sábado, 15 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 33




Paula quiso insistir, pero era cierto que hubo gente que se enfadó con 
Pedro por haberse lesionado. Y, obviamente, él no había superado el accidente que terminó con sus sueños de futbolista. No se había aceptado a sí mismo.


Paula tiritaba. Se empezaba a dar cuenta del complicado hombre que había tras la arrogancia. Un hombre con unas pasiones tan fuertes y profundas que no confiaba en sí mismo. Un hombre que quería controlar su corazón porque no lo entendía, al igual que no se entendía a sí mismo y, por eso, se negaba a creer en el amor y sus argumentos eran una cortina de humo que escondían la verdad a la que él no se quería enfrentar.

—Tú también me odiabas —murmuró acariciándole la frente con un diente de león.

—A mí no me importaba nada el fútbol.

—No, tenías tus propias razones para odiarme. Te traté mal cuando íbamos al colegio, al igual que mis amigos.

—He sobrevivido.

—No tenías que haber tenido que sobrevivir y yo fui uno de los que te puso las cosas difíciles. Nunca sabrás lo arrepentido que estoy de eso.

—Acepto tu disculpa —Paula puso la mano en el pecho de 
Pedro. Algo dentro de ella la estaba desafiando—. ¿Sabes lo que debemos hacer? —susurró.

—No, ¿qué?

Paula sonrió y extendió los dedos por los pectorales de él.

—Besarnos.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 32



Pedro intentó recordar si alguna vez había conocido al señor Chaves y finalmente hizo aparecer la imagen de un hombre alto con el pelo rubio y grueso y una expresión fría y de insatisfacción en la cara. Había ido al concurso científico del instituto en el que Paula había ganado el primer premio, pero, aparentemente, no era suficiente. La idea de Paula creciendo con semejante hombre puso enfermo a Pedro. Recordó cómo sus amigos y él lo habían visto gritar a Paula.

—¿Y qué hay de tu ex marido?

Ella no contestó inmediatamente y 
Pedro la miró.

—¿Paula?

—Pues que… tenía problemas con su familia. Su hermano mayor era el favorito y trataban a Butch como si fuera retrasado porque prefería los deportes a los estudios. Su hermano mayor murió en un accidente y Butch terminó haciéndose cargo de la empresa familiar. Lo raro es que lo hacía muy bien, aunque ellos no pudieran verlo.

—¿Qué tiene eso que ver contigo?

—Butch era inteligente, pero la universidad lo aburría y la dejó el primer año… mientras que yo me doctoré con veintiún años. A veces parecía estar orgulloso de mí y en ocasiones… no sé… parecía enfadado.

—¿Fue por eso por lo que lo dejaste? Me alegro por ti.

—No. Lo dejé porque no podía mantener la bragueta cerrada.

—¿Quieres decir que era infiel?

—Sí y no tienes por qué sorprenderte.

—Claro que me sorprende. Era idiota.

—Es muy amable de tu parte, pero yo sé el aspecto que tengo y no era suficiente para él.

—No estoy siendo amable. No es culpa tuya que él fuera infiel. Eres lista, amable e increíblemente sexy. Si no apreciaba lo que tenía, no merecía conservarlo.

Paula quería creerlo y 
Pedro se dio cuenta. Pero todo el mundo, incluso ella misma de adolescente, había pisado el ego de su feminidad tantas veces que probablemente no pudiera escuchar a nadie.

—Vale —dijo él—. Voy a decirte algo que nunca he contado a nadie. ¿Tú piensas que no estoy mal?

Paula asintió con la cabeza.

—Entonces estamos de acuerdo en que no soy un ogro —
Pedro tomó aire—. Bien, hace unos años, estuve comprometido. Mi prometida era preciosa, sofisticada… era una ex miss Illinois. Yo estaba loco por ella, pero me enteré de que se había estado acostando con otros hombres, incluso después de que planeáramos la boda. ¿Crees que era porque yo no era lo suficientemente hombre?

—No.

