jueves, 13 de agosto de 2020
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 26
Trabajaron hasta bien avanzada la mañana, llevando en una carretilla las malas hierbas a la antigua pila de composta al contenedor de reciclaje.
Pedro intentó hacer el trabajo más pesado, pero constantemente encontraba a Paula tratando de cargar con algo pesado o ocupándose de algo que era demasiado para ella.
—Chovinista —le dijo cuando Pedro le regañó por haberse subido a una vieja y desvencijada escalera para atar una rosa trepadora a una celosía.
—No soy un chovinista —dijo ofendido.
Trabajaba duro en su empresa asegurándose de que las mujeres tenían las mismas oportunidades que los hombres. Era sólo que no veía la necesidad de que Paula se rompiera la espalda cuando él estaba allí para ocuparse de las tareas más duras y se lo dijo.
—Quieres decir que las tareas duras son cosa de hombres.
—Sí. Eso es… —Pedro arrastró las últimas palabras y frunció el ceño.
Vale, quizá tenía actitudes pasadas de moda, pero era dos veces más grande que Paula y tenía tres veces su fuerza. Además, ella estaba trabajando muy duro. Nunca había visto a una mujer trabajar tanto y no parecía que estuviera haciéndolo para impresionarlo, de hecho, parecía que lo estaba disfrutando. Ni siquiera era su jardín.
Era el jardín de su abuela y ella estaba dejándose el alma y la piel en él.
A mediodía decidieron dejarlo y después de comer una ensalada y restos de la lasaña, Paula fue a su casa a ducharse y cambiarse antes de comenzar con el inventario. Pedro también se dio una ducha refrescante, pero su temperatura subió de nuevo cuando Paula regresó vistiendo un veraniego vestido que, prácticamente, dejaba sus hombros al descubierto.
—¿Pasa algo? —le preguntó cuando Pedro le abrió la puerta y se quedó mirándola en la entrada.
—N… no. Es… que, estaba pensando que no es necesario que llames a la puerta. Entra sin llamar.
—Gracias —entró oliendo a limones y aire fresco y las tripas de Pedro se encogieron.
Seguramente era por la proximidad, se dijo Pedro mientras observaba el suave balanceo de las caderas de Paula mientras subía la escalera. O la vida monacal que había llevado los últimos meses. Paula era una mujer atractiva y él había estado entre Divine y Chicago y no había tenido tiempo para hacer vida en sociedad, así que era natural reaccionar así hacia ella. Pedro decidió que ésa era la explicación, pero dudó cuando deseó que se girara para mirarlo y se decepcionó porque no lo hizo.
Pedro suspiró, cerró la puerta y siguió a Paula escaleras arriba. El abuelo estaba durmiendo la siesta y él tenía un montón de trabajo atrasado. No tenía tiempo de pensar en Paula.
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 25
Bueno… no sólo por la compañía, rectificó cuando tiró de Paula para que entrara en la cocina a desayunar con ellos. Sus rosadas mejillas estaban frías por el aire de la mañana, su rubio cabello brillaba y se agitaba con la suave brisa y su cuerpo estaba tenso por una reacción instintiva.
Se lavó las manos y se sentó en una silla con una pierna doblada debajo de la otra, de una forma tan natural que él sonrió.
—Estás sonriendo como el gato Cheshire —comentó mientras aceptaba una taza de café.
—¿Te pone eso nerviosa?
—No.
—¿Ni siquiera un poquito?
—Ni siquiera un poquito. Pero si no te conociera pensaría que estás coqueteando.
Estaba coqueteando, pensó Pedro, pero, obviamente, tenía que mejorar su técnica. Era extraño. De algún modo había pasado de querer que Paula terminase el inventario para que se marchara, a madrugar para trabajar en el jardín con ella y, asombrosamente, no era para que terminara antes, sino para pasar tiempo con ella.
—¿Quieres leche y azúcar con el café?
—Leche, pero ya me la pongo yo —se levantó y vertió algo de leche en su taza—. ¿Puedo ayudar en algo? —preguntó.
