domingo, 21 de junio de 2020
A TODO RIESGO: CAPITULO 22
Pedro permaneció por unos instantes contemplando bajo la luz de sol aquel mundo que tanto se parecía al paraíso, mientras reflexionaba sobre aquella pregunta.
—No tengo hijos, ni esposa. Estoy divorciado, pero no soy un robot. Cuando me corto, sangro. Pero desempeño mi trabajo de la mejor manera que sé, y eso significa cumplir órdenes. Para el caso, soy Pedro Alfonso, vendedor de coches de Nashville, Tennessee.
En ese momento sonó su teléfono móvil: un afortunado respiro en la tensión del ambiente, que se había incrementado durante los últimos minutos.
—Alfonso. ¿Qué pasa?
—Tengo noticias frescas.
—Espera un momento —se retiró hacia la cocina, bajando la voz—. ¿Has visto a Caraway?
—No. No he tenido esa suerte. Ni tampoco Pablo, y eso que hemos estado peinando concienzudamente la zona de Orange Beach. Pero dicen que un informante lo vio anoche en un bar de San Luis.
—Marcos Caraway no podía estar anoche en San Luis. En nuestra última conversación ya te dije que atacó a Paula en la playa, intentando ahogarla.
—Si no fue Caraway, esa agresión cae bajo la jurisdicción de la policía local. Nuestro trabajo consiste en seguirle el rastro a Marcos Caraway y devolverlo a prisión antes de que cumpla con las amenazas que hizo hace ocho años.
—Sea o no de confianza el informante, no encontrarán a Marcos Caraway en San Luis. Él estuvo detrás del ataque de anoche, y tú lo sabes tan bien como yo.
—No te enfades conmigo. Solo te llamaba para contarte lo que he oído. No soy yo quien toma las decisiones, sino Lucas Powell.
—Nuestro hombre está aquí, delante de nuestras narices. Estoy seguro.
—A mí me pareció un trabajo demasiado frío para ser de Caraway. Te repito que si está aquí, lo encontraremos. Pero si está en San Luis, quizá tu dama embarazada tenga su propio enemigo.
Pedro volvió a la terraza. Paula seguía apoyada en la barandilla, disfrutando de la caricia del sol. El viento hacía ondear su cabello. Así, erguida, con la cabeza alta, parecía una princesa.
—Perdona por la interrupción.
—¿Buenas noticias?
—Más bien ninguna noticia. ¿Tienes hambre?
—Podría comer.
—Entonces vayamos a uno de esos agradables y acogedores restaurantes donde podamos sentarnos en una mesa apartada, para continuar con nuestra actuación.
—¿EL FBI te dio alguna vez un Óscar por tus actuaciones como agente?
—Sí, tengo la casa llena de ellos. ¿Dejamos que Leo continúe solo su trabajo?
—Sí, no será la primera vez. Su madre es quien cuida la casa durante mi ausencia, y él trabaja para mí cuando estoy en Nueva Orleans.
—¿Cuánta gente posee llave de esta casa?
—Aparentemente medio pueblo, pero no te preocupes. Este es un pueblo pequeño. Confiamos los unos en los otros.
Pero de camino hacia el restaurante hicieron una breve parada: en la ferretería, para comprar una cerradura nueva.
A TODO RIESGO: CAPITULO 21
En esa ocasión condujo Paula y regresaron al Palo del Pelícano, ya que necesitaban guardar la carne congelada en la nevera. Había una camioneta de color verde oscuro aparcada en la puerta, sucia de barro.
—Parece que tienes compañía —le comentó Pedro—. ¿Reconoces la camioneta?
—No.
—Entonces aparca el coche justo detrás —se sacó un arma de debajo de la chaqueta.
El hecho de ver aquella negra pistola la deprimió, pero hizo lo que le pedía. Antes de que pudiera apagar el motor, Leonardo Shelby apareció de pronto por un lateral de la casa, descalzo y sin camisa.
