jueves, 25 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 35



Paula salió a la terraza del brazo de Pedro, representando su papel a la perfección. Hacía una noche cálida y la terraza de Paloma estaba a resguardo de la fría brisa del mar. Unas cuantas parejas estaban bailando.


—¿Te apetece bailar? —le preguntó él.


—Me encantaría. Pero… ¿podrías volver y pedírmelo dentro de un mes? Estaría en mejores condiciones.


—Probablemente podría hacerlo, si pudiera localizarte. ¿Dónde estarás? ¿Londres? ¿Sydney? ¿Johannesburgo?


—En Nueva Orleans —poniéndose de puntillas, le dijo al oído—: Pero esta vez no te traigas a ningún asesino contigo —advirtió que Dorothy los observaba con una sonrisa, aparentemente convencida de que acababa de hacerle a su novio alguna proposición deshonesta.


—Te prometo que vendré solo —le susurró Pedro—. Si no quieres bailar, ¿qué te parece si probamos el ponche de frutas?


—Suena estupendo.


—Ahora mismo vuelvo. Y no te vayas a largar con otro tipo aprovechándote de mi ausencia.


Salió de la terraza y Paula tomó asiento en el banco que rodeaba toda la terraza. Se había olvidado de lo muy divertidas que eran las fiestas como aquella: sencillas y sin pretensiones, entrañables.


Cuando volvió Pedro, la música cambió del rock a una suave balada country. Paloma se le acercó en el preciso momento en que le estaba entregando la copa de ponche a Paula.


—¿Puedo sacar a bailar a tu novio, Paula?


—Adelante.


Pero Pedro vaciló.


—Vamos —insistió, empujándolo hacia Paloma—. Pero que no se te ocurra bailar con ella bajo la ramita de muérdago. Recuerda que te estoy vigilando.


Los estuvo observando mientras bailaban. No estaba celosa, pero sí sentía un poco de envidia. 


Pedro era un gran bailarín: de pasos firmes y seguros, tierno y delicado. Nunca había a conocido a hombres como él en Nueva Orleans, aunque tampoco había tenido tiempo de buscarlos. La canción terminó y dio comienzo otra, muy antigua, que Paula recordaba haber oído cuando su abuela ponía discos en su viejo fonógrafo.


—Y ahora, ¿me concedes este baile? —le preguntó Pedro.


—¿Estás de broma? Tendrías que ponerte a un metro de mí.


—Ya improvisaremos —la ayudó a levantarse.


—Pareceré un pato recién salido del agua. La gente se nos quedará mirando.


—Ese es su problema, no el nuestro —la tomó entre sus brazos y a ella no le quedó más opción que seguirlo.


No la acercó mucho hacia sí, pero Paula fue muy consciente de su contacto. Desaparecida su anterior incomodidad, siguiendo el ritmo de la música, experimentó la sensación de que era la estrella de la fiesta a pesar de saber que nadie más la veía así. Cerró los ojos, olvidándose de todo excepto de aquel preciso instante: estaba bailando con un alto y moreno desconocido que no era quien decía ser. Era un pensamiento provocativo, erótico, seductor. Cuando terminó la melodía, se estremeció de decepción. Un inesperado calor había invadido todo su cuerpo.


—¿Sabes? Nos hemos detenido justo bajo la rama de muérdago —le acarició los labios con los suyos.


Fue un beso tentativo al principio, pero a partir del momento en que ella respondió, se tornó más profundo, más ávido. Paula le echó los brazos al cuello, presa de emociones durante largo tiempo enterradas en su interior. Cuando se apartaron, todo el mundo los estaba mirando.


Paula se ruborizó mientras Pedro la llevaba hacia el banco de la terraza, en medio de los aplausos y vítores de los presentes. Curiosamente, no parecía nada molesto por ello.


Quienquiera que fuese Pedro Alfonso, besaba muy bien. A no ser que se tratara de otra fase de desequilibrio hormonal producida por su embarazo, o un pasajero sentimiento de euforia fruto de un inofensivo beso. Se sentaron muy juntos, tomándose de las manos. Le costaba creer que pudiera ser tan feliz cuando había un asesino suelto a la espera de matarla.