—Sí, puedes traer a mi abuelo, está sentado en el salón.
—No necesito que me traigan —dijo el abuelo bruscamente al entrar en la cocina. No sonreía, pero estaba menos distante e, incluso, le sujetó la silla a Paula mientras se sentaba de nuevo.
—Gracias, profesor —la mirada de Paula se encontró con la de Pedro y éste vio algo que lo sorprendió: Preocupación.
No por su abuelo, sino por él mismo.
Pedro le había dicho lo duro que era mantener la esperanza para después volverse a decepcionar y Paula estaba preocupada por él. Se le hizo un nudo en la garganta y rápidamente, se volvió hacia la cocina. No quería pensar en ello, sólo quería que pasara ese momento. Se quedó callado durante el desayuno mientras que Paula hablaba sobre arte y le preguntaba al abuelo si tenía alguna preferencia sobre las flores que debía plantar en el jardín.
Aparentemente había estado leyendo sobre la materia y era capaz de hablar sobre las cualidades de las flores de temporada y las anuales, qué plantas necesitaban que las volvieran a plantar y cuáles no.
El abuelo no contestó, pero por primera vez en mucho tiempo, Pedro pensó que estaba escuchando. Finalmente, cuando Paula preguntó sobre la jardinería orgánica o el uso de fertilizantes y pesticidas, el abuelo la miró.
—Orgánica —contestó escuetamente.
Pedro recordó lo pesada que había sido su abuela con el tema de la jardinería orgánica y quiso besar a Paula. De hecho quiso besarla varias veces, la primera en la boca.
—Vale. A mí tampoco me gusta la idea de los químicos.
—A la gente le gustan los químicos —dijo el abuelo—. Maria compró mariquitas.
—¿Mariquitas?
—Para que coman los insectos. Hay un vivero a las afueras del pueblo que las tiene… o, al menos las tenía. A los bichos tampoco les gustan las caléndulas, por eso es bueno tenerlas en los huertos.
—No sabía que supieras tanto sobre jardinería —dijo Pedro deliberadamente para mantener a su abuelo hablando—. Pensé que lo tuyo era el arte.
—¿Qué piensas que es un jardín, jovencito? El arte es la naturaleza del hombre y la naturaleza es el arte de Dios.
—Me encanta esa cita de Phillip James Bailey. Recuerdo que fue una pregunta en su examen de Introducción a la Historia del Arte.
—Correcto.
Pedro comenzaba a pensar que Paula era una obra de arte. Era un genio para llegar hasta su abuelo, aunque tenía más que ver con su carácter dulce que con su impresionante cerebro.
—Profesor, ¿por qué no se sienta fuera mientras trabajo? Hoy no hace mucho calor y así puede ver si lo hago como usted quiere.
Pedro se estremeció cuando vio asentir al abuelo. No importaba la privacidad que podía encontrar en algunos recovecos del jardín, no estaría cómodo si intentaba besar a Paula y su abuelo estaba sentado cerca. Resignado, metió los platos en el lavavajillas y los siguió afuera. El día anterior, Paula había encontrado el cobertizo de su abuela y llevaba unas pesadas tijeras de podar en las manos.
—¿Qué haces con eso? —preguntó Pedro.
—Voy a podar los arbustos.
—Yo lo haré. Recuerda, yo soy la fuerza y tú la maña.
La cara de Paula mostró una serie de emociones, vestigios de tristeza, duda e incertidumbre, y Pedro pensó si, inconscientemente, había vuelto a tocar otro tema espinoso.
—Yo no diría que tengo todo el cerebro.
Quizá. Lo que ocurría era que el cerebro de Pedro estaba, en ese momento, en su bragueta. Normalmente, aquello exigía el no dejar que su cuerpo controlara sus acciones, pero estaba más o menos seguro con su abuelo sentado cerca y, además, Paula todavía parecía decir «no me toques» o que no le interesaba él como hombre.
