martes, 18 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 41




—Miau.


—Vale, sube.

Pedro vio cómo su abuelo se daba unas palmaditas en la pierna y cómo Vincent subía a su regazo ronroneando. Nadie podía ignorar a Vincent, era una fuerza imparable. Como Paula. Sólo que Paula deleitaba la vista con su sonrisa y su feminidad, mientras que Vincent tenía cara de gángster. Pedro se inclinó hacia delante envalentonado por lo que había visto desde el vestíbulo la noche anterior.

—Abuelo, tienes que ir al médico. Tenemos que preguntarle sobre la medicación para la depresión o, al menos, tienes que explicarle qué pasa y cómo te sientes, en lugar de fingir que todo va bien cuando vas a verlo.

—No estoy deprimido —respondió el abuelo.

—Sí, claro. Entonces, ¿por qué te sientas durante horas mirando la nada? ¿Por qué cuando no estás mirando la nada estás dormido? Y qué me dices de haber vendido el retrato de la bisabuela Helena por cinco dólares en el mercadillo, o de repente haber notado, después de tres años que el jardín estaba hecho un asco.

Se miraron el uno al otro.

—Piénsalo —añadió 
Pedro—. No hay nada malo en recibir ayuda… Además, a la abuela no le gustaría que estuvieras así.

—Vale, me lo pensaré —respondió tras un largo silencio.

Pedro respiró aliviado. No sabía si había hecho lo correcto, pero al menos había hecho algo. Se sentó a beberse el café con la mirada puesta en las puertas de cristal que daban al jardín. Paula solía entrar a esas horas de la mañana por la puerta de atrás temiendo despertar a alguien. Él se había acostumbrado a levantarse al amanecer y rara vez estaba en la cama cuando ella llegaba. Dormía poco porque se quedaba trabajando hasta tarde, pero merecía la pena.

¿La merecía? Ese pensamiento lo hizo sonreír. Había habido un tiempo en el que no hubiera dejado que nada lo distrajese de su trabajo. Pero cuanto más tiempo pasaba con Paula, mejor comprendía que el trabajo era interesante y gratificante, pero que sólo era trabajo y que la vida era algo más.

Minutos después, Paula apareció y él la saludó con la mano, intentando aparentar que se estaba relajando bebiéndose el café. Pero no lo estaba. La llegada de Paula se había convertido en el engranaje de sus días y de los de su abuelo.

—Buenos días —dijo Paula al entrar por las puertas de cristal—. He traído donuts y atún.

Las orejas de Vincent se levantaron al oír la palabra «atún». Aprendía rápido y en pocos días era capaz de distinguir el sonido del abrelatas desde el otro lado de la casa.

—¡Miau!

—Hola, pequeño —le rascó la nuca y él cerró los ojos de gusto—. Me temo que no estarás tan cariñoso conmigo después de que hoy te lleve al veterinario.

—Por eso lo sobornas con el atún —dijo 
Pedro.

Él también ronronearía si ella lo tocara de esa forma.

Pedro recordaba vagamente cuando pensaba que una mujer tenía que tener abundantes pechos. En aquel momento miraba a Paula y veía un bonito equilibrio, lo que le parecía más que todo lo que aquellas otras mujeres tenían. Debió de ser la forma en la que ella lo miró lo que hizo que su pulso se acelerase.

—Sí, el soborno funciona. Pero he estado pensando… —parecía preocupada de repente—, no estoy segura de si a mi gato le va a gustar tener un competidor. Da Vinci puede ponerse muy celoso y eso no es bueno para Vincent.

Pedro se atragantó y se tapó la boca. No le molestaba en absoluto la dulce manipulación de Paula y el hechizo que ejercía en su abuelo y en él era placentero.

—Puede quedarse aquí un tiempo si tú quieres —ofreció el abuelo.

—¿De verdad? —parecía aliviada—. ¡Eso es genial! Pero no quiero que sea una molestia, así que traeré otra caja para su arena y el veterinario me recomendará la comida apropiada cuando lo examine, así que se la compraré allí.

—Dile que envíe aquí la factura —dijo el abuelo.

—No puedo hacer eso. ¿Has decidido ya qué vamos a plantar en el huerto? —añadió rápidamente.