—No pasa nada. Es Leonardo Shelby, el hijo del ama de llaves —le explicó—. Por favor, que no vea la pistola —salió del coche—. Leo, ¿qué estás haciendo aquí?
—He venido a arreglarte el grifo roto del que te hablé. Siento haber tardado tanto.
El grifo roto. Paula se había olvidado por completo.
—No reconocí tu camioneta.
—El otro día vine en el coche de mi madre. La camioneta solo la uso de cuando en cuando.
Paula presentó a Leo a Pedro, que lo observó con detenimiento.
—¿Conseguiste arreglar el grifo?
—Lo habría hecho, pero alguien cambió de lugar la llave que estaba debajo del tercer escalón de la entrada.
—Yo la quité de ahí. A partir de ahora tendrás que pedirle la llave a tu madre antes de venir.
—No hay problema.
Pedro tomó entonces a Paula de un brazo.
—Y dado que Pedro y yo nos vamos a quedar aquí por un tiempo, creo que sería mejor que llamaras también antes.
—Como quieras.
Paula ya se estaba imaginando lo que diría Florencia cuando recibiera esa información.
Probablemente pensaría que Paula había decidido cumplir con sus deberes maternales.
Pedro estuvo charlando con Leo mientras se dirigían hacia el porche, y para cuando llegaron a la puerta ya estaban riendo juntos como si fueran dos viejos amigos. Paula pensó en la engañosa identidad de Pedro Alfonso: aquel hombre solo existía hasta que terminaba su trabajo. Luego se convertía en una persona distinta en una ciudad distinta, con una mujer diferente del brazo. Pobre de la mujer que se enamorara de él, al confundir su aparente preocupación y solicitud con un sentimiento real, genuino.
—Ahora sí que me apetece de verdad ese refresco —le dijo Pedro cuando Leo fue a arreglar el grifo—. Si preparas dos sillas en la terraza, yo me encargaré de prepararlo. ¿Zumo de frutas, leche o agua?
—Zumo de manzana con hielo.
—Hecho —abrió un armario y sacó un vaso.
—¿Sabes? Una mujer podría llegar a sentirse realmente mimada si te quedaras demasiado tiempo a su lado.
—Creo que ninguna mujer me había dicho eso antes —echó dos hielos en el vaso y lo llenó de zumo—. O tú te dejas mimar demasiado fácilmente o estás descubriendo una insospechada faceta de mi personalidad.
—Supongo que será el embarazo —repuso Paula, manteniendo un tono ligero—. Es probable que te sientas en la obligación de atenderme constantemente.
Le puso el vaso de zumo en la mano. Se rozaron los dedos, pero ninguno de los dos rompió el contacto. Cuando Paula alzó la vista y sus miradas se encontraron, se vio asaltada por un traicionero estremecimiento de ternura.
—El hecho es que tu embarazo me afecta, Paula. Eso no voy a negarlo, pero si crees que funciona como una especie de escudo o defensa para convertirte en una mujer menos deseable, te equivocas.
Sus palabras le evocaban sensaciones que no quería ni podía permitirse experimentar.
Finalmente Pedro retiró la mano, pero no desapareció la sensual tensión que había reverberado entre ellos.
Paula se acercó a la barandilla de la terraza y quedó contemplando el mar. Solo que en esa ocasión el mar no conservaba sus poderes terapéuticos. Seguía allí, de pie, cuando Pedro volvió a reunirse con ella, con un refresco en la mano.
—Cuando no eres Pedro Alfonso, cuando eres la persona que figura en tu partida de nacimiento… ¿tienes una esposa?
sábado, 20 de junio de 2020
A TODO RIESGO: CAPITULO 20
Paula se inclinó para tomar dos paquetes de pechugas de pollo. Mientras tanto, Pedro miró a su alrededor: ni rastro del hombre que estaba buscando. Pero incluso los asesinos estaban obligados a comer y era seguro que tenía que andar por alguna parte.
De repente vio que una atractiva rubia acababa de doblar una esquina: la reconoció de inmediato.