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 24
Al día siguiente, Pedro se levantó antes de que amaneciera y, aunque odiaba madrugar, bajó al jardín cuando Paula llegaba.
—¡Estás despierto!
No parecía contenta de verlo.
—Sí. Estaba tomando un café, escuchando las noticias sobre agricultura… comenzando el día —dijo como si siempre se levantara al amanecer. En realidad no tenía ni idea sobre las noticias agrícolas y la noche anterior se había quedado, de nuevo, trabajando hasta tarde.
—¿Quieres café?
—He comprado uno y una magdalena de camino, pero usaré tu microondas más tarde.
Pedro intentó no molestarse. Paula había hecho la cena para él la noche anterior y se había ido sin cenar, diciendo que tenía que llegar a la residencia para leer los números del bingo. A él le hubiera gustado sugerir acompañarla y llevar a su abuelo, pero ella había desaparecido antes de que hubiera podido hacerlo. Si hubiera sido cualquier otra mujer, lo de cocinar lo habría enfurecido; según su experiencia, las mujeres sólo cocinaban si tenían motivos ocultos para hacerlo. Pero no había nada en Paula que indicara que él lo atraía, así que, paradójicamente, Pedro sentía un perverso impulso para hacer que ella se sintiera atraída.
Despreocupada, Paula posó su café y su magdalena en el reloj de sol, se arrodilló y comenzó a trabajar en uno de los lechos de flores. Llevaba otro par de pantalones cortos y una camiseta sin mangas que se ceñía a su pecho como si fuera una segunda piel. Pedro respiró hondo, intentando liberar la tensión de su cuerpo.
—¿Cómo fue el bingo anoche? —preguntó tras un largo silencio.
—Muy bien.
—Espero que comieras algo.
—Sí.
Pedro frunció el ceño. Para ser una mujer que no paraba de hablar, se le estaban dando bien las respuestas monosilábicas. Y, para su sorpresa, se dio cuenta de que prefería el charloteo.
—Me he estado preguntando si al abuelo le gustaría jugar al bingo. Nunca se ha mostrado interesado en algo así, pero las cosas cambian. ¿Crees que nos dejarán ir el próximo día?
Paula parpadeó. ¿Joaquin Alfonso en un bingo? Estaba atónita.
—Sí… claro. Las visitas son bienvenidas. Hay mucha gente en la residencia que no recibe visitas, así que es agradable cuando alguien pasa por allí. Estaré encantada de llevar al profesor.
—No te estoy pidiendo que lo lleves, Paula. Creo que podríamos ir los tres. Te lo habría propuesto anoche, pero te marchaste con prisa. Ni siquiera te paraste a cenar con nosotros.
Paula se irritó. Pedro estaba intentando hacerle sentir culpable por haber tenido prisa, pero no se sentía mal por ello. Ella tenía su vida y, además, pensaba que el haber insistido en cocinar era traspasar los límites, por eso, se había ido antes de que él pensara algo estúpido acerca de sus motivos.
—No quería que pensaras que yo esperaba comer con vosotros o algo parecido.
—La próxima vez, quédate. El abuelo no dijo una palabra después de que te fueras. Fue como cenar con una pared.
Paula lo sintió por los dos, por Pedro y por su abuelo y se dio cuenta de que tener presente a alguien más haría más fáciles los momentos duros.
—Lo siento.
—Gracias. ¿Qué te parece si limpiamos el estanque y la cascada uno de estos días? Estaría bien volver a oír el agua.
—Vale.
El silencio se hizo menos incómodo después de aquello y cuando, bromeando, Pedro le lanzó un puñado de hierba, ella se lo devolvió. Pedro se reía mientras agarraba un montón de los hierbajos que habían estado arrancando.
—No te atrevas —advirtió Paula alejándose. Una ducha verde pasó a su lado.
— ¿No lo sabes hacer mejor?
Pedro sonrió. Le hubiera gustado hacerle un placaje a Paula y ver adonde les llevaba. Había olvidado lo que era relajarse y hacer tonterías con una chica guapa. Pero… miró el reloj y suspiró. Si el abuelo no estaba despierto ya, lo estaría en breve y entonces tendría que preparar el desayuno y hacer llamadas de trabajo y ocuparse de cien cosas más, aunque jugar con Paula fuese más divertido.
