sábado, 15 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 30




En aquel momento, Paula se sentía tan bien que ni siquiera recordaba cómo se llamaba. Incluso cuando había estado casada, los besos y las caricias no habían sido como aquéllas, ya que Butch sólo estaba interesado en el resultado y no en el proceso y los juegos previos no estaban entre sus prioridades.

Las manos de 
Pedro no parecían tener prisa y sus besos, profundos y calientes, duraron una eternidad. Sus dedos exploraron bajo su camiseta y ella también se lanzó a explorar. Su piel ya estaba caliente a pesar del baño y a Paula le encantó sentir cómo los músculos de Pedro se tensaban y relajaban bajo su suave piel.


También le encantó la sacudida que le produjo cuando tocó el empeine de su pie. Su beso se hizo más profundo y su lengua se movió ansiosamente dentro de la boca de Paula, que se sentía como si tuviera quince años otra vez, con todas sus esperanzas y sus sueños frente a ella. Pero suspiró al recordar quién había roto algunos de sus sueños y le había enseñado que la esperanza no era siempre suficiente… el mismo hombre cuyos besos la estaban dejando sin sentido.

—¿
Pedro?

Pedro notó la tensión en la voz de Paula y percibió el cambio en su cuerpo al mismo tiempo.

—¿Qué? —murmuró mientras le besaba el cuello.

Acarició con sus labios uno de sus pezones y escuchó un gemido de Paula. Su mano fue hacia abajo por los pantalones cortos de ella, pero se paró. 

Pedro quería hacerle el amor, pero no estaba preparado. Era de risa. Siempre tenía en mente el sexo seguro y siempre estaba preparado para ello, pero esta vez se le había olvidado. Aunque sus instintos más primarios le empujaban a probar suerte, no sería justo para Paula.
Saboreando sus pechos amorosamente por última vez, 
Pedro gruñó y se giró colocándose boca arriba y respirando. 

Todas las células de su cuerpo pedían aliviarse, pero Pedro agitó la cabeza y se concentró en su acelerado pulso. Aquello no era bueno. Desde que se había enterado de la verdad sobre su novia, se había prometido no perder el control nunca más, no dejar nunca que una mujer llegara a él más allá de donde podía controlar. Y en ese momento, la pequeña Paula Chaves lo estaba haciendo delirar. Era como ser un crío otra vez, con necesidades y sin disciplina.

—Um… ¿
Pedro?

Antes de que Paula girara la cabeza, se puso de pie.

—Quédate aquí. Ahora vuelvo —dijo girándose antes de que ella pudiera ver el efecto que le había causado.

Pedro no podía recordar la última vez que había estado tan excitado. Sólo quería comprobar si Paula pasaba de él y no se esperaba aquella explosión atómica de calor. La profundidad de su reacción era inquietante, quería pasar la tarde tumbado junto a ella escuchando el agua del arroyo. No tenía ningún sentido, pero era, exactamente lo que iba a hacer… y aquello era tentar al destino más de lo que lo había tentado en años.
Pedro apagó la bomba del estanque, después fue a comprobar que su abuelo estaba bien.

—¿Estás bien, abuelo?

—Sí —Joaquin Alfonso estaba leyendo algo y 
Pedro se acercó.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Una revista de jardinería que ha traído Paula. Me dijo que eligiera qué plantar en el huerto para el otoño.

Pedro hizo una mueca de dolor. No era seguro que el abuelo viviera en esa casa en otoño, aunque parecía que estaba mejor y Pedro sabía que Paula lo había convencido para que empezara a pasear con ella. Si el problema del abuelo era una depresión, el ejercicio lo ayudaría.

—Quizá debieras ir al médico —murmuró.

—A mí no me pasa nada.

Pedro agitó la cabeza. El abuelo había repetido aquello siempre. Le decía al médico que sus hijos exageraban y se preocupaban por nada. Cada vez que iba al médico se comportaba tal y como era. Al doctor Kroeger le había llevado un tiempo ver que había indicios de senilidad y prescribirle un tratamiento.

—De todos modos, no estoy senil y no necesito la medicina ésa que me das —añadió el abuelo.

