viernes, 5 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 28





Pedro dejó a un lado la propuesta de compra que había estado intentando estudiar en cuanto oyó una llamada a la puerta y a Pau yendo a abrirla. Entró en la cabaña justo cuando ella empujaba un carrito con platos cubiertos en dirección a la cocina.


—Justo a tiempo —comentó, levantando las tapas—. Me estoy muriendo de hambre. ¿Qué...? —calló con expresión de desagrado y observó a la sonriente rubia que aún no había visto el contenido de la bandeja—. No te entusiasmes demasiado —le advirtió—. ¡Todo está crudo!


—Lo sé —indicó ella con expresión radiante—. Lo pedí así.


—¿Qué?


—Cuando llamé, preguntaron si lo quería hecho o crudo. Dije...


—Adivino lo que dijiste, Pau. ¿Lo que quiero saber es por qué?


—Para poder prepararlo yo, desde luego.


—Oh, Dios —fue una auténtica plegaria para una intervención divina.


—Al principio no imaginaba por qué la cocina era tan completa —continuó ella—. Pero al
parecer sir Frank ha tenido esta idea fabulosa para la gente que considera que cocinar es una actividad de recreo y a la que, como a mí, le encantaría hacerlo durante su estancia.


Pedro no le cabía ninguna duda de que a Pau le gustaría cocinar en cualquier parte, pero la verdad era que no podía. Y sin descartar que cocinar podía ser una actividad de recreo para algunas personas, él, y probablemente todos los gobiernos extranjeros, habrían clasificado sus esfuerzos como experimentos con armas químicas.


—Pau, creo que lo mejor es que pidiéramos nuestras comidas preparadas.


—¿Por qué?


—Hmm... porque representará menos molestias. No tenemos lavavajillas.


—Eso no es problema. Todo vuelve al hotel; después de todo, nadie considera lavar platos una actividad de recreo.


—Pau, cariño... sigue siendo mucho trabajo para ti. De verdad que odio verte ocupada en...


—¡Para ya, Pedro! —estalló enfadada—. No soy estúpida. Tus objeciones se deben a que crees que no sé cocinar, ¿verdad? ¡Vamos, sé sincero! ¿Verdad?


—No —repuso. ¿Quería sinceridad?— No se debe a que crea que no sabes cocinar. Se debe a que sé que no sabes.


—¡Te he dicho que he estado yendo a clases!


—¿A cuántas has asistido?


—Medio semestre.


—¿Cuántas lecciones, Pau?


—¡Cinco, de acuerdo! Asistí a cinco lecciones antes de tener que irme a Perth. Y si no hubiera tenido que viajar, ya casi habría acabado la fase de principiante. Para tu información, mi maestro dijo que yo era una verdadera promesa.


—Lo mismo me dijo mi profesor de ciencias de octavo, y dos años más tarde casi hago volar el laboratorio —repuso Pedro.


—Bueno, si soy tan inútil, mantente alejado de la cocina. ¡Toma! —le empujó un plato con beicon y dos huevos crudos—. No me importa cómo te los comes, si te los llevas al hotel o te los metes por...


—¡Por el amor del cielo, Paula! No es un pecado que una mujer no sepa cocinar. ¿Por qué volverte loca por hacer algo para lo que no has nacido? ¿Cuál es tu obsesión por demostrar que puedes cocinar? ¿Acaso crees que saber montar un suflé te hará más femenina o atractiva?


—¡Deja mi feminidad en paz! Para tu información, soy feliz con ella. ¡Cuando no lo sea, estudiaré procedimientos de implante de pechos y no libros de cocina!


—¿Qué?


—Y además —agitó un tenedor ante su cara—, no intento probar nada ante nadie. Y menos ante ti, Pedro Alfonso. Disfruto cocinando. Me relaja y hace que me sienta creativa... Pedro dio un paso atrás y permaneció mudo—. Y un día seré tan buena que abriré mi propio restaurante. Y cuando lo haga —entrecerró los ojos con férrea convicción—, voy a contratar al portero más grande y duro, y le daré instrucciones para que no te deje entrar —él no pudo evitar esbozar una leve sonrisa—. ¿Qué es tan gracioso? —demandó Pau.