—Dame un rato. Tengo que echar un vistazo al abuelo y escuchar los mensajes de la oficina.
—Gallina.
—Vas a pagar el haber dicho eso.
—Lo dudo.
Paula salió disparada por uno de los caminos y una risa se oyó del fondo del jardín. Pedro no sabía dónde se había escondido Paula, y eso le recordó que el jardín estaba repleto de maleza y de recovecos y que en la parte trasera había un arroyo. Un hombre y una mujer podían hacer algo más que tontear con toda aquella intimidad.
Pedro entró murmurando en la casa.
Subió las escaleras y vio que su abuelo salía del baño. Se había vestido solo dos días seguidos, y la esperanza que no quería sentir, arañó su corazón.
—Buenos días, abuelo. Paula y yo hemos estado trabajando en el jardín.
Su abuelo asintió y bajó las escaleras.
Hubo una vez en que habría sonreído, habría dado unas palmaditas en la espalda a su nieto y le habría preguntado los planes que tenía para ese día, pero las cosas habían cambiado.
«Ojalá tengas razón, Paula» se dijo a sí mismo. «¿Has visto algo que los demás no hemos visto?» No tenía la respuesta, así que se lavó y bajó a la cocina. Una parte de él quería darse prisa para volver con Paula, aunque estuvieran haciendo algo tan tedioso como arrancar hierbajos. Pero no quería pensar demasiado en aquel impulso. No recordaba la última vez que había pasado tiempo con una mujer por el simple hecho de disfrutar de su compañía.
miércoles, 12 de agosto de 2020
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 23
Hasta que no estuvieron en la cola para pagar, Pedro no volvió a pensar en su lista.
—¿Lo llevamos todo? ¿Algunas de estas cosas son tuyas?
—Unas pocas, pero es que creo que el profesor Alfonso debería comer algo más que comida rápida y congelados.
—Ya… yo no sé cocinar —protestó él—. Los huevos del desayuno es lo máximo que puedo hacer.
—Suerte que yo sí sé —comentó Paula mientras separaba sus cosas y sacaba el monedero del bolso.
—Yo lo pagaré —dijo Pedro inmediatamente.
—Yo pago lo mío.
—Paula, llevas dos días trabajando muy duro en la casa, seguro que puedo comprarte unas pocas cerezas y protección solar, sobre todo cuando la necesitas para arreglar el jardín de la abuela.
—No son sólo unas pocas cerezas —contestó Paula mientras pagaba al cajero.
De todas formas, no estaba intentando complacerlo. Intentar complacer a Pedro era una causa perdida y no era tan tonta como para hacerlo otra vez. Algún día encontraría al hombre perfecto y él la apreciaría por lo que tenía, en lugar de deplorarla por lo que le faltaba. Y si no conocía al hombre perfecto, sería mejor que no intentara ser alguien que realmente no era.
—Eres cabezota e irracional —dijo Pedro mientras empujaba el carrito por el aparcamiento.
Y él era guapo, pensó Paula. Podía insistir en que sólo estaba ayudando al profesor Alfonso y que no le importaba nada lo que pensara su nieto, pero no era cierto. Quería ayudar al profesor… y le importaba lo que Pedro pensaba. Era una debilidad. Le gustaban los hombres anchos de espalda y que caminaban con una ligera y graciosa inclinación. Le gustaba cómo se encendía la cara de Pedro cuando sonreía y la forma en que le daba un salto el estómago cuando oía su voz. También le gustaba la manera en la que él amaba a su abuelo, aunque pareciera que intentaba ser demasiado realista sobre su estado. ¿Para qué vivir si no se tenían esperanzas y deseos?