—Entonces iremos al médico y hablaremos con él sobre esto, a lo mejor te la cambia o prueba con otra cosa.

—No necesito ir al médico para eso. He estado tirando las pastillas. No me he tomado ninguna en una semana.

Pedro no se sorprendió e incluso le entraron ganas de reír.

—Hablaremos sobre esto más tarde. Paula me está esperando.


viernes, 14 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 29




Las preguntas no importaban, ya que 
Pedro regresaría a Chicago tan pronto como algún otro miembro de la familia lo relevara en el cuidado de su abuelo y olvidaría las mangueras de entrada y salida y las discusiones sobre arte y ciencia y cuál de los dos era más importante. Olvidaría que había reído al lanzar hierbajos y beber limonada.


—Te ayudaré.

Cada uno agarró una manguera y se acercó al lecho de flores. Paula apuntaba a las violetas cuando sintió que le mojaba la espalda.

—Eres… —se giró y le mojó el pecho. —¿Eso es lo mejor que lo puedes hacer?

Él volvió a mojarla y ella salió disparada a buscar cobijo. Al poco tiempo estaban empapados de pies a cabeza y se daban caza el uno al otro ya sin sus armas. 

Paula soltó la manguera y salió corriendo. Pedro la siguió, pero ella se adelantó y estaba preparada a la orilla del arroyo cuando él apareció por el camino. Estaba arrodillada y con las manos, le lanzó agua por encima.

—Eh, está fría —
Pedro le dedicó una sonrisa diabólica antes de hacerle un placaje. Aterrizaron en una profunda y tranquila piscina que se había formado en un recodo del arroyo.

—¿Te rindes? —preguntó 
Pedro.

—Nunca —Paula le lanzó unas gotas más de agua. Entonces se estiró y flotó mientras miraba los árboles que les daban sombra. El agua estaba sorprendentemente fría a pesar del calor del día, pero Paula amó esa sensación… le gustó sentir los escalofríos en su piel y el calor que le llegaba del cuerpo de 
Pedro, que estaba flotando a su lado.

¿Amó?

Esa palabra le venía a la mente con demasiada asiduidad últimamente y se propuso no ser tonta. Amar la sensación del agua en su piel no era lo mismo que enamorarse. Además, ya había amado a 
Pedro una vez, lo que la ponía en un terreno peligroso. Pedro no creía que el amor merecía la pena a pesar de los problemas que podía causar, pero los problemas llegaban sin poder hacer nada para evitarlos. ¿Acaso no sabía que el amor hacía más felices los buenos momentos y que hacía más llevaderos los malos?

Después de un rato salieron del agua y se tumbaron en la hierba de la orilla. Paula bostezó y se puso un brazo por detrás de la cabeza.

—El profesor Alfonso sugirió que plantáramos malvarrosas al lado del cobertizo.


—También dijo que lo llamaras Joaquin.

—Lo sé, pero parece tan… —se encogió de hombros.

—¿Parece tan qué?

—No lo sé. ¿Irrespetuoso? Es el profesor, yo nunca imaginé… —se encogió de hombros otra vez.

Pedro se puso de costado y estudió la cara de Paula. Ella le estaba diciendo algo, pero él no estaba seguro de lo que podía ser. ¿Qué es lo que nunca hubiera imaginado? Él no sabía nada. Había intentado llevarla a la situación perfecta para besarla y ella se había mostrado ajena a sus esfuerzos. No era desagradable con él, aunque le decía las cosas claras. Además, tenía un excelente sentido del humor. Nunca había conocido a alguien tan intrínsecamente feliz o tan inconscientemente sexy. Era suficiente como para enloquecer a un hombre.

La mirada de 
Pedro descendió por el cuerpo de Paula, de repente, no le pareció suficiente besarla. Estaba mojada y su camiseta y su sujetador eran transparentes y las duras y rosadas aureolas de sus pechos se notaban. 

¿Qué estaba haciendo al mirarla de ese modo constantemente? Paula había caído como un ángel en la vida de su abuelo. El abuelo parecía estar mejorando gracias a ella, así que tenía que ser caballeroso y dejar de pensar como un adolescente.