Cuando ella respondió, 
Pedro se sintió mejor. No había disfrutado contándole la verdad, aunque no le importaba que lo supiese.

—Eso mismo se puede aplicar a tu caso. Lo que no entiendo es cómo sigues creyendo en el amor. ¿Cómo puedes confiar en un sentimiento que te ha traicionado?

—No se puede culpar al amor. Mi matrimonio se rompió porque no supe elegir a la persona correcta. Eso es todo.

—¿De verdad crees que es tan sencillo? ¿Que ambos escogimos mal?

—Quizá —dudó ella—. Para ser honesta, tú nunca te has sentido atraído por chicas que fuesen un modelo de virtud, por lo menos en el instituto. Y, a menudo, aunque no lo queramos, caemos en nuestros mismos errores.
Pedro agitó la cabeza. Nada era tan sencillo. No podía confiar en el amor, era… demasiado voluble, demasiado fácil perder. Pero no era sólo por lo que le había ocurrido con Sandra. Su novia del instituto había desaparecido cuando él había dejado de ser el héroe del pueblo y en pocos días salía con el nuevo capitán del equipo sin haberle devuelto siquiera su anillo o sin haberse molestado en decirle que habían terminado.

Incluso cuando el amor era verdadero, le exigía más de lo que él estaba dispuesto a dar. Sus padres eran un ejemplo. Se amaban, pero su madre había sido infeliz cuando su padre trabajaba fuera. Tres días de cuatro, ella tenía que hacerlo todo y sólo vivía cuando su padre entraba por la puerta.

Y también estaba su abuelo, perdido en una dolorosa niebla, incapaz de sonreír o de funcionar. Incluso si padecía de senilidad, parecía que la muerte de la abuela la hubiese provocado.

—Tenemos opiniones diferentes. El amor no merece la pena. Yo golpeé a un amigo que me dijo lo que Sandra estaba haciendo y tú estás viendo por lo que está pasando mi abuelo. Yo no quiero estar así, teniendo todo fuera de mi control… mi felicidad dependiendo de otra persona.

—Así que, en lo que se refiere al amor, te rindes. Igual que con la esperanza y los sueños.

—Sí. Aprendí lo costosos que son los sueños después del accidente. Lo pierdes todo. Y en cuanto a la esperanza, ¿tienes idea de lo que fue estar postrado en aquella cama de hospital, día tras día, rezando para que el médico estuviera equivocado, esperando que entrara y que me dijera que mis lesiones no eran para tanto y que podría jugar al fútbol de forma profesional? Pero nunca ocurrió y el pueblo entero me odió porque fastidié la oportunidad de ganar el título estatal.

Paula tragó saliva. No sabía por lo que 
Pedro había pasado, pero sabía de esperanzas perdidas y de sueños y también sabía de salir adelante y de encontrar algo en lo que poner sus esperanzas y jamás dejaría de creer en eso.

—El pueblo no te odiaba.

—Lo que está claro es que no me amaba




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 31




Ignorando que podía subir y tomar un preservativo de su cartera, regresó al arroyo y se tumbó junto a ella. Ya se podía relajar, siempre y cuando no pensara en su sabor o en cómo sus pechos habían respondido al tacto de sus dedos.

—He apagado la bomba. Podemos vaciar el estanque en otro momento.
Pedro se puso las manos detrás de la cabeza para mantenerlas lejos de la tentación y miraba hacia arriba.

—Ni siquiera he traído mi móvil. ¿Sabes cuánto tiempo hace que no hago el vago una tarde?

—Imagino que bastante —Paula parecía igualmente interesada en las ramas de los árboles que tenían por encima—. Estás tan concentrado en el éxito que probablemente nunca tengas tiempo libre.

—Mmm —dijo 
Pedro evadiéndose. Se preguntó si ella esperaba que hiciera otro movimiento. Una parte de él quería hacerlo, pero otra le decía que mantuviera las manos fuera, porque cuando ya estaba todo dicho y hecho, ella todavía era la misma Paula que pensaba que las chicas buenas no llegaban hasta el final.