—Tomates —murmuró mientras acariciaba a Vincent.

—A mí también me gustan. ¿Alguien quiere donuts? Voy por servilletas.

Paula no esperó la respuesta sino que se dirigió a la cocina tan rápidamente como si le estuvieran mordiendo los talones.

Pedro la siguió.

—¿Qué te pasa? —preguntó.

—¿A qué te refieres?

—Te has puesto rígida cuando el abuelo ha sugerido pagar la factura del veterinario. Los dos sabemos que Vincent se va a quedar aquí, así que, ¿por qué no dejas que el abuelo pague la cuenta?

—Yo puedo pagar mis facturas, gracias.

—Paula, tú ayudas a todo el mundo. De vez en cuando podrías dejar que alguien hiciera algo por ti. Sé que te ganas la vida muy bien y que puedes pagar tus cosas, ¿por qué es un asunto tan espinoso?

El tema espinoso era que había crecido con un padre que no podía llegar a fin de mes y donde no había dinero para pagar lo necesario, como comida o el alquiler. 

El asma que tenía lo mantuvo inactivo un largo período, al igual que su incapacidad para llevarse bien con la gente.

—¿Paula?

—Algunas veces me tomo mal las cosas, eso es todo. Es por mi infancia. Fue duro crecer como la niña que siempre tenía que comprar en tiendas de segunda mano o que nunca compraba el almuerzo del instituto porque era demasiado caro —aclaró odiando cómo sonaba lo que acababa de decir. No estaba avergonzada de su infancia, pero la había afectado.

—Pero aun así te has convertido en la persona más generosa del mundo. Eres una mujer excepcional, Paula. Ojalá yo hubiera sido alguien mejor cuando éramos niños, porque podría haber aprendido mucho de ti —dijo 
Pedro mientras la estrechaba entre sus brazos.

—Tuviste tus momentos.

—Sí, momentos de los que no me siento orgulloso.



lunes, 17 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 40





Pedro miraba a su abuelo y a Paula desde el fondo del vestíbulo. La escena lo sobrecogió. Lo aterrorizó. Cerró los puños para contener la emoción y recuperar el control. Tenía delante la evidencia de cómo un sentimiento puro podía hacer pedazos. Era una lección que había aprendido a los diecisiete años… no querer, no tener esperanzas y saber siempre que los sueños se pueden romper en cualquier momento y sin previo aviso.

Aunque también vio en Paula la luz más potente, el amor en el que él no confiaba, el amor que estaba empezando a necesitar más que el aire. A través de ella, también vio la devastadora belleza de la devoción de su abuelo, una belleza que debía ser restaurada si fuera posible.

Por primera vez, Pedro era totalmente consciente de los dolorosos límites de su corazón y de las restricciones que le había impuesto año tras año. Vio los sueños que había despreciado en su búsqueda de la libertad, las mentiras que se había dicho a sí mismo y las excusas que se había creado para no amar y no vivir de la forma en que lo habían educado para amar y para vivir.

Lo que tenía que decidir era qué iba a hacer a partir de entonces.

—Paula —susurró. Pero ella no lo oyó y él no estaba preparado para descubrir lo que ella le diría.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 39




Los siguientes días no hizo tanto calor y continuaron trabajando en el jardín, refrescándose con las mangueras y con baños en el arroyo. Los besos apasionados de 
Pedro no se repitieron y Paula supo que tenía que estar agradecida. Pero no lo estaba.


Vincent había hecho buenas migas con Joaquin Alfonso. Sus maullidos y los frotamientos que hacía con la cabeza, no podían ser ignorados y 
Pedro y Paula estaban encantados cuando el felino sacaba, repetidamente, a Joaquin de sus ensueños. Paula estaba contenta de haber esperado el momento apropiado para sugerir a Joaquin que buscara un nombre para el gato y para darles más tiempo, había dicho que no podía conseguir una cita con el veterinario hasta la próxima semana.

No volvió a trabajar en el inventario hasta unos días más tarde. Después de las mañanas y las tardes de risas y de trabajo duro, parecía extraño sentarse en el cuarto silencioso, aunque estuviera rodeada del arte que había seleccionado un hombre de exquisito gusto que vivía de sus libros.

