martes, 16 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 6




Paula se arrellanó en una tumbona, frente al mar. Aquella era su habitación favorita: una sala pequeña y acogedora con un gran ventanal, que ofrecía una maravillosa vista del Golfo. Tenía un montón de mullidos almohadones bajo la espalda, una manta tejida sobre las rodillas y un té de hierbas en la mesa, a su lado. Todos los ingredientes esenciales para relajarse… solo que le resultaba imposible.


Había recorrido cada habitación de la casa, cerrando cuidadosamente puertas y ventanas. 


Pero aun así, la inquietud persistía. ¿Serían las hormonas, o la paranoia causada por la reciente tragedia, el motivo por el cual no podía sacarse de la cabeza al hombre de la playa? Un año atrás probablemente se habría sentido intrigada, y atraída, por un tipo tan sexy que la había abordado de manera tan curiosa, invitándola a cenar. Pero un año atrás todo aquello habría tenido mucho más sentido para ella.


Fue a la cocina y sacó la guía de teléfonos del armario. Nunca estaría de más llamar a la comisaría de policía para saber si había habido algún problema en la zona durante las últimas semanas. Encontró el número y lo marcó.


—¿En qué puedo ayudarla? —le preguntó una voz masculina.


Aquel acento de Alabama era inconfundible. La sensación de familiaridad alivió sus temores.


—Verá, estoy alojada en una casa en Orange Beach, muy cerca del mar…


—Aja. ¿Está teniendo algún tipo de problema?


—No, pero estoy aquí sola, y me preguntaba si era segura esta zona…


—¿Dónde está usted exactamente?


—¿Conoce la casa de los Chaves?


—¿El Palo del Pelícano? Hey, ¿tú no eres Paula?


—Sí. ¿Te conozco?


—Creo que sí. Clase del 88.


—¿Lautaro Collier?


—El mismo que viste y calza.


Habían ido juntos al instituto, y hacía dos años que no sabía nada de Lautaro. Le encantaba volver a escuchar su voz. Paula había tenido un flechazo de adolescencia con él, pero en aquel entonces se había mantenido fiel a Juana. 


Luego habían estado saliendo juntos durante un tiempo, después de que lo suyo con Juana terminara, para dejarlo a las pocas semanas.


—¿Qué tal te va la vida?


—Maravillosamente bien. Sigo soltero y sin compromiso. ¿Vas a quedarte mucho tiempo por aquí?


—No estoy segura.


—Me alegro de que hayas vuelto. Bueno, ¿qué problema tienes? Soy todo oídos.


—Me encontré con un hombre en la playa cuando estaba paseando a la caída del sol. Estaba haciendo jogging y se detuvo para hablar conmigo. El caso es que me puso un poquitín nerviosa.


—¿Te dijo algo inconveniente?


—La verdad es que no.


—Un viejo vagabundo de playa entonces, ¿no?


—Tampoco —en aquel instante se sentía como una estúpida—. No sé, no puedo explicártelo. Simplemente me puse algo nerviosa y pensé en llamar a la policía para saber si había ocurrido algún problema en la zona.


—Ya sabes cómo son las cosas en la playa. El paisaje, el ambiente se presta a que la gente de desinhiba. Gente que es incapaz de hablar contigo en la ciudad va y se para a charlar. Puedo enviar a alguien a echar un vistazo si quieres, pero si estaba haciendo jogging, dudo que lo encuentren a estas horas —bromeó.


—No, déjalo. No tiene importancia.


—Orange Beach es quizá el lugar más tranquilo y seguro de todo el país. De todas formas, estaré de servicio toda la noche. Si cambias de idea y quieres que te envíe a alguien, llámame.


Charlaron durante un rato más sobre las amistades del instituto. A Paula siempre la sorprendía enterarse de que tantos de sus antiguos compañeros seguían todavía viviendo en Orange Beach. A ella nunca se le había pasado por la cabeza establecerse allí. Normal, ya que nunca lo había considerado su hogar. 


Solo había vivido en Orange Beach durante sus dos últimos años de instituto, mientras su madre residía en España con su último marido.