—Es bonito cómo la luz pasa por entre las hojas.

—Sí.

—Dime por qué te irritaste tanto cuando dije que yo era la fuerza y tú la maña —le pidió 
Pedro, a quien la mezcla de emociones que había visto en su cara seguía molestando.

—Quizá me irritara un poco. Hay dos razones, creo: mi padre y mi ex marido. Mira, mi padre era muy estricto con la escuela, pero también parecía que se resentía cuando hacía las cosas bien. Nunca he estado segura por qué.

—Probablemente estaba celoso porque eras más inteligente que él.

—¡Yo no creo que fuera más lista que mi padre! —protestó—. Él era muy inteligente.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 30




En aquel momento, Paula se sentía tan bien que ni siquiera recordaba cómo se llamaba. Incluso cuando había estado casada, los besos y las caricias no habían sido como aquéllas, ya que Butch sólo estaba interesado en el resultado y no en el proceso y los juegos previos no estaban entre sus prioridades.

Las manos de 
Pedro no parecían tener prisa y sus besos, profundos y calientes, duraron una eternidad. Sus dedos exploraron bajo su camiseta y ella también se lanzó a explorar. Su piel ya estaba caliente a pesar del baño y a Paula le encantó sentir cómo los músculos de Pedro se tensaban y relajaban bajo su suave piel.


También le encantó la sacudida que le produjo cuando tocó el empeine de su pie. Su beso se hizo más profundo y su lengua se movió ansiosamente dentro de la boca de Paula, que se sentía como si tuviera quince años otra vez, con todas sus esperanzas y sus sueños frente a ella. Pero suspiró al recordar quién había roto algunos de sus sueños y le había enseñado que la esperanza no era siempre suficiente… el mismo hombre cuyos besos la estaban dejando sin sentido.

—¿
Pedro?

Pedro notó la tensión en la voz de Paula y percibió el cambio en su cuerpo al mismo tiempo.

—¿Qué? —murmuró mientras le besaba el cuello.

Acarició con sus labios uno de sus pezones y escuchó un gemido de Paula. Su mano fue hacia abajo por los pantalones cortos de ella, pero se paró. 

Pedro quería hacerle el amor, pero no estaba preparado. Era de risa. Siempre tenía en mente el sexo seguro y siempre estaba preparado para ello, pero esta vez se le había olvidado. Aunque sus instintos más primarios le empujaban a probar suerte, no sería justo para Paula.
Saboreando sus pechos amorosamente por última vez, 
Pedro gruñó y se giró colocándose boca arriba y respirando. 

Todas las células de su cuerpo pedían aliviarse, pero Pedro agitó la cabeza y se concentró en su acelerado pulso. Aquello no era bueno. Desde que se había enterado de la verdad sobre su novia, se había prometido no perder el control nunca más, no dejar nunca que una mujer llegara a él más allá de donde podía controlar. Y en ese momento, la pequeña Paula Chaves lo estaba haciendo delirar. Era como ser un crío otra vez, con necesidades y sin disciplina.

—Um… ¿
Pedro?

Antes de que Paula girara la cabeza, se puso de pie.

—Quédate aquí. Ahora vuelvo —dijo girándose antes de que ella pudiera ver el efecto que le había causado.

Pedro no podía recordar la última vez que había estado tan excitado. Sólo quería comprobar si Paula pasaba de él y no se esperaba aquella explosión atómica de calor. La profundidad de su reacción era inquietante, quería pasar la tarde tumbado junto a ella escuchando el agua del arroyo. No tenía ningún sentido, pero era, exactamente lo que iba a hacer… y aquello era tentar al destino más de lo que lo había tentado en años.
Pedro apagó la bomba del estanque, después fue a comprobar que su abuelo estaba bien.

—¿Estás bien, abuelo?

—Sí —Joaquin Alfonso estaba leyendo algo y 
Pedro se acercó.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Una revista de jardinería que ha traído Paula. Me dijo que eligiera qué plantar en el huerto para el otoño.

