Una vez fuera, Paula dudó antes de montarse en el coche y pareció que buscaba una excusa para quedarse.
—Sabes que la depresión aguda normalmente requiere de medicación, ¿verdad? El ejercicio y lo demás puede ayudar, pero no siempre es suficiente si es un caso grave.
Pedro asintió sin ya dudar que el problema de su abuelo era la depresión y no la senilidad.
—Pero también sé que el abuelo tiene que colaborar y no rechazar la ayuda. Él dice que está bien.
—Hay una mujer igual en la residencia de ancianos y desde que recibe tratamiento está mucho mejor, aunque ella no se da cuenta.
—Mientras esté bien… —comentó Pedro, pensando que no le importaba si su abuelo hacía frente al problema o no, mientras fuera mejorando.
Le dio un beso a Paula y se quedó allí hasta que las luces de su coche desaparecieron. Después volvió a casa.
El teléfono sonaba y esperó a ver si el abuelo se decidía a contestar, antes de responder él.
—Hola.
—Soy yo, cariño.
—Hola, mamá —se sentó en una silla.
—Sólo quería decirte que tu padre y yo iremos a Divine en un par de días para relevarte ya que Silvia no pudo quedarse.
—No hay prisa —apenas podía creer lo que estaba diciendo, pero era cierto. Se lo estaba pasando bien con Paula y no era algo que quisiera dejar tan pronto.
Después de todo, tener su propio negocio tenía sus ventajas. Podía seguir trabajando desde allí durante un tiempo, aunque tendría que acostarse tarde algunas noches y contratar un empleado que hiciera de mensajero entre Divine y Chicago.
—Pero sé las ganas que debes de tener de volver a la ciudad.
—No, no te preocupes —Pedro miró a su alrededor y bajó la voz—. No dejes que las esperanzas de papá vayan demasiado lejos, pero el abuelo está mejorando. Creo que es mejor un poco de estabilidad y a mí no me importa quedarme más tiempo.
—¿Estás seguro? Sé que no te gusta mucho Divine.Pedro se encogió de hombros, todavía tenía una mezcla de sentimientos hacia su pueblo y probablemente perdiera dinero intentando dirigir su empresa desde allí, pero merecía la pena quedarse por el bien de su abuelo.
—Claro que sí. Quedaos. Además, cuando él trabajaba no teníais tiempo para estar juntos. Disfrutad ahora.
—¿Por qué dices eso? —preguntó su madre.
—Por nada. Sólo que, antes de jubilarse, papá no estaba mucho en casa.
—Sé que echabais de menos a papá cuando viajaba, pero pensé que lo entendíais, era la mejor forma que tenía de mantenernos.
—No lo digo por mí. Tú no solías estar muy contenta si él no estaba y creo que debéis disfrutar ahora.
—Hijo, yo siempre estaba feliz, aunque echara de menos a tu padre. El tiempo que pasábamos separados hacía que apreciáramos más el tiempo que pasábamos juntos. Eso es lo que pasa cuando las personas se aman.
«Amor», pensó Pedro agitando la cabeza con la imagen de Paula en su mente. A pesar de lo mal que lo había pasado en la vida, seguía siendo optimista.
«Así que te rindes con el amor igual que con las esperanzas y los sueños».
Recordaba sus palabras. No podía quitarse de la cabeza las cosas que Paula le había dicho aquel día junto al arroyo. El no creía en aferrarse a cosas que podían hacerle daño. ¿Cómo podía olvidar las semanas de enfado y frustración que pasó después del accidente, el largo período de recuperación y la manera en que había hecho de Paula el foco de todos sus sentimientos negativos? Sólo en ese momento veía cómo se había despreciado a sí mismo por la forma en la que la había tratado. Por esa razón la había ignorado después, porque no quería afrontar su despreciable comportamiento.
—Hijo, ¿estás ahí?
—Sí. ¿Recuerdas a Paula Chaves?
—Claro que la recuerdo. Contratamos a Paula para que te ayudara a estudiar cuando estuviste en el hospital. Es una niña muy dulce.
La imagen de las femeninas curvas de Paula se le vino a la cabeza y sonrió… ya no era una niña.
—Está viniendo a casa y nos ayuda con el jardín y hablando de arte y otras cosas con el abuelo. Trabaja con ancianos y cree que deberíamos preguntar al médico sobre un tratamiento contra la depresión. Creo que ella es la razón de que el abuelo esté mejorando.
—No me sorprende. La recuerdo con mucho cariño. Para ser franca, yo quería que hubieras salido con ella en lugar de con esa otra chica. Y en cuanto a Sandra… bueno… no puedo imaginar que esa mujer fuera a Divine y mucho menos para ayudarnos con tu abuelo.
—No te gustaba mucho, ¿verdad?
—Esto… bueno… seguro que tenía cosas buenas.Pedro sonrió. Aparte de los atractivos físicos de Sandra y de su sofisticación, no podía recordar nada bueno de ella. Pensaba que era maravillosa cuando le pidió matrimonio, pero no recordaba por qué.
«El amor no tiene la culpa. Mi matrimonio se rompió porque elegí al hombre equivocado, eso es todo».
«Los dos elegimos mal».
«Cállate», se dijo enfadado.
Pero Paula le había hecho pensar en algo que no podía quitarse de la cabeza, que nunca había estado enamorado de su prometida. Había estado obsesionado, pero no enamorado. Quizá no se había dado cuenta, pero Sandra representaba a la perfecta esposa trofeo y sus novias del instituto eran iguales… trofeos para el héroe, elegidas por su belleza y popularidad, no por sus cualidades.
—¿Pedro? Lo siento, no he debido decir nada sobre Sandra.
—No te preocupes. Fue un error, pero de los errores se aprende, ¿verdad?
—Sólo queremos que seas feliz, hijo.
—Soy feliz.
—¿De verdad? Desde tu accidente no sé si eres feliz. Debimos haber llevado mejor el asunto, pero no entendimos lo importante que el fútbol era para ti hasta que fue demasiado tarde.
—No te preocupes por mí, mamá. Estoy bien. Tengo que dejarte, el abuelo se va a acostar y necesita ayuda.
Se dijeron adiós, Pedro colgó el teléfono y se frotó las sienes. Normalmente eludía conversaciones de ese tipo antes de que pudieran comenzar. ¿Y en cuanto a ser feliz? ¿Qué demonios era ser feliz?
¿Era ser como Paula… con una paz y alegría interiores para las cosas cotidianas? Era muy generosa, incluso con un hombre que tenía todas las razones para evitar. En realidad ella tenía más razones que él para estar amargada y desilusionada, pero no lo estaba y él tenía que entender por qué.
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