—Un restaurante, ¿eh? Bueno, sí, supongo que es posible...


—¿De verdad? —la expresión de ella se animó en el acto.


—Mmm. Por supuesto, tendrás que esperar que el portero sea barato... —le guiñó un ojo—. Porque, cariño, con tu fama el seguro te comerá todos los beneficios.


Dominada por el dolor y la furia, empujó el carrito en su dirección y salió de la cabaña mientras él saltaba sobre una pierna y se agarraba la otra, maldiciendo.





MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 27




El leve titubeo indicó que examinaba recuerdos que se habían vuelto borrosos por la falta de uso.


—En ese momento Emma estaba pasando por una fase en que la muerte y la familia le obsesionaban. Y, desde luego, la reencamación. No paró de hablar de ese tema. Durante meses después de su visita me fue imposible pasar delante de un perro o un gato sin preguntarme quién habría sido en una vida anterior... —rió, en esa ocasión con diversión y ternura—. En cualquier caso —continuó con expresión de nuevo impasible—, una noche estábamos cenando todos cuando Emma anunció que mis padres debían estar plenamente preparados para su muerte y que deberían redactar sus testamentos para asegurar mi futuro, nombrándola mi tutora ante el caso de que murieran juntos. Bueno, cuando mis padres dejaron de reír, le dijeron que ya tenían hechos los testamentos. Parafraseando a mi madre, no sólo garantizaban mi bienestar cuando pasarán a la próxima vida, sino que también garantizaban su futuro en ésta nombrando a Damian mi tutor —clavó sus duros ojos negros en ella—. Como puedes ver,
Pau, a diferencia de ti, a mí se me ahorró la angustia de preguntarme cuál era la motivación de mis padres al nombrar a Damian como mi tutor.


Era imposible pasar por alto la aspereza en la voz de Pedro, y Paula no supo cómo
responder a ella. Tras un silencio que amenazaba con durar una eternidad, él volvió a
hablar:
—Tenía diez años cuando aconteció el accidente. Era lo bastante mayor como para saber que mis padres no eran perfectos, o que ni siquiera se parecían a los de mis compañeros de clase, ya que ninguno se ofrecía voluntario para realizar alguna tarea en la escuela. Como adulto, puedo mirar atrás y reconocer que no tuvieron un matrimonio feliz, pero me es imposible afirmar que permanecieron juntos por algo tan noble como darme una infancia estable. Fueron las ambiciones profesionales de mi padre y su éxito financiero lo que los mantuvo unidos. Nada más. En cierto sentido, su muerte durante una recepción de la empresa fue un modo extraño, pero adecuado de partir. Lo irónico es que probablemente lo mejor que hicieron jamás por mí fue usarme como medio para acercarse a Damian, porque para mí él es más padre que lo que ninguno de ellos fue capaz de ser. Las historias de que nuestros padres competían entre sí siempre me han parecido plausibles, porque sé exactamente qué tipo de hombre era mi padre. No sé cómo era el tuyo, de modo que no puedo aventurar sus motivos; quizá no quería que el mío tuviera una ventaja sobre él; quizá hacer que Damian fuera tu padrino surgió por algún motivo sincero. No lo sé. Pero sí sé que los dos hemos sido muy afortunados por tener a Damian, Pau —ella sonrió. No era necesaria ninguna respuesta verbal—. La contestación a tu pregunta original, que es hipotética, ya que no tengo intención de tener hijos, es no. No usaría a mis hijos para progresar en mi carrera. Como tampoco me casaría por conveniencia para conseguir un ascenso. Y eso... —sonrió— ...me obliga a señalar que si Ivan Carey hubiera tenido una disposición similar, no nos hallaríamos en este aprieto.


Aliviada al oír que la amargura se había evaporado de su voz, estaba más que dispuesta a evitar sondear más su pasado y a centrarse en sus problemas presentes.