—No mires ahora, cariño, pero creo que se está acercando nuestro primer cliente.
Paula se giró en redondo, con un paquete de pollo en una mano.
—¡Oh, no! Es Paloma Drummonds. Sabía que esto no funcionaría. Es la mujer con la que estuve hablando él primer día, en la tienda…
—Ya me acuerdo.
—No me extraña que te acuerdes. Pero el problema es que ella sabe que yo no te conocía, así que… ¿cómo puedes ser tú un antiguo novio mío? —susurró mientras Paloma se dirigía hacia ellos, mirándolos de hito en hito.
—¡Paula, qué casualidad! Quería haberte llamado, pero no puedes imaginarte el trabajo que me dan los niños —se volvió para concentrarse por entero en Pedro—. ¿Estáis… juntos?
Pedro apoyó una mano en el hombro de Paula.
—Pues sí. ¿Nos conocemos? Tu cara me resulta familiar.
Paula, a su vez, se lo quedó mirando como si hubiera perdido el juicio.
—Sí que nos conocemos. Hablé contigo el otro día en la tienda para turistas de la autopista. Y allí mismo encontré a Paula, lo que pasa es que no me dio la impresión de que vosotros os conocierais…
—Ah, ya me acuerdo. Estabas buscando unos pantalones de jogging.
—Exacto —seguía mirándolos con expresión recelosa—. ¿Pero cómo os conocisteis?
—Fue hace años, en Auburn. Llamé a Paula cuando me enteré de que iba a tener que pasar por aquí de camino a ver a mi hermana, y ella me invitó a su casa. El caso es que, cuando la vi en la tienda, no la reconocí. Lógico, no nos veíamos desde la universidad. Tenía el pelo más largo y…
—Y pesaba bastantes kilos menos —añadió Paula, integrándose finalmente en la conversación.
—Imagínate mi sorpresa cuando me presenté en su casa y me di cuenta de que era la misma persona a la que había visto de pasada en la tienda para turistas.
—¿Así que sois viejos amigos? —preguntó Paloma, arqueando las cejas.
—Efectivamente —mintió Paula, intentando no ruborizarse.
—De hecho, éramos algo más que amigos —precisó Pedro.
—¿Sabes, Paula? —sonrió Paloma—. Le dije a Tomas que estabas en el pueblo y me comentó que le encantaría verte. ¿Por qué no te pasas el día dieciséis por casa con…?
—Pedro Alfonso —le tendió la mano.
Paloma se la estrechó mientras terminaba de formular la invitación.
—¿Por qué no te pasas con Pedro el dieciséis por casa? Hemos invitado a unos cuantos amigos para celebrar que estamos en vacaciones.
—Oh, no puedo hacer muchos planes estos días, ya sabes que…
—Lo entiendo. Para entonces podrías estar ya en el hospital, pero la invitación queda en pie.
Pedro se dedicó a observar a Paula mientras hablaba con su antigua amiga. Dos días atrás solo había sido un nombre en un archivo, una fotografía en la pantalla de su ordenador.
Necesitaba seguir pensando en ella de ese modo. Pero era imposible.
Lo conseguiría. Era un profesional y nunca había ansiado tanto capturar a alguien como al Carnicero. Viejas imágenes asaltaron su mente.
Sangre, cadáveres, una mano sin vida aferrada a un osito de peluche. El Carnicero recorría las calles como un hombre libre, haciendo lo único que sabía hacer: matar. Sintió una punzada de culpa. Le estaba escondiendo información vital a Paula, aunque ella no necesitaba conocer la identidad del asesino. Él la protegería y acabaría deteniéndolo. Pero entonces, ¿por qué sentía tanto asco de sí mismo?
—Has reaccionado estupendamente —le comentó una vez que Paloma se hubo marchado.
—Ya. Bueno, ya nos han visto. Salgamos de aquí.
—¿Qué pasa? Creía que estabas disfrutando con la situación.
—Ahora mismo me gustaría tomar un refresco en una terraza con vistas al mar.