A TODO RIESGO: CAPITULO 34




—Gemelos. Qué bonitos son —exclamó Paula viendo las fotografías que le estaba enseñando Alicia Leaderman—. ¿Qué edad tienen?


—Seis años. Ya están en primer curso. Me habría gustado tener más, pero Billy pisó el freno. Dijo que nos exponíamos a que la próxima vez tuviéramos trillizos, y que entonces ya no tendríamos suficiente dinero para alimentarlos.


—Vais tan adelantados que casi siento vergüenza al compararme con vosotras —repuso Paula, bromeando—.Ya tenéis dos críos en el colegio y yo ni siquiera estoy casada.


—Tú siempre has sido demasiado formal para interesarte por los romances, Paula.


Así era como la veían. Y quizá tuvieran razón. El único hombre con quien se había relacionado en serio era Joaquin, y a la primera señal de problemas había roto definitivamente con él. Se volvió hacia una de sus antiguas compañeras de clase, que acababa de unirse al grupo:
—¿Y tú, Dorothy? Siempre decías que tú nunca te casarías. Que serías doctora y que te dedicarías a ganar dinero.


—Dios mío, ¿te acuerdas de eso?


—Todas nos acordamos —pronunció el resto a coro, riendo.


—Pues estoy muy, pero que muy casada. Y en lugar de la Medicina, me he dedicado a las bibliotecas. Andres es agente inmobiliario; fue así como nos conocimos. Mis padres invirtieron en un apartamento playero para incrementar su renta de jubilación, y yo invertí en Andres.


Paula se volvió para buscar a Andres con la mirada, pero fue a Pedro a quien encontró. 


Estaba charlando y riendo como si conociera a toda aquella gente de toda la vida. 


Probablemente se alegraba de haber salido a socializar con alguien que no fuera ella.


—Bueno, ¿y tú cómo conociste a ese macizo? —le preguntó Alicia.


—Éramos compañeros de estudios en Auburn —mintió a su pesar. Por mucha práctica que fuera adquiriendo, nunca llegaría a ser tan buena en ese terreno como Pedro.


—No lo había vuelto a ver desde la universidad —terció Paloma—, y de repente va y se aparece en su vida la semana pasada. Al principio ni siquiera se reconocieron, ¿os lo podéis creer? Y ahora la mira tan embobado como mi Tomas el yate que anda queriendo comprarse.


—¿Qué piensa él de que seas madre de alquiler? —le preguntó Alicia.


—No hemos hablado mucho de ello. No tiene sentido hacerlo a estas alturas. Ya está hecho.


—Creo que ninguna amiga sería capaz de sacrificarse tanto por mí —comentó Dorothy.


—En este grupo desde luego que no —replicaron las demás, riendo a carcajadas.


—No me puedo imaginar cómo seria dar a luz a un niño y luego volver a casa con las manos vacías —pronunció Dorothy, con la mirada en el abultado vientre de Paula—. Espero que la madre sea consciente del cariño con que estás haciendo todo esto.


Aquellas palabras le desgarraron el corazón a Paula, pero se las arregló para disimularlo.


—Bueno, que empiece ya la fiesta —anunció Paloma—. Saquemos a los hombres a la terraza para bailar un poco.


—Eso, y yo quiero bailar con el novio de Paula —añadió Alicia—.Ya ni me acuerdo de la última vez que abracé un cuerpo tan duro y sólido como ese…


Mientras la conversación girara en torno a cualquier tema que no fuera su embarazo, Paula podría reírse a placer con ellas. 


Relajarse, disfrutar. Olvidarse de que había un asesino acechando fuera, tal vez oculto en las dunas, esperando su oportunidad para matarla.




A TODO RIESGO: CAPITULO 33




16 de diciembre


Poco antes de las ocho, Pedro aparcaba frente a la casa de Paloma y Tomas Drummonds. El sendero de entrada ya estaba lleno e incluso había un par de vehículos aparcados en la calle.