Pedro hizo una mueca de dolor. No era seguro que el abuelo viviera en esa casa en otoño, aunque parecía que estaba mejor y Pedro sabía que Paula lo había convencido para que empezara a pasear con ella. Si el problema del abuelo era una depresión, el ejercicio lo ayudaría.

—Quizá debieras ir al médico —murmuró.

—A mí no me pasa nada.

Pedro agitó la cabeza. El abuelo había repetido aquello siempre. Le decía al médico que sus hijos exageraban y se preocupaban por nada. Cada vez que iba al médico se comportaba tal y como era. Al doctor Kroeger le había llevado un tiempo ver que había indicios de senilidad y prescribirle un tratamiento.

—De todos modos, no estoy senil y no necesito la medicina ésa que me das —añadió el abuelo.

—Entonces iremos al médico y hablaremos con él sobre esto, a lo mejor te la cambia o prueba con otra cosa.

—No necesito ir al médico para eso. He estado tirando las pastillas. No me he tomado ninguna en una semana.

Pedro no se sorprendió e incluso le entraron ganas de reír.

—Hablaremos sobre esto más tarde. Paula me está esperando.


viernes, 14 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 29




Las preguntas no importaban, ya que 
Pedro regresaría a Chicago tan pronto como algún otro miembro de la familia lo relevara en el cuidado de su abuelo y olvidaría las mangueras de entrada y salida y las discusiones sobre arte y ciencia y cuál de los dos era más importante. Olvidaría que había reído al lanzar hierbajos y beber limonada.


—Te ayudaré.

Cada uno agarró una manguera y se acercó al lecho de flores. Paula apuntaba a las violetas cuando sintió que le mojaba la espalda.

—Eres… —se giró y le mojó el pecho. —¿Eso es lo mejor que lo puedes hacer?

Él volvió a mojarla y ella salió disparada a buscar cobijo. Al poco tiempo estaban empapados de pies a cabeza y se daban caza el uno al otro ya sin sus armas. 

Paula soltó la manguera y salió corriendo. Pedro la siguió, pero ella se adelantó y estaba preparada a la orilla del arroyo cuando él apareció por el camino. Estaba arrodillada y con las manos, le lanzó agua por encima.

—Eh, está fría —
Pedro le dedicó una sonrisa diabólica antes de hacerle un placaje. Aterrizaron en una profunda y tranquila piscina que se había formado en un recodo del arroyo.

—¿Te rindes? —preguntó 
Pedro.

—Nunca —Paula le lanzó unas gotas más de agua. Entonces se estiró y flotó mientras miraba los árboles que les daban sombra. El agua estaba sorprendentemente fría a pesar del calor del día, pero Paula amó esa sensación… le gustó sentir los escalofríos en su piel y el calor que le llegaba del cuerpo de 
Pedro, que estaba flotando a su lado.

¿Amó?

Esa palabra le venía a la mente con demasiada asiduidad últimamente y se propuso no ser tonta. Amar la sensación del agua en su piel no era lo mismo que enamorarse. Además, ya había amado a 
Pedro una vez, lo que la ponía en un terreno peligroso. Pedro no creía que el amor merecía la pena a pesar de los problemas que podía causar, pero los problemas llegaban sin poder hacer nada para evitarlos. ¿Acaso no sabía que el amor hacía más felices los buenos momentos y que hacía más llevaderos los malos?

Después de un rato salieron del agua y se tumbaron en la hierba de la orilla. Paula bostezó y se puso un brazo por detrás de la cabeza.

—El profesor Alfonso sugirió que plantáramos malvarrosas al lado del cobertizo.


—También dijo que lo llamaras Joaquin.

—Lo sé, pero parece tan… —se encogió de hombros.

—¿Parece tan qué?

—No lo sé. ¿Irrespetuoso? Es el profesor, yo nunca imaginé… —se encogió de hombros otra vez.