Pedro arrancó una brizna de hierba y le hizo cosquillas en la barbilla a Paula. Ella abrió los ojos.

—¿Estás intentando algo, Alfonso?

—Soy un hombre, claro que estoy intentando algo.

—Hmmm.

No estaba diciendo que sí, pero tampoco que no.

—Tienes una boca preciosa —susurró él.

—Sólo es una boca.

—Eso es cuestión de opiniones —le acarició el labio inferior con el dedo y se acercó más a ella—. Yo opino que tienes la boca más maravillosa.

—Pe… 
Pedro —dijo Paula entre suaves besos—. ¿No deberíamos ir a ver la bomba?

—No, no es muy potente. Tardará más de una hora en vaciar el estanque de abajo.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 28




Aunque una brisa soplaba en el jardín, Paula se sentía incómoda por el calor provocado, en parte, por los pensamientos no deseados de un 
Pedro con el torso desnudo y en calzoncillos.


Habían pasado algunos días desde que uno de sus negocios había llegado a un punto crítico y él se había enclaustrado en su improvisada oficina. Al principio, ella se había sentido aliviada. Era la confirmación de que él era un adicto al trabajo con beneficios. Pero después había descubierto que lo echaba de menos.

Cuando finalmente 
Pedro salió para algo más que comer, Paula no sabía si hacer que no se había dado cuenta de su ausencia o tomarle el pelo. Pero él sonrió y le propuso que se mojaran juntos.

—Lavando el estanque, por supuesto —añadió guiñando un ojo.

En realidad, el estanque era una sucesión de largos y estrechos estanques con pequeñas cascadas que descendían de uno a otro. En mejores momentos, una bomba reciclaba el agua del estanque más bajo y la subía al más alto. En ese momento era un desastre.

A Paula, limpiar un estanque verde y viscoso lleno de hojas y porquería no era una actividad que le apeteciera mucho realizar, pero Pedro tenía un plan, que consistía en trasvasar el agua con un sifón y llevar la porquería en cubos hasta la pila de composta.

—Mataremos dos pájaros de un tiro —dijo sin ningún atisbo de ilusión. 

Necesitaban un lugar donde echar la porquería y ésta ayudaría a que se descompusieran todas esas malas hierbas. Pronto tendrían un abono natural para usar en el huerto.

Pedro estaba de pie frunciendo el ceño a la bomba que había alquilado en la ferretería y mirando todos sus lados. Sus bronceados hombros parecían insensibles al sol y al calor, pensó Paula.

—¿No venía con instrucciones? —preguntó.

Él la miró mal.

—Ah, se me olvidaba que los hombres de verdad no leen instrucciones.

—Las leo cuando es necesario y para algo así no es necesario.

«Todavía no», pensó ella.

La bomba era para trasvasar el agua al sumidero y de ahí a la calle y ya había manipulado algunas mangueras para que sirvieran a aquel propósito. Paula se puso a la sombra de un árbol a ver cómo 
Pedro ponía en marcha la máquina. Era un hombre inteligente, pero muy cabezota. Había decidido que podía averiguar cómo funcionaba la bomba sin ayuda y era lo que iba a hacer.

Bueno, había recompensas en la espera. 
Pedro estaba tan concentrado que Paula podía mirarlo para disfrute de sus ojos. Paula dobló las rodillas y apoyó su barbilla en ellas. ¿Cómo había acabado pasando tiempo con Pedro Alfonso? No se hacía ilusiones, ya que sólo tenían unas pocas cosas en común y veían la vida de forma diferente. Para él, los pueblos pequeños no tenían salida. Era rico y se movía por ambición, mientras que ella llevaba una vida decente y no le importaba si alguna vez ganaba un millón de dólares. Sin mencionar el hecho de que ella apenas pegaba con su oscuro y potente atractivo.

Paula tenía un ardor y un dolor en la boca del estómago y su pecho se encogía cuando lo miraba. Sentía la hierba fresca bajo sus desnudas piernas. Estaba al tanto de cada sonido, movimiento o tacto y se debía a que 
Pedro la estaba volviendo loca.