—Aunque tú tengas razón y yo me equivoque en la fecha de regreso de Ivan a Sydney, ¿cómo puedes esquivar ir al hotel? Mulligan va a insistir en reunirse contigo allí para disponer de la ventaja de ser local.


—Esa es la parte del plan que aún estoy meditando. Es nuestra mala suerte que Carey
no aprovechara el descuento a los empleados y fuera a uno de nuestros hoteles.


—¿Por qué no llamamos a Damian para que compruebe cuánto tiempo se quedará Ivan
aquí? —sugirió ella.


—Los únicos teléfonos conectados con el continente están en el ático de Mulligan y en la oficina principal del hotel. No puedo correr el riesgo de que me oiga explicarle a Damian por qué quiero saberlo.


—Podemos probar con el móvil.


—Lo intenté cuando llamé para pedir que vinieras. Apenas tiene cobertura.


—No puede ser tan mala. Después de todo, estoy aquí.


—Sí... —la miró un largo rato—. Pero lo atribuyo a mi cuota anual de buena suerte —ella sintió una súbita timidez y se forzó a soltar una risa incrédula—. Hablo en serio, Pau.


El pulso se le aceleró; alzó la taza vacía y fingió beber un trago de café, sólo para romper el contacto visual sin que resultara demasiado evidente. Buscó desesperada algo impersonal que decir para llenar el silencio. Al no encontrar nada, comenzó a urdir una excusa factible para levantarse y marcharse. Se la dio un ignominioso crujido del estómago.


—No digas nada —advirtió cuando Pedro enarcó una ceja con gesto divertido.


—Eh... yo no hice ningún ruido.


—Voy a pedir el desayuno —se incorporó—. ¿Quieres algo especial?


—Bueno, eso depende, Paula —repuso, al tiempo que realizaba una lenta evaluación de su cuerpo antes de volver a mirarla a los ojos—. ¿Tu pregunta se refiere al desayuno o es algo... más general?


—¡Al desayuno! —esperó no tener la cara colorada. ¿Por qué de repente su mente
empezaba a darle a cada comentario inocente un matiz sexual? Comprendió que él había preguntado algo y le pidió que lo repitiera, ya que no había oído nada.


—He dicho que, como sólo te estás ofreciendo a pedir el desayuno, me tendré que conformar con algo aburrido, como fruta, café y beicon con huevos.


Su risita la siguió hasta el interior de la cabaña, aunque retuvo en la cabeza el tono seductor de su respuesta inicial durante mucho más tiempo.




jueves, 4 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 26




Cuando Paula se unió a Pedro en el patio, éste calculó que habían pasado unos veinte minutos. 


Verla recién salida de la ducha, libre de maquillaje, le resultó casi tan excitante como cuando llevaba puesta su camisa. Pero a pesar de apreciar su figura en la tumbona, fue incapaz de contener una mueca de disgusto cuando levantó la taza fría de café y se puso a beberlo.


—Hay un microondas en la cocina, ¿sabes?


—No, así está bien. Lo que necesito es el contenido y no la temperatura. Tomaré uno caliente cuando vayamos al hotel a desayunar.


—No iremos —le informó—. No podemos arriesgamos a encontramos con Carey.


—Puedes llamarme poco profesional, Pedro —lo miró—, pero no pienso morirme de hambre por defender los intereses de Porter. ¡Eso es llevar las cosas demasiado lejos!


—Trazas la línea de dedicación a la empresa en nuestro matrimonio, ¿eh? —rió.


—Hmm. Si realmente hubiera sabido en qué me metía, la habría trazado más cerca de casa... ante la puerta de mi despacho —afirmó.


—Relájate. No te pido que des tu vida por la empresa... En cualquier caso, hoy no.


—Cielos, gracias, pero con Rebeca esperándome no me siento tranquila.