Mientras subía las escaleras, el bebé volvió a dar pataditas. Entró en el dormitorio que había sido suyo durante más tiempo del que podía recordar. La cama estaba hecha, como si Florencia hubiera preparado la habitación pensando que podría regresar en cualquier momento.


Apagó la lámpara del dormitorio y comenzó a desnudarse, a la luz de la luna. Por la ventana podía ver el cenador de tejado de paja que había entre la casa y la playa, y el banco de columpio que se balanceaba debajo. 


Tranquilamente.


La luna se ocultó detrás de una nube. Desvió la mirada y sacó una bata del armario. Cuando se volvió, el corazón se le subió a la garganta. 


Alguien estaba allí afuera, de pie detrás del cenador. Lo único que distinguía era el perfil de un cuerpo, pero podía imaginarse perfectamente al hombre con quien se había encontrado antes en la playa. Podía imaginárselo observando la casa, sabiendo que estaba allí, sola. Un segundo después la figura desapareció de su vista. El bebé escogió aquel momento para darle otra patadita. Se llevó las manos al estómago.


—No te preocupes, pequeñita. No es nada. Solo es una ligera y absurda paranoia —y se dirigió al cuarto de baño.



A TODO RIESGO: CAPITULO 5




Aquella noche tenía toda la playa a su disposición: no había nadie más a la vista. Era por eso por lo que le gustaba tanto ir allí en diciembre. Las playas de arena estaban desiertas, solitarias.


«Solitaria»: la palabra resonó en su mente, y por un instante volvió a sentir el mismo estremecimiento de inquietud que la había asaltado aquella tarde, en la tienda para turistas. 


Se obligó a sobreponerse. Aquello no era la ciudad, y podía salir a pasear por la playa a la hora que le apeteciera. Como solía hacer su abuela hasta que se le cansó el corazón, a la edad de ochenta y ocho años.


Volvió a evocar los sucesos del mes anterior. Un horrible accidente. Una explosión, en su casa, de consecuencias mortales. Juana y su marido fallecieron espontáneamente. Nunca olvidaría dónde estaba y lo que estaba haciendo cuando recibió la noticia. Nunca olvidaría la sensación de estupor y, finalmente, el terrible convencimiento de que nunca más volvería a ver a su amiga. Y el pensamiento de que la niña que llevaba en su interior sería huérfana.


Se volvió hacia la casa, repentinamente cansada y aterida* de frío, deseosa de prepararse una sopa caliente. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba sola. Un hombre estaba haciendo jogging por la playa, corriendo en su dirección. Conforme fue acercándose a ella, pudo verlo mejor. Delgado, de piernas musculosas, cabello corto. Le resultaba familiar. 


Cuando fue aminorando la velocidad, a Paula se le aceleró el corazón al tomar conciencia de que era el mismo tipo que había visto entrar en la tienda mientras estaba charlando con Paloma.


—Una noche estupenda para disfrutar de la playa —comentó, deteniéndose a unos metros de Paula.


—Sí —se dijo que era ridículo sentir miedo. Aquel hombre tenía tanto derecho como ella a estar allí. Su inquietud se debía a la hiperactividad de sus hormonas, a causa del embarazo—. Para ser diciembre, no hace tanto frío.


—Sí, me estaba preguntando precisamente por eso. Es la primera vez que visito esta parte del país. La vi esta tarde en una de las tiendas.


—Bueno, habría sido difícil no fijarse en mí —se llevó una mano a su vientre abultado.


—¿Lo espera para muy pronto?


—Para finales de mes.


—¿Vive usted aquí o también está de visita?


—Estoy de visita.


—Escuche, si me estoy metiendo en lo que no me importa dígamelo, pero esta tarde oí que su amiga decía que había venido usted aquí sola. Yo también estoy solo. Quizá podamos cenar juntos alguna noche. Usted parece conocer la zona, y yo no tengo la menor idea de dónde se puede disfrutar de una buena comida.


—Estoy muy ocupada —pronunció con un tono más cortante de lo que había pretendido. 


Aunque aquel hombre no parecía peligroso, definitivamente estaba yendo demasiado lejos.


