Paula quiso insistir, pero era cierto que hubo gente que se enfadó con Pedro por haberse lesionado. Y, obviamente, él no había superado el accidente que terminó con sus sueños de futbolista. No se había aceptado a sí mismo.
Paula tiritaba. Se empezaba a dar cuenta del complicado hombre que había tras la arrogancia. Un hombre con unas pasiones tan fuertes y profundas que no confiaba en sí mismo. Un hombre que quería controlar su corazón porque no lo entendía, al igual que no se entendía a sí mismo y, por eso, se negaba a creer en el amor y sus argumentos eran una cortina de humo que escondían la verdad a la que él no se quería enfrentar.
—Tú también me odiabas —murmuró acariciándole la frente con un diente de león.
—A mí no me importaba nada el fútbol.
—No, tenías tus propias razones para odiarme. Te traté mal cuando íbamos al colegio, al igual que mis amigos.
—He sobrevivido.
—No tenías que haber tenido que sobrevivir y yo fui uno de los que te puso las cosas difíciles. Nunca sabrás lo arrepentido que estoy de eso.
—Acepto tu disculpa —Paula puso la mano en el pecho de Pedro. Algo dentro de ella la estaba desafiando—. ¿Sabes lo que debemos hacer? —susurró.
—No, ¿qué?
Paula sonrió y extendió los dedos por los pectorales de él.
—Besarnos.
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