El sonido del aparato de aire acondicionado apenas amortiguaba el ruido del aspersor del césped de la parte delantera de la casa y la risa de los niños que jugaban con sus bicicletas y Paula cerró los ojos para oír el despreocupado zumbido del verano.

—Céntrate —murmuró después de unos minutos.

Pero en lugar de centrarse, miraba el retrato de Mary Cassatt de la madre con el niño. A veces sentía no tener en los brazos un niño como aquél, nacido del amor, del compromiso y de la esperanza en un futuro.

Suspiró y levantó el cuadro. Tenía que volver al dormitorio donde había estado colgado tanto tiempo. Pero mientras volvía, lo pondría con los demás cuadros que estaba catalogando.

—¿Qué llevas ahí, Paula? —preguntó el profesor cuando Paula salió al vestíbulo.

A Paula casi se le cae el cuadro al saber que Joaquin no quería ver el retrato que tanto le recordaba a su mujer.

—Nada… algo que iba a guardar.

Joaquin extendió la mano y sabiendo el dolor que iba a producirle, Paula le pasó el Cassatt y observó su cara… el dolor, la conmoción y la distancia que estaba poniendo entre él y la pérdida de una mujer a la que había amado más que a nada en el mundo.

—Todavía está aquí —murmuró Paula sin poder evitarlo. Tenía la impresión de que nadie de la familia había sido capaz de hablar con él sobre Maria y de que quizá fuera necesario—. Yo puedo sentir su amor en cada rincón de la casa y en el jardín. No se ha ido, está aquí de forma diferente.

Después de un momento interminable, el retrato cayó al suelo mientras él se dejaba caer en una silla. Paula extendió las manos y Joaquin se las llevó a su propia cara mientras lloraba.

A Paula se le saltaron las lágrimas. Era triste y horrible, pero era un paso adelante, y un paso era todo lo que se podía pedir.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 38




Paula oyó el camión de los helados que pasaba por el vecindario. Pasaba por esa calle varias veces al día y sonrió al recordar la mañana, hacía unos días, en que Pedro había saltado para arrastrarla calle abajo y comprar unos helados. 


Parecía que Pedro había cambiado, pero sería un error tremendo enamorarse de él. Ya era difícil controlar el deseo, y enamorarse sería un infierno. Tenía que olvidar que su marido le había dicho que la quería incluso cuando se estaba acostando con otras mujeres.

Pero, ¿
Pedro era igual? A él también le había hecho daño alguien con quien planeaba casarse. Seguro que él no jugaría con nadie de la misma manera. 

Molesta por sus pensamientos, Paula agitó la cabeza. La pregunta de si Pedro Alfonso podía ser fiel a una mujer no era importante. Podían llegar a ser amigos, pero nada más. No importaba cómo él parecía mirarla, no importaba cómo se comportaba Pedro mientras estaba en Divine por culpa de su lívido, ella no estaba a la altura de las mujeres con las que él salía en Chicago.

—Has traído ropa cómoda para cambiarte, ¿verdad? —preguntó 
Pedro cuando regresó a la cocina.

Paula asintió.

—Cámbiate. Yo mientras voy poniendo los filetes en la parrilla para que estén listos cuando bajes.

—Acuérdate que les tienes que dar la vuelta después…

—Asar filetes es un arte culinario que domino —interrumpió 
Pedro—. Vete, no me recuerdes que no puedo comer lo que realmente quiero.

No había duda sobre lo que quería decir por cómo la estaba mirando.

Paula agarró su ropa y huyó. Su cara se había refrescado para cuando se sentaron juntos a comer, pero se podía volver a acalorar fácilmente si miraba la sensual curva del labio de 
Pedro.

—¿Quieres más ensalada, abuelo? —preguntó 
Pedro mientras se servía por segunda vez.

Silencio.

Paula y 
Pedro se miraron, pero antes de que ella pudiera decir nada, se oyó un maullido y vieron cómo se abría la puerta que daba al vestíbulo.

—¡Oh! —Paula comenzó a levantarse, pero 
Pedro la detuvo agarrándola por el brazo.

—¡Miau! —el gato pedía comida dando con su pata en la pierna de Joaquin Alfonso.