—¿Recuerdas que en un gesto de magnanimidad sir Frank nos concedió servicio de habitaciones las veinticuatro horas? Pues vamos a aprovechar su ofrecimiento y evitar el hotel durante los próximos días. Quizá eso no impida que Rebeca aparezca de forma inesperada, pero debería solucionar el problema de Carey —ante su gesto de enarcar la ceja explicó—: Sé con certeza que debe volver a la oficina en tres días. Si tenemos en cuenta las molestias que se tomó para conseguir el ascenso, no va a arriesgarlo empezando por llegar tarde.


—Te equivocas, Pedro.


—¿Crees que arries...?


—No, no. Me refiero a sus vacaciones. Su secretaria me dijo que volvería en dos semanas.


—¿Cuándo te lo contó? —frunció el ceño.


—El día después de mi regreso. El día antes de que te pidiera que... hmmm...


—Sí, sé lo que me pediste —cortó con sequedad. No necesitaba recordatorios de lo lejos que estaba dispuesta a llegar por Carey—. La cuestión es que cuando ese día pasé por el despacho de Carey, sin saber que se había ido de luna de miel añadió adrede me informaron de que estaría fuera una semana. Lo cual significa que, como máximo, tendrá que irse de aquí en tres días.


—Quizá lo entendiste mal.


—Lo mismo se aplica a tí.


—Imagino que es posible —se encogió de hombros y miró el café—. Me hallaba en un
estado muy emocional —Pedro no le encontró sentido a explicarle que tenía ganas de aporrear unas cuantas cabezas después de dejarla en su despacho para dirigirse a la planta del departamento de diseño. Menos mal que Carey no había estado—. Pedro —comentó con la vista baja—. ¿Hasta dónde llegarías por la ambición? —él apretó los dientes y maldijo en silencio; tuvo el impulso de largarse o decirle otra vez que Ivan Carey no la merecía—. ¿Y bien? —insistió Pau.


—Si me preguntas si me casaría para...


—No —cortó rápidamente—. Me... me refiero... ¿considerarías utilizar a tus hijos del modo en que todo el mundo piensa que hicieron nuestros padres?


La triste incertidumbre que vio en sus ojos le rompió el corazón. Lo último que esperaba es que sacara las circunstancias por las que habían sido criados por Damian Porter.


—Me preguntaba qué efecto tendría en ti el comentario de anoche de Mulligan —musitó. Ella no respondió; se la veía pensativa mientras estudiaba el contenido de la taza de café—. Nunca antes habíamos hablado de nuestros padres.


—Para ser sincera, y a pesar de lo horrible que pueda sonar... casi nunca pienso en ellos —apretó los labios—. Solía hacerlo, pero lo dejé porque me sentía culpable.


—¿Por qué?


—Tengo dos álbumes llenos de fotografías de ellos y yo cuando era pequeña. Antes los miraba todos los días y deseaba que estuvieran vivos para poder tener una familia de verdad —se encogió de hombros—. Luego, más o menos al cumplir los doce años, empezó a molestarme pensar que era desleal con Damian. Jamás se me pasó por la cabeza que mis padres le hubieran pedido que fuera mi padrino como una estrategia profesional. No hasta que escuché a algunos ejecutivos hablar de ello en una barbacoa durante una celebración de la fiesta nacional.


—¿Qué edad tenías cuando sucedió?


—No sé... once, doce. Le pregunté a la señora Clarence si era verdad...


—¿Y qué te contestó la Terrible Flor? —le alegró que Pau soltara una risita. Florencia Clarence había sido la ama de llaves y niñera que Damian había contratado cuando los dos se fueron a vivir con él. La mujer brusca, pero amable se había jubilado hacía ocho años, cuando Pau terminó la escuela secundaria, pero había seguido manteniendo contacto con sus dos antiguos pupilos.


—Oh, me dijo que era una tontería y que si era feliz viviendo con Damian eso no debería representar ningún problema. Después, dejé que los rumores me resbalaran. Pero, si pudiera disponer de un deseo, no sería que mis padres no hubieran muerto, sino saber con absoluta certeza que me querían. Que no le pidieron a Damian que fuera mi padrino para que papá se lo ganara. Damian se merece algo mejor —se encogió de hombros—. Es tu turno. ¿Te has preguntado alguna vez qué sentían tus padres?