Supuso que para Pedro había sido más fácil dejar de soñar cuando se rompió su gran sueño de convertirse en un jugador de fútbol profesional. Así que pensó que debería ser más cuidadosa y no permitir que la convenciera. Eso significaba sonreírle de forma que no pudiera interpretarse como un flirteo, ser agradable y no enfadarse por insignificantes tonterías y recordar que la verdadera razón por la que estaba en casa de los Alfonso era ayudar al profesor y no babear por su molesto nieto.
Con esa decisión en su cabeza, sonrió cordialmente a Pedro y le agradeció que le abriera la puerta del coche. Él la miró extrañado. Entonces, ella se puso el cinturón de seguridad y miró hacia delante. Era el momento de ser sensata.
Una mujer de su inteligencia no debería cometer aquellos grandes errores en su vida, y menos por segunda vez. Pero cuando Pedro colocaba la compra, de vuelta en la casa, Paula vio cómo se movían sus músculos y pensó que su corazón no era tan inteligente como su cabeza.
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 22
La palabra flaca tenía connotaciones de crítica y lo último que Pedro quería hacer era criticar. De hecho, le había encantado el brillo en los ojos de Paula mientras llenaba las bolsas de cerezas y quería participar de su entusiasmo bromeando con ella. Estaba acostumbrado a mujeres que aparentaban ser sofisticadas en cada momento, incluso en la cama. A los hombres les gusta un entusiasmo natural cuando tocan a su amada, no una respuesta ensayada y medida.
Paula tomó un par de botes de protección solar de una estantería y los metió en el carrito.
—¿Qué pasa con los pechos? —preguntó—. ¿Por qué es tan importante la talla para los nombres? ¿Es un residuo de una fantasía adolescente o hay alguna otra razón? Quiero decir, estás genéticamente programado para desear un cierto volumen?
Pedro no sabía qué responder. Ésta era una clase de conversación en la que un hombre no podía ganar. No importaba lo que dijera porque fuera lo que fuera se iba a malinterpretar. Entonces se dio cuenta de que ella no esperaba una respuesta, ya que continuaba empujando el carrito por el pasillo.
—¿No discutimos esto ayer? —respondió al alcanzarla.
—Discutimos sobre tus preferencias, no sobre las preferencias de los hombres en general.
Genial, ahora se suponía que tenía que defender a todo el género masculino.
—Yo creo que tú estás muy bien —dijo de corazón—. Tienes curvas en los lugares apropiados. Bonitas curvas. —sus palabras sonaron poco convincentes, incluso para él mismo y Paula puso los ojos en blanco y continuó empujando el carrito, aunque Pedro tuvo la impresión de que ya no estaba tan enfadada como antes.
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 21
Más tarde, aquella misma mañana, Paula se encontró empujando un carrito de la compra al lado de Pedro.
—¿Qué dice aquí? —preguntó él, impaciente, mientras señalaba algo en una lista que a ella le parecían jeroglíficos. Paula recordó que él había mencionado que necesitaba jabón para el lavavajillas, así que le sugirió que eso podía ser.
—Ah, sí. Gracias. He debido darme mucha prisa, no puedo leer una maldita palabra.
Paula tenía su propia opinión sobre lo que la casa Alfonso necesitaba y metió en el carro algunos artículos sin que Pedro, demasiado ocupado descifrando su letra, se diera cuenta. Ella no era la mejor cocinera, pero pensó que una lasaña casera era mejor que una pizza congelada para la cena de su abuelo.
Estaba sorprendida por verse allí con Pedro. Después de haber vuelto a la casa de los Alfonso tras haberse duchado y cambiado de ropa, él había dicho que necesitaba hacer compra. Paula se había ofrecido a quedarse con el profesor Alfonso o a ir ella, pero el profesor había murmurado que no necesitaba una niñera y lo último que recordaba era que Pedro le pedía que leyera su ilegible letra.
—Hola, Pau—saludó el encargado—. Estás guapísima.
El calor le subía por el cuello, pero lo ignoró de la misma forma que intentaba ignorar a Pedro.
—Gracias, Martin.
—Acabamos de recibir unas cerezas muy buenas de California. Se agotarán enseguida, así que date prisa en comprar algunas.