—Parece que la fiesta está siendo un éxito.


—Paloma siempre ha sido una gran organizadora.


—¿La conoces bien?


—Fuimos juntas al instituto de aquí durante unos años. Mamá estaba fuera, en España, con algún proyecto de baile. Se suponía que solo tenía que haber estado fuera tres meses, pero encontró a uno de sus numerosos «amores de su vida», su marido número tres, y se quedó en España durante algún tiempo.


—Y tú te quedaste atrapada en Orange Beach mientras ella se dedicaba a recorrer España.


—Algo por lo que le estuve muy agradecida. Era la primera vez que estudiaba en un mismo colegio durante más de un curso, y la primera oportunidad que tenía de hacer verdaderos amigos. Juana y yo éramos casi inseparables. Es curioso. Era como una hermana para mí.


—Seguro que tu abuela se alegró mucho.


—Al principio no. Tuve la impresión de que no aprobaba que estuviéramos tan unidas, pero con el tiempo fue cambiando. Algo que no le pasó a la madre de Juana. Hasta que no me fui de aquí, tuve la impresión de que la disgustaba profundamente mi presencia. Creo que estaba celosa de nuestra relación. Juana y ella se habían llevado siempre muy bien. Su padre, en cambio, siempre se mostró muy amable conmigo.


—Y ahora ambos están muertos —señaló Pedro—. Su padre pereció en una inundación cuando acampaba en el Noroeste, hace seis años. Y su madre falleció hace unos años de cáncer.


—Me olvidaba de que lo sabías todo sobre Juana y sobre mí. ¿Por qué te molestas en hacerme preguntas?


—Tu versión siempre será más interesante que los escuetos informes del departamento de investigación —por el espejo retrovisor, vio que un coche azul aparcaba detrás de ellos—. Será mejor que hagamos nuestra gran entrada. La gente se estará preguntando por qué tardamos tanto.


—Cuando quieras, novio mío.


«Novio», pensó Pedro. Durante los dos últimos días, el trabajo se le estaba haciendo cada vez más cuesta arriba. Esa noche pasaría la prueba definitiva. Convencer a la gente de la fiesta de que eran amantes sería fácil. Pero la verdadera prueba consistiría en ocultarle a Paula que los sentimientos que supuestamente estaba simulando eran demasiado reales.




miércoles, 24 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 32




14 de diciembre


Paula miró detenidamente al trabajador que le había recomendado Florencia Shelby: parecía un sex symbol sacado de una revista para chicas adolescentes… aunque él no era precisamente un adolescente. Debía de tener veintitantos años o incluso rozar los treinta. 


Llevaba el pelo rubio largo y algo desgreñado, estaba muy bronceado y tenía la mirada de un chico malo en un cuerpo de hombre. Se presentó como Mateo Cox.


—La señora Shelby me dijo que deseaba usted reparar una barandilla.


—Sí, y me gustaría que comprobara el estado de las otras que tengo.


—No hay problema. También puedo pintárselas.


—No les vendría mal. Si me entrega un presupuesto, me lo pensaré.


—Muy bien. Y ahora, ¿dónde está la terraza? Me ocuparé primero de ella. En su estado, supongo que no querrá caerse… —bajó la mirada a su vientre e inmediatamente la retiró, algo turbado.


Pedro bajó las escaleras a tiempo de escuchar la última parte de la conversación.


—La terraza está arriba. Lo acompaño —le propuso, disponiéndose a subir de nuevo.


—¿Vive usted también aquí? —le preguntó Mateo, siguiéndolo.


—Estoy de visita. Iba a repararla yo mismo. Ya había terminado de serrar la parte dañada cuando me di cuenta de que no tenía herramientas para repararla bien…


Paula dejó de escuchar sus voces conforme seguían subiendo, maravillándose de lo bien que mentía Pedro. Otra vez estaba representando fielmente el papel de Pedro Alfonso, el agente secreto del FBI. Pero aun sabiendo que todo lo que decía o hacía formaba parte de su papel, lo encontraba increíblemente atractivo. Su conversación, su manera de andar, de sonreír. 