—Bueno —murmuró el profesor, quien cuidadosamente cortó pequeños trozos de carne y los dejó caer para el gato, que se abalanzó sobre ellos. Cuando se llenó comenzó a ronronear y a frotar su cabeza en la pierna de Joaquin.

Sonó una risita que Paula creyó venir de 
Pedro, pero era el profesor quien se reía. Se agachó y acarició el gato.

—Va a necesitar un nombre —dijo.

—Creo que tú deberías ponérselo —respondió Paula.

—Vale, entonces se llamará Vincent.

Paula se rió. Al gato le faltaba un trozo de oreja, por lo que Vincent era muy apropiado.

—¿Vincent? —preguntó 
Pedro.

—Por Vincent Van Gogh —explicó Paula—. Era un pintor holandés que se cortó parte de una oreja. Esperemos que nuestro Vincent no sea tan autodestructivo.

Pedro sonrió. Había oído hablar de Vincent Van Gogh, pero no sabía lo que podía ser un post impresionista. Eso no importaba, su abuelo acababa de ponerle un nombre al gato, al gato que intuía que nunca se iría a casa de Paula. Incluso sospechaba que ella lo había planeado. 

Ella había sugerido que necesitaban un gato en casa y parecía el tipo de persona que hace que las cosas sucedan de una forma o de otra.

Pero lo mejor de todo era que su abuelo se había reído por primera vez en mucho tiempo.

—¿Todos los artistas son autodestructivos? —preguntó 
Pedro.

—Claro que no —contestó el abuelo—. El arte transmite los más elevados y mejores sentimientos que el hombre puede alcanzar. Es una parte fundamental de la realización como seres humanos.

—Henry James dijo que el arte era lo que hacía la vida y que no conocía nada que pudiera sustituir la fuerza y la belleza de su proceso.

—Cierto —asintió el abuelo, quien miró a su nieto—. Puede haber arte en todo lo que hacemos, no tiene por qué limitarse a esculpir una piedra o pintar un lienzo.

—¿También está presente en la ciencia?

—Incluso en la ciencia —comentó el abuelo.

Paula le dio una patada a 
Pedro por debajo de la mesa y se rió.

—No tengas muchas esperanzas, Joaquin. 
Pedro es un pragmático. No cree en teorías abstractas ni ideologías y el concepto de arte es demasiado abstracto para su cerebro.

Pedro tomó nota, aunque Paula no añadió que el amor era también demasiado abstracto para él. El amor era algo de lo que no sabía muy bien qué pensar o que lo asustaba.



domingo, 16 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 37





Paula exprimía limones en el antiguo exprimidor que había pertenecido a Maria Alfonso. Miles de limones debían haberse exprimido ahí, protagonizando miles de historias de devoción, reuniones familiares y días cálidos de verano.


—Deja que lo haga yo —ordenó 
Pedro.

—Tú no les sacas todo el zumo —objetó Paula evitando los brazos de 
Pedro.

—Yo no pierdo el tiempo con cada gota —respondió él, mientras la rodeaba con sus brazos y la atrapaba entre la encimera y su cuerpo.

Paula tragó saliva. Estaba rodeada por 
Pedro. Sacó sus manos y comenzó a exprimir los limones con rápidos movimientos que los nacían chocar al uno contra el otro hasta estar íntimamente juntos y hacían que la piel de Paula se ruborizara.

Probablemente no era apropiado reaccionar de aquella manera vestida con su nueva ropa de domingo; acababan de llegar de la iglesia, y sabiendo que el abuelo de él podía entrar en cualquier momento. Pero todo aquello no parecía molestar a 
Pedro.

Mientras ella sujetaba el exprimidor, él, con el dedo pulgar le acariciaba un pezón. Las rodillas de Paula se torcieron y 
Pedro presionó más fuerte con su cuerpo mientras seguía exprimiendo limones y sus caderas se balanceaban sin dejar duda de su potente reacción.

Paula gimió.

—No deberíamos.

—¿Qué no deberíamos? ¿Hacer esto? Demasiado tarde. Date la vuelta —susurró él.

Ella se giró y se besaron. Cuando se habían besado anteriormente, 
Pedro había intentado ocultar su erección, pero en ese momento, presionaba el estómago de Paula, una osada respuesta.