—Conozco el lugar indicado: mi casa.
A TODO RIESGO: CAPITULO 19
Joaquin Hardison se hallaba sentado ante su escritorio, dando vueltas a un bolígrafo entre los dedos y deseando que Paula estuviera en aquel momento a su lado para ayudarlo. Aquella situación era absolutamente ridícula. Una ejecutiva tan eficaz como ella haciendo de madre de alquiler para una antigua amiga de instituto. Desde el principio había sabido que aquello era un inmenso error, había querido advertirle. Pero, como siempre, ella no le había hecho ningún casó.
Paula había roto con él porque no estaba preparada para asumir un compromiso serio. Y aunque abrir un paréntesis semejante en su vida para tener un bebé que ni siquiera era suyo no era precisamente lo que él denominaba un compromiso, a Joaquin le habría gustado pensar que lo era. Pero nada de eso lo preocupaba tanto como la posibilidad de que pudiera estar pensando en conservar a la niña en vez de entregarla en adopción.
Siempre había dado por hecho que, después de su ruptura, terminarían juntos algún día, pero a lo que no estaba en absoluto dispuesto era a responsabilizarse de la hija de unos extraños.
A TODO RIESGO: CAPITULO 18
Paula abrió el cajón superior de su escritorio y sacó el pequeño joyero que usaba para los viajes. La joyería no era una de sus debilidades, pero tenía unas cuantas piezas que le gustaba ponerse. La pulsera de oro que le había regalado su abuela antes de morir sería perfecta para la ocasión. Algo seguro, familiar, en un mundo que estaba escapando a su control.
Abrió el joyero: estaba su reloj de jade y plata, y sus pendientes dorados, pero no su pulsera.
Extraño. Habría jurado que la había guardado allí. Se puso los pendientes sin molestarse en mirarse al espejo, pensando una vez más que lo que estaba a punto de hacer no tenía ningún sentido.
Segundos después bajaba las escaleras para hacer su gran entrada como mujer fatal. Había elegido un vestido azul amplio, de dos piezas, con dos pequeños bordados en el frente y falda blanca debajo. «Sexy» era probablemente la última palabra que habría elegido para describir su aspecto, pero a ella le gustaba. Y se había maquillado y cepillado el pelo, ahuecándose la melena. Curioso: en vez de vestirse para matar, se había vestido para evitar que la mataran. Y, lo que era aún más extraño: se sentía ya mucho más segura con Pedro. Tan solo unos días atrás había sido un personaje siniestro, acechante. Y ahora estaba viviendo en su propia casa.
—¿Listo para salir?
Pedro se volvió al escuchar su voz. Nada más verla, soltó un silbido de admiración.
—Ya te dije que en casa no necesitabas fingir.
—No estoy fingiendo. Estás preciosa.
—Muy embarazada, más bien.
—Te cuesta aceptar un cumplido. ¿Joaquin nunca te decía que eras una mujer hermosa?
—Joaquin no es un hombre de cumplidos.
—Entonces se merecía perderte. Y ahora, salgamos a exhibirnos.
—No estoy muy segura de que pueda soportar esto.
—Solo tienes que ser tú misma, una mujer de Orange Beach que ha vuelto a casa por Navidad para tener un bebé. ¿Cuánta gente del pueblo sabe que el bebé es de Juana?
—Cuento con la esperanza de que nadie. A Juana ya no le quedaba ningún familiar aquí. Además, ella siempre lo mantuvo en secreto, excepto a un par de amigas suyas. Era como una especie de supersticiosa previsión. No quería estropear las posibilidades que tenía de convertirse finalmente en madre.
—Eso había oído.
—Pero aun así, vosotros sabíais que ella era la madre. ¿Cómo lo descubristeis?
—Preguntando a una de sus amigas. Una vecina suya.
—Después de esto, creo que voy a dejar de creer en la palabra «privacidad». En realidad, todo el mundo cree llevar una vida privada que realmente no lo es.
—Es no tiene por qué ser tan malo.
—Quizá no desde tu punto de vista.