—Oh, vaya. Se ha molestado. Perdóneme, no estaba intentando ligar con usted. Nunca se me han dado bien ese tipo de cosas. Supongo que ahora entenderá por qué —le tendió la mano—. Déjeme empezar de nuevo. Me llamo Pedro Alfonso.


Paula le estrechó la mano, pero no le reveló su nombre.


—Me alojo muy cerca de la playa, un poco más arriba, así que probablemente volvamos a encontrarnos. Si cambia de idea respecto a lo de la cena, dígamelo. De lo contrario, le prometo que no volveré a molestarla.


—Espero que disfrute de una agradable estancia.


—Y usted también. Ya nos veremos —se dispuso a seguir su camino, pero de repente se detuvo—. Cuídese. Y si se va a quedar usted sola en esa vieja casa tan grande, acuérdese de cerrar bien las puertas. Esta parece una zona tranquila, pero nunca se sabe…


Era exactamente lo mismo que pensaba Paula.


Se dirigió lentamente hacia la casa. Un hombre atractivo, solo en la playa en diciembre, se encontraba con una mujer embarazada y la invitaba a cenar… Algo no encajaba en aquella escena. De todas formas, aquel tipo no necesitaba preocuparse. Cerraría muy bien las puertas cada noche.



*Que está paralizado o entumecido a causa del frío.





A TODO RIESGO: CAPITULO 4




Paula introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta de la casa de la playa, El Palo del Pelícano, sintiéndose mucho mejor a pesar de que había subido las escaleras del porche con una bolsa de comida en cada mano. Las escaleras que llevaban a la segunda planta eran exteriores, y no había otra forma de acceder al espacio de vivienda del edificio.


Abrió la puerta y entró en el gran salón familiar, de techos altos. Era una habitación fría, pero de aspecto invitador. Al día siguiente llamaría a alguien para que le llevara leña y poder así encender la enorme chimenea de ladrillo que ocupaba toda una pared. En la pared opuesta había una galería de puertas correderas de cristal.


Cerró la puerta a su espalda y se dirigió a la cocina. Después de dejar las compras sobre la mesa, miró a su alrededor y tuvo la inequívoca sensación de que su abuela iba a entrar en cualquier momento. Aquella habitación estaba repleta de recuerdos. Haciendo galletas con su abuela… cortando tiras de papel rojo y verde para hacer guirnaldas que colgar del árbol de Navidad… El timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos. Descolgó el teléfono supletorio que había al lado del fregadero, preguntándose quién podría llamarla cuando hacía tan poco que había llegado.


—¿Hola?


—Veo que lo has conseguido.


—Joaquin. Tenías que ser tú. No me digas que ya ha habido una emergencia. Esta mañana estuve en la oficina.


—Hay protestas por el acuerdo de fusión. Boynton quiere que le garanticemos el setenta por ciento de la cuota de puestos directivos.


—Pero aceptó el cincuenta que le ofrecimos nosotros. Si quería más, que no hubiera firmado el contrato. Son demasiados jefes para la buena marcha del negocio.


—¿Y si no tragan?


—Tragarán. Cullecci montará un escándalo, pero él solo cumple órdenes. Trabajará contigo. Procura jugar fuerte con el plan de jubilación. Lo que tenemos con Lannier es mucho más justo y razonable que lo que nos han propuesto ellos. Ah Joaquin, y en caso de que te hayas olvidado… Estoy de excedencia.


—¿Cómo podría olvidarme? Este embarazo no ha podido ser más inoportuno.


—Dímelo a mí.


—Lo siento. Ya sé que es más duro para ti que para nadie. ¿Te has puesto en contacto con la agencia de adopción? No quiero que pierdas en esto más tiempo del que es absolutamente necesario. Tenemos demasiadas cosas entre manos. Tú sigue como hasta ahora y serás la vicepresidente más joven que ha tenido Lannier.


—¿Eres capaz de garantizarme eso?


—No, pero sí puedo decirte que el nuevo jefe ejecutivo está absolutamente impresionado contigo. Anoche cené con él y no dejó de alabarte.


—No te preocupes, en enero yo estaré de vuelta en el trabajo y el bebé instalado en su nuevo hogar.


