viernes, 14 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 27




Paula se estiró antes de sentarse a la mesa con sus cuadernos y su lupa. Le dolían los brazos y los hombros por las dos mañanas de trabajo físico al que no estaba acostumbrada, aunque también era satisfactorio. Para su sorpresa, trabajar con las manos, ensuciarse y sudar tenía su recompensa incluso más allá de intentar ayudar al profesor Alfonso. Y sin olvidar a Pedro.


También disfrutaba trabajando codo con codo con el nieto del profesor. Sentía una debilidad por ese tipo de hombres, aunque habían demostrado no ser fieles o de confianza, pero no tenía que ser un problema si no le dejaba llegar a ella.

Escuchó que Pedro hablaba por teléfono en un tono autoritario. Algo había sucedido que no le gustaba y estaba regañando a alguien. Paula recordó cómo Pedro había llevado consigo el móvil mientras trabajaba en el jardín y los sustos que le había dado todas las veces que había sonado. Lo peor era que cuando recibía una llamada no se acordaba de nada más.

Levantó uno de los paquetes envuelto en una polvorienta manta y cuidadosamente desató la cuerda que lo mantenía atado. Un momento después estaba sobrecogida por las pinturas que había encontrado, un paisaje de Alfred Sisley y un retrato de Mary Cassatt. La luz del paisaje atrapó su mirada, aunque el retrato era igual de imponente. Era una madre con un niño y estaba pintado con tanta ternura que el amor entre ellos era palpable.

Pedro —gritó entusiasmada y sin pensar en nada más que en lo que acababa de descubrir.

Unos segundos después él apareció. Parecía preocupado.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es… mira. Un Cassatt y un Sisley.

Echó un vistazo a los cuadros y arqueó las cejas.

—¿Tienen mucho valor?
Tenía que haberlo sabido. ¿Cuántas veces tenían que recordarle que 
Pedro no era el tipo de hombre que apreciara las mismas cosas que ella? Él era como su ex marido.

—¿Por qué me molesto? Por lo que a mí respecta, su valor es incalculable. Pero sí, valen mucho. Incluso editaron un sello de correos en honor de Mary Cassatt.

—No te enfades —dijo Pedro.

—No me enfado. Es que no entiendo por qué tienes que ponerle precio a todo.

—No lo hago. Pero es que el arte son sólo cuadros y cosas, no es ciencia. No cambia el mundo o algo así. Quiero decir, ¿no preferirías llegar a París en unas horas antes que tomar un lento barco? ¿No son las líneas aéreas trasatlánticas mejores que un cuadro colgado en una pared?

—No. El arte es la razón por la que yo iría a París. Y la exposición al arte es lo que alimenta la imaginación y fomenta las nuevas ideas. Apuesto a que a Orville y Wilbur nunca se les hubiera ocurrido volar sin imaginación. Eso no puedes discutirlo.

—Puedo discutir cualquier cosa.

Paula tuvo la sensación de que 
Pedro, en realidad, estaba de acuerdo con ella, pero quería entretenerse un rato y hacerle perder los estribos.

—Leonardo da Vinci diseñó máquinas voladoras, trajes de buceo y todo tipo de cosas.

—Sí, pero él en realidad no era un artista, era un científico.

—Incluso tú sabes que Leonardo es uno de los mejores artistas de todos los tiempos.

—Sin duda es uno de los mejores pensadores —comenzó 
Pedro, pero entonces, se inclinó hacia los cuadros—. Éstos solían estar colgados en la habitación de mis abuelos. El abuelo puso éste en la habitación del hospital cuando la abuela estaba enferma —dijo señalando el paisaje—. Y éste… él siempre decía que le recordaba a mi abuela y mi padre cuando era pequeño. Por eso los puso en el desván. No era porque estuviera senil, sino porque verlos le dolía demasiado. ¿Puede esa clase de amor valer la pena de todo lo que está pasando?

—Sí —dijo Paula inmediatamente.

—Lo dudo mucho.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario