jueves, 13 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 24




Al día siguiente, Pedro se levantó antes de que amaneciera y, aunque odiaba madrugar, bajó al jardín cuando Paula llegaba.


—¡Estás despierto!


No parecía contenta de verlo.


—Sí. Estaba tomando un café, escuchando las noticias sobre agricultura… comenzando el día —dijo como si siempre se levantara al amanecer. En realidad no tenía ni idea sobre las noticias agrícolas y la noche anterior se había quedado, de nuevo, trabajando hasta tarde.


—¿Quieres café?


—He comprado uno y una magdalena de camino, pero usaré tu microondas más tarde.


Pedro intentó no molestarse. Paula había hecho la cena para él la noche anterior y se había ido sin cenar, diciendo que tenía que llegar a la residencia para leer los números del bingo. A él le hubiera gustado sugerir acompañarla y llevar a su abuelo, pero ella había desaparecido antes de que hubiera podido hacerlo. Si hubiera sido cualquier otra mujer, lo de cocinar lo habría enfurecido; según su experiencia, las mujeres sólo cocinaban si tenían motivos ocultos para hacerlo. Pero no había nada en Paula que indicara que él lo atraía, así que, paradójicamente, Pedro sentía un perverso impulso para hacer que ella se sintiera atraída.


Despreocupada, Paula posó su café y su magdalena en el reloj de sol, se arrodilló y comenzó a trabajar en uno de los lechos de flores. Llevaba otro par de pantalones cortos y una camiseta sin mangas que se ceñía a su pecho como si fuera una segunda piel. Pedro respiró hondo, intentando liberar la tensión de su cuerpo.


—¿Cómo fue el bingo anoche? —preguntó tras un largo silencio.


—Muy bien.


—Espero que comieras algo.


—Sí.


Pedro frunció el ceño. Para ser una mujer que no paraba de hablar, se le estaban dando bien las respuestas monosilábicas. Y, para su sorpresa, se dio cuenta de que prefería el charloteo.


—Me he estado preguntando si al abuelo le gustaría jugar al bingo. Nunca se ha mostrado interesado en algo así, pero las cosas cambian. ¿Crees que nos dejarán ir el próximo día?


Paula parpadeó. ¿Joaquin Alfonso en un bingo? Estaba atónita.


—Sí… claro. Las visitas son bienvenidas. Hay mucha gente en la residencia que no recibe visitas, así que es agradable cuando alguien pasa por allí. Estaré encantada de llevar al profesor.


—No te estoy pidiendo que lo lleves, Paula. Creo que podríamos ir los tres. Te lo habría propuesto anoche, pero te marchaste con prisa. Ni siquiera te paraste a cenar con nosotros.


Paula se irritó. Pedro estaba intentando hacerle sentir culpable por haber tenido prisa, pero no se sentía mal por ello. Ella tenía su vida y, además, pensaba que el haber insistido en cocinar era traspasar los límites, por eso, se había ido antes de que él pensara algo estúpido acerca de sus motivos.


—No quería que pensaras que yo esperaba comer con vosotros o algo parecido.


—La próxima vez, quédate. El abuelo no dijo una palabra después de que te fueras. Fue como cenar con una pared.


Paula lo sintió por los dos, por Pedro y por su abuelo y se dio cuenta de que tener presente a alguien más haría más fáciles los momentos duros.


—Lo siento.


—Gracias. ¿Qué te parece si limpiamos el estanque y la cascada uno de estos días? Estaría bien volver a oír el agua.


—Vale.


El silencio se hizo menos incómodo después de aquello y cuando, bromeando, Pedro le lanzó un puñado de hierba, ella se lo devolvió. Pedro se reía mientras agarraba un montón de los hierbajos que habían estado arrancando.


—No te atrevas —advirtió Paula alejándose. Una ducha verde pasó a su lado.


— ¿No lo sabes hacer mejor?


Pedro sonrió. Le hubiera gustado hacerle un placaje a Paula y ver adonde les llevaba. Había olvidado lo que era relajarse y hacer tonterías con una chica guapa. Pero… miró el reloj y suspiró. Si el abuelo no estaba despierto ya, lo estaría en breve y entonces tendría que preparar el desayuno y hacer llamadas de trabajo y ocuparse de cien cosas más, aunque jugar con Paula fuese más divertido.


—Dame un rato. Tengo que echar un vistazo al abuelo y escuchar los mensajes de la oficina.


—Gallina.


—Vas a pagar el haber dicho eso.


—Lo dudo.


Paula salió disparada por uno de los caminos y una risa se oyó del fondo del jardín. Pedro no sabía dónde se había escondido Paula, y eso le recordó que el jardín estaba repleto de maleza y de recovecos y que en la parte trasera había un arroyo. Un hombre y una mujer podían hacer algo más que tontear con toda aquella intimidad.


Pedro entró murmurando en la casa. 


Subió las escaleras y vio que su abuelo salía del baño. Se había vestido solo dos días seguidos, y la esperanza que no quería sentir, arañó su corazón.


—Buenos días, abuelo. Paula y yo hemos estado trabajando en el jardín.


Su abuelo asintió y bajó las escaleras. 


Hubo una vez en que habría sonreído, habría dado unas palmaditas en la espalda a su nieto y le habría preguntado los planes que tenía para ese día, pero las cosas habían cambiado.


«Ojalá tengas razón, Paula» se dijo a sí mismo. «¿Has visto algo que los demás no hemos visto?» No tenía la respuesta, así que se lavó y bajó a la cocina. Una parte de él quería darse prisa para volver con Paula, aunque estuvieran haciendo algo tan tedioso como arrancar hierbajos. Pero no quería pensar demasiado en aquel impulso. No recordaba la última vez que había pasado tiempo con una mujer por el simple hecho de disfrutar de su compañía.




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