Pedro se puso de costado y estudió la cara de Paula. Ella le estaba diciendo algo, pero él no estaba seguro de lo que podía ser. ¿Qué es lo que nunca hubiera imaginado? Él no sabía nada. Había intentado llevarla a la situación perfecta para besarla y ella se había mostrado ajena a sus esfuerzos. No era desagradable con él, aunque le decía las cosas claras. Además, tenía un excelente sentido del humor. Nunca había conocido a alguien tan intrínsecamente feliz o tan inconscientemente sexy. Era suficiente como para enloquecer a un hombre.

La mirada de 
Pedro descendió por el cuerpo de Paula, de repente, no le pareció suficiente besarla. Estaba mojada y su camiseta y su sujetador eran transparentes y las duras y rosadas aureolas de sus pechos se notaban. 

¿Qué estaba haciendo al mirarla de ese modo constantemente? Paula había caído como un ángel en la vida de su abuelo. El abuelo parecía estar mejorando gracias a ella, así que tenía que ser caballeroso y dejar de pensar como un adolescente.

Pedro arrancó una brizna de hierba y le hizo cosquillas en la barbilla a Paula. Ella abrió los ojos.

—¿Estás intentando algo, Alfonso?

—Soy un hombre, claro que estoy intentando algo.

—Hmmm.

No estaba diciendo que sí, pero tampoco que no.

—Tienes una boca preciosa —susurró él.

—Sólo es una boca.

—Eso es cuestión de opiniones —le acarició el labio inferior con el dedo y se acercó más a ella—. Yo opino que tienes la boca más maravillosa.

—Pe… 
Pedro —dijo Paula entre suaves besos—. ¿No deberíamos ir a ver la bomba?

—No, no es muy potente. Tardará más de una hora en vaciar el estanque de abajo.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 28




Aunque una brisa soplaba en el jardín, Paula se sentía incómoda por el calor provocado, en parte, por los pensamientos no deseados de un 
Pedro con el torso desnudo y en calzoncillos.


Habían pasado algunos días desde que uno de sus negocios había llegado a un punto crítico y él se había enclaustrado en su improvisada oficina. Al principio, ella se había sentido aliviada. Era la confirmación de que él era un adicto al trabajo con beneficios. Pero después había descubierto que lo echaba de menos.

Cuando finalmente 
Pedro salió para algo más que comer, Paula no sabía si hacer que no se había dado cuenta de su ausencia o tomarle el pelo. Pero él sonrió y le propuso que se mojaran juntos.

—Lavando el estanque, por supuesto —añadió guiñando un ojo.

En realidad, el estanque era una sucesión de largos y estrechos estanques con pequeñas cascadas que descendían de uno a otro. En mejores momentos, una bomba reciclaba el agua del estanque más bajo y la subía al más alto. En ese momento era un desastre.

A Paula, limpiar un estanque verde y viscoso lleno de hojas y porquería no era una actividad que le apeteciera mucho realizar, pero Pedro tenía un plan, que consistía en trasvasar el agua con un sifón y llevar la porquería en cubos hasta la pila de composta.

—Mataremos dos pájaros de un tiro —dijo sin ningún atisbo de ilusión. 

Necesitaban un lugar donde echar la porquería y ésta ayudaría a que se descompusieran todas esas malas hierbas. Pronto tendrían un abono natural para usar en el huerto.

Pedro estaba de pie frunciendo el ceño a la bomba que había alquilado en la ferretería y mirando todos sus lados. Sus bronceados hombros parecían insensibles al sol y al calor, pensó Paula.

—¿No venía con instrucciones? —preguntó.

Él la miró mal.

—Ah, se me olvidaba que los hombres de verdad no leen instrucciones.

—Las leo cuando es necesario y para algo así no es necesario.

«Todavía no», pensó ella.

La bomba era para trasvasar el agua al sumidero y de ahí a la calle y ya había manipulado algunas mangueras para que sirvieran a aquel propósito. Paula se puso a la sombra de un árbol a ver cómo 
Pedro ponía en marcha la máquina. Era un hombre inteligente, pero muy cabezota. Había decidido que podía averiguar cómo funcionaba la bomba sin ayuda y era lo que iba a hacer.