Se le hizo la boca agua. Le encantaban las cerezas. Llenó dos grandes bolsas de plástico y las puso en un rincón del carro.
—¿Quieres que compre algunas para ti? —preguntó mirando a Pedro.
—¿Quieres decir que todas ésas son para ti?
—Me gustan las cerezas.
—Ya. ¿Cómo te mantienes tan flaca?
El comentario burlón borro la sonrisa de sus labios. Estaba flaca y su nueva ropa, probablemente, lo marcara. Pedro no parecía estar criticándola, pero su ex marido se solía quejar por su delgadez, particularmente a la altura de su busto, así que no podía fingir que le había hecho gracia.
—Supongo que es suerte —llenó otra bolsa aunque Pedro no se lo había pedido—. Necesito crema protectora— murmuró adelantándose antes de que él pudiera responder.
—¿Qué he dicho? —preguntó Luke al alcanzarla.
—Nada.
—No me digas eso. ¿Qué?
—Nada.
—Las mujeres siempre decís «nada» cuando estáis enfadadas. Dímelo directamente.
Paula no quería hablar sobre por qué estaba molesta, y, especialmente, no quería hablar de ello con Pedro.
—¿Paula?
—Mi ex siempre decía eso —farfulló deseando no haber tenido ese impulso para decir la verdad—. No sobre las mujeres o hablar directamente, sino sobre lo otro.
—¿Qué otro?
—Que estoy muy delgada. Bueno, ¿y qué? No soy la fantasía de un hombre, con unos pechos enormes y un solo dígito en la nota del test de inteligencia, pero ése es tu problema, no el mío.
Pedro hizo una mueca de dolor al oír el eco de sus propias palabras. Cuando eran niños, también solía decirle que estaba flaca, pero había caído en la cuenta de que la belleza tenía formas diferentes. Paula, con su esbelta elegancia tenía una belleza que quitaba el sentido y no podía comprender por qué la escondía bajo tanta ropa o, por qué su ex marido, que la conocía mejor que él, había sido incapaz de verla.
—Yo no he dicho que estuvieras demasiado flaca. Es diferente.
martes, 11 de agosto de 2020
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 20
El dolor en sus ojos no debería haberle afectado, pero lo hizo. No quería herir a Paula, de nuevo. Ya la había herido bastante en el instituto cuando había sido tan egoísta que no veía nada tras sus ambiciones y su enfado. Podía haberlo pasado mal por confiar en las mujeres, pero tampoco quería ser un mezquino con ellas.
—Sé que tienes buenas intenciones, pero todavía tienes esperanzas en relación al abuelo y eso hace que yo también las tenga y es demasiado duro.
—Hoy no he dicho nada respecto a eso.
—Pero he podido verlo cuando le has dado la flor. Esperabas una respuesta, ¿verdad? —continuó sin darle oportunidad a responder—. Y por un minuto yo esperaba lo mismo, incluso cuando sabía que no iba a ocurrir.
—¿Qué tiene de malo tener esperanza?
—Supongo que nada. Sólo que tú estás en el primer escalón y yo estoy en el nonagésimo séptimo y los escalones que van del segundo al nonagésimo sexto son muy duros. No puedo pasar por ellos otra vez.
—No te estoy pidiendo que lo hagas. Además, cuando te fuiste del salón él…
—No. No lo quiero oír. Tú me estás pidiendo que recorra esos escalones de nuevo aunque no te des cuenta. No tienes ni idea de lo que es tener a alguien que se está apagando delante de ti. Mi padre viajaba mucho por trabajo y mi abuelo siempre estaba allí, cubriendo la ausencia de mi padre.
—Tienes razón. Yo tampoco sé lo que es ser amada de la forma que él te quiere, sin condiciones ni límites, o tener alguien con quien puedas contar de esa manera.
Genial, Pedro se sentía peor. Había olvidado que también era afortunado. Había tenido a sus abuelos, sus padres y el resto de la familia mientras que Paula no había tenido a nadie.
