domingo, 21 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 21



En esa ocasión condujo Paula y regresaron al Palo del Pelícano, ya que necesitaban guardar la carne congelada en la nevera. Había una camioneta de color verde oscuro aparcada en la puerta, sucia de barro.


—Parece que tienes compañía —le comentó Pedro—. ¿Reconoces la camioneta?


—No.


—Entonces aparca el coche justo detrás —se sacó un arma de debajo de la chaqueta.


El hecho de ver aquella negra pistola la deprimió, pero hizo lo que le pedía. Antes de que pudiera apagar el motor, Leonardo Shelby apareció de pronto por un lateral de la casa, descalzo y sin camisa.


—No pasa nada. Es Leonardo Shelby, el hijo del ama de llaves —le explicó—. Por favor, que no vea la pistola —salió del coche—. Leo, ¿qué estás haciendo aquí?


—He venido a arreglarte el grifo roto del que te hablé. Siento haber tardado tanto.


El grifo roto. Paula se había olvidado por completo.


—No reconocí tu camioneta.


—El otro día vine en el coche de mi madre. La camioneta solo la uso de cuando en cuando.


Paula presentó a Leo a Pedro, que lo observó con detenimiento.


—¿Conseguiste arreglar el grifo?


—Lo habría hecho, pero alguien cambió de lugar la llave que estaba debajo del tercer escalón de la entrada.


—Yo la quité de ahí. A partir de ahora tendrás que pedirle la llave a tu madre antes de venir.


—No hay problema.


Pedro tomó entonces a Paula de un brazo.


—Y dado que Pedro y yo nos vamos a quedar aquí por un tiempo, creo que sería mejor que llamaras también antes.


—Como quieras.


Paula ya se estaba imaginando lo que diría Florencia cuando recibiera esa información. 


Probablemente pensaría que Paula había decidido cumplir con sus deberes maternales.


Pedro estuvo charlando con Leo mientras se dirigían hacia el porche, y para cuando llegaron a la puerta ya estaban riendo juntos como si fueran dos viejos amigos. Paula pensó en la engañosa identidad de Pedro Alfonso: aquel hombre solo existía hasta que terminaba su trabajo. Luego se convertía en una persona distinta en una ciudad distinta, con una mujer diferente del brazo. Pobre de la mujer que se enamorara de él, al confundir su aparente preocupación y solicitud con un sentimiento real, genuino.


—Ahora sí que me apetece de verdad ese refresco —le dijo Pedro cuando Leo fue a arreglar el grifo—. Si preparas dos sillas en la terraza, yo me encargaré de prepararlo. ¿Zumo de frutas, leche o agua?


—Zumo de manzana con hielo.


—Hecho —abrió un armario y sacó un vaso.


—¿Sabes? Una mujer podría llegar a sentirse realmente mimada si te quedaras demasiado tiempo a su lado.


—Creo que ninguna mujer me había dicho eso antes —echó dos hielos en el vaso y lo llenó de zumo—. O tú te dejas mimar demasiado fácilmente o estás descubriendo una insospechada faceta de mi personalidad.


—Supongo que será el embarazo —repuso Paula, manteniendo un tono ligero—. Es probable que te sientas en la obligación de atenderme constantemente.


Le puso el vaso de zumo en la mano. Se rozaron los dedos, pero ninguno de los dos rompió el contacto. Cuando Paula alzó la vista y sus miradas se encontraron, se vio asaltada por un traicionero estremecimiento de ternura.


—El hecho es que tu embarazo me afecta, Paula. Eso no voy a negarlo, pero si crees que funciona como una especie de escudo o defensa para convertirte en una mujer menos deseable, te equivocas.


Sus palabras le evocaban sensaciones que no quería ni podía permitirse experimentar. 


Finalmente Pedro retiró la mano, pero no desapareció la sensual tensión que había reverberado entre ellos.


Paula se acercó a la barandilla de la terraza y quedó contemplando el mar. Solo que en esa ocasión el mar no conservaba sus poderes terapéuticos. Seguía allí, de pie, cuando Pedro volvió a reunirse con ella, con un refresco en la mano.


—Cuando no eres Pedro Alfonso, cuando eres la persona que figura en tu partida de nacimiento… ¿tienes una esposa?




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