martes, 3 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 48




—¡Paula! —exclamó Pedro.


—¿Qué has hecho? —le preguntó ella golpeándole de nuevo—. ¿Cómo has podido tirar tu carrera por la borda de esa manera?


—He hecho lo que tenía que hacer, Paula. Tenía que elegir, y te he elegido a ti.


—Has renunciado a toda tu carrera… —dijo ella al borde de las lágrimas—, a todo por lo que has trabajado…


—No significa nada para mí si pierdo el respeto por mí mismo.


—¿Por mí? —terminó Paula la frase, sintiendo que el amor afloraba a toda velocidad desde su corazón.


—No, por nosotros. No podía pedirte que te quedaras conmigo en este mundo.


—Ha sido tan…


—¿Estúpido?


—Maravilloso —dijo echándose en sus brazos y besándole.


Los focos que iluminaban el escenario se dirigieron a donde estaban, iluminándoles, bañándoles de luz.


—Paula Chaves…


Pedro, por favor… ¿Qué estás haciendo?


—He cometido un suicidio profesional antes que perderte. He declarado mi amor delante de todo el mundo. ¿De veras que no sabes lo que estoy haciendo?


Paula le miró emocionada.


—¡Di que sí, Paula! —gritó alguien del auditorio.


—Paula Chaves, ¿te casarías conmigo para darme la oportunidad de pedirte perdón por haberme comportado como un idiota?


Estaba completamente anonadada, desbordada por sus sentimientos.


—Si dices que no, me estarás condenando a una vida llena de entrevistas publicitarias.


—No —dijo ella sonriendo.


—¿No? ¿Qué quiere decir no?


Paula sonrió.


—Entonces… ¿eso es un sí?


—Sí —sonrió llena de alegría.


Empezó a sonar una música romántica y Pedro la atrajo hacia él y la besó, un beso que duró toda una eternidad.


—Nos están mirando —susurró ella.


—Me da igual —replicó él sin dejar de besarla.


—Vaya espectáculo que estamos montando.


—¿Crees que alguien se acordará ya de lo que decía el artículo?


Paula se apartó de él.


—¿Lo estás haciendo por eso?


Pedro la tomó de la mano y salió con ella por una puerta lateral.


—¡Rápido, antes de que nos encuentren!


Cruzaron las cocinas y se refugiaron en un almacén apartado ante la sorpresa de los cocineros.


—Yo te puse en esta situación,Paula —dijo Pedro—. Entendería que no quisieras saber nada más de mí.


—¿Estás loco? —dijo ella besándole—. Me ha llevado mucho tiempo cazarte.


—¿Has oído lo que he dicho?


—Todo el país lo ha oído.


—Lo digo en serio, Paula. Haré lo que sea necesario para reparar el daño que te he hecho.


—Estaba intentando localizarte cuando me encontré con Leeds.


—¿Qué pasó? —preguntó él preocupado.


—Bueno… Creo que me salió un buen discurso.


—Ésa es mi chica —dijo él—. ¿Por qué me estabas buscando?


—Para disculparme. Reaccioné de forma exagerada, no te di la menor oportunidad de explicarte. Brian me explicó cómo habías intentado protegerme a mí y a tu trabajo al mismo tiempo.


—¿En serio?


—Él mejor que nadie sabe lo corto que es el camino que conduce a la decepción y el ostracismo. Sabía lo que estabas intentando hacer. Y yo debería haberlo sabido también. Lo siento.


—Va a resultar que es tan inteligente como dijiste —apuntó Pedro, y se puso muy serio—. Siento haberte mantenido lejos de mí. He permitido que el odio me consumiera durante demasiado tiempo.


—¿Te importa contármelo? ¿Te importa compartirlo conmigo?


—Era un ser despreciable, Paula. En todos los sentidos. Cuando mi madre se marchó, mi padre lo pagó conmigo. Le recordaba a ella. Cuando era pequeño, me