la vieja casona, aunque tampoco figuraba en su agenda… como liarse con Paula.

La invitación a cenar tenía un doble propósito. Primero, naturalmente, tranquilizarla a propósito del proyecto. El segundo era tan importante para él como el anterior. Sentía un enorme deseo hacia ella que el tiempo no había logrado mitigar. Años atrás, había sido tan mortífero para él como un diabético que añorara los bombones. Ya no. No se trataba de amor. Nada de lo que ella pudiera decir reavivaría aquel fuego. Era lo único de lo que estaba absolutamente seguro.

Su corazón estaba a salvo.

Cuando sonó el timbre sintió que una oleada de puro placer le corría por las venas. Sonriendo, tomó un último sorbo de vino. La imagen de Paula esperando a que le permitiera entrar en su antigua casa merecía ser paladeada.

Alzó los ojos al techo mientras se levantaba.

«¿Estás mirando, Claudio?»

Pero lo que Pedro vio disipó al instante todos sus deseos de venganza.

—Hola, Pedro.





ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 24

 


Salió del banco sin despedirse. Aunque el comentario de Pablo había pretendido tranquilizarla, había conseguido el resultado opuesto. Pedro se controlaba, pensó sintiendo escalofríos a pleno sol. Aquella sí que era una idea que la asustaba.

Comenzó a andar despacio hacia su oficina. Se detuvo al pensar que volverle a ver sólo conseguiría enfadarla aún más. Se decidió por coger el coche, una visita al centro municipal serviría para mantenerla ocupada y distraerla.

Al pasar frente a una tienda de licores tuvo una idea. Su hermano tenía razón, Dios bendijera su corazón pequeño. Todo se trataba de mantener el control. ¿Quién lo tenía, quién lo necesitaba y por qué? Si se trataba de eso, había seguido un curso de acción completamente equivocado. Había permitido que Pedro hiciera las cosas a su manera desde el principio. Había llegado el momento de cambiar aquel estado de cosas.

Había algo que seguía igual. Pedro tenía algo que ella quería, la verdad. La pregunta era, ¿qué tenía ella que Pedro pudiera desear? Lo único que Pedro había querido siempre de ella era su cuerpo. ¿Podría manejarlo? ¿Podía hacer de Mata Hari para sonsacarle la verdad sin destruirse a sí misma?

Unos años antes habría tenido que responder que no. Pero los tiempos habían cambiado. Ella era distinta. Era una mujer madura y no una adolescente incauta. Averiguar la verdad era muy importante para ella, para la ciudad, para el banco. Pedro había confiado en ella una vez y podía volver a hacerlo. Quizá, sólo quizá, Paula acabara averiguando lo que se proponía antes de que fuera demasiado tarde.

Paula sintió una enorme confianza en sí misma y en sus propias fuerzas. Ella podía vérselas con Pedro mejor que ninguna otra persona de toda la ciudad, porque cuando todo llegaba a su fin, nadie lo conocía mejor que ella. No podía fiarse de nadie más para librarse de él. Era el destino y era la justicia. Tenía que hacerlo ella sola. Rezumando convicción por todos los poros de su cuerpo, Paula entró en la tienda de licores. Antes que nada necesitaba una botella de vino.




domingo, 30 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 23

 


Pablo estaba sentado en su mesa, el teléfono sujeto entre el hombro y la mejilla. Mientras conversaba, le hizo señas de que se sentara. Lo hizo, pero era evidente que su hermano no tenía prisa por terminar la charla. Dejó el bolso en el suelo y zapateó hasta que colgó.

—¿Qué tal, Paula? ¿Vienes a la barbacoa?

—¿Qué barbacoa?

—La que Lore y yo estamos planeando. ¿No te ha llamado para invitarte?

—No. ¿Qué se celebra?

—Es en honor de Pedro Alfonso y el proyecto de Maiden Point. Ya sabes, una especie de fiesta de inauguración.

—¿Qué está pasando con el proyecto de Pedro?

—¿No te parece estupendo? —dijo su hermano con una sonrisa—. Todos estamos muy emocionados. Los documentos ya casi están listos para firmar.

—No puedo creer que te lo tomes en serio, por no hablar de aprobar los préstamos y empezar a darle fiestas. Sobre todo viniendo de ti, es increíble.

Paula se levantó y comenzó a caminar por el despacho.

—Siéntate, Paula. Me estás poniendo nervioso.

—Deberías estar nervioso ya. Este proyecto puede hundir el banco —dijo ella, sentándose.

—¿Crees que no lo sé? He comprobado el proyecto personalmente, todos mis contactos me han dado una respuesta positiva. Éste podría ser el mayor negocio que la banca Chaves ha realizado jamás. Mucho más que cualquiera de los de papá.

Paula se mordió los labios. Pablo siempre estaba comparándose con Claudio y, aunque sabía que necesitaba su apoyo, no le parecía honrado dárselo. No en aquel caso.

—No te veo haciendo negocios con Pedro Alfonso. No después de lo que pasó entre vosotros.

—Aquello sucedió hace mucho tiempo. Cosas de críos. Ahora hablamos de verdadero dinero y no voy a permitir que cualquier tontería sobre el pasado de Pedro me impida sacar mi tajada.

—Tú lo odias, Paula.

—Yo lo odiaba. Ya no.

—¿Por qué? ¿No será porque ahora tiene dinero?

—Si no crees que ha cambiado, ¿por qué le invitaste a tu casa la otra noche?