—Lo siento. Tienes razón. Piensas que me he dado por vencido muy rápido, ¿verdad?
—No lo sé. Quizá. La vida no es una ecuación matemática. He visto a gente en la residencia de ancianos que prácticamente no respondían por apatía, depresión o por descuido y he visto también, cómo poco a poco se han despertado y han vuelto a ser ellos. No sucede con todo el mundo, pero puede ocurrir.
Pedro pensó en cómo se sentía desde que Paula había reaparecido en su vida. Ella había despertado su cuerpo, pero también había revuelto su mente. Su abuelo no podía notar los nuevos encantos femeninos de Paula, pero si ella pudiera llegar a su mente… ¿Quién era él para impedirlo?
Paula también pensaba que había estado más preocupado por sus sentimientos que por ayudar a su abuelo. La inusual paz que había sentido mientras trabajaba con ella en el jardín lo perturbaba. A él le gustaba la rapidez de los negocios y la ciudad, no era el tipo de hombre que disfrutara con los cumpleaños de los niños o las reuniones de padres y profesores.
Estaba seguro de que su padre había sentido lo mismo. David Alfonso había hecho lo que se esperaba de él al casarse y tener hijos como todos los demás en Divine. Había amado a su mujer y a sus hijos, pero viajaba tres de cuatro semanas trabajando como asesor agrícola.
—¿Todavía quieres que me marche? —preguntó Paula.
Pedro la miró por el rabillo del ojo. Con lo cabezota que era, si le hubiera dicho que sí, se habría marchado, pero si alguien podía llegar a su abuelo, ésa era Paula. Y si hubiera la mínima oportunidad de que tuviera éxito, valdría la pena sufrir para ver qué sucedía.
—No. Lo siento, no me he portado bien. Me he sentido frustrado y lo he pagado contigo. Si vuelve a suceder, dime que me lo trague. Es lo que solías hacer.
Paula le sonrió y su corazón dio un brinco. ¿Por qué Paula tenía que parecer tan vulnerable? Tragó saliva. ¿Y tan diferente?
¿Se había dado cuenta de la mancha que tenía en la camiseta? Claro que no. Pedro nunca había conocido a una mujer que fuera tan inconsciente de su aspecto. Las mujeres con las que él había salido no habrían sido sorprendidas arrancando hierbajos en un jardín y los únicos pantalones cortos que se pondrían serían de diseño.
Un ruido en la cocina atrajo su atención.
—¿Qué pasa?
Paula también parecía tener curiosidad, volvieron dentro y se encontraron al abuelo cortando el pimiento que Pedro había tomado antes.
—¿Abuelo?
—Tengo hambre —dijo Joaquín. Aunque sus manos temblaban, echó el pimiento cortado en dados en un plato—. Necesito cebollino— añadió.
Pedro y Paula se miraron.
—¿Tienes cebollino? —preguntó ella.
—Algo habrá en el antiguo huerto. La abuela ponía cebollino en muchos de sus platos y creo que crecen con facilidad.
Pedro parecía estar estupefacto, tambaleándose entre la esperanza y el descrédito y Paula sintió ganas de besarlo… por pura felicidad, claro. Ella no sabía si el intento del profesor de hacerse el desayuno significaba algo o no, pero era mejor que verlo sentado en una silla y mirando la nada.
Rápidamente, corrió a la puerta trasera.
El antiguo huerto estaba salvaje, pero reconoció el cebollino con facilidad. Cortó varias hojas, pensando, todavía en Pedro. Entendió por qué estaba intentando alejarla, pero eso no significaba que tuviera razón.
El huerto necesitaba tanto o más trabajo que el resto del jardín, así que le pareció que iba a estar entretenida varias semanas. Tendría que comprar más protección solar y quizá un gorro para trabajar al sol… además de más pantalones cortos y camisetas. No es que tuviera nada que ver con Pedro o con la forma en que la miraba, se decía.
Los pantalones cortos y la camiseta eran más cómodos para trabajar, eso era todo.
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