sábado, 22 de agosto de 2020
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 57
Pedro estaba cansado. El ambiente festivo de la cena anual de la empresa no estaba hecho para él. Tenía problemas para dormir tan lejos de Paula. Se dio cuenta de que ella había cambiado su percepción de las cosas.
Tenía mil ideas para ayudar al centro de Divine. Necesitaban nuevos negocios en todas partes como un nuevo granero o una inmobiliaria para tentar a los alumnos adinerados a matricularse en la universidad privada. Incluso había encontrado inversores, unos que creían más en construir cosas buenas que en ganar dinero lo más rápidamente posible, aunque la mayor parte de la inversión provendría de él. No quería que nadie tuviera que preocuparse por cierres o por propietarios de fuera.
—¿Algo va mal, jefe? —le preguntó su ayudante. Iba elegantemente vestida con un traje de noche rojo que dejaba al descubierto sus atributos físicos, pero él apenas se dio cuenta.
—Estaba pensando en un proyecto nuevo. Espero que todo el mundo lo esté pasando bien —dijo. Miró a la gente deseando ver a Paula en lugar de ese mar de trajes y vestidos.
—Esta cena es muy esperada durante todo el año, aunque nos tienes pensando qué es lo que se te pasa por la cabeza. Desde que volviste no eres el mismo.
—Probablemente no quiera saber si eso es bueno o malo.
—Es bueno, pero ya casi es la hora de tu discurso. Espero que lo hayas preparado. Este público es duro y beligerante.
—Son todos unos comediantes.
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 56
Aquella pregunta persiguió a Paula algunos días, al igual que el recuerdo del último beso. Ella amaba a Pedro. No había ninguna duda sobre ello. Con su ex marido se había estado engañando para creer que lo amaba de esa misma manera, pero quizá una parte de ella siempre había pertenecido a Pedro. No lo habría besado la primera vez si no hubiera presentido cómo era realmente.
Era un hermoso mes de junio, tan extrañamente fresco como cálido había sido mayo. Paula trabajaba en el jardín de los Alfonso y en el inventario de la colección de arte de Joaquin, investigando y dando precio a las obras que ella consideraba que no tenían precio. En el huerto crecían espinacas, lechugas que pronto habría que cortar las matas de tomates y calabacines.
No atendía las llamadas de Pedro, así que él le enviaba osos de peluche con nombres ridículos que estaba considerando para sus hijos. Paula sonrió pensando en el último que había enviado mientras podaba los rábanos.
Era un surfista llamado Moondoggie.
Los envíos diarios era lo que la hacían seguir adelante en su ausencia. ¿Cómo había sabido Pedro que las flores y los dulces la hubieran perturbado? Eran las típicas cosas que se enviaban a una mujer. ¿Era porque podía ver tan claramente dentro de ella igual que ella creía ver dentro de él? ¿No era eso algo a lo que poder agarrarse? ¿En lo que confiar? ¿Era suficiente? Tenía que serlo.
Paula encendió los aspersores del huerto y entró en casa. Comía con Joaquin cada día, excepto cuando llevaba la comida a los presos. Joaquin estaba cada día mejor, saliendo de la depresión que tenía desde la muerte de su mujer. Ayudó el tratamiento que finalmente había aceptado.
—¿Qué te parece ensalada de pollo? —sugirió ella con falsa alegría al entrar en el salón.
—¿Qué te parece contarme la verdad? Estoy cansado de ser educado y esperar a que encuentres el momento adecuado para decir algo. ¿Qué pasa entre mi nieto y tú?
—Él me ha propuesto matrimonio, así que le dije que volviera a Chicago.
—¿Qué hiciste qué?
—Pensé que tenía que volver a su vida por un tiempo para que estuviera seguro de lo que quería… para asegurarse de que me quería a mí.
—Jovencita, tú eres muy buena —dijo Joaquin, quien parecía molesto.
—Vale, pero tú sabes que yo no soy el tipo de mujer que siempre lo ha atraído.
—Es verdad, eres mucho mejor —levantó la mano y le indicó que se sentara junto a él—. No eres una cría cobarde, así que no actúes como tal. Ve por él. Demuéstrale que lo amas.
¿Se atrevería? Miró al profesor. Le llevaría tiempo volver a encontrarse a sí mismo y quizá su sonrisa nunca sería la misma, pero era un hombre sabio. Las lecciones que había enseñado en sus clases no eran únicamente sobre arte, sino también sobre la vida y, a su manera, continuaba enseñando a Paula.