Todo. Y también su determinación de hacerle pagar sus crímenes al Carnicero.




A TODO RIESGO: CAPITULO 31




Una vez afeitado, Pedro terminó de limpiarse la cara de espuma. Se sentía mucho mejor después de la ducha, más dueño de sí, con la mente otra vez puesta en su trabajo. Tenía que mantener el control. Se estaba poniendo los pantalones cuando oyó el grito: alto, desgarrado, destilando puro terror. Instintivamente agarró su pistola y echó a correr.


La puerta de la habitación de Paula estaba abierta y entró a toda prisa hasta detenerse en seco, con el corazón acelerado. Toda una sección de la barandilla había cedido por completo hasta desaparecer. Y había tres pisos más abajo. Obligando a sus piernas a moverse, avanzó unos pasos. Fue entonces cuando vio a Paula, con sangre en la cabeza, caída a un lado de la terraza y aferrándose a un pilar.


Corrió hacia ella y la estrechó contra su pecho.


Cuando pudo recuperar el aliento, le preguntó:
—¿Estás bien?


—Sí, aparte de que me he llevado un susto de muerte.


—¿Qué ha pasado?


—Acababa de salir a la terraza para tomar el aire. El bebé me dio una patadita y quise apoyarme en la barandilla. En el momento en que me apoyé en ella, empezó a ceder. Estuve a punto de caer, pero logré agarrarme al poste.


—Gracias a Dios. Cuando vi que faltaba la barandilla y… —no pudo seguir hablando. Todavía le temblaba la voz y sabía que estaba destrozando su reputación de agente del FBI—. Necesitas tumbarte.


—En todos los años que llevo viniendo al Palo del Pelícano, jamás me había sucedido una cosa parecida. Me temo que he desatendido demasiado la casa. Esta noche llamaré a Florencia para que me recomiende a un carpintero.


Pero Pedro consideraba también la posibilidad de un sabotaje. La llevó hasta la cama.


—Túmbate y descansa. Voy a echar un vistazo a la barandilla. ¿Te encuentras bien?


—Creo que sí. Soy una mujer afortunada. Primero me libro de morir ahogada y ahora de caerme por la terraza, y todo ello en menos de una semana.


Pedro salió a la terraza, todavía estremecido por lo que habría podido pasar. Estaba haciendo un pésimo trabajo de protección.


—Cuidado, Pedro. No quiero perder a mi guardaespaldas a estas alturas del juego.


Arrodillado, examinó el lugar por donde había cedido la barandilla.


—La barandilla estaba bien, Paula. Fue serrada deliberadamente, y luego vuelta a encajar para que la primera persona que se apoyara en ella cayera al vacío.


—El Carnicero, ¿verdad?


—Apostaría a que sí.


—¿Cuándo pudo hacerlo? Si tomé la decisión de venir aquí un día antes de dejar Nueva Orleans… —se llevó las manos a las mejillas—. No. Ya sé cuándo lo hizo. El segundo día vine a casa después de comer fuera y me di cuenta de que alguien había estado aquí. Luego encontré una cesta de galletas caseras en la cocina y supuse que se trataría de alguna de las amigas de mi abuela, que querría darme de ese modo la bienvenida…


—Galletas caseras. Evidentemente Caraway ha aprendido unos cuantos trucos nuevos durante su estancia en la cárcel.


—¿Los asesinos no siguen unas pautas fijas de comportamiento?


—No siempre, pero cuando estudias sus crímenes, generalmente encuentras alguna pista que te informa sobre lo que van a hacer a continuación. Esto es especialmente cierto para los multiasesinos, pero no para los asesinos a sueldo. Estos generalmente trabajan rápida y limpiamente, sin dejar rastro. Marcos, sin embargo, comparte los rasgos de las dos categorías. Era un asesino a sueldo que sentía verdadera pasión por la tortura. Antes de que lo encarcelaran, se dedicaba a cometer verdaderas carnicerías.