—Despiértate —se dijo a sí misma. No podía permitirse perder el sentido por un hombre que ya le había roto el corazón una vez.

Sus besos adolescentes en el hospital se habían tornado cada vez más calientes y ella nunca olvidaría el tacto de sus duros dedos en su piel mientras él intentaba convencerla de que las buenas chicas llegaban hasta el final. La noche antes de que él regresara a casa, casi la convence. Había querido dárselo todo aquella noche.

Pedro la había convencido para que le dejara besar sus pechos, pero en lugar de un beso, le había succionado fuertemente uno de los pezones mientras jugaba con su lengua. Paula casi se muere del impacto… y del placer.

—Creo que funciona así —gritó 
Pedro devolviéndola al presente. El calor se le subió por el cuello. Gracias a Dios que no podía leerle la mente, hubiera sido humillante que supiera la forma en que lo recordaba todavía.

—Sólo tengo que insertar el extremo de esto en el agua y encenderlo. ¡Tachan! —exclamó mientras lo ponía en marcha.

Las burbujas hicieron espuma que salió disparada por los aires y 
Pedro saltó hacia atrás para no llenarse de agua maloliente. Paula se reía.

—Jo —
Pedro le dio una patada a la bomba para apagarla y miró el equipo—. He puesto al revés las conexiones. La manguera por donde entra el agua está en el lugar donde tendría que estar la manguera que saca el agua.

Mientras trataba con las salidas y las entradas, Paula suspiró. Probablemente 
Pedro no recordaba sus besos de adolescentes de la misma forma que ella… o cómo había actuado cuando había regresado al colegio, como si ella no existiera. Aunque había un nuevo capitán en el equipo de fútbol, él había mantenido la cabeza alta, retando a la gente a que se comportara como si nada hubiera cambiado. Paula se había convertido, otra vez, en la chica invisible y las lágrimas que había derramado por las noches, no tenían ningún sentido, al igual que los besos que él le había dado.

Lo peor de todo era que ni siquiera había aprendido la lección y se había casado con otro deportista de éxito. ¿Tan inteligente era si había cometido el mismo error dos veces? No es que Pedro tuviera las mismas inseguridades que Butch, pero, ciertamente, tenía sus demonios.

—¡Así! —dijo Pedro.

Encendió la bomba de nuevo y se pudo oír el ruido del motor. La manguera para sacar el agua se tensó y al poner los dedos en ella, Paula sintió cómo vibraba.

—Victoria —declaró 
Pedro mientras se ponía al lado de Paula y observaba su reino con una sonrisa de satisfacción— Somos buenos, ¿verdad?

¿Era ése el verdadero 
Pedro? ¿El niño entusiasta dentro del hombre con defectos, manías y también cosas buenas mezcladas? ¿O era una ilusión y todavía era el severo y poco amistoso hombre que había visto, al principio, cuando había ido a devolver el cuadro de su abuelo?

—Debería regar las flores —comentó Paula, cansada de hacerse preguntas que no tenían respuesta.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 27




Paula se estiró antes de sentarse a la mesa con sus cuadernos y su lupa. Le dolían los brazos y los hombros por las dos mañanas de trabajo físico al que no estaba acostumbrada, aunque también era satisfactorio. Para su sorpresa, trabajar con las manos, ensuciarse y sudar tenía su recompensa incluso más allá de intentar ayudar al profesor Alfonso. Y sin olvidar a Pedro.


También disfrutaba trabajando codo con codo con el nieto del profesor. Sentía una debilidad por ese tipo de hombres, aunque habían demostrado no ser fieles o de confianza, pero no tenía que ser un problema si no le dejaba llegar a ella.

Escuchó que Pedro hablaba por teléfono en un tono autoritario. Algo había sucedido que no le gustaba y estaba regañando a alguien. Paula recordó cómo Pedro había llevado consigo el móvil mientras trabajaba en el jardín y los sustos que le había dado todas las veces que había sonado. Lo peor era que cuando recibía una llamada no se acordaba de nada más.