Las palabras de Pedro resonaron en la cabeza de Paula. El había dicho que ella tenía que creer en ellos dos y en ella misma y eso significaba creer que merecía ser amada, tenía que confiar, no en el chico que había sido, sino en el hombre en que se había convertido.
—¿De verdad crees que debo hacerlo?
—Claro. Es una cuestión de tiempo que yo tenga bisnietos, Paula. La Pequeña Sargento también está esperando.
Se miraron y Paula recordó que a Pedro le había enseñado a amar un maestro en la materia.
—Entonces será mejor que me vaya, no me gustaría decepcionar a la Pequeña Sargento.
—Eso es. Te pareces mucho a ella, ¿sabes?
Ése era quizá el mejor piropo que le habían dicho nunca y la mantuvo fuerte hasta que hizo planes apresurados para conducir hasta Chicago.
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 55
Dos días después Pedro llenó el coche con sus cosas. El abuelo no parecía necesitar a nadie allí y él quería acabar cuanto antes con la separación forzosa entre Paula y él, ya que, daba igual lo que dijera, ella no cambiaría de idea.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó—. ¿Una semana? ¿Un mes?
—El tiempo suficiente para que estés seguro.
Dios. Podía volver loco a cualquiera. Él ya estaba seguro. No tenía que separarse de ella para saber lo que quería. Si hubiera sido cualquier otra mujer, habría pensado que era una prueba, un intento de alejarlo para ver si realmente se iba, pero Paula no era así.
Ella era la mujer más dulce, más amable, más inteligente, más honesta y también más terca que había conocido.
—Tú estarás bien, ¿verdad, abuelo? —preguntó mientras bajaba su maletín, que era lo único que le faltaba meter en el coche y que ya contenía un borrador de los planes que tenía para reimpulsar Divine. No se lo había dicho a Paula porque sabía que complicaría las cosas entre ellos.
Joaquin asintió. Había mejorado mucho, pero Pedro seguía preocupado. Aunque sus padres se habían ofrecido a ir, el abuelo se había negado, quería hacer las cosas por sí mismo.
—Estaré bien. Paula seguirá viniendo a verme y a trabajar en el jardín y en el inventario. También vamos a colaborar en la reedición de uno de mis libros de texto porque ella tiene buenas ideas para actualizarlo.
«Otra ironía», pensó Pedro. Paula lo estaba echando de Divine y al mismo tiempo ella se involucraba más con su abuelo.
—Y vete al médico y le cuentas lo que realmente va mal.
El abuelo finalmente reconoció su depresión y la necesidad de ir al médico.
—Sí, Paula dijo que me llevaría.
Paula. Siempre Paula. A Pedro se le partió el corazón al pensar en marcharse.
—¿Vas a verla antes de partir? —preguntó el abuelo—. Dijo que no vendría hasta más tarde.
—Voy a parar en su apartamento.
Había preguntas en los ojos de Joaquin.
Cuando se enteró de que Pedro se iba, había arqueado las cejas y tuvo que imaginarse que había problemas entre ellos, pero no preguntó nada. Se dieron la mano y terminaron abrazándose.
Pedro se subió a su Beamer plateado.
Se imaginó a una niña pequeña con los ojos azules de Paula sentada en el asiento trasero y a Paula a su lado, sonriendo mientras se tocaba el vientre, como sugiriendo que necesitarían algo más grande, como una furgoneta, para ir con otras familias al lago. ¿Cuántos hijos tendrían?
Se le aceleró el pulso. Quería la opción que había tomado su padre al entender, finalmente, por qué la había tomado y sintió lo mal que había llevado sus ausencias. El tiempo que habían estado separados, debía haber sido tan duro para él como para el resto de la familia.
Al otro lado del pueblo encontró el apartamento de Paula y llamó a la puerta. Estaba pálida cuando le abrió y lo hizo pasar al salón.
—Paula, por favor, reconsidéralo. No necesito tiempo, ya sé lo que siento.
Ella agitó su cabeza.
—Por favor, quiero que estemos juntos. Entiendo que quieras vivir en Divine, no hay problema, yo puedo dirigir mi negocio desde aquí, lo he estado haciendo durante semanas y está funcionando bien. Además, tendré que estar aquí si voy a trabajar en el proyecto del Ayuntamiento. ¿Por qué no vienes, por lo menos, a la cena de la que te hablé?