—Será mejor que termine de exprimir los limones —dijo 
Pedro finalmente.

Paula asintió y echó azúcar en la vieja jarra para limonada de la abuela de 
Pedro. Muchas de las cosas de cristal de la casa eran de los años treinta. Paula no sabía nada del cristal fabricado en la época de la Depresión, pero le impresionó su belleza. Con el rabillo del ojo vio la expresión de dolor que Pedro tenía en la cara.

—¿Duele tanto?

Preguntó con curiosidad. Para ella, el deseo era una ilimitada hambre en el estómago, un dolor en los pechos y una intranquilidad general por el cuerpo.

—La antigua Paula jamás me hubiera preguntado eso —dijo 
Pedro sonriendo.

—La antigua Paula era demasiado tímida.

—Todavía eres tímida.

—Ya —dijo sintiendo calor, sólo que esta vez no era vergüenza. 
Pedro la estaba mirando como si fuera increíblemente especial, buena y bonita.

—De hecho, no puedo pensar en algo más dulce y que duela tanto. Si no te importa voy a ducharme y cambiarme.

—No, no me importa.

—Gracias. Me ducharé con agua fría como vengo haciendo últimamente —la miró y subió corriendo las escaleras.

Paula se abanicó la cara y se dijo que no actuara como una tonta. La limonada era una buena distracción y mezcló el zumo con agua y azúcar con una energía innecesaria. Después añadió hielo y unas rodajas de limón y la puso en la mesa. La ensalada que había preparado estaba en la nevera y los filetes esperaban en una sartén para ser asados.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 36



Una vez fuera, Paula dudó antes de montarse en el coche y pareció que buscaba una excusa para quedarse.


—Sabes que la depresión aguda normalmente requiere de medicación, ¿verdad? El ejercicio y lo demás puede ayudar, pero no siempre es suficiente si es un caso grave.

Pedro asintió sin ya dudar que el problema de su abuelo era la depresión y no la senilidad.

—Pero también sé que el abuelo tiene que colaborar y no rechazar la ayuda. Él dice que está bien.

—Hay una mujer igual en la residencia de ancianos y desde que recibe tratamiento está mucho mejor, aunque ella no se da cuenta.

—Mientras esté bien… —comentó 
Pedro, pensando que no le importaba si su abuelo hacía frente al problema o no, mientras fuera mejorando.

Le dio un beso a Paula y se quedó allí hasta que las luces de su coche desaparecieron. Después volvió a casa. 

El teléfono sonaba y esperó a ver si el abuelo se decidía a contestar, antes de responder él.

—Hola.

—Soy yo, cariño.

—Hola, mamá —se sentó en una silla.

—Sólo quería decirte que tu padre y yo iremos a Divine en un par de días para relevarte ya que Silvia no pudo quedarse.

—No hay prisa —apenas podía creer lo que estaba diciendo, pero era cierto. Se lo estaba pasando bien con Paula y no era algo que quisiera dejar tan pronto. 

Después de todo, tener su propio negocio tenía sus ventajas. Podía seguir trabajando desde allí durante un tiempo, aunque tendría que acostarse tarde algunas noches y contratar un empleado que hiciera de mensajero entre Divine y Chicago.

—Pero sé las ganas que debes de tener de volver a la ciudad.

—No, no te preocupes —
Pedro miró a su alrededor y bajó la voz—. No dejes que las esperanzas de papá vayan demasiado lejos, pero el abuelo está mejorando. Creo que es mejor un poco de estabilidad y a mí no me importa quedarme más tiempo.

—¿Estás seguro? Sé que no te gusta mucho Divine.
Pedro se encogió de hombros, todavía tenía una mezcla de sentimientos hacia su pueblo y probablemente perdiera dinero intentando dirigir su empresa desde allí, pero merecía la pena quedarse por el bien de su abuelo.

—Claro que sí. Quedaos. Además, cuando él trabajaba no teníais tiempo para estar juntos. Disfrutad ahora.

—¿Por qué dices eso? —preguntó su madre.

—Por nada. Sólo que, antes de jubilarse, papá no estaba mucho en casa.

—Sé que echabais de menos a papá cuando viajaba, pero pensé que lo entendíais, era la mejor forma que tenía de mantenernos.

