sábado, 22 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 56




Aquella pregunta persiguió a Paula algunos días, al igual que el recuerdo del último beso. Ella amaba a Pedro. No había ninguna duda sobre ello. Con su ex marido se había estado engañando para creer que lo amaba de esa misma manera, pero quizá una parte de ella siempre había pertenecido a Pedro. No lo habría besado la primera vez si no hubiera presentido cómo era realmente.

Era un hermoso mes de junio, tan extrañamente fresco como cálido había sido mayo. Paula trabajaba en el jardín de los Alfonso y en el inventario de la colección de arte de Joaquin, investigando y dando precio a las obras que ella consideraba que no tenían precio. En el huerto crecían espinacas, lechugas que pronto habría que cortar las matas de tomates y calabacines.

No atendía las llamadas de Pedro, así que él le enviaba osos de peluche con nombres ridículos que estaba considerando para sus hijos. Paula sonrió pensando en el último que había enviado mientras podaba los rábanos. 

Era un surfista llamado Moondoggie. 

Los envíos diarios era lo que la hacían seguir adelante en su ausencia. ¿Cómo había sabido Pedro que las flores y los dulces la hubieran perturbado? Eran las típicas cosas que se enviaban a una mujer. ¿Era porque podía ver tan claramente dentro de ella igual que ella creía ver dentro de él? ¿No era eso algo a lo que poder agarrarse? ¿En lo que confiar? ¿Era suficiente? Tenía que serlo.

Paula encendió los aspersores del huerto y entró en casa. Comía con Joaquin cada día, excepto cuando llevaba la comida a los presos. Joaquin estaba cada día mejor, saliendo de la depresión que tenía desde la muerte de su mujer. Ayudó el tratamiento que finalmente había aceptado.

—¿Qué te parece ensalada de pollo? —sugirió ella con falsa alegría al entrar en el salón.

—¿Qué te parece contarme la verdad? Estoy cansado de ser educado y esperar a que encuentres el momento adecuado para decir algo. ¿Qué pasa entre mi nieto y tú?

—Él me ha propuesto matrimonio, así que le dije que volviera a Chicago.

—¿Qué hiciste qué?

—Pensé que tenía que volver a su vida por un tiempo para que estuviera seguro de lo que quería… para asegurarse de que me quería a mí.

—Jovencita, tú eres muy buena —dijo Joaquin, quien parecía molesto.

—Vale, pero tú sabes que yo no soy el tipo de mujer que siempre lo ha atraído.

—Es verdad, eres mucho mejor —levantó la mano y le indicó que se sentara junto a él—. No eres una cría cobarde, así que no actúes como tal. Ve por él. Demuéstrale que lo amas.

¿Se atrevería? Miró al profesor. Le llevaría tiempo volver a encontrarse a sí mismo y quizá su sonrisa nunca sería la misma, pero era un hombre sabio. Las lecciones que había enseñado en sus clases no eran únicamente sobre arte, sino también sobre la vida y, a su manera, continuaba enseñando a Paula.

Las palabras de Pedro resonaron en la cabeza de Paula. El había dicho que ella tenía que creer en ellos dos y en ella misma y eso significaba creer que merecía ser amada, tenía que confiar, no en el chico que había sido, sino en el hombre en que se había convertido.

—¿De verdad crees que debo hacerlo?

—Claro. Es una cuestión de tiempo que yo tenga bisnietos, Paula. La Pequeña Sargento también está esperando.

Se miraron y Paula recordó que a Pedro le había enseñado a amar un maestro en la materia.

—Entonces será mejor que me vaya, no me gustaría decepcionar a la Pequeña Sargento.

—Eso es. Te pareces mucho a ella, ¿sabes?

Ése era quizá el mejor piropo que le habían dicho nunca y la mantuvo fuerte hasta que hizo planes apresurados para conducir hasta Chicago.



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