La cena anual que organizaba para sus empleados y clientes era una semana más tarde. Paula podía pensar que estaba cansado de la vida social del pueblo y que necesitaba algo más sofisticado, pero Pedro quería que fuera con él, por eso lo había mencionado.
—Me volveré loco sin ti.
—Creo que necesitas más tiempo que ése, pero no te preocupes, no soy como las otras. Yo nunca… Quiero decir que te esperaré.
—Lo sé. Confío en ti. Yo no te vería de forma distinta en Chicago o en ningún otro sitio. Finalmente sé lo que es importante y lo que quiero… tú me has mostrado eso. Me gusta cómo soy cuando estoy contigo y nunca he sido capaz de decirle a nadie todo esto.
Paula quería creerlo, pero ella no era como las mujeres por las que Pedro se había sentido atraído en el pasado. Era difícil no pensar que volviera a la ciudad, que viera a alguna de ellas y se preguntara qué le había pasado para pensar que quería casarse con la pequeña Paula Chaves.
—¿Paula?
—Eres un buen hombre, eso ya lo sé. Que tengas buen viaje. Ten cuidado.
—Lo tendré —le agarró la cara con las manos y la besó con suavidad—. Ojalá me dejaras quedarme.
—No ahora… todavía no.
Después de otro tierno beso Pedro se marchó y Paula se echó en el sofá. ¿Qué le pasaba? ¿Tenía tan poca confianza en sí misma que no podía creer que el amor de Pedro fuera verdadero?
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 54
Una lágrima cayó por la mejilla de Paula y Pedro esperó que fuera una buena señal.
—Paula, podías haberme salvado hace catorce años, pero perdí la oportunidad. Por favor, dime que no es demasiado tarde.
Miles de pensamientos se amontonaban en la cabeza de Paula. Se había enamorado de Pedro con sus ridículas peleas en el jardín y al ver la devoción que sentía por su abuelo, pero nunca pensó que él la amara. Parecía imposible. Pero estaba en sus ojos, desnudos de arrogancia o autodefensa.
—Paula, por favor, di algo.
—Yo…yo te quiero —dijo con la garganta seca.
Pedro le tapó la boca con la suya antes de que pudiera decir nada más. Ella sabía que tenía que decirle algo importante, pero… con el beso no pudo recordar lo que era. Hasta que no estuvo sentada a horcajadas en su regazo y él comenzó a quitarle el vestido, ella no recobró el sentido.
—Espera.
—Ya sé que éste no es el lugar apropiado. ¿Cuándo nos casamos?
¿Casarse? Paula comenzó a temblar.
Quería estar con Pedro, pero no si no era de verdad y para siempre. No si no era lo correcto. No había sido justa forzando que volviera a Divine y aquellos días habían vivido en una burbuja. Su mundo estaba en otro lugar.
—Creo que deberías volver a Chicago.
—A ti no te gusta la ciudad. Tú quieres vivir en Divine.
—No he dicho «deberíamos» volver.
—¿Qué?
—Sólo por un período de prueba… para estar seguros de que quieres estar conmigo después de volver a tu vida. No es justo que yo te presione con el tema de Divine. Y después de lo que le ocurre a tu abuelo… tienes que estar seguro.
Pedro casi pierde los nervios.
Anteriormente, habría reaccionado enfadándose con ella por haberle herido en su orgullo. Pero había algo más, aunque pareciera que lo que ocurría era que Paula no lo creía. Paula creía en el amor, pero nunca había sido amada por la gente que tenía más cerca. ¿Era tan extraño que no lo creyera? Pedro tomó la cara de ella entre sus manos, haciendo que lo mirara a la cara.
—Te quiero, Paula y esto no es cuestión de Divine o de dónde vayamos a vivir. Te juro que tanto aquí como en la ciudad, nada cambiará.
—Eso no lo sabes.
—Sé lo que siento. Tú me has liberado. No volveré a mirar atrás y a preguntarme qué habría pasado. Sólo quiero un futuro y ver cómo podemos construirlo. Vamos a llamar a mi familia para decirles que vengan a la boda. Por favor, cariño, no quiero esperar más.
—Yo tampoco, pero no voy a divorciarme otra vez y necesito que estés seguro.
—Estoy seguro —Pedro estuvo suplicando hasta que se hizo de noche y, entonces, se dio cuenta de que ella no cambiaría de opinión. Lo que Paula no podía comprender era que ella era la que no estaba segura de él y Pedro sintió un escalofrío al comprenderlo.
