jueves, 13 de agosto de 2020
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 25
Bueno… no sólo por la compañía, rectificó cuando tiró de Paula para que entrara en la cocina a desayunar con ellos. Sus rosadas mejillas estaban frías por el aire de la mañana, su rubio cabello brillaba y se agitaba con la suave brisa y su cuerpo estaba tenso por una reacción instintiva.
Se lavó las manos y se sentó en una silla con una pierna doblada debajo de la otra, de una forma tan natural que él sonrió.
—Estás sonriendo como el gato Cheshire —comentó mientras aceptaba una taza de café.
—¿Te pone eso nerviosa?
—No.
—¿Ni siquiera un poquito?
—Ni siquiera un poquito. Pero si no te conociera pensaría que estás coqueteando.
Estaba coqueteando, pensó Pedro, pero, obviamente, tenía que mejorar su técnica. Era extraño. De algún modo había pasado de querer que Paula terminase el inventario para que se marchara, a madrugar para trabajar en el jardín con ella y, asombrosamente, no era para que terminara antes, sino para pasar tiempo con ella.
—¿Quieres leche y azúcar con el café?
—Leche, pero ya me la pongo yo —se levantó y vertió algo de leche en su taza—. ¿Puedo ayudar en algo? —preguntó.
—Sí, puedes traer a mi abuelo, está sentado en el salón.
—No necesito que me traigan —dijo el abuelo bruscamente al entrar en la cocina. No sonreía, pero estaba menos distante e, incluso, le sujetó la silla a Paula mientras se sentaba de nuevo.
—Gracias, profesor —la mirada de Paula se encontró con la de Pedro y éste vio algo que lo sorprendió: Preocupación.
No por su abuelo, sino por él mismo.
Pedro le había dicho lo duro que era mantener la esperanza para después volverse a decepcionar y Paula estaba preocupada por él. Se le hizo un nudo en la garganta y rápidamente, se volvió hacia la cocina. No quería pensar en ello, sólo quería que pasara ese momento. Se quedó callado durante el desayuno mientras que Paula hablaba sobre arte y le preguntaba al abuelo si tenía alguna preferencia sobre las flores que debía plantar en el jardín.
Aparentemente había estado leyendo sobre la materia y era capaz de hablar sobre las cualidades de las flores de temporada y las anuales, qué plantas necesitaban que las volvieran a plantar y cuáles no.
El abuelo no contestó, pero por primera vez en mucho tiempo, Pedro pensó que estaba escuchando. Finalmente, cuando Paula preguntó sobre la jardinería orgánica o el uso de fertilizantes y pesticidas, el abuelo la miró.
—Orgánica —contestó escuetamente.
Pedro recordó lo pesada que había sido su abuela con el tema de la jardinería orgánica y quiso besar a Paula. De hecho quiso besarla varias veces, la primera en la boca.
—Vale. A mí tampoco me gusta la idea de los químicos.
—A la gente le gustan los químicos —dijo el abuelo—. Maria compró mariquitas.
—¿Mariquitas?
—Para que coman los insectos. Hay un vivero a las afueras del pueblo que las tiene… o, al menos las tenía. A los bichos tampoco les gustan las caléndulas, por eso es bueno tenerlas en los huertos.
—No sabía que supieras tanto sobre jardinería —dijo Pedro deliberadamente para mantener a su abuelo hablando—. Pensé que lo tuyo era el arte.
—¿Qué piensas que es un jardín, jovencito? El arte es la naturaleza del hombre y la naturaleza es el arte de Dios.
—Me encanta esa cita de Phillip James Bailey. Recuerdo que fue una pregunta en su examen de Introducción a la Historia del Arte.
—Correcto.
Pedro comenzaba a pensar que Paula era una obra de arte. Era un genio para llegar hasta su abuelo, aunque tenía más que ver con su carácter dulce que con su impresionante cerebro.
—Profesor, ¿por qué no se sienta fuera mientras trabajo? Hoy no hace mucho calor y así puede ver si lo hago como usted quiere.
Pedro se estremeció cuando vio asentir al abuelo. No importaba la privacidad que podía encontrar en algunos recovecos del jardín, no estaría cómodo si intentaba besar a Paula y su abuelo estaba sentado cerca. Resignado, metió los platos en el lavavajillas y los siguió afuera. El día anterior, Paula había encontrado el cobertizo de su abuela y llevaba unas pesadas tijeras de podar en las manos.
—¿Qué haces con eso? —preguntó Pedro.
—Voy a podar los arbustos.
—Yo lo haré. Recuerda, yo soy la fuerza y tú la maña.
La cara de Paula mostró una serie de emociones, vestigios de tristeza, duda e incertidumbre, y Pedro pensó si, inconscientemente, había vuelto a tocar otro tema espinoso.
—Yo no diría que tengo todo el cerebro.
Quizá. Lo que ocurría era que el cerebro de Pedro estaba, en ese momento, en su bragueta. Normalmente, aquello exigía el no dejar que su cuerpo controlara sus acciones, pero estaba más o menos seguro con su abuelo sentado cerca y, además, Paula todavía parecía decir «no me toques» o que no le interesaba él como hombre.
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