domingo, 16 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 35





Pedro la miraba con la mano apoyada en el hombro de su abuelo. No conocía a ninguna mujer aparte de su hermana que estuviera dispuesta a tocar un gato abandonado.


—¿No es encantador? —preguntó Paula.

Para Pedro era el animal más feo que había visto nunca. Era todo patas y rabo unidos por un cuerpo de polilla.

—Claro. Es genial.

La que era encantadora era Paula y comenzaba a no preocuparle pensar eso. Quizá fuera posible tener una amiga y confiar en ella por esa amistad. Era totalmente diferente de las mujeres con las que solía salir.

—Los gatos no se limpian mucho si no han comido. Creo que a pesar de la suciedad, está sano, aunque no puedo juntarlo con da Vinci hasta estar completamente segura. ¿Puede quedarse en tu casa hasta que lo vea un veterinario?

Pedro no podía negarse. Paula se estaba volcando con el jardín que su abuela tanto había amado y estaba haciendo todo lo posible para que su abuelo despertara y tuviera ganas de vivir de nuevo.

—¿Qué te parece, abuelo? ¿Te importa que lo cuidemos unos días?

—Parece májate… no será un problema —respondió mientras le daba una palmadita al gato.

—Gracias, profesor.

—Ya no eres mi alumna. Me llamo Joaquin, jovencita.

—Sí… Joaquin.

Paula sostuvo el gato en sus brazos todo el camino de vuelta y lo dejó acomodado en la cocina con una caja para que hiciera sus necesidades y dos latas de atún.

—Es tarde —dijo 
Pedro mientras ella agarraba su bolso para irse—. Debería seguirte.

—¿Por qué?

—Para asegurarme de que llegas a salvo a casa.

—Gracias, pero estaré bien —respondió Paula riéndose—. Esto no es Chicago.

—Ya lo sé. El pueblo se está muriendo, pero nadie quiere admitirlo.

—No se está muriendo, sólo está pasando por una mala racha. Divine puede necesitar algo de ayuda para volver a levantarse, pero saldrá adelante.

—Le va a costar mucho, porque está enterrado.

La sonrisa de Paula se desvaneció y 
Pedro deseó haberse quedado callado.

—Lo siento. No debí decir eso. A ti te gusta Divine y yo lo respeto.

—Realmente no piensas que esté tan mal, ¿verdad? —preguntó Paula preocupada.

—Creo que hay cosas que se pueden hacer para ayudar.

Sus sentimientos no eran importantes, lo que contaba era lo que sentía ella por Divine. Además, su pueblo no era tan malo, allí tenía a Paula y a su abuelo y un montón de buenos recuerdos que contrarrestaban los malos. Había tenderos que recordaban cuál era su fruta preferida e intentaban comprarla para él. Había ferreterías que alquilaban bombas de agua por prácticamente nada y un camión de helados que vagaba por las calles. Era el lugar ideal, con buenos y anticuados valores, para criar niños.

—Lo que necesita es a alguien como tú, un agente inmobiliario. Pero no uno cualquiera que sólo quiera sacar beneficio y no le importe hacer daño para conseguirlo.

—Quizá —Paula hizo que quisiera revisar sus negocios para asegurarse de que podía estar orgulloso de lo que su compañía había hecho y de cómo lo había hecho.

Los pasos del abuelo sonaron en el vestíbulo y los dos lo miraron. El gato se había subido a sus brazos, acababa de comer muy bien.

—Tendremos que comprar comida para gatos por la mañana —murmuró el abuelo—. Este pobre es un saco de huesos.

El hecho de que su abuelo estuviera preocupado por algo emocionó a 
Pedro.

—Sí —dijo, mientras miraba a Paula, quien estaba tan complacida como él.

—Tengo que irme, pero mañana traeré comida de Da Vinci cuando venga y cuando abran la tienda compraremos más.

El abuelo asintió y comenzó a subir la escalera con el gato todavía en los brazos. 
Pedro observó que subiera sin caerse y después sonrió a Paula.

—Apuesto a que el saco de pulgas termina durmiendo con alguien esta noche.

—Da Vinci siempre duerme conmigo.

—Sabía que envidiaría a un gato —Paula se sonrojó y 
Pedro se rió—. Si no dejas que te siga a casa, por lo menos déjame acompañarte hasta el coche.




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