—No lo hizo con Benjamin y Juana, y tampoco lo intentó conmigo. ¿Por qué habría de cambiar ahora de método?


—Ha estado diez años en prisión. Supongo que habrá empleado mucho tiempo en planear su fuga y su venganza contra Benjamin.


—Solo que no sabía de mi existencia ni de la del bebé hasta que habló con esa vecina. Aun así, si está fugado, no entiendo por qué habría de arriesgarse a venir hasta aquí y serrar la barandilla. Alguien pudo haberlo visto.


—¿Estás intentando quitarme mi trabajo?


—Solo intento comprender lo que ha pasado.


—Me gustaría decirte que no te preocuparas, que solo deberías confiar en que te protegiera yo, pero hasta el momento mi trabajo ha dejado bastante que desear.


—Eso no es cierto. Si estoy viva es gracias a ti.


En ese momento sonó el teléfono. Pedro se quedó en la habitación hasta que ella respondió. 


Tan pronto como se dio cuenta de que era Joaquin, se retiró discretamente. No estaba seguro de lo que pasaba entre los dos, pero sabía que después de la conversación que había tenido con su madre, Paula no estaba en absoluto contenta con su comportamiento.




A TODO RIESGO: CAPITULO 30




Paula subió lentamente las escaleras, la mente llena de sombríos contradictorios pensamientos. 


Decorar el árbol de Navidad con Pedro le había regalado un par de horas de alivio, pero nada podría librarla del dolor y del temor que parecían haberse aferrado a su existencia. No temía por sí misma, sino por el bebé que un asesino conocido como El Carnicero estaba decidido a destruir. El bebé. Creciendo en su interior. 


Cuando aceptó la petición de Juana, jamás imaginó que las cosas se desarrollarían de ese modo. Jamás imaginó que terminaría queriendo tanto a aquella niña no nacida, y ansiando tanto el día en que pudiera mecerla en sus brazos.


Entró en su dormitorio y abrió la puerta que daba a la terraza. La brisa del Golfo le refrescó la piel.


La luna ya había aparecido, rielando de plata la superficie del mar.


Salió a la terraza. La playa estaba desierta, silenciosa, solitaria, serena.


Aspirando profundamente, dejó que el aire le llenara los pulmones. Sintió que el bebé le daba una patadita. Se llevó una mano al estómago mientras mantenía la otra en la barandilla, apoyándose en ella.


De repente la barandilla crujió y cedió. Tres pisos más abajo, el suelo esperaba para recibirla en la caída. El chillido que oyó resonar en la noche era el suyo.




martes, 23 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 29






Si sus amigos pudieran verlo en aquel momento se morirían de envidia, pensó Pedro mientras rodeaba el árbol colgando la guirnalda de luces en las ramas. Estaba decorando un árbol de Navidad en una antigua casona de playa en el Golfo de México, y en compañía de una mujer que no solo era tan bella como inteligente, sino que además rezumaba una ternura contagiosa. 


Aquel novio suyo se estaría arrepintiendo toda la vida de haberla dejado escapar. Las mujeres como Paula Chaves no abundaban. Aunque Pedro, desde luego, no era ningún experto en mujeres. Nunca había llegado a descubrir lo que querían de los hombres, como se podía comprobar por su fallido matrimonio. 


Alzó la mirada cuando Paula volvió al salón.


—Esto es lo yo llamo darse la gran vida. Una mujer hermosa trayendo palomitas. Que no se entere mi superior. Querrá que me recorten el sueldo.


—Nunca le diré nada… a no ser, por supuesto, que dimitas antes de que termines de decorar el árbol.


—Lo más duro ya está hecho —enchufó el cable y varias decenas de luces diminutas se encendieron en el árbol, iluminando el salón—. ¿Qué te parece? ¿Podrá pasar la inspección de la crítica oficial de árboles?


—Es precioso.