—No lo digo por mí. Tú no solías estar muy contenta si él no estaba y creo que debéis disfrutar ahora.

—Hijo, yo siempre estaba feliz, aunque echara de menos a tu padre. El tiempo que pasábamos separados hacía que apreciáramos más el tiempo que pasábamos juntos. Eso es lo que pasa cuando las personas se aman.

«Amor», pensó Pedro agitando la cabeza con la imagen de Paula en su mente. A pesar de lo mal que lo había pasado en la vida, seguía siendo optimista.

«Así que te rindes con el amor igual que con las esperanzas y los sueños».

Recordaba sus palabras. No podía quitarse de la cabeza las cosas que Paula le había dicho aquel día junto al arroyo. El no creía en aferrarse a cosas que podían hacerle daño. ¿Cómo podía olvidar las semanas de enfado y frustración que pasó después del accidente, el largo período de recuperación y la manera en que había hecho de Paula el foco de todos sus sentimientos negativos? Sólo en ese momento veía cómo se había despreciado a sí mismo por la forma en la que la había tratado. Por esa razón la había ignorado después, porque no quería afrontar su despreciable comportamiento.

—Hijo, ¿estás ahí?

—Sí. ¿Recuerdas a Paula Chaves?

—Claro que la recuerdo. Contratamos a Paula para que te ayudara a estudiar cuando estuviste en el hospital. Es una niña muy dulce.

La imagen de las femeninas curvas de Paula se le vino a la cabeza y sonrió… ya no era una niña.

—Está viniendo a casa y nos ayuda con el jardín y hablando de arte y otras cosas con el abuelo. Trabaja con ancianos y cree que deberíamos preguntar al médico sobre un tratamiento contra la depresión. Creo que ella es la razón de que el abuelo esté mejorando.

—No me sorprende. La recuerdo con mucho cariño. Para ser franca, yo quería que hubieras salido con ella en lugar de con esa otra chica. Y en cuanto a Sandra… bueno… no puedo imaginar que esa mujer fuera a Divine y mucho menos para ayudarnos con tu abuelo.

—No te gustaba mucho, ¿verdad?

—Esto… bueno… seguro que tenía cosas buenas.
Pedro sonrió. Aparte de los atractivos físicos de Sandra y de su sofisticación, no podía recordar nada bueno de ella. Pensaba que era maravillosa cuando le pidió matrimonio, pero no recordaba por qué.

«El amor no tiene la culpa. Mi matrimonio se rompió porque elegí al hombre equivocado, eso es todo».

«Los dos elegimos mal».

«Cállate», se dijo enfadado.

Pero Paula le había hecho pensar en algo que no podía quitarse de la cabeza, que nunca había estado enamorado de su prometida. Había estado obsesionado, pero no enamorado. Quizá no se había dado cuenta, pero Sandra representaba a la perfecta esposa trofeo y sus novias del instituto eran iguales… trofeos para el héroe, elegidas por su belleza y popularidad, no por sus cualidades.

—¿
Pedro? Lo siento, no he debido decir nada sobre Sandra.

—No te preocupes. Fue un error, pero de los errores se aprende, ¿verdad?

—Sólo queremos que seas feliz, hijo.

—Soy feliz.

—¿De verdad? Desde tu accidente no sé si eres feliz. Debimos haber llevado mejor el asunto, pero no entendimos lo importante que el fútbol era para ti hasta que fue demasiado tarde.

—No te preocupes por mí, mamá. Estoy bien. Tengo que dejarte, el abuelo se va a acostar y necesita ayuda.

Se dijeron adiós, 
Pedro colgó el teléfono y se frotó las sienes. Normalmente eludía conversaciones de ese tipo antes de que pudieran comenzar. ¿Y en cuanto a ser feliz? ¿Qué demonios era ser feliz?
¿Era ser como Paula… con una paz y alegría interiores para las cosas cotidianas? Era muy generosa, incluso con un hombre que tenía todas las razones para evitar. En realidad ella tenía más razones que él para estar amargada y desilusionada, pero no lo estaba y él tenía que entender por qué.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 35





Pedro la miraba con la mano apoyada en el hombro de su abuelo. No conocía a ninguna mujer aparte de su hermana que estuviera dispuesta a tocar un gato abandonado.