Bueno, había recompensas en la espera. 
Pedro estaba tan concentrado que Paula podía mirarlo para disfrute de sus ojos. Paula dobló las rodillas y apoyó su barbilla en ellas. ¿Cómo había acabado pasando tiempo con Pedro Alfonso? No se hacía ilusiones, ya que sólo tenían unas pocas cosas en común y veían la vida de forma diferente. Para él, los pueblos pequeños no tenían salida. Era rico y se movía por ambición, mientras que ella llevaba una vida decente y no le importaba si alguna vez ganaba un millón de dólares. Sin mencionar el hecho de que ella apenas pegaba con su oscuro y potente atractivo.

Paula tenía un ardor y un dolor en la boca del estómago y su pecho se encogía cuando lo miraba. Sentía la hierba fresca bajo sus desnudas piernas. Estaba al tanto de cada sonido, movimiento o tacto y se debía a que 
Pedro la estaba volviendo loca.

—Despiértate —se dijo a sí misma. No podía permitirse perder el sentido por un hombre que ya le había roto el corazón una vez.

Sus besos adolescentes en el hospital se habían tornado cada vez más calientes y ella nunca olvidaría el tacto de sus duros dedos en su piel mientras él intentaba convencerla de que las buenas chicas llegaban hasta el final. La noche antes de que él regresara a casa, casi la convence. Había querido dárselo todo aquella noche.

Pedro la había convencido para que le dejara besar sus pechos, pero en lugar de un beso, le había succionado fuertemente uno de los pezones mientras jugaba con su lengua. Paula casi se muere del impacto… y del placer.

—Creo que funciona así —gritó 
Pedro devolviéndola al presente. El calor se le subió por el cuello. Gracias a Dios que no podía leerle la mente, hubiera sido humillante que supiera la forma en que lo recordaba todavía.

—Sólo tengo que insertar el extremo de esto en el agua y encenderlo. ¡Tachan! —exclamó mientras lo ponía en marcha.

Las burbujas hicieron espuma que salió disparada por los aires y 
Pedro saltó hacia atrás para no llenarse de agua maloliente. Paula se reía.

—Jo —
Pedro le dio una patada a la bomba para apagarla y miró el equipo—. He puesto al revés las conexiones. La manguera por donde entra el agua está en el lugar donde tendría que estar la manguera que saca el agua.

Mientras trataba con las salidas y las entradas, Paula suspiró. Probablemente 
Pedro no recordaba sus besos de adolescentes de la misma forma que ella… o cómo había actuado cuando había regresado al colegio, como si ella no existiera. Aunque había un nuevo capitán en el equipo de fútbol, él había mantenido la cabeza alta, retando a la gente a que se comportara como si nada hubiera cambiado. Paula se había convertido, otra vez, en la chica invisible y las lágrimas que había derramado por las noches, no tenían ningún sentido, al igual que los besos que él le había dado.

Lo peor de todo era que ni siquiera había aprendido la lección y se había casado con otro deportista de éxito. ¿Tan inteligente era si había cometido el mismo error dos veces? No es que Pedro tuviera las mismas inseguridades que Butch, pero, ciertamente, tenía sus demonios.

—¡Así! —dijo Pedro.

Encendió la bomba de nuevo y se pudo oír el ruido del motor. La manguera para sacar el agua se tensó y al poner los dedos en ella, Paula sintió cómo vibraba.

—Victoria —declaró 
Pedro mientras se ponía al lado de Paula y observaba su reino con una sonrisa de satisfacción— Somos buenos, ¿verdad?

¿Era ése el verdadero 
Pedro? ¿El niño entusiasta dentro del hombre con defectos, manías y también cosas buenas mezcladas? ¿O era una ilusión y todavía era el severo y poco amistoso hombre que había visto, al principio, cuando había ido a devolver el cuadro de su abuelo?