—¿Quieres decir que no me vas a obligar a cambiar de sitio ninguna luz?


—Jamás se me ocurriría hacer algo así —bajó la mirada y se palmeó el vientre—. ¿Qué dices tú, pequeñita? ¿Quieres salir a echar un vistazo? Bien, hazlo antes de Navidad y llegarás a tiempo para la diversión. Solo te pido que no sea esta noche, ¿vale?


Pedro se tomó su chocolate con la mirada clavada en Paula. No sabía qué era lo que le había dicho su madre, pero por lo poco que había escuchado, sospechaba que tenía que ver con las posibilidades que había de que conservara el bebé o lo entregara en adopción. 


Había oído decir a Paula que no tenía intención de quedárselo, pero él tenía dudas al respecto. 


No parecía probable que una mujer que no dejaba de cantarle y de hablarle a su hija no nacida pretendiera expulsarla de su vida nada más darla a luz. Aunque nada de eso era asunto suyo. Su trabajo consistía en velar por su seguridad.


—¿Cuál es el mejor regalo de Navidad que te han hecho nunca? —le preguntó Paula mientras colgaba un adorno rojo en el extremo de una rama.


—A ver… Supongo que la bicicleta que me regalaron cuando tenía seis años. Me puse tan contento que la estrené en la nieve. ¿Y tú?


—Una muñeca bebé cuando tenía cuatro años. Todavía tiene que estar por alguna parte, en alguna caja en la cúpula. Solía suplicarle a mi madre que me diera una hermanita, pero lo cierto es que con la muñeca me bastaba.


Pedro se dedicó también a decorar el árbol, colgando adornos en las ramas altas que no podía alcanzar Paula.


—¿Y cuál es el mejor regalo que le hiciste tú a alguien? —le preguntó él.


—Es difícil de decir —tomó una palomita—. Me acuerdo de que durante mi primer año en la universidad, pinté un cuadro representando esta casa y escribí un poema hablando de lo mucho que mi abuela había significado en mi vida. Y se los regalé por Navidad, lloró cuando le leí el poema, me dijo que era el mejor regalo que había recibido nunca. De hecho, creo que las dos nos pusimos a llorar. Es la pintura que está colgada en el vestíbulo.


—¿La pintaste tú? Estoy impresionado. Yo creía que era obra de un profesional.


—¿Y tú? ¿Cuál fue el mejor regalo que le hiciste a alguien?


—El mío va a parecer una estupidez comparado con el tuyo.


—Vamos. Tienes que decírmelo. Es tu turno.


—La casa de muñecas que le hice a mi hermanita. Mi padre me ayudó a serrar las piezas y me dejó sus herramientas, pero la mayor parte del trabajo la hice yo solo. Mi madre me dio unos recortes de alfombra para los suelos, y también de papel de pared. Quedó preciosa.


—¿Qué edad tenías?


—Doce años. A mi hermanita le encantó. Mi madre asegura que no dejó de jugar con ella hasta que empezó a salir con chicos.


—¿Es mucho más joven que tú?


—Seis años, pero tengo dos hermanos entre medias.


—Espera un momento… —se apartó del árbol, con un adorno en la mano—. ¿Estás hablando de tu verdadera familia o de la de Pedro Alfonso?


Maldijo para sus adentros. Había estado hablando de su familia: se le había escapado. 


Tenía que salir cuanto antes de aquella situación, pero sin mentirle.


—De mi verdadera familia.


Paula sonrió, y su expresión se tornó tan radiante que hizo palidecer las luces del árbol.


—Supongo que crecer en una familia tan grande debió de ser muy divertido.


—La mayor parte del tiempo, sí. Ahora nos llevamos muy bien. Cuando nos reunimos parecemos una jauría de hienas, lo que solemos hacer cada Cuatro de Julio y por Año Nuevo.


—¿Pero no en Navidad?


—No, suelo pasar por casa solamente el día de Navidad, si es que no tengo alguna misión, pero el resto de las vacaciones no. Todos tienen sus respectivas familias, y uno de mis hermanos es pediatra y suele trabajar por esas fechas.