¿Y si nunca llegaba a creerlo?
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 53
Paula se sentó en las gradas, miró el campo de fútbol y suspiró. Nunca había visto un partido de fútbol cuando iba al instituto, pero recordaba la emoción de la gente sobre la capacidad atlética de Pedro y porque, finalmente, podían hacerse con el título estatal. El vecino pueblo de Beardington había ganado tres veces y era decepcionante que Divine nunca hubiera conseguido el trofeo. Aquel año, un tornado había destruido el granero y los dueños, que vivían fuera del estado, habían decidido no reconstruirlo, la iglesia más vieja del pueblo se había carbonizado víctima de un defecto en la instalación eléctrica y lo peor de todo había sido la muerte de una familia entera cuando el coche en el que viajaban se había salido de la carretera. El fútbol dio al pueblo una distracción, algo con lo que soñar.
—Parece tan inofensivo —murmuró, buscando todavía una señal en el campo.
—Muchos recuerdos hay en este lugar —dijo una voz. Paula no se sorprendió porque fuera Pedro.
—No para mí, yo nunca vi un partido aquí.
—¿Nunca?
—Mi padre quería que estudiase, no que perdiera el tiempo con friv… —se detuvo sabiendo que Pedro nunca diría que el fútbol era algo frívolo—. No quería que hiciera actividades extraescolares.
—Sabes lo que opino de tu padre.
—Tenía sus defectos, pero estaba perdido y solo. No importa lo que parezca, yo sé que quería lo mejor para mí, sólo que no sabía cómo manifestarlo.
Pedro supuso que el padre de Paula había sido como él… un hombre decepcionado con la vida y enfadado sin ni siquiera saberlo. Quizá por eso Paula lo entendía sin que él mismo se entendiera.
—Debería haberte permitido tener infancia.
—Me di cuenta hace mucho tiempo de que tenía miedo, Pedro. Era inseguro y estaba cansado de sus derrotas. Quería que mi vida fuera mejor que la suya y sólo sabía hacerlo presionándome. Quizá no fuese la manera de la que me hubiera gustado ser querida, pero era todo lo que podía dar.
—Supongo —Pedro miró el campo de fútbol que había albergado tantos de sus sueños.
Probablemente se habría convertido en un famoso futbolista si las cosas hubieran salido de otra manera.
—¿Por qué has venido aquí? —preguntó ella tras un largo silencio.
—Te estaba buscando.
—¿Por qué?
—Porque me he dado cuenta de que he sido idiota. Afortunadamente es algo pasajero, aunque cuento contigo para curarme.
Paula se rió y quiso a Pedro más que nunca.
—Bueno, siempre me han tachado de lista pero de corazón blando así que no sé lo útil que te puedo ser.
—No eres blanda de corazón. Tienes un corazón muy bonito y está a tono con tu belleza exterior.
Paula apoyó la cabeza en el hombro de Pedro. No hacía mucho habría evitado cualquier comentario sobre su inteligencia, su cerebro o sus proezas académicas, que tantos problemas le habían causado en su matrimonio. Pero con Pedro era diferente.
—Sé cómo puedes curarme, Paula.
—¿Cómo?
—Diciéndome que me quieres como yo te quiero a ti.
—¿Qué?
—Te quiero —Pedro tomó la mano de Paula y la miró a los ojos. Ya había hecho un milagro yendo a casa de su abuelo y Pedro rezaba por que hiciera otro—. Me ha llevado bastante darme cuenta de ello. Sé que en el instituto eras especial, pero yo era un idiota y un cobarde y probablemente no merezca otra oportunidad, pero tengo que pedírtela.
—Creí que habías dicho que el amor era demasiado arriesgado.
El amor era arriesgado, pero vivir sin él era peor. Además, Paula nunca lo traicionaría. Y además, el amor era lo que hacía que mereciera la pena vivir.
—Digo muchas estupideces.
Sé inclinó y la besó en los labios.
—Pero amarte a ti es lo más inteligente que he hecho en mi vida. Incluso pienso mudarme a Divine y trabajar en el proyecto del Ayuntamiento. Chicago no sería un hogar sin ti. Quiero casarme contigo, que seas la madre de mis hijos y, sobre todo, que seas mi amiga y mi amante.
viernes, 21 de agosto de 2020
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 52
Paula escuchaba el sonido del agua del arroyo e intentaba relajarse, pero se sentía culpable. No debería haber interferido, por mucho que pensara que estuviera ayudando. Después de un rato apareció Pedro y se sentó junto a ella, estirando sus bronceadas piernas hacia el agua. Su cara no revelaba nada de lo que había sucedido. Paula quiso preguntar, pero no le salieron las palabras.
