Aunque una brisa soplaba en el jardín, Paula se sentía incómoda por el calor provocado, en parte, por los pensamientos no deseados de un Pedro con el torso desnudo y en calzoncillos.
Habían pasado algunos días desde que uno de sus negocios había llegado a un punto crítico y él se había enclaustrado en su improvisada oficina. Al principio, ella se había sentido aliviada. Era la confirmación de que él era un adicto al trabajo con beneficios. Pero después había descubierto que lo echaba de menos.
Cuando finalmente Pedro salió para algo más que comer, Paula no sabía si hacer que no se había dado cuenta de su ausencia o tomarle el pelo. Pero él sonrió y le propuso que se mojaran juntos.
—Lavando el estanque, por supuesto —añadió guiñando un ojo.
En realidad, el estanque era una sucesión de largos y estrechos estanques con pequeñas cascadas que descendían de uno a otro. En mejores momentos, una bomba reciclaba el agua del estanque más bajo y la subía al más alto. En ese momento era un desastre.
A Paula, limpiar un estanque verde y viscoso lleno de hojas y porquería no era una actividad que le apeteciera mucho realizar, pero Pedro tenía un plan, que consistía en trasvasar el agua con un sifón y llevar la porquería en cubos hasta la pila de composta.
—Mataremos dos pájaros de un tiro —dijo sin ningún atisbo de ilusión.
Necesitaban un lugar donde echar la porquería y ésta ayudaría a que se descompusieran todas esas malas hierbas. Pronto tendrían un abono natural para usar en el huerto.
Pedro estaba de pie frunciendo el ceño a la bomba que había alquilado en la ferretería y mirando todos sus lados. Sus bronceados hombros parecían insensibles al sol y al calor, pensó Paula.
—¿No venía con instrucciones? —preguntó.
Él la miró mal.
—Ah, se me olvidaba que los hombres de verdad no leen instrucciones.
—Las leo cuando es necesario y para algo así no es necesario.
«Todavía no», pensó ella.
La bomba era para trasvasar el agua al sumidero y de ahí a la calle y ya había manipulado algunas mangueras para que sirvieran a aquel propósito. Paula se puso a la sombra de un árbol a ver cómo Pedro ponía en marcha la máquina. Era un hombre inteligente, pero muy cabezota. Había decidido que podía averiguar cómo funcionaba la bomba sin ayuda y era lo que iba a hacer.
Bueno, había recompensas en la espera. Pedro estaba tan concentrado que Paula podía mirarlo para disfrute de sus ojos. Paula dobló las rodillas y apoyó su barbilla en ellas. ¿Cómo había acabado pasando tiempo con Pedro Alfonso? No se hacía ilusiones, ya que sólo tenían unas pocas cosas en común y veían la vida de forma diferente. Para él, los pueblos pequeños no tenían salida. Era rico y se movía por ambición, mientras que ella llevaba una vida decente y no le importaba si alguna vez ganaba un millón de dólares. Sin mencionar el hecho de que ella apenas pegaba con su oscuro y potente atractivo.
Paula tenía un ardor y un dolor en la boca del estómago y su pecho se encogía cuando lo miraba. Sentía la hierba fresca bajo sus desnudas piernas. Estaba al tanto de cada sonido, movimiento o tacto y se debía a que Pedro la estaba volviendo loca.
—Despiértate —se dijo a sí misma. No podía permitirse perder el sentido por un hombre que ya le había roto el corazón una vez.
Sus besos adolescentes en el hospital se habían tornado cada vez más calientes y ella nunca olvidaría el tacto de sus duros dedos en su piel mientras él intentaba convencerla de que las buenas chicas llegaban hasta el final. La noche antes de que él regresara a casa, casi la convence. Había querido dárselo todo aquella noche.
Pedro la había convencido para que le dejara besar sus pechos, pero en lugar de un beso, le había succionado fuertemente uno de los pezones mientras jugaba con su lengua. Paula casi se muere del impacto… y del placer.
—Creo que funciona así —gritó Pedro devolviéndola al presente. El calor se le subió por el cuello. Gracias a Dios que no podía leerle la mente, hubiera sido humillante que supiera la forma en que lo recordaba todavía.
—Sólo tengo que insertar el extremo de esto en el agua y encenderlo. ¡Tachan! —exclamó mientras lo ponía en marcha.
Las burbujas hicieron espuma que salió disparada por los aires y Pedro saltó hacia atrás para no llenarse de agua maloliente. Paula se reía.
—Jo —Pedro le dio una patada a la bomba para apagarla y miró el equipo—. He puesto al revés las conexiones. La manguera por donde entra el agua está en el lugar donde tendría que estar la manguera que saca el agua.
Mientras trataba con las salidas y las entradas, Paula suspiró. Probablemente Pedro no recordaba sus besos de adolescentes de la misma forma que ella… o cómo había actuado cuando había regresado al colegio, como si ella no existiera. Aunque había un nuevo capitán en el equipo de fútbol, él había mantenido la cabeza alta, retando a la gente a que se comportara como si nada hubiera cambiado. Paula se había convertido, otra vez, en la chica invisible y las lágrimas que había derramado por las noches, no tenían ningún sentido, al igual que los besos que él le había dado.
Lo peor de todo era que ni siquiera había aprendido la lección y se había casado con otro deportista de éxito. ¿Tan inteligente era si había cometido el mismo error dos veces? No es que Pedro tuviera las mismas inseguridades que Butch, pero, ciertamente, tenía sus demonios.
—¡Así! —dijo Pedro.
Encendió la bomba de nuevo y se pudo oír el ruido del motor. La manguera para sacar el agua se tensó y al poner los dedos en ella, Paula sintió cómo vibraba.
—Victoria —declaró Pedro mientras se ponía al lado de Paula y observaba su reino con una sonrisa de satisfacción— Somos buenos, ¿verdad?
¿Era ése el verdadero Pedro? ¿El niño entusiasta dentro del hombre con defectos, manías y también cosas buenas mezcladas? ¿O era una ilusión y todavía era el severo y poco amistoso hombre que había visto, al principio, cuando había ido a devolver el cuadro de su abuelo?
—Debería regar las flores —comentó Paula, cansada de hacerse preguntas que no tenían respuesta.