—Debería regar las flores —comentó Paula, cansada de hacerse preguntas que no tenían respuesta.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 27




Paula se estiró antes de sentarse a la mesa con sus cuadernos y su lupa. Le dolían los brazos y los hombros por las dos mañanas de trabajo físico al que no estaba acostumbrada, aunque también era satisfactorio. Para su sorpresa, trabajar con las manos, ensuciarse y sudar tenía su recompensa incluso más allá de intentar ayudar al profesor Alfonso. Y sin olvidar a Pedro.


También disfrutaba trabajando codo con codo con el nieto del profesor. Sentía una debilidad por ese tipo de hombres, aunque habían demostrado no ser fieles o de confianza, pero no tenía que ser un problema si no le dejaba llegar a ella.

Escuchó que Pedro hablaba por teléfono en un tono autoritario. Algo había sucedido que no le gustaba y estaba regañando a alguien. Paula recordó cómo Pedro había llevado consigo el móvil mientras trabajaba en el jardín y los sustos que le había dado todas las veces que había sonado. Lo peor era que cuando recibía una llamada no se acordaba de nada más.

Levantó uno de los paquetes envuelto en una polvorienta manta y cuidadosamente desató la cuerda que lo mantenía atado. Un momento después estaba sobrecogida por las pinturas que había encontrado, un paisaje de Alfred Sisley y un retrato de Mary Cassatt. La luz del paisaje atrapó su mirada, aunque el retrato era igual de imponente. Era una madre con un niño y estaba pintado con tanta ternura que el amor entre ellos era palpable.

Pedro —gritó entusiasmada y sin pensar en nada más que en lo que acababa de descubrir.

Unos segundos después él apareció. Parecía preocupado.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es… mira. Un Cassatt y un Sisley.

Echó un vistazo a los cuadros y arqueó las cejas.

—¿Tienen mucho valor?
Tenía que haberlo sabido. ¿Cuántas veces tenían que recordarle que 
Pedro no era el tipo de hombre que apreciara las mismas cosas que ella? Él era como su ex marido.

—¿Por qué me molesto? Por lo que a mí respecta, su valor es incalculable. Pero sí, valen mucho. Incluso editaron un sello de correos en honor de Mary Cassatt.

—No te enfades —dijo Pedro.

—No me enfado. Es que no entiendo por qué tienes que ponerle precio a todo.

—No lo hago. Pero es que el arte son sólo cuadros y cosas, no es ciencia. No cambia el mundo o algo así. Quiero decir, ¿no preferirías llegar a París en unas horas antes que tomar un lento barco? ¿No son las líneas aéreas trasatlánticas mejores que un cuadro colgado en una pared?

—No. El arte es la razón por la que yo iría a París. Y la exposición al arte es lo que alimenta la imaginación y fomenta las nuevas ideas. Apuesto a que a Orville y Wilbur nunca se les hubiera ocurrido volar sin imaginación. Eso no puedes discutirlo.

—Puedo discutir cualquier cosa.

Paula tuvo la sensación de que 
Pedro, en realidad, estaba de acuerdo con ella, pero quería entretenerse un rato y hacerle perder los estribos.

—Leonardo da Vinci diseñó máquinas voladoras, trajes de buceo y todo tipo de cosas.

—Sí, pero él en realidad no era un artista, era un científico.

—Incluso tú sabes que Leonardo es uno de los mejores artistas de todos los tiempos.

—Sin duda es uno de los mejores pensadores —comenzó 
Pedro, pero entonces, se inclinó hacia los cuadros—. Éstos solían estar colgados en la habitación de mis abuelos. El abuelo puso éste en la habitación del hospital cuando la abuela estaba enferma —dijo señalando el paisaje—. Y éste… él siempre decía que le recordaba a mi abuela y mi padre cuando era pequeño. Por eso los puso en el desván. No era porque estuviera senil, sino porque verlos le dolía demasiado. ¿Puede esa clase de amor valer la pena de todo lo que está pasando?

—Sí —dijo Paula inmediatamente.

—Lo dudo mucho.