—Estupendo. Ahora, cuídate mucho —le dijo, sincero—. Por cierto, Lufkin llamó desde la oficina de Londres. Quiere saber si la cita del encuentro sigue siendo el doce de enero.


—Claro que sí. Ya tengo hecha mi reserva de vuelo.


—Entonces llámame si necesitas algo.


—Date cuenta de que yo no te estoy ofreciendo lo mismo.


Cuando finalmente colgó, empezaba a dolerle la cabeza. Le encantaba su trabajo, pero era demasiado agotador, demasiado exigente. Y trabajar de una forma tan estrecha con un hombre al que prácticamente había dejado plantado ante el altar añadía una ración extra de tensión a ese trabajo. Necesitaba aquellos días de descanso, necesitaba tiempo para pensar, para relajarse y para llorar por la madre cuyo hijo llevaba en sus entrañas.


Con toda sinceridad, tuvo sus dudas cuando su mejor amiga le propuso que le implantaran su óvulo fertilizado. ¿Pero cómo habría podido negarse, cuando Juana y Benjamin habían ansiado tanto tener aquel bebé? Nueve meses de molestias para ella, y una vida entera de felicidad y de sueños para ellos. Solo que ahora Juana estaba muerta. Y Benjamin también. No le quedaban padres a aquella niña que daba pataditas en su vientre.


Abrió una de las puertas que daban a la terraza y aspiró profundamente, llenándose los pulmones del aire del mar. De repente sintió unas incontenibles ganas de bajar a la playa. 


Era casi de noche, pero si se daba prisa, podría ver el momento final en que el sol se sumergía en el Golfo. Se puso una cazadora y bajó apresuradamente las escaleras, descalza, sintiéndose más ligera de lo que se había sentido en mucho tiempo.




lunes, 15 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 3




Plantado en la puerta de la tienda de recuerdos, Pedro Alfonso se quedó mirando discretamente a la mujer embarazada mientras subía a su coche. Era extremadamente atractiva, una belleza clásica de nariz recta y altos pómulos. 


Pelo negro como el ébano, corto, con flequillo; tez olivácea, de aspecto exótico; ojos oscuros y labios llenos. Con una amplia camisa blanca y unos pantalones negros de corte elegante.


Vio que volvía a la autopista para dirigirse hacia el este. Las playas eran de arena blanca como el azúcar y el sol de la tarde convertía el Golfo en un arcoíris de tonos verdes y azules. Había incluso delfines, o al menos eso había oído. Ya los vería al día siguiente.


Porque esa tarde tenía que inspeccionar una enorme y solitaria casa levantada en la playa, donde una mujer embarazada se iba a instalar sola. Salió de la tienda, subió a su coche y encendió el motor. Alcanzó el lujoso vehículo de la mujer justo cuando entraba en el aparcamiento del supermercado. Perfecto. 


Tampoco a él le vendría mal comprar un poco de comida.


Las playas siempre despertaban el apetito… tanto de comida como de excitación. Y esperaba encontrar ambas cosas en Orange Beach.





A TODO RIESGO: CAPITULO 2




Paloma se dirigió al otro extremo de la tienda para echar un vistazo a las ofertas y de paso al nuevo visitante.


Paula escogió varios pares de sandalias y se dirigió a la caja dando un rodeo, evitando pasar al lado de Paloma con el consiguiente riesgo de que le hiciera más preguntas. No funcionó. 


Paloma la llamó desde el fondo de la tienda.


—Paula, ¿no irás a quedarte tú sola en la vieja casona de tu abuela, verdad? Está tan aislada y solitaria en esta época del año…


—Es una casa como cualquier otra.


—Eres mucho más valiente que yo. Jamás me quedaría sola en una casa tan enorme.


«Gracias, Paloma por haberle facilitado tantos detalles al desconocido que acaba de dejar de mirar las camisetas para mirarme a mí», se dijo Paula. Era improbable que diera la casualidad de que aquel tipo fuera un asesino en serie, pero aun así sintió tina punzada de inquietud. La última vez que se había quedado sola en la casa de la playa, en medio de su proceso de ruptura con Joaquin Hardison, había tenido problemas para conciliar el sueño y la había despertado hasta el menor ruido nocturno.