Levantó uno de los paquetes envuelto en una polvorienta manta y cuidadosamente desató la cuerda que lo mantenía atado. Un momento después estaba sobrecogida por las pinturas que había encontrado, un paisaje de Alfred Sisley y un retrato de Mary Cassatt. La luz del paisaje atrapó su mirada, aunque el retrato era igual de imponente. Era una madre con un niño y estaba pintado con tanta ternura que el amor entre ellos era palpable.

Pedro —gritó entusiasmada y sin pensar en nada más que en lo que acababa de descubrir.

Unos segundos después él apareció. Parecía preocupado.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es… mira. Un Cassatt y un Sisley.

Echó un vistazo a los cuadros y arqueó las cejas.

—¿Tienen mucho valor?
Tenía que haberlo sabido. ¿Cuántas veces tenían que recordarle que 
Pedro no era el tipo de hombre que apreciara las mismas cosas que ella? Él era como su ex marido.

—¿Por qué me molesto? Por lo que a mí respecta, su valor es incalculable. Pero sí, valen mucho. Incluso editaron un sello de correos en honor de Mary Cassatt.

—No te enfades —dijo Pedro.

—No me enfado. Es que no entiendo por qué tienes que ponerle precio a todo.

—No lo hago. Pero es que el arte son sólo cuadros y cosas, no es ciencia. No cambia el mundo o algo así. Quiero decir, ¿no preferirías llegar a París en unas horas antes que tomar un lento barco? ¿No son las líneas aéreas trasatlánticas mejores que un cuadro colgado en una pared?

—No. El arte es la razón por la que yo iría a París. Y la exposición al arte es lo que alimenta la imaginación y fomenta las nuevas ideas. Apuesto a que a Orville y Wilbur nunca se les hubiera ocurrido volar sin imaginación. Eso no puedes discutirlo.

—Puedo discutir cualquier cosa.

Paula tuvo la sensación de que 
Pedro, en realidad, estaba de acuerdo con ella, pero quería entretenerse un rato y hacerle perder los estribos.

—Leonardo da Vinci diseñó máquinas voladoras, trajes de buceo y todo tipo de cosas.

—Sí, pero él en realidad no era un artista, era un científico.

—Incluso tú sabes que Leonardo es uno de los mejores artistas de todos los tiempos.

—Sin duda es uno de los mejores pensadores —comenzó 
Pedro, pero entonces, se inclinó hacia los cuadros—. Éstos solían estar colgados en la habitación de mis abuelos. El abuelo puso éste en la habitación del hospital cuando la abuela estaba enferma —dijo señalando el paisaje—. Y éste… él siempre decía que le recordaba a mi abuela y mi padre cuando era pequeño. Por eso los puso en el desván. No era porque estuviera senil, sino porque verlos le dolía demasiado. ¿Puede esa clase de amor valer la pena de todo lo que está pasando?

—Sí —dijo Paula inmediatamente.

—Lo dudo mucho.


jueves, 13 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 26




Trabajaron hasta bien avanzada la mañana, llevando en una carretilla las malas hierbas a la antigua pila de composta al contenedor de reciclaje. 


Pedro intentó hacer el trabajo más pesado, pero constantemente encontraba a Paula tratando de cargar con algo pesado o ocupándose de algo que era demasiado para ella.


—Chovinista —le dijo cuando Pedro le regañó por haberse subido a una vieja y desvencijada escalera para atar una rosa trepadora a una celosía.


—No soy un chovinista —dijo ofendido. 


Trabajaba duro en su empresa asegurándose de que las mujeres tenían las mismas oportunidades que los hombres. Era sólo que no veía la necesidad de que Paula se rompiera la espalda cuando él estaba allí para ocuparse de las tareas más duras y se lo dijo.


—Quieres decir que las tareas duras son cosa de hombres.


—Sí. Eso es… —Pedro arrastró las últimas palabras y frunció el ceño.


Vale, quizá tenía actitudes pasadas de moda, pero era dos veces más grande que Paula y tenía tres veces su fuerza. Además, ella estaba trabajando muy duro. Nunca había visto a una mujer trabajar tanto y no parecía que estuviera haciéndolo para impresionarlo, de hecho, parecía que lo estaba disfrutando. Ni siquiera era su jardín. 


