martes, 16 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 5




Aquella noche tenía toda la playa a su disposición: no había nadie más a la vista. Era por eso por lo que le gustaba tanto ir allí en diciembre. Las playas de arena estaban desiertas, solitarias.


«Solitaria»: la palabra resonó en su mente, y por un instante volvió a sentir el mismo estremecimiento de inquietud que la había asaltado aquella tarde, en la tienda para turistas. 


Se obligó a sobreponerse. Aquello no era la ciudad, y podía salir a pasear por la playa a la hora que le apeteciera. Como solía hacer su abuela hasta que se le cansó el corazón, a la edad de ochenta y ocho años.


Volvió a evocar los sucesos del mes anterior. Un horrible accidente. Una explosión, en su casa, de consecuencias mortales. Juana y su marido fallecieron espontáneamente. Nunca olvidaría dónde estaba y lo que estaba haciendo cuando recibió la noticia. Nunca olvidaría la sensación de estupor y, finalmente, el terrible convencimiento de que nunca más volvería a ver a su amiga. Y el pensamiento de que la niña que llevaba en su interior sería huérfana.


Se volvió hacia la casa, repentinamente cansada y aterida* de frío, deseosa de prepararse una sopa caliente. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba sola. Un hombre estaba haciendo jogging por la playa, corriendo en su dirección. Conforme fue acercándose a ella, pudo verlo mejor. Delgado, de piernas musculosas, cabello corto. Le resultaba familiar. 


Cuando fue aminorando la velocidad, a Paula se le aceleró el corazón al tomar conciencia de que era el mismo tipo que había visto entrar en la tienda mientras estaba charlando con Paloma.


—Una noche estupenda para disfrutar de la playa —comentó, deteniéndose a unos metros de Paula.


—Sí —se dijo que era ridículo sentir miedo. Aquel hombre tenía tanto derecho como ella a estar allí. Su inquietud se debía a la hiperactividad de sus hormonas, a causa del embarazo—. Para ser diciembre, no hace tanto frío.


—Sí, me estaba preguntando precisamente por eso. Es la primera vez que visito esta parte del país. La vi esta tarde en una de las tiendas.


—Bueno, habría sido difícil no fijarse en mí —se llevó una mano a su vientre abultado.


—¿Lo espera para muy pronto?


—Para finales de mes.


—¿Vive usted aquí o también está de visita?


—Estoy de visita.


—Escuche, si me estoy metiendo en lo que no me importa dígamelo, pero esta tarde oí que su amiga decía que había venido usted aquí sola. Yo también estoy solo. Quizá podamos cenar juntos alguna noche. Usted parece conocer la zona, y yo no tengo la menor idea de dónde se puede disfrutar de una buena comida.


—Estoy muy ocupada —pronunció con un tono más cortante de lo que había pretendido. 


Aunque aquel hombre no parecía peligroso, definitivamente estaba yendo demasiado lejos.


—Oh, vaya. Se ha molestado. Perdóneme, no estaba intentando ligar con usted. Nunca se me han dado bien ese tipo de cosas. Supongo que ahora entenderá por qué —le tendió la mano—. Déjeme empezar de nuevo. Me llamo Pedro Alfonso.


Paula le estrechó la mano, pero no le reveló su nombre.


—Me alojo muy cerca de la playa, un poco más arriba, así que probablemente volvamos a encontrarnos. Si cambia de idea respecto a lo de la cena, dígamelo. De lo contrario, le prometo que no volveré a molestarla.


—Espero que disfrute de una agradable estancia.


—Y usted también. Ya nos veremos —se dispuso a seguir su camino, pero de repente se detuvo—. Cuídese. Y si se va a quedar usted sola en esa vieja casa tan grande, acuérdese de cerrar bien las puertas. Esta parece una zona tranquila, pero nunca se sabe…


Era exactamente lo mismo que pensaba Paula.


Se dirigió lentamente hacia la casa. Un hombre atractivo, solo en la playa en diciembre, se encontraba con una mujer embarazada y la invitaba a cenar… Algo no encajaba en aquella escena. De todas formas, aquel tipo no necesitaba preocuparse. Cerraría muy bien las puertas cada noche.



*Que está paralizado o entumecido a causa del frío.





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