¿Habría adivinado él que ella estaba detrás de la propuesta? Quizá Guillermo y los demás le habían dicho que había sido idea suya pedirle ayuda. Podían haber pensado que ella había hablado del asunto con él.
Paula metió el pie en el agua y pensó en cómo Pedro y ella habían trabajado en el jardín. Habían hecho mucho más juntos de lo que ella podía haber hecho sola. Había quedado muy bien, con los estanques limpios, era como un fresco oasis en medio del bochornoso calor de Illinois. Paula echó las piernas hacia atrás y tocó la hierba de la orilla con los dedos.
—Yo les pedí que vinieran.
Pedro no dijo nada y Paula lo miró.
—¿Pedro?
—Me lo temía.
—Oh. ¿Qué les has dicho?
—Al principio les dije que no, pero después les dije que lo pensaría. Pero mi vida está en Chicago, no en Divine, Paula. Cuando era joven quise irme y ahora no puedo imaginarme volver. Este lugar… es que hay demasiados malos recuerdos.
—Sé que estás enfadado con la gente de aquí, pero realmente podrías ayudar a que esto cambiara —dijo desesperada. No podía equivocarse con respecto a él—. Si te preocupa la gente y tienes principios, querrás ayudar a tus vecinos. ¿De verdad prefieres el prestigio de levantar centros comerciales y complejos de oficinas en ciudades donde no necesitan más centros comerciales ni más complejos de oficinas?
—Tú no lo entiendes.
—No, no lo entiendo —Paula sabía que se lo estaba tomando mal, pero no importaba lo culpable que se había sentido ni lo que le había costado decidir involucrarlo a él, había creído de verdad que él quería ayudar—. ¿Qué te da Chicago que no te de Divine? ¿Dinero? ¿No tienes ya suficiente para dos vidas?
—Paula, sé razonable. Algo así requerirá que me mude aquí y sabes cómo me siento con respecto a Divine.
Lo sabía. Sabía que la gente había actuado mal cuando se lesionó en el instituto y desaparecieron, con él, las esperanzas de ganar. Divine se había emocionado tanto con su equipo de fútbol y el carismático capitán del mismo, que se había olvidado de que era un ser humano como cualquier otro.
Pero también sabía que había más.
Muchos de ellos no sabían qué decir ni cómo comportarse con un chico lesionado cuya vida había cambiado repentinamente.
El era humano. Ellos también. Y la vida continuó.
—Fue un accidente, ya está. No puedes aceptar que ni tú ni el pueblo tuvisteis la culpa. Se que no pudiste jugar al fútbol como habías soñado, pero ¿por qué no puedes ver que lo que tienes es, como mínimo, igual de bueno que lo que perdiste? —preguntó Paula casi llorando.
—Paula…
—Estabas en la cima del mundo y pensabas que nada malo podía ocurrirte. Pero sucedió y te enfadaste. Todo eso lo entiendo, pero es que todavía estás enfadado.
—No estoy enfadado. Lo estuve, pero ya no.
—Sí que lo estás. Y ahora no dejas a tu corazón creer en algo verdadero por miedo a que te sea arrebatado de nuevo.
—El dinero es real. Tú deberías saberlo.
El que usara una de sus inseguridades contra ella la hizo hablar todavía más alto y más deprisa.
—El dinero es con lo que pagas la hipoteca, sirve para comprar comida y medicamentos. Es una cosa buena, sí, pero es sólo dinero. Lo que importa es lo que haces con ese dinero.
—Yo he hecho cosas importantes —dijo Pedro con firmeza.
—¿Has hecho algo como lo que acaban de hacer los del Ayuntamiento viniendo hasta aquí? —preguntó Paula casi gritando—. Esos hombres no son estúpidos, saben que tienes razones para odiarlos, pero aun así, se han tragado su orgullo y te han pedido ayuda por el bien del pueblo.
—Sí, creo que tienen mucha cara— replicó, aunque dudaba. ¿El hombre en el que quería convertirse por Paula querría ayudar porque era lo correcto?
Paula, con lágrimas en los ojos, se puso de pie de un salto.