Era el jardín de su abuela y ella estaba dejándose el alma y la piel en él.


A mediodía decidieron dejarlo y después de comer una ensalada y restos de la lasaña, Paula fue a su casa a ducharse y cambiarse antes de comenzar con el inventario. Pedro también se dio una ducha refrescante, pero su temperatura subió de nuevo cuando Paula regresó vistiendo un veraniego vestido que, prácticamente, dejaba sus hombros al descubierto.


—¿Pasa algo? —le preguntó cuando Pedro le abrió la puerta y se quedó mirándola en la entrada.


—N… no. Es… que, estaba pensando que no es necesario que llames a la puerta. Entra sin llamar.


—Gracias —entró oliendo a limones y aire fresco y las tripas de Pedro se encogieron.


Seguramente era por la proximidad, se dijo Pedro mientras observaba el suave balanceo de las caderas de Paula mientras subía la escalera. O la vida monacal que había llevado los últimos meses. Paula era una mujer atractiva y él había estado entre Divine y Chicago y no había tenido tiempo para hacer vida en sociedad, así que era natural reaccionar así hacia ella. Pedro decidió que ésa era la explicación, pero dudó cuando deseó que se girara para mirarlo y se decepcionó porque no lo hizo.


Pedro suspiró, cerró la puerta y siguió a Paula escaleras arriba. El abuelo estaba durmiendo la siesta y él tenía un montón de trabajo atrasado. No tenía tiempo de pensar en Paula.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 25



Bueno… no sólo por la compañía, rectificó cuando tiró de Paula para que entrara en la cocina a desayunar con ellos. Sus rosadas mejillas estaban frías por el aire de la mañana, su rubio cabello brillaba y se agitaba con la suave brisa y su cuerpo estaba tenso por una reacción instintiva.


Se lavó las manos y se sentó en una silla con una pierna doblada debajo de la otra, de una forma tan natural que él sonrió.


—Estás sonriendo como el gato Cheshire —comentó mientras aceptaba una taza de café.


—¿Te pone eso nerviosa?


—No.


—¿Ni siquiera un poquito?


—Ni siquiera un poquito. Pero si no te conociera pensaría que estás coqueteando.


Estaba coqueteando, pensó Pedro, pero, obviamente, tenía que mejorar su técnica. Era extraño. De algún modo había pasado de querer que Paula terminase el inventario para que se marchara, a madrugar para trabajar en el jardín con ella y, asombrosamente, no era para que terminara antes, sino para pasar tiempo con ella.


—¿Quieres leche y azúcar con el café?


—Leche, pero ya me la pongo yo —se levantó y vertió algo de leche en su taza—. ¿Puedo ayudar en algo? —preguntó.


—Sí, puedes traer a mi abuelo, está sentado en el salón.


—No necesito que me traigan —dijo el abuelo bruscamente al entrar en la cocina. No sonreía, pero estaba menos distante e, incluso, le sujetó la silla a Paula mientras se sentaba de nuevo.


—Gracias, profesor —la mirada de Paula se encontró con la de Pedro y éste vio algo que lo sorprendió: Preocupación.


No por su abuelo, sino por él mismo. 


Pedro le había dicho lo duro que era mantener la esperanza para después volverse a decepcionar y Paula estaba preocupada por él. Se le hizo un nudo en la garganta y rápidamente, se volvió hacia la cocina. No quería pensar en ello, sólo quería que pasara ese momento. Se quedó callado durante el desayuno mientras que Paula hablaba sobre arte y le preguntaba al abuelo si tenía alguna preferencia sobre las flores que debía plantar en el jardín. 


Aparentemente había estado leyendo sobre la materia y era capaz de hablar sobre las cualidades de las flores de temporada y las anuales, qué plantas necesitaban que las volvieran a plantar y cuáles no.


El abuelo no contestó, pero por primera vez en mucho tiempo, Pedro pensó que estaba escuchando. Finalmente, cuando Paula preguntó sobre la jardinería orgánica o el uso de fertilizantes y pesticidas, el abuelo la miró.


—Orgánica —contestó escuetamente.


