domingo, 30 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 23

 


Pablo estaba sentado en su mesa, el teléfono sujeto entre el hombro y la mejilla. Mientras conversaba, le hizo señas de que se sentara. Lo hizo, pero era evidente que su hermano no tenía prisa por terminar la charla. Dejó el bolso en el suelo y zapateó hasta que colgó.

—¿Qué tal, Paula? ¿Vienes a la barbacoa?

—¿Qué barbacoa?

—La que Lore y yo estamos planeando. ¿No te ha llamado para invitarte?

—No. ¿Qué se celebra?

—Es en honor de Pedro Alfonso y el proyecto de Maiden Point. Ya sabes, una especie de fiesta de inauguración.

—¿Qué está pasando con el proyecto de Pedro?

—¿No te parece estupendo? —dijo su hermano con una sonrisa—. Todos estamos muy emocionados. Los documentos ya casi están listos para firmar.

—No puedo creer que te lo tomes en serio, por no hablar de aprobar los préstamos y empezar a darle fiestas. Sobre todo viniendo de ti, es increíble.

Paula se levantó y comenzó a caminar por el despacho.

—Siéntate, Paula. Me estás poniendo nervioso.

—Deberías estar nervioso ya. Este proyecto puede hundir el banco —dijo ella, sentándose.

—¿Crees que no lo sé? He comprobado el proyecto personalmente, todos mis contactos me han dado una respuesta positiva. Éste podría ser el mayor negocio que la banca Chaves ha realizado jamás. Mucho más que cualquiera de los de papá.

Paula se mordió los labios. Pablo siempre estaba comparándose con Claudio y, aunque sabía que necesitaba su apoyo, no le parecía honrado dárselo. No en aquel caso.

—No te veo haciendo negocios con Pedro Alfonso. No después de lo que pasó entre vosotros.

—Aquello sucedió hace mucho tiempo. Cosas de críos. Ahora hablamos de verdadero dinero y no voy a permitir que cualquier tontería sobre el pasado de Pedro me impida sacar mi tajada.

—Tú lo odias, Paula.

—Yo lo odiaba. Ya no.

—¿Por qué? ¿No será porque ahora tiene dinero?

—Si no crees que ha cambiado, ¿por qué le invitaste a tu casa la otra noche?

—Yo no le… ¿Cómo sabes tú eso?

Pablo se encogió de hombros.

—Pasé por la casona esta mañana. Pedro me lo ha contado.

Pablo pensó que aquello era estupendo, justo lo que le faltaba por oír. Pedro y Pablo sentados amigablemente en torno a la mesa de la cocina de la infancia charlando de los viejos tiempos. ¡Apestaba!

—¿También sabías que ha alquilado una oficina debajo la mía?

—Por supuesto. Fui yo quien le dijo que estaba disponible.

Paula miró a su hermano sin poderlo creer. Tuvo que respirar profundamente antes de poder sacudir la cabeza.

—Esto es demasiado estrafalario. No puedo soportarlo.

—Por amor de Dios, Paula. Han pasado quince años. No me digas que todavía…

—No seas absurdo. No tengo ningún interés por él.

—Entonces, ¿de qué se trata?

—Me parece que tengo mejor memoria que tú. Por si lo has olvidado deja que te lo recuerde. Él sentía algo más que una aversión pasajera por papá y por ti. Nunca se molestó en ocultar sus sentimientos por ninguno de vosotros, ni por esta ciudad, ni por este banco.

—¿Y qué? Se ha disculpado conmigo.

—¡Se ha disculpado! —explotó ella—. ¿Y ya está?

—¿De modo que se trata de eso? —dijo su hermano sonriendo.

—¿De qué se trata? —repitió ella verdaderamente enfadada.

—Estás molesta porque nunca se ha disculpado contigo por haberte dejado. Si es eso, deja que te explique lo que sucedió…

Paula alzó una mano para interrumpirle. Hablar de eso con su hermano era tan inútil como hacerlo sobre la famosa puerta de cristales.

—Por favor, Pablo. No te molestes. Creo que puedo encargarme de Pedro yo sola. Es evidente que no es el mejor momento de hablarlo, estás ciego. Ya hablaremos cuando hayas acabado de investigar el consorcio de inversores. Quizá entonces contemos con algo sustancial sobre lo que trabajar.

Los dos se pusieron de pie.

—Como tú quieras. Pero sigo pensando que te equivocas. Ha cambiado de verdad.

—¿En qué sentido ha cambiado? ¿Puedes decírmelo?

—Bueno, deja que lo piense. Se controla mucho más ahora. Pedro nunca pudo controlarse. Por eso era tan peligroso e impredecible.

Paula se quedó en la puerta mirando a su hermano. A pesar de toda su superficialidad, de vez en cuando daba en el clavo. Tenía razón, Pedro se controlaba mucho más. El antiguo Pedro no se habría detenido en el primer beso.




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