—Yo no le… ¿Cómo sabes tú eso?

Pablo se encogió de hombros.

—Pasé por la casona esta mañana. Pedro me lo ha contado.

Pablo pensó que aquello era estupendo, justo lo que le faltaba por oír. Pedro y Pablo sentados amigablemente en torno a la mesa de la cocina de la infancia charlando de los viejos tiempos. ¡Apestaba!

—¿También sabías que ha alquilado una oficina debajo la mía?

—Por supuesto. Fui yo quien le dijo que estaba disponible.

Paula miró a su hermano sin poderlo creer. Tuvo que respirar profundamente antes de poder sacudir la cabeza.

—Esto es demasiado estrafalario. No puedo soportarlo.

—Por amor de Dios, Paula. Han pasado quince años. No me digas que todavía…

—No seas absurdo. No tengo ningún interés por él.

—Entonces, ¿de qué se trata?

—Me parece que tengo mejor memoria que tú. Por si lo has olvidado deja que te lo recuerde. Él sentía algo más que una aversión pasajera por papá y por ti. Nunca se molestó en ocultar sus sentimientos por ninguno de vosotros, ni por esta ciudad, ni por este banco.

—¿Y qué? Se ha disculpado conmigo.

—¡Se ha disculpado! —explotó ella—. ¿Y ya está?

—¿De modo que se trata de eso? —dijo su hermano sonriendo.

—¿De qué se trata? —repitió ella verdaderamente enfadada.

—Estás molesta porque nunca se ha disculpado contigo por haberte dejado. Si es eso, deja que te explique lo que sucedió…

Paula alzó una mano para interrumpirle. Hablar de eso con su hermano era tan inútil como hacerlo sobre la famosa puerta de cristales.

—Por favor, Pablo. No te molestes. Creo que puedo encargarme de Pedro yo sola. Es evidente que no es el mejor momento de hablarlo, estás ciego. Ya hablaremos cuando hayas acabado de investigar el consorcio de inversores. Quizá entonces contemos con algo sustancial sobre lo que trabajar.

Los dos se pusieron de pie.

—Como tú quieras. Pero sigo pensando que te equivocas. Ha cambiado de verdad.

—¿En qué sentido ha cambiado? ¿Puedes decírmelo?

—Bueno, deja que lo piense. Se controla mucho más ahora. Pedro nunca pudo controlarse. Por eso era tan peligroso e impredecible.

Paula se quedó en la puerta mirando a su hermano. A pesar de toda su superficialidad, de vez en cuando daba en el clavo. Tenía razón, Pedro se controlaba mucho más. El antiguo Pedro no se habría detenido en el primer beso.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 22

 


Cuando volvió a mirarla, tenía los ojos entrecerrados, su mirada era intensa.

—¿Nunca te has parado a pensar que lo que sientes no tiene nada que ver conmigo, sino contigo misma?

—No seas ridículo.

—Piénsalo, Paula. Eres la única persona de toda la ciudad que se opone a mi proyecto, que se enfrenta conmigo. ¿Y por qué?

Paula apretó los dientes.

—No lo sé, Pedro. ¿Por qué no me lo dices tú que pareces saberlo todo?

—¿Una o dos líneas? —preguntó el empleado de la telefónica.

—Dos —contestó Pedro.

Tomó a Paula del brazo y la condujo a la puerta.

—No creo que sea momento de discutirlo. ¿Por qué no vienes a mi casa esta noche? Te debo una cena. Podemos hablar. Contestaré a las preguntas que quieras hacerme, te lo prometo.

—No quiero cenar contigo.

—¿De qué tienes miedo?

—No cambies de tema, el miedo no tiene nada que ver. Estamos hablando de confianza —replicó ella.

—¡Ah, sí! Confianza. Continúas utilizando esa palabra. Resulta interesante saliendo de tus labios.

—Y cuéntame, ¿qué demonios significa eso?

—Ven esta noche y averígualo.

—No quiero…

—¿Desea otra toma al otro lado? —preguntó el técnico.

—Un momento, por favor. Me portaré bien contigo. Esta noche a las siete. ¡Ah! No se te olvide traer el vino.

Pedro cerró la puerta. Paula se quedó paralizada, mirándolo embobada. Lo había vuelto a hacer, le había ganado la partida. No, ella le había permitido que lo volviera a hacer. Era culpa suya. Su primer error había sido invitarle a pasar cuando había aparecido en su puerta. Tenía que haberle preguntado qué quería sin permitirle cruzar el umbral y después haberle deseado que pasara una buena noche. Pero no, la buena de Paula tenía que invitarle a pasar, pedirle que cenara con ella y que se tomara un brandy. Incluso había encendido la chimenea.

Todo había sido como una invitación abierta para él. La mera idea de que pensara que ella lo deseaba hacía que su estómago diera saltos. Apenas hubo entrado en su oficina, cuando el martilleo volvió a empezar. La imagen de sus músculos abultados con el ejercicio se coló en su imaginación. Gruñó. No podía quedarse allí ni un segundo más. Recogió su bolso y salió derecha al Chaves Central Bank.


Saludó al guardia de seguridad al acercarse a la oficina de su hermano. Sus zapatos taconeaban sobre el suelo de mármol reforzando su decisión de actuar antes que reaccionar. Si quería recuperar su vida normal, tenía que hacer algo con Pedro Alfonso.

Tenía que librarse de él.