—Entonces… ¿tú quieres que la gente de este pueblo piense que el bebé es tuyo?
—Oh, no. Ni hablar. A quien me pregunta le digo que soy una madre de alquiler, y lo mismo hice en Nueva Orleans. Solo Joaquin sabe que el bebé es de Juana. Le revelé el plan en un momento de debilidad, cuando todavía estaba pensando si aceptar o no la petición de mi amiga.
—Bien. Lo dejaremos así. Nadie tiene por qué saber más —la tomó del brazo mientras se dirigía hacia la puerta—. Probablemente te resultará más cómodo que vayamos en tu coche. Si no te apetece conducir, lo haré yo.
—Sí, mejor conduce tú. Yo apenas quepo detrás del volante.
A TODO RIESGO: CAPITULO 17
Pedro dejó su bandeja sobre la mesa que estaba al lado de la ventana.
—Vives en una verdadera mansión.
—Mi abuelo la hizo construir para mi abuela hace años. Quería que fuera la casa de sus sueños. Ella misma la diseñó, hasta el último detalle. Podría restaurarla un poco más, pero me gusta así como está.
—Además, la propiedad es tan extensa que no hay edificios altos cerca que te puedan estropear la vista.
—Mi abuela decía que en aquel entonces la tierra no valía casi nada: no eran más que kilómetros y kilómetros de arena. Nadie se imaginó nunca que en este tramo de playa llegara a edificarse tanto.
—No me extraña. Estas playas rivalizan con las del Caribe en belleza.
—¿Realmente es tu primera visita a esta zona?
—Sí. Me sorprendiste diciendo la verdad.
—¿Qué debo creer entonces de todo lo que me dijiste? ¿Pedro Alfonso es tu verdadero nombre?
—Por el momento, sí. En cada misión soy una persona distinta con unos antecedentes diferentes. Y ahora mismo soy Pedro Alfonso, vendedor de coches de segunda mano en Nashville.
Paula pensó que, a juzgar por lo que decía, no tenía sentido molestarse en llegar a conocerlo.
Nunca sería quién o lo que pretendía ser. Se untó una tostada de mermelada de naranja.
Quienquiera que fuera, preparaba unos desayunos excelentes.
—Tiene que haber por lo menos una docena de habitaciones en esta casa.
—Nunca las he contado, pero es probable. Hay seis dormitorios, incontables cuartos de baño, el gran salón familiar donde estuvimos sentados anoche, la cocina, una biblioteca, ese pequeño cuchitril arriba de las escaleras del tercer piso. Y la cúpula. Actualmente se usa sobre todo de trastero, pero cuando era adolescente, me subía allí con Juana a reírnos y a hablar de chicos.
—Juana Brewster. Erais muy amigas, ¿verdad?
—Sí. Solo que entonces era Juana Sellers.
—Es verdad. La hija de Joana y Luis Sellers. Pero volviendo al Palo del Pelícano: tu abuela debía de saber que querías mucho esta casa cuando te la legó personalmente en su testamento.
—Lo sabes todo sobre mí.
La conversación languideció mientras comían. Pedro terminó primero, a pesar de que comió mucho más que ella. No parecía tener un solo gramo de grasa más en el cuerpo, pero aun así tenía un apetito voraz. Paula pensó que le gustaría descubrir su secreto.
Después de apurar su café, Pedro clavó en ella sus penetrantes ojos azules.
—Háblame de tu relación con Joaquin Hardison.
—Es mi socio. Actualmente estamos encabezando un equipo de fusión de empresas.
—Pero estuvisteis comprometidos.
—Joaquin y yo estuvimos comprometidos —le confesó, suspirando—, pero rompimos hace cerca de un año. Ahora somos amigos y compañeros de trabajo.
—No debe de ser una situación muy cómoda.
—Somos adultos. Nos arreglamos bien.
—¿Piensa visitarte aquí, en la playa?
—No. No lo he invitado, pero de todas formas no vendría. Hacer compañía a una mujer embarazada no es algo que lo atraiga especialmente.