—¿Le gusta a tu madre que os reunáis todos en casa por estas fechas?


—¿Estás de broma? Se muere de ganas. Y la cosa ha empeorado ahora que tiene seis nietos. Cuando se ponen a abrir los regalos, se forma un alboroto de mil demonios.


—Deben de ser muy afortunados… por haberse criado en un ambiente de tanto amor y cariño —Paula se quedó callada por un momento, y de repente se puso a entonar un villancico.


Pedro la acompañó, y siguieron trabajando mientras cantaban. Cualquiera que los hubiera visto en aquel instante se habría maravillado de la aparente placidez y serenidad de aquella escena. Pero no era cierto. Por debajo latía una vibrante tensión: la que solía surgir en una pareja en la que el hombre se sentía terriblemente atraído por la mujer… y a duras penas se esforzaba por disimular sus sentimientos. Y sobre todo cuando el hombre estaba allí con el único propósito de protegerla de un asesino.


—Bueno. Ya está. Solo falta colocar el ángel en la copa.


Le rozó la mano cuando ella le entregó el ángel, y en aquel momento experimentó un deseo tan intenso que lo dejó sobrecogido. Retrocedió un paso, decidido a ocultarle lo mucho que lo había afectado su contacto. Era una locura. No podía enamorarse de la mujer a la que estaba protegiendo. Era algo tan estúpido como peligroso. Si seguía así, tendría que apartarse del caso y pedirle a otro agente que lo sustituyera.


Solo que sabía que jamás podría hacer algo así. Mientras Marcos Caraway estuviera suelto, se quedaría donde estaba, asegurándose de que El Carnicero no le hiciera a Paula lo que les había hecho a Juana y a Benjamin Brewster. Colocó el fino muñeco de hilo de plata y encaje blanco en lo alto del árbol, asegurándose de que estuviera bien recto. Cuando terminó, se apartó un poco para contemplar el resultado. Paula se le acercó entonces y lo tomó del brazo, mirándolo con sus enormes ojos oscuros.


—No está nada mal —susurró—. Hacemos un buen equipo.


Pedro tragó saliva, consciente de que jamás le habría hecho ese comentario si hubiera podido leerle el pensamiento. Incluso en aquél instante era demasiado consciente de su cercanía.


—Ya nos hemos perdido la puesta de sol, pero todavía podríamos dar un paseo por la playa —le propuso ella—. Esta noche habrá luna llena.


Teniendo en cuenta el estado de sus sentimientos, un paseo a la luz de la luna por la playa sería como sentar a un hambriento frente a un plato de comida y decirle luego que solamente podía olerlo, sin probarlo.


—No creo que sea una buena idea.


—Supongo que sería demasiado arriesgado pasear de noche con un asesino suelto.


—Efectivamente. Bueno, voy a ducharme, a no ser que me tengas reservada alguna otra tarea.


—Adelante. Yo me quedaré aquí sentada durante unos minutos más. admirando nuestra obra.


—Creo que deberías llamar a Paloma y decirle que iremos a su fiesta.


—No estamos obligados a ir.


—Sería una buena idea, por varias razones.


—¿Qué razones son esas?


—La Navidad te sienta muy bien. Nunca te había visto tan relajada como esta noche. Y no estaría de más que nos mostráramos un poquito más convincentes en nuestra actuación como amantes.


—¿Para atraer a Marcos Caraway fuera de su escondrijo? Entonces vayamos a la fiesta, amante mío.


—Cuidado con lo que dices. Me enciendo cuando una mujer me dice esas cosas —bromeó.


Pero ya estaba encendido. Se alejó de las brillantes luces del árbol y de los sentimientos que tendría que apagar en su interior para que nunca más volvieran a aflorar. Una buena ducha de agua fría lo ayudaría en el empeño. Y si no era suficiente, también podría concentrarse en las sangrientas imágenes de las víctimas de Marcos Caraway.