—No —la respuesta breve y la mirada impenetrable le indicaron que había contestado
y que no iba a ofrecer nada más. Justo cuando ella iba a cambiar de tema él soltó una risa—. ¡Qué demonios! Si voy a comparar cicatrices con alguien, ¿quién mejor que tú?


Como era evidente que no le entusiasmaba nada hablar de sus padres, Pau supo que lo más considerado sería decirle que no era necesario. Pero calló, ya que de pronto anhelaba saber todo lo que pudiera sobre Pedro.


—Todos mis abuelos estaban muertos cuando nací yo —comenzó—. Mi madre era hija única y mi padre sólo tenía una hermana menor, a la que rara vez veíamos, ya que papá y ella no congeniaban. Emma vivía en una comuna en el norte de Nueva Gales del Sur, y era tan hippy y de espíritu libre como mi padre un tiburón corporativo y un arribista. Por algún motivo, vino a visitamos cuando yo tenía ocho años. Para mí, un joven estudiante de la clase media alta, Clover, así se hacía llamar —explicó—, no podía ser más alienígena que si fuera verde y tuviera antenas en la cabeza.




MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 25




Ante el sonido de la voz de Pedro giró y lo vio de pie en la puerta del dormitorio con una toalla alrededor de la cintura. 



Apoyó el brazo en el marco, para sostener sus débiles rodillas y, al mismo tiempo, bloquear la entrada de la mujer que intentaba pasar.


—¡Soy yo, Pedro! —repuso Rebeca, entrando en la cabaña de todos modos—. Yo... ¡Oh! —que la propia Rebeca no supiera qué decir ante la descarada exhibición de masculinidad hizo que Paula saliera de su estupor.


Pedro, cariño, lady Mulligan quiere hablar contigo. ¿Puedes dedicarle un minuto?


—Claro. Buenos días, Rebeca —Pedro esbozó una sonrisa devastadora—. No tardaré. Mientras me visto, Pau y tú pueden charlar un rato.


En cuanto desapareció la fuente de su distracción, Paula volvió a asumir su papel.


Con amabilidad le indicó una silla.


—Lo siento, lady Mulligan. Nos has pillado en un mal momento.


—¿De verdad? —preguntó con escepticismo—. Llevo un buen rato llamando.


—Oh... Imagino que no prestábamos atención a la puerta. Tal vez deberías haber llamado... —con gesto teatral se dio una palmada en la frente—. ¡Oh, es verdad! Probablemente Pedro descolgó el teléfono... —se encogió de hombros.


—Aún lo hace, ¿no? —Rebeca esbozó una sonrisa ladina.


«¡Zorra!», pensó Paula.


—Muy bien, ya estoy presentable —la aparición de Pedro en bermudas caqui y una camiseta hizo que Paula estuviera a punto de soltar un suspiro de alivio; hasta que la aferró por la cintura y la acercó para darle un beso fugaz en los labios—. Hablaba en serio sobre descansar hoy —bajó la mano hasta su cadera—. Llevas mucho trabajo encima.


Pedro —comenzó, parándole la mano para evitar un ataque al corazón—. Estoy... eh... muy bien. En serio.


—Es verdad —los ojos oscuros de él la observaron divertidos. Paula no pudo hacer otra cosa que sonreír—. Creo que aún se la ve un poco pálida, ¿tú no, Rebeca? —Pedro tomó el gruñido de ésta como una confirmación de su falsa preocupación—. Me parece que somos dos contra uno, cariño. Bueno, Rebeca, ¿para qué querías verme?


—Por desgracia a Frank le ha salido algo urgente, y no podrá reunirse contigo hoy tal como habíais planeado...


Paula había oído decir que una resaca podía ser «mala», «fuerte», incluso «terminal», pero jamás «urgente».


