sábado, 15 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 32



Pedro intentó recordar si alguna vez había conocido al señor Chaves y finalmente hizo aparecer la imagen de un hombre alto con el pelo rubio y grueso y una expresión fría y de insatisfacción en la cara. Había ido al concurso científico del instituto en el que Paula había ganado el primer premio, pero, aparentemente, no era suficiente. La idea de Paula creciendo con semejante hombre puso enfermo a Pedro. Recordó cómo sus amigos y él lo habían visto gritar a Paula.

—¿Y qué hay de tu ex marido?

Ella no contestó inmediatamente y 
Pedro la miró.

—¿Paula?

—Pues que… tenía problemas con su familia. Su hermano mayor era el favorito y trataban a Butch como si fuera retrasado porque prefería los deportes a los estudios. Su hermano mayor murió en un accidente y Butch terminó haciéndose cargo de la empresa familiar. Lo raro es que lo hacía muy bien, aunque ellos no pudieran verlo.

—¿Qué tiene eso que ver contigo?

—Butch era inteligente, pero la universidad lo aburría y la dejó el primer año… mientras que yo me doctoré con veintiún años. A veces parecía estar orgulloso de mí y en ocasiones… no sé… parecía enfadado.

—¿Fue por eso por lo que lo dejaste? Me alegro por ti.

—No. Lo dejé porque no podía mantener la bragueta cerrada.

—¿Quieres decir que era infiel?

—Sí y no tienes por qué sorprenderte.

—Claro que me sorprende. Era idiota.

—Es muy amable de tu parte, pero yo sé el aspecto que tengo y no era suficiente para él.

—No estoy siendo amable. No es culpa tuya que él fuera infiel. Eres lista, amable e increíblemente sexy. Si no apreciaba lo que tenía, no merecía conservarlo.

Paula quería creerlo y 
Pedro se dio cuenta. Pero todo el mundo, incluso ella misma de adolescente, había pisado el ego de su feminidad tantas veces que probablemente no pudiera escuchar a nadie.

—Vale —dijo él—. Voy a decirte algo que nunca he contado a nadie. ¿Tú piensas que no estoy mal?

Paula asintió con la cabeza.

—Entonces estamos de acuerdo en que no soy un ogro —
Pedro tomó aire—. Bien, hace unos años, estuve comprometido. Mi prometida era preciosa, sofisticada… era una ex miss Illinois. Yo estaba loco por ella, pero me enteré de que se había estado acostando con otros hombres, incluso después de que planeáramos la boda. ¿Crees que era porque yo no era lo suficientemente hombre?

—No.

Cuando ella respondió, 
Pedro se sintió mejor. No había disfrutado contándole la verdad, aunque no le importaba que lo supiese.

—Eso mismo se puede aplicar a tu caso. Lo que no entiendo es cómo sigues creyendo en el amor. ¿Cómo puedes confiar en un sentimiento que te ha traicionado?

—No se puede culpar al amor. Mi matrimonio se rompió porque no supe elegir a la persona correcta. Eso es todo.

—¿De verdad crees que es tan sencillo? ¿Que ambos escogimos mal?

—Quizá —dudó ella—. Para ser honesta, tú nunca te has sentido atraído por chicas que fuesen un modelo de virtud, por lo menos en el instituto. Y, a menudo, aunque no lo queramos, caemos en nuestros mismos errores.
Pedro agitó la cabeza. Nada era tan sencillo. No podía confiar en el amor, era… demasiado voluble, demasiado fácil perder. Pero no era sólo por lo que le había ocurrido con Sandra. Su novia del instituto había desaparecido cuando él había dejado de ser el héroe del pueblo y en pocos días salía con el nuevo capitán del equipo sin haberle devuelto siquiera su anillo o sin haberse molestado en decirle que habían terminado.

Incluso cuando el amor era verdadero, le exigía más de lo que él estaba dispuesto a dar. Sus padres eran un ejemplo. Se amaban, pero su madre había sido infeliz cuando su padre trabajaba fuera. Tres días de cuatro, ella tenía que hacerlo todo y sólo vivía cuando su padre entraba por la puerta.

Y también estaba su abuelo, perdido en una dolorosa niebla, incapaz de sonreír o de funcionar. Incluso si padecía de senilidad, parecía que la muerte de la abuela la hubiese provocado.

—Tenemos opiniones diferentes. El amor no merece la pena. Yo golpeé a un amigo que me dijo lo que Sandra estaba haciendo y tú estás viendo por lo que está pasando mi abuelo. Yo no quiero estar así, teniendo todo fuera de mi control… mi felicidad dependiendo de otra persona.

—Así que, en lo que se refiere al amor, te rindes. Igual que con la esperanza y los sueños.

—Sí. Aprendí lo costosos que son los sueños después del accidente. Lo pierdes todo. Y en cuanto a la esperanza, ¿tienes idea de lo que fue estar postrado en aquella cama de hospital, día tras día, rezando para que el médico estuviera equivocado, esperando que entrara y que me dijera que mis lesiones no eran para tanto y que podría jugar al fútbol de forma profesional? Pero nunca ocurrió y el pueblo entero me odió porque fastidié la oportunidad de ganar el título estatal.

Paula tragó saliva. No sabía por lo que 
Pedro había pasado, pero sabía de esperanzas perdidas y de sueños y también sabía de salir adelante y de encontrar algo en lo que poner sus esperanzas y jamás dejaría de creer en eso.

—El pueblo no te odiaba.

—Lo que está claro es que no me amaba




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