martes, 1 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 27


Pedro cortaba el asado. Casi se rebana la mano al verla. Aquellas piernas enfundadas en medias oscuras y los zapatos de tacón alto, parecían conjurar toda clase de imágenes eróticas en su mente.

—¿Quieres que te ayude?

—Claro —contestó él, obligándose a mirar lo que estaba haciendo—. La ensalada está en el frigorífico. Remuévela y llévala a la mesa.

Paula siguió sus instrucciones y llevó la ensaladera de plata a la mesa. Se inclinó para depositarla en el centro. Pedro se quedó con la boca abierta. Paula había levantado ligeramente un pierna para ofrecerle una amplia panorámica de su trasero, redondo y duro. Ella se volvió rápidamente y le cogió desprevenido.

—¿Algo más?

Y entonces, Pedro se dio cuenta de la sonrisa.

Una sonrisa satisfecha y completamente femenina.

Pedro se quedó mirándola hasta que se dio cuenta de cuál era el juego. Estaba provocándole. A propósito. Tendría que haberlo adivinado desde el primer momento. El vestido, el maquillaje, los movimientos lánguidos, todo estaba fuera de lugar en Paula. Se reprochó no haberlo pensado nada más abrir la puerta.

¿A qué estaba jugando? Le devolvió una media sonrisa que debería haber bastado para que ella supiera que la había descubierto. Las razones de Paula no importaban, era un juego que él conocía al dedillo.

Y bien podían jugarlo dos.

—Siéntate y ponte cómoda.

Mientras se sentaba, Paula pensó que casi podía oírle reír. En aquel momento, Pedro volvió con la fuente de patatas y carne.

—¿Tienes mucho apetito? —preguntó él mientras la servía.

—Me muero de hambre.

—Yo también.

Pedro se sentó enfrente de ella. El asado resultó perfecto. La cena transcurrió agradablemente, y Paula descubrió con sorpresa que estaba disfrutando. Le ayudó servir el postre y el café, pero no aceptó una segunda copa de coñac.

—No quiero más. Me prometiste contestar a mis preguntas.

—Adelante, pregunta lo que quieras —dijo él, volviendo a llenar su copa.

—Empecemos por el consorcio. ¿Quién es esa gente, Pedro?

—Amigos míos. Gente con la que he hecho buenos negocios durante los últimos diez años.

—¿Y están dispuestos a invertir en tus proyectos sin siquiera supervisarlos?

—Así es.

—No lo entiendo. Maiden Point costará montañas de dinero.

—Y el consorcio ganará mucho dinero también. Ya lo he hecho antes, Paula. Confían en mí.

—No como yo.

—A diferencia de ti.

Se la quedó mirando a los ojos y entonces hizo algo muy raro, se echó a reír a carcajadas. Paula frunció el ceño.

—Eres demasiado seria, Paula. Siempre lo fuiste. Toma, abre la boca —dijo él, cogiendo una fresa bañada de chocolate.

—Esto es muy serio, Pedro.

Pedro balanceó la fresa ante sus labios.

—Abre la boca.

—No.

—Está muy buena.

—No me apetece.

—Sólo un mordisquito.

Pe

Le había metido la fresa en la boca y no tuvo más remedio que morderla. Tenía razón, estaba muy buena, dulce y jugosa. Le dio otro mordisco, pasando los dientes por la yema del pulgar.

Los ojos de Pedro se oscurecieron al sentirlo. Le pasó el dedo por los labios y apartó la mano. Paula sintió que temblaba ante las sensaciones que despertaba su caricia. Se llevó la servilleta a los labios con manos trémulas.

Permitió que le sirviera otro brandy. Lo necesitaba para calmar sus nervios. Pedro entrechocó las copas.

—Por Lenape Bay y Maiden Point.

—Por Lenape Bay —dijo ella que no estaba dispuesta a brindar por el resto.

Cerró los ojos para sentir la calidez del licor. A pesar de todas sus bravatas, tenía los músculos en tensión. Hizo girar la cabeza para aliviar el cuello.

—¿Estás cansada?

—Un poco. Ha sido un día muy largo —dijo ella masajeándose la nuca.

Pedro se levantó de la silla y se puso tras ella.

—Déjame a mí.




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