«Todas las casas antiguas tienen fantasmas», recordaba que solía decirle su abuela. «Pero solo se te aparecen los fantasmas que guardan secretos ocultos. El resto simplemente viven en los felices recuerdos que albergan las paredes de cada casa». Si eso fuera cierto, los fantasmas de la casa de su abuela estarían probablemente muy ocupados pensando en sus deliciosas tartas y en los maravillosos días de verano y castillos de arena, limonadas y baños de sol. Pero entonces, ¿por qué de repente se sentía tan sola y vulnerable ante la perspectiva de quedarse en la casa que siempre había querido tanto?




A TODO RIESGO: CAPITULO 1





4 de diciembre


Paula Chaves enfiló por la carretera de la playa como había hecho cientos de veces antes.



Todo estaba igual que siempre, cuando solía escapar a la vieja casona de la playa. Y sin embargo, algo había cambiado.


Se removió en el asiento, intentando ponerse más cómoda al volante de su nuevo Sedán negro. Era inútil. Su abultado vientre de embarazada le entorpecía los movimientos y en aquel preciso instante tenía necesidad de ir al servicio. Por enésima vez.


Se detuvo en una gasolinera y recogió sus mocasines, que se había quitado en su última parada y dejado en el asiento trasero.


Con los pies doloridos, fue al servicio de la gasolinera y se compró otra botella de agua. 


Luego se dio un pequeño masaje en los tensos músculos del cuello y los hombros antes de volver al coche y arrancar de nuevo. Una parada más y estaría en El Palo del Pelícano, descansando en el mullido sofá. Hacía meses que no iba por la casa de la playa y la despensa estaría vacía. Últimamente, lo único que Paula hacía con más frecuencia que ir al servicio era comer. Con ese pensamiento en mente, metió la mano en la bolsa que llevaba en el asiento trasero y sacó un pedazo de fruta seca.


Todavía le quedaban veintitrés días hasta dar a luz. Veintitrés días sin nada que hacer excepto ver al doctor Brown, que ya había aceptado atenderla en el parto, y esperar tranquilamente a que llegara el gran día. Con un poco de suerte podría pasar más o menos desapercibida y evitar que las viejas amistades la acribillaran a preguntas. Sobre todo, evitar tener que explicarles que estaba embarazada sin estar casada y… desde su ruptura con Joaquin un año atrás, sin haber tenido siquiera relaciones íntimas con hombre alguno.


Pero ya tenía preparada una historia que contarles, cuando llegara el momento. De hecho, ya la había compartido con Florencia Shelby y Sandra Birney. Y ambas se habían creído su explicación, una mezcla de medias verdades y omisiones. Florencia había trabajado durante años como ama de llaves de El Palo del Pelícano, y se había dedicado a guardar la casona para Paula después de la muerte de su abuela, ocurrida hacía dos años. Sandra Birney, a su vez, era la mejor amiga que la madre de Paula había tenido en Orange Beach, y se había dedicado en cuerpo y alma a cuidar a su abuela en sus últimos momentos. Jamás habría perdonado a Paula si se hubiera enterado de que había vuelto a la casa de la playa sin avisarla. Aunque, por otra parte, en Orange Beach nunca sucedía nada de lo que ella no acabara enterándose.


Conduciendo lentamente, Paula descubrió otro alto edificio de apartamentos, que no estaba cuando su última visita, y un nuevo restaurante. 


El desarrollo económico de la zona había experimentado un fuerte crecimiento durante los últimos años, conforme más y más turistas habían ido descubriendo sus aguas de color esmeralda y sus playas de arena blanca, todo a lo largo de la costa meridional de Alabama.


Redujo aun más la velocidad y aparcó frente a una de las nuevas tiendas para turistas. 


Necesitaba un par de cómodas sandalias para sus doloridos pies: los mocasines le apretaban demasiado.


Bajó pesadamente del coche justo en el momento en que dos esbeltas quinceañeras salían de la tienda, cada una con una gran bolsa. Se movían tan ágilmente que era casi como si flotaran en el aire… sobre todo si se las comparaba con el torpe y lento paso de Paula. 