—Pero en vez de sufrir la inconveniencia de un día perdido —continuó Rebeca, cruzando una pierna desnuda sobre la otra de forma escandalosa, como si quisiera cerciorarse de que sus dos anuncios de cirugía plástica no dejaran en la sombra sus otras cualidades—, me ha sugerido que te ponga al tanto de lo que hace que Illusion Island sea tan única.


«¡Apuesto que empezando por tu dormitorio!», pensó Paula. Aunque jamás había dedicado mucho pensamiento al tema de que los títulos podían estar pasados de época, tras conocer a lady Mulligan quedó convencida de que todo el procedimiento necesitaba con desesperación algún tipo de control de calidad.


—Bueno, la cuestión es, Rebeca —indicó Pedro con suavidad—, que pensaba llamar a sir Frank para cancelar la reunión de hoy. No me gusta dejar sola a Pau cuando no se encuentra bien.


—Pero, Pedro, acaba de admitir que se encuentra perfectamente —rió—. Y estoy convencida de que tu mujer está tan ansiosa como todos nosotros porque Porter Resort Corporation e Illusion alcancen un acuerdo mutuamente beneficioso lo más pronto posible. ¿No es así, Paula, querida?


—Lady Mulligan tiene razón, Pedro. Me siento lo bastante bien como para unirme a vosotros en el recorrido por la isla.


—¡No! —estalló Rebeca antes de modificar su tono de voz—. Quiero decir, lo mejor sería que no lo hicieras. No deseamos que el calor y el sol puedan provocarte una recaída.


—Estoy de acuerdo contigo, Rebeca —dijo Pedro. El comentario le ganó una sonrisa complacida de una mujer, mientras la que aún tenía bajo el brazo se puso rígida y le dio un pellizco. Él palmeó con discreción su trasero y sonrió ante su mirada indignada—. Vamos, cariño, no te pongas así. Hoy sólo deberías descansar... —contuvo la risa cuando en sus ojos vio una promesa de muerte; luego añadió—: Y yo pienso quedarme contigo aquí para cerciorarme de que lo hagas —al instante el cuerpo de ella se relajó—. Gracias de todos modos, Rebeca, pero tendré que declinar tu ofrecimiento. Dile a sir Frank que me llame luego, y fijaremos una hora para mañana.


—¡Muy bien! —el rostro demasiado maquillado mostró su irritación—. Pero en ese caso, Pedro, ¿puedo sugerirte que cuelgues el teléfono para que logre contactar contigo?


—¿Qué demonios quiso decir con eso? —preguntó Pedro después de cerrar la puerta —Paula dominó el impulso de reír y se encogió de hombros—. A propósito, se me han ocurrido un par de ideas para solucionar el problema de Carey.


—Ahora mismo preferiría que hicieras algo de café, mientras yo me visto.


—¿Qué prisa hay?


—Un marcado síndrome de abstinencia de la cafeína —dijo por encima del hombro de camino al baño.


—Me refería a la prisa por vestirte. Personalmente, te encuentro arrebatadora con mi camisa favorita...


La voz de Pedro sonó profunda, seductora y seria. Parecía llegar hasta lo más hondo de su ser y acariciarla en todo lo que la hacía mujer. «¡Es ridículo!», pensó. Lo único que hacía era bromear, y en vez de imaginar estúpidamente que se trataba de algo más, debería responderle con una contestación ingeniosa que sin duda él esperaba. Pero no se le ocurrió nada, y aunque lo hubiera pensado, le habría resultado imposible verbalizarlo.


Llegó al cuarto de baño con la suprema fuerza de voluntad de poner una pierna temblorosa delante de la otra. Nunca antes en su vida había sido tan consciente de un hombre. Podía sentir su mirada en la espalda, y se obligó a no dar la vuelta y ver qué expresaba su cara. En cuanto estuvo sola, hundió la espalda contra la puerta cerrada y se dejó caer al suelo.