—Una persona menos de la que preocuparnos. No hay razón para que sepa más de lo que le hemos dicho a tus amigos de Orange Beach. ¿Piensas quedarte aquí hasta que nazca el bebé?
—Ese era mi plan original. Pero ahora parece que eres tú quien me dicta la agenda.
—Lo de que tengas el bebé aquí me parece bien. Con un poco de suerte, todo esto habrá terminado mucho antes del parto.
—Ojalá. Porque quedan dos semanas y media —hizo a un lado su bandeja—.Y ahora, cuéntame tu plan.
—Tú, Paula Chaves, estás a punto de enamorar locamente a un hombre y de llevártelo a la cama.
—Supongo que el tipo del que estás hablando estará ciego, ¿no?
—Ve perfectamente. Estás ahora mismo delante de él: soy yo. Empiezan a vernos juntos en restaurantes del pueblo, tomándonos de la mano y mirándonos con embeleso. Incluso podríamos salir a bailar a alguno de los locales nocturnos.
—¡Oh, no! —bajó las piernas de la cama—. Conozco a todo el mundo en este pueblo, y no estoy dispuesta a dar un espectáculo semejante. Nunca fingiré ser tu amante. No con este cuerpo.
Pedro se le acercó, mirándola con expresión acusadora.
—¿Qué pasó con tu promesa de que harías cualquier cosa con tal de capturar a tu agresor?
—Mírame —se levantó, llevándose las manos al vientre—. Aun cuando aceptara colaborar en tu plan, ¿quién se creería que ibas a sentirte atraído por mí?
—Todo eso son imaginaciones tuyas —le puso las manos sobre los hombros—. Lo he pensado bien. Necesito estar contigo cada vez que dejemos la casa, y tenemos que conseguir que nuestra relación parezca lo más natural posible. Si lo nuestro parece un burdo montaje, nuestro hombre se dará cuenta, sospechará y esperará su ocasión. Esperará hasta golpear de nuevo. Y ni tú ni el bebé estaréis a salvo.
Paula cerró los ojos y se mordió el labio, con el corazón desgarrado por una sensación de puro terror. Aquella reacción no era buena para el bebé. Tenía que tranquilizarse y conservar el control. Nadie haría daño a su bebé. Jamás lo permitiría.
Su bebé: otro lapsus mental. Abrió los ojos y se esforzó por respirar profunda, pausadamente.
—Haremos esto a tu modo, Pedro, pero te lo advierto: no te pases de la raya. Solo unas cuantas risas. Puedes incluso mirarme a los ojos como si fuéramos amantes, pero solo para dar el espectáculo. Cuando volvamos a entrar en la casa, nuestra relación será puramente… profesional.
—Eso se da por sobrentendido.
—Y una vez que hayamos convencido a la gente que nos vea de que somos amantes… ¿ya solo tenemos que esperar a que ese loco golpee de nuevo?
—¿Tienes alguna idea mejor?
—No. Esto no va a funcionar, Pedro. Nadie se creerá que has venido aquí de vacaciones para acabar enamorándote de una mujer embarazada.
—De hecho, vamos a difundir el rumor de que soy un antiguo novio tuyo que ha venido a visitarte… y cuyo amor por ti vuelve a florecer al cabo de todos estos años.
—Nadie se lo tragará —negó con la cabeza.
—Claro que sí. Soy muy buen actor.
—Yo también, pero no se trata de eso —se dirigió hacia la puerta—. Bueno, voy a ducharme y a vestirme.
—Ponte algo sexy —le pidió él, sonriendo—. Recuerda que tienes que enamorarme locamente.
—¡Sexy! —abriendo los brazos, le regaló una vista frontal de su abultada figura, cubierta por el amplio camisón—. Sería necesario un milagro para que un hombre se excitara con esto.
Pedro musitó algo entre dientes que sonaba a un «espérate y verás». Y Paula se dijo que, evidentemente, debía de haber escuchado mal.
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