Pedro recordó lo pesada que había sido su abuela con el tema de la jardinería orgánica y quiso besar a Paula. De hecho quiso besarla varias veces, la primera en la boca.


—Vale. A mí tampoco me gusta la idea de los químicos.


—A la gente le gustan los químicos —dijo el abuelo—. Maria compró mariquitas.


—¿Mariquitas?


—Para que coman los insectos. Hay un vivero a las afueras del pueblo que las tiene… o, al menos las tenía. A los bichos tampoco les gustan las caléndulas, por eso es bueno tenerlas en los huertos.


—No sabía que supieras tanto sobre jardinería —dijo Pedro deliberadamente para mantener a su abuelo hablando—. Pensé que lo tuyo era el arte.


—¿Qué piensas que es un jardín, jovencito? El arte es la naturaleza del hombre y la naturaleza es el arte de Dios.


—Me encanta esa cita de Phillip James Bailey. Recuerdo que fue una pregunta en su examen de Introducción a la Historia del Arte.


—Correcto.


Pedro comenzaba a pensar que Paula era una obra de arte. Era un genio para llegar hasta su abuelo, aunque tenía más que ver con su carácter dulce que con su impresionante cerebro.


—Profesor, ¿por qué no se sienta fuera mientras trabajo? Hoy no hace mucho calor y así puede ver si lo hago como usted quiere.


Pedro se estremeció cuando vio asentir al abuelo. No importaba la privacidad que podía encontrar en algunos recovecos del jardín, no estaría cómodo si intentaba besar a Paula y su abuelo estaba sentado cerca. Resignado, metió los platos en el lavavajillas y los siguió afuera. El día anterior, Paula había encontrado el cobertizo de su abuela y llevaba unas pesadas tijeras de podar en las manos.


—¿Qué haces con eso? —preguntó Pedro.


—Voy a podar los arbustos.


—Yo lo haré. Recuerda, yo soy la fuerza y tú la maña.


La cara de Paula mostró una serie de emociones, vestigios de tristeza, duda e incertidumbre, y Pedro pensó si, inconscientemente, había vuelto a tocar otro tema espinoso.


—Yo no diría que tengo todo el cerebro.


Quizá. Lo que ocurría era que el cerebro de Pedro estaba, en ese momento, en su bragueta. Normalmente, aquello exigía el no dejar que su cuerpo controlara sus acciones, pero estaba más o menos seguro con su abuelo sentado cerca y, además, Paula todavía parecía decir «no me toques» o que no le interesaba él como hombre.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 24




Al día siguiente, Pedro se levantó antes de que amaneciera y, aunque odiaba madrugar, bajó al jardín cuando Paula llegaba.


—¡Estás despierto!


No parecía contenta de verlo.


—Sí. Estaba tomando un café, escuchando las noticias sobre agricultura… comenzando el día —dijo como si siempre se levantara al amanecer. En realidad no tenía ni idea sobre las noticias agrícolas y la noche anterior se había quedado, de nuevo, trabajando hasta tarde.


—¿Quieres café?


—He comprado uno y una magdalena de camino, pero usaré tu microondas más tarde.


Pedro intentó no molestarse. Paula había hecho la cena para él la noche anterior y se había ido sin cenar, diciendo que tenía que llegar a la residencia para leer los números del bingo. A él le hubiera gustado sugerir acompañarla y llevar a su abuelo, pero ella había desaparecido antes de que hubiera podido hacerlo. Si hubiera sido cualquier otra mujer, lo de cocinar lo habría enfurecido; según su experiencia, las mujeres sólo cocinaban si tenían motivos ocultos para hacerlo. Pero no había nada en Paula que indicara que él lo atraía, así que, paradójicamente, Pedro sentía un perverso impulso para hacer que ella se sintiera atraída.


Despreocupada, Paula posó su café y su magdalena en el reloj de sol, se arrodilló y comenzó a trabajar en uno de los lechos de flores. Llevaba otro par de pantalones cortos y una camiseta sin mangas que se ceñía a su pecho como si fuera una segunda piel. Pedro respiró hondo, intentando liberar la tensión de su cuerpo.


—¿Cómo fue el bingo anoche? —preguntó tras un largo silencio.