Tenía que olvidar el hecho de que lo conocía de toda la vida y que no se parecía en nada a los hombres que la habían atraído. Lo que de verdad le molestaba no era temer no poder competir por su atención, ¡sino que deseaba hacerlo! Ya podía quedarse ahí sentada una hora practicando técnicas de respiración, pero la fragancia de su loción para después del afeitado resultaba tan excitante como la masculinidad impregnada en la tela de su camisa contra su piel desnuda. 


Gimió al bajar la vista a lo que con cariño llamaba sus pechos y ver sus cumbres rígidas.

Como si no bastara enfrentarse a la rotunda sexualidad de Pedro, de pronto su propia sensualidad, oculta hasta entonces, también demandaba atención.

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 24





Paula miró el despertador, luego se dio la vuelta y se negó a responder a los golpes en la puerta. 


Los pensamientos sobre Pedro la habían mantenido despierta casi la mitad de la noche, y estaba loco si pensaba que la dejaría sacarla de la cama a esa hora tan intempestiva. Aunque la ola que de repente ondeó en el colchón de agua estuvo a punto de tirarla al suelo.


—¿Qué de...? —una mano le tapó la boca.


—¡Shh! —el susurro de Pedro sonó apremiante, su rostro sin afeitar estaba alarmado. ¡Y su magnífico cuerpo desnudo! Bueno, al menos de la cintura para arriba; Paula no se atrevió a mirar más abajo—. No subas la voz —advirtió él.


—¿Cómo entraste aquí? —le asió la muñeca y le apartó la mano—. Eché el cerrojo.


—Lo sé. Tuve que entrar por el cuarto de baño —frunció el ceño—. ¿Por qué cerraste...? Olvídalo; hay alguien en la puerta.


—Pues... ve a abrir.


—Escucha, Pau —maldijo cuando los golpes se hicieron más sonoros—. ¿Carey te vio anoche? —ella sacudió la cabeza, más para despejarla que otra cosa, aunque Pedro lo tomó como una negativa—. De acuerdo, entonces nuestra charada no ha sido descubierta, así que demos por hecho que es Rebeca quien...


—¿No podríamos empezar el día con una nota positiva y suponer que es la Muerte?


—Ya he cerrado el sofá —se levantó de la cama, y gracias a Dios llevaba calzoncillos—, pero será mejor que salgas tú a ver qué quiere.


—¿Es que aún no lo has deducido? Chico, eres lento.


—Ponte esto —hizo caso omiso del sarcasmo, la miró con desaprobación y alargó la camisa que había llevado la noche anterior—. Una camiseta larga de un equipo de fútbol de Sydney no sugiere una noche de pasión.


—Es gracioso —le quitó la camisa de la mano—, pero su dueño no pensaba lo mismo cuando me la dio —satisfecha con la mueca que provocó en él su comentario, Paula se metió en el baño y rápidamente se cambió, decidida a no prestarle atención a la fragancia de la colonia de Pedro.


El bajo de la camisa le llegaba hasta la mitad de los muslos y cubría más que la camiseta.


—¡Date prisa, Pau!


—Lo intento, maldita sea —se abotonó la camisa y levantó el cuello para parecer sexy—. ¡Ya voy! —anunció, saliendo del baño. Al llegar a la puerta de la cabaña, se obligó a hablar con voz alegre—. ¿Quién es?


—Lady Mulligan —fue la seca respuesta.


—Buenos días, lady Mulligan —abrió y esbozó una amplia y falsa sonrisa—. ¿Cómo estás? Cielos, ¿no es un día maravilloso?


Cuando la mujer la inspeccionó con descortesía de arriba abajo, Paula le devolvió el insulto y decidió que debía ser una de las raras ocasiones en que iba demasiado vestida. Así como el body y los pantaloncitos de la morena no dejaban mucho a la imaginación, no resultaban tan sugerentes como la camisa de un hombre sin nada debajo.


—¿Está Pedro? Tengo que hablar con él.


—Bueno, sí... pero, hmm, no está vestido para recibir... si es que me entiendes.


—Entonces esperaré... —una mueca reveló unos dientes magníficamente blancos—. Si no te importa.


A Paula le importaba, y sintió la tentación de...


—¿Quién es, cariño?