sábado, 22 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 55




Dos días después Pedro llenó el coche con sus cosas. El abuelo no parecía necesitar a nadie allí y él quería acabar cuanto antes con la separación forzosa entre Paula y él, ya que, daba igual lo que dijera, ella no cambiaría de idea.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó—. ¿Una semana? ¿Un mes?

—El tiempo suficiente para que estés seguro.

Dios. Podía volver loco a cualquiera. Él ya estaba seguro. No tenía que separarse de ella para saber lo que quería. Si hubiera sido cualquier otra mujer, habría pensado que era una prueba, un intento de alejarlo para ver si realmente se iba, pero Paula no era así. 

Ella era la mujer más dulce, más amable, más inteligente, más honesta y también más terca que había conocido.

—Tú estarás bien, ¿verdad, abuelo? —preguntó mientras bajaba su maletín, que era lo único que le faltaba meter en el coche y que ya contenía un borrador de los planes que tenía para reimpulsar Divine. No se lo había dicho a Paula porque sabía que complicaría las cosas entre ellos.

Joaquin asintió. Había mejorado mucho, pero Pedro seguía preocupado. Aunque sus padres se habían ofrecido a ir, el abuelo se había negado, quería hacer las cosas por sí mismo.

—Estaré bien. Paula seguirá viniendo a verme y a trabajar en el jardín y en el inventario. También vamos a colaborar en la reedición de uno de mis libros de texto porque ella tiene buenas ideas para actualizarlo.

«Otra ironía», pensó Pedro. Paula lo estaba echando de Divine y al mismo tiempo ella se involucraba más con su abuelo.

—Y vete al médico y le cuentas lo que realmente va mal.

El abuelo finalmente reconoció su depresión y la necesidad de ir al médico.

—Sí, Paula dijo que me llevaría.

Paula. Siempre Paula. A Pedro se le partió el corazón al pensar en marcharse.

—¿Vas a verla antes de partir? —preguntó el abuelo—. Dijo que no vendría hasta más tarde.

—Voy a parar en su apartamento.
Había preguntas en los ojos de Joaquin. 

Cuando se enteró de que Pedro se iba, había arqueado las cejas y tuvo que imaginarse que había problemas entre ellos, pero no preguntó nada. Se dieron la mano y terminaron abrazándose. 

Pedro se subió a su Beamer plateado.

Se imaginó a una niña pequeña con los ojos azules de Paula sentada en el asiento trasero y a Paula a su lado, sonriendo mientras se tocaba el vientre, como sugiriendo que necesitarían algo más grande, como una furgoneta, para ir con otras familias al lago. ¿Cuántos hijos tendrían?

Se le aceleró el pulso. Quería la opción que había tomado su padre al entender, finalmente, por qué la había tomado y sintió lo mal que había llevado sus ausencias. El tiempo que habían estado separados, debía haber sido tan duro para él como para el resto de la familia.

Al otro lado del pueblo encontró el apartamento de Paula y llamó a la puerta. Estaba pálida cuando le abrió y lo hizo pasar al salón.

—Paula, por favor, reconsidéralo. No necesito tiempo, ya sé lo que siento.

Ella agitó su cabeza.

—Por favor, quiero que estemos juntos. Entiendo que quieras vivir en Divine, no hay problema, yo puedo dirigir mi negocio desde aquí, lo he estado haciendo durante semanas y está funcionando bien. Además, tendré que estar aquí si voy a trabajar en el proyecto del Ayuntamiento. ¿Por qué no vienes, por lo menos, a la cena de la que te hablé?

La cena anual que organizaba para sus empleados y clientes era una semana más tarde. Paula podía pensar que estaba cansado de la vida social del pueblo y que necesitaba algo más sofisticado, pero Pedro quería que fuera con él, por eso lo había mencionado.

—Me volveré loco sin ti.

—Creo que necesitas más tiempo que ése, pero no te preocupes, no soy como las otras. Yo nunca… Quiero decir que te esperaré.

—Lo sé. Confío en ti. Yo no te vería de forma distinta en Chicago o en ningún otro sitio. Finalmente sé lo que es importante y lo que quiero… tú me has mostrado eso. Me gusta cómo soy cuando estoy contigo y nunca he sido capaz de decirle a nadie todo esto.

Paula quería creerlo, pero ella no era como las mujeres por las que Pedro se había sentido atraído en el pasado. Era difícil no pensar que volviera a la ciudad, que viera a alguna de ellas y se preguntara qué le había pasado para pensar que quería casarse con la pequeña Paula Chaves.

—¿Paula?

—Eres un buen hombre, eso ya lo sé. Que tengas buen viaje. Ten cuidado.

—Lo tendré —le agarró la cara con las manos y la besó con suavidad—. Ojalá me dejaras quedarme.

—No ahora… todavía no.

Después de otro tierno beso Pedro se marchó y Paula se echó en el sofá. ¿Qué le pasaba? ¿Tenía tan poca confianza en sí misma que no podía creer que el amor de Pedro fuera verdadero?




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