—Muy bien.


—Espero que comieras algo.


—Sí.


Pedro frunció el ceño. Para ser una mujer que no paraba de hablar, se le estaban dando bien las respuestas monosilábicas. Y, para su sorpresa, se dio cuenta de que prefería el charloteo.


—Me he estado preguntando si al abuelo le gustaría jugar al bingo. Nunca se ha mostrado interesado en algo así, pero las cosas cambian. ¿Crees que nos dejarán ir el próximo día?


Paula parpadeó. ¿Joaquin Alfonso en un bingo? Estaba atónita.


—Sí… claro. Las visitas son bienvenidas. Hay mucha gente en la residencia que no recibe visitas, así que es agradable cuando alguien pasa por allí. Estaré encantada de llevar al profesor.


—No te estoy pidiendo que lo lleves, Paula. Creo que podríamos ir los tres. Te lo habría propuesto anoche, pero te marchaste con prisa. Ni siquiera te paraste a cenar con nosotros.


Paula se irritó. Pedro estaba intentando hacerle sentir culpable por haber tenido prisa, pero no se sentía mal por ello. Ella tenía su vida y, además, pensaba que el haber insistido en cocinar era traspasar los límites, por eso, se había ido antes de que él pensara algo estúpido acerca de sus motivos.


—No quería que pensaras que yo esperaba comer con vosotros o algo parecido.


—La próxima vez, quédate. El abuelo no dijo una palabra después de que te fueras. Fue como cenar con una pared.


Paula lo sintió por los dos, por Pedro y por su abuelo y se dio cuenta de que tener presente a alguien más haría más fáciles los momentos duros.


—Lo siento.


—Gracias. ¿Qué te parece si limpiamos el estanque y la cascada uno de estos días? Estaría bien volver a oír el agua.


—Vale.


El silencio se hizo menos incómodo después de aquello y cuando, bromeando, Pedro le lanzó un puñado de hierba, ella se lo devolvió. Pedro se reía mientras agarraba un montón de los hierbajos que habían estado arrancando.


—No te atrevas —advirtió Paula alejándose. Una ducha verde pasó a su lado.


— ¿No lo sabes hacer mejor?


Pedro sonrió. Le hubiera gustado hacerle un placaje a Paula y ver adonde les llevaba. Había olvidado lo que era relajarse y hacer tonterías con una chica guapa. Pero… miró el reloj y suspiró. Si el abuelo no estaba despierto ya, lo estaría en breve y entonces tendría que preparar el desayuno y hacer llamadas de trabajo y ocuparse de cien cosas más, aunque jugar con Paula fuese más divertido.


—Dame un rato. Tengo que echar un vistazo al abuelo y escuchar los mensajes de la oficina.


—Gallina.


—Vas a pagar el haber dicho eso.


—Lo dudo.


Paula salió disparada por uno de los caminos y una risa se oyó del fondo del jardín. Pedro no sabía dónde se había escondido Paula, y eso le recordó que el jardín estaba repleto de maleza y de recovecos y que en la parte trasera había un arroyo. Un hombre y una mujer podían hacer algo más que tontear con toda aquella intimidad.


Pedro entró murmurando en la casa. 


Subió las escaleras y vio que su abuelo salía del baño. Se había vestido solo dos días seguidos, y la esperanza que no quería sentir, arañó su corazón.


—Buenos días, abuelo. Paula y yo hemos estado trabajando en el jardín.


Su abuelo asintió y bajó las escaleras. 


Hubo una vez en que habría sonreído, habría dado unas palmaditas en la espalda a su nieto y le habría preguntado los planes que tenía para ese día, pero las cosas habían cambiado.


«Ojalá tengas razón, Paula» se dijo a sí mismo. «¿Has visto algo que los demás no hemos visto?» No tenía la respuesta, así que se lavó y bajó a la cocina. Una parte de él quería darse prisa para volver con Paula, aunque estuvieran haciendo algo tan tedioso como arrancar hierbajos. Pero no quería pensar demasiado en aquel impulso. No recordaba la última vez que había pasado tiempo con una mujer por el simple hecho de disfrutar de su compañía.