—Sigue justificándote, Pedro y no te olvides de que es el resto del mundo contra ti, seguro que eso te reconforta —dijo Paula y se dirigió hacia la casa.
Maldición. Pedro se frotó la cabeza.
Quería ir tras ella, pero ¿qué iba a decirle? Observando el arroyo, pensó en cómo Paula le había abierto el corazón las semanas pasadas. Ella tenía tanto amor y bondad dentro que lo había iluminado. Y tenía razón. Paula le había enseñado que los hombres y mujeres de la residencia de ancianos eran interesantes y merecían respeto. Le había estado haciendo ver que el mundo no estaba contra él, que había cosas importantes que hacer que no daban ningún beneficio.
Antes de todo aquello, nunca se había tomado tiempo para disfrutar nada, ni siquiera su éxito. Lo peor de todo era que durante todos esos años había ignorado a Paula y ése era el error más grave que había cometido. Ella había perdonado a Divine por el pasado. Lo había perdonado a él por lo mal que la había tratado cuando eran niños. ¿No era lo menos que podía hacer?
Pedro se había sentido intrigado por la paz interior de Paula, la que en aquel momento sentía en su propio corazón. Le había preocupado perder el control de nuevo, pero había confiado en Paula y si había que cometer errores, al menos se cometerían por buenas causas.
Pedro se levantó y atravesó el jardín.
Amaba a Paula… ella era lo mejor que le había pasado en la vida. Alegaría demencia temporal y confiaría en que le perdonase una vez más por ser un idiota.
De vuelta en casa se topó con su abuelo.
—Lo sé. He metido la pata —Paula tenía razón, el accidente sólo había sido un accidente. Y la gente cometía errores. El no era mejor que los demás—. ¿Dónde está?
—No lo sé. No ha entrado en casa. Se metió en su coche y se fue.
No podía pensar en ningún sitio adonde Paula pudiera ir. Se puso a pensar y le vino una idea.
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 51
Pedro no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Los hombres que estaban sentados en el salón de su abuelo querían que invirtiera su tiempo y su dinero en un proyecto que revitalizara el centro de Divine? Ni hablar. Sus sentimientos hacia Divine no estaban claros desde antes del accidente. Por aquel entonces se estaba convirtiendo en un pueblo deprimente y en la actualidad era peor. Solucionar sus problemas supondría una gran cantidad de dinero y muchísima suerte. El reto era interesante, pero tendría que volver a vivir allí para hacerlo bien.
—Caballeros, lo siento, pero mis negocios están en Chicago y dudo de que pueda conseguir inversores para un proyecto como éste.
—Teníamos que preguntar. Aquí tienes mi tarjeta y si tienes ideas sobre qué podemos hacer, por favor, compártelas conmigo.
—Lo haré. Os deseo buena suerte —dijo Pedro mientras tomaba la tarjeta.
Excepto en lo que concernía a Paula y a su abuelo, la idea de que Divine iba muriendo lentamente no lo molestaba mucho. Bueno, en realidad lo molestaba.
Pensó en la gente de la residencia de ancianos y en lo que Paula había dicho sobre su trabajo, sus sacrificios y sus éxitos. La mujer con artrosis en los dedos que había sido profesora de piano y de violín y que ya no podía ni colocar las fichas en el cartón; o el hombre que había pilotado bombarderos, con la esperanza de que el mundo fuera más seguro una vez que los estragos de la guerra hubieran desaparecido; o la mujer que había acogido a niños con tanto amor que tenía vínculos de por vida con ellos.
¿Cómo se sentían ellos a causa de que Divine se estuviera apagando? De alguna forma sabía que les dolía tanto como a Paula.
—Miren. Pensaré sobre ello. Divine es un lugar especial que tiene que sobrevivir.
—Gracias por su tiempo —dijo Guillermo.
Estrecharon las manos y Pedro vio cómo salían de la casa. Entonces se volvió y vio que su abuelo lo miraba en silencio. Hacía años que no buscaba su consejo, que no escuchaba a nadie más que a él mismo.
—Supongo que piensas que debería hacerlo.
—Sólo si pones el corazón en ello.
Hacía mucho tiempo que no ponía el corazón en algo, ni siquiera en vivir, pero tenía la impresión de que las cosas estaban a punto de cambiar.
—Necesito hablar con Paula.
—Sabía que te sentirías así. Está fuera, en la parte de atrás.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)