—¿No es encantador? —preguntó Paula.

Para Pedro era el animal más feo que había visto nunca. Era todo patas y rabo unidos por un cuerpo de polilla.

—Claro. Es genial.

La que era encantadora era Paula y comenzaba a no preocuparle pensar eso. Quizá fuera posible tener una amiga y confiar en ella por esa amistad. Era totalmente diferente de las mujeres con las que solía salir.

—Los gatos no se limpian mucho si no han comido. Creo que a pesar de la suciedad, está sano, aunque no puedo juntarlo con da Vinci hasta estar completamente segura. ¿Puede quedarse en tu casa hasta que lo vea un veterinario?

Pedro no podía negarse. Paula se estaba volcando con el jardín que su abuela tanto había amado y estaba haciendo todo lo posible para que su abuelo despertara y tuviera ganas de vivir de nuevo.

—¿Qué te parece, abuelo? ¿Te importa que lo cuidemos unos días?

—Parece májate… no será un problema —respondió mientras le daba una palmadita al gato.

—Gracias, profesor.

—Ya no eres mi alumna. Me llamo Joaquin, jovencita.

—Sí… Joaquin.

Paula sostuvo el gato en sus brazos todo el camino de vuelta y lo dejó acomodado en la cocina con una caja para que hiciera sus necesidades y dos latas de atún.

—Es tarde —dijo 
Pedro mientras ella agarraba su bolso para irse—. Debería seguirte.

—¿Por qué?

—Para asegurarme de que llegas a salvo a casa.

—Gracias, pero estaré bien —respondió Paula riéndose—. Esto no es Chicago.

—Ya lo sé. El pueblo se está muriendo, pero nadie quiere admitirlo.

—No se está muriendo, sólo está pasando por una mala racha. Divine puede necesitar algo de ayuda para volver a levantarse, pero saldrá adelante.

—Le va a costar mucho, porque está enterrado.

La sonrisa de Paula se desvaneció y 
Pedro deseó haberse quedado callado.

—Lo siento. No debí decir eso. A ti te gusta Divine y yo lo respeto.

—Realmente no piensas que esté tan mal, ¿verdad? —preguntó Paula preocupada.

—Creo que hay cosas que se pueden hacer para ayudar.

Sus sentimientos no eran importantes, lo que contaba era lo que sentía ella por Divine. Además, su pueblo no era tan malo, allí tenía a Paula y a su abuelo y un montón de buenos recuerdos que contrarrestaban los malos. Había tenderos que recordaban cuál era su fruta preferida e intentaban comprarla para él. Había ferreterías que alquilaban bombas de agua por prácticamente nada y un camión de helados que vagaba por las calles. Era el lugar ideal, con buenos y anticuados valores, para criar niños.

—Lo que necesita es a alguien como tú, un agente inmobiliario. Pero no uno cualquiera que sólo quiera sacar beneficio y no le importe hacer daño para conseguirlo.

—Quizá —Paula hizo que quisiera revisar sus negocios para asegurarse de que podía estar orgulloso de lo que su compañía había hecho y de cómo lo había hecho.

Los pasos del abuelo sonaron en el vestíbulo y los dos lo miraron. El gato se había subido a sus brazos, acababa de comer muy bien.

—Tendremos que comprar comida para gatos por la mañana —murmuró el abuelo—. Este pobre es un saco de huesos.

El hecho de que su abuelo estuviera preocupado por algo emocionó a 
Pedro.

—Sí —dijo, mientras miraba a Paula, quien estaba tan complacida como él.

—Tengo que irme, pero mañana traeré comida de Da Vinci cuando venga y cuando abran la tienda compraremos más.

El abuelo asintió y comenzó a subir la escalera con el gato todavía en los brazos. 
Pedro observó que subiera sin caerse y después sonrió a Paula.

—Apuesto a que el saco de pulgas termina durmiendo con alguien esta noche.

—Da Vinci siempre duerme conmigo.

—Sabía que envidiaría a un gato —Paula se sonrojó y 
Pedro se rió—. Si no dejas que te siga a casa, por lo menos déjame acompañarte hasta el coche.