Y todo por culpa del bebé que estaba creciendo en su interior. Volvió a experimentar aquella familiar sensación de ahogo, como si un nubarrón hubiera aparecido de repente en el cielo para permanecer suspendido sobre su cabeza.


Se apoyó en la puerta del coche al sentir que la criatura daba unas fuertes pataditas antes de reacomodarse en su vientre. Entonces puso lo que su madre solía llamar una «cara de nadie» y entró en la tienda. Con un poco de suerte, podría volver a salir sin que nadie la hubiera reconocido.


—¿Paula Chaves?


Su gozo en un pozo. Paloma Drummonds se acercó a ella, contoneándose; maquillaje perfecto, pelo rubio y corto, luciendo un suéter de angora y unos vaqueros de diseño.


—¡Pero si estás embarazada!


—¿Cómo lo has adivinado?


—Oye, tienes que contármelo todo —le dijo después de los abrazos de rigor—. Ni siquiera sabía que estabas casada. Lo último que sabía de ti es que eras una ocupada ejecutiva.


—Lo sigo siendo. ¿Qué tal te va a ti?


—Como siempre. Cuidando de Tomas y de los niños. Tienes que hacernos una visita. ¿Está tu marido contigo?


—De hecho, no tengo marido —casi merecía la pena haberlo dicho solo por ver la cara que puso Paloma.


—Pero tienes un bebé —pronunció al cabo de un tenso silencio, cuando pudo recuperarse lo suficiente de la sorpresa—. Y eso es maravilloso.


—El bebé no es mío.


Paloma la miró de hito en hito, como preguntándose de qué psiquiátrico se había escapado.


—Soy madre de alquiler.


—Entiendo.


Paula podía ver por su expresión que no lo entendía. En absoluto.


—Me implantaron en el útero el óvulo fertilizado de otra mujer.


Paloma le puso una mano en el hombro, sin poder disimular su desconcierto.


—Incluso aunque fuera tuyo, Pau, no me importaría. Hoy en día las madres solteras son algo normal. ¿Para cuándo lo esperas?



—Para el veintisiete de diciembre.


—Un bebé navideño. Tienes que estar contentísima.


No era el adjetivo que Pau habría utilizado, pero se calló. En aquel instante sonó la campanilla de la puerta y Paloma y ella se volvieron para ver al hombre que acababa de entrar, vestido con unos vaqueros y una sudadera gris. Era atractivo: de unos treinta y tantos años, cabello castaño claro asomando debajo su vieja gorra de béisbol, alto, delgado y musculoso.


Paloma lo miró con interés, pero esperó a que el recién llegado se hubo alejado hasta el otro extremo de la tienda antes de comentar:
—Ese sí que podría ser un buen regalo navideño.


—Paloma Drummonds, no has cambiado nada desde el instituto.


—Nunca lo había visto antes, porque de ser así me acordaría. Probablemente esté casado y tenga seis hijos. Si no, deberías intentar pescarlo mientras estés aquí de vacaciones.


Paula se dio unas palmaditas en su abultado vientre.


—No creo que tenga el cebo adecuado para ese tipo de hombre.


—Hablando de hombres, será mejor que me vaya a casa a prepararle la comida al mío. Oye, un día tenemos que salir a comer juntas. Han abierto un nuevo restaurante que es sencillamente divino. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte por aquí?


—Unas pocas semanas.


—Genial. Te llamaré.





A TODO RIESGO: SINOPSIS





Como madre de alquiler, Paula Chaves sabía que su embarazo sería imprevisible… pero no esperaba que un guapísimo agente del FBI acabara adornando su árbol de Navidad. Su vida corría peligro y Pedro Alfonso iba a protegerlos al niño y a ella… ¡haciéndose pasar por su amante!


De pronto el niño que llevaba dentro se quedó sin padres, a no ser que aquel desconocido tan sexy y ella se decidieran a reconocer lo que sentían el uno por el otro y dieran la bienvenida al recién nacido y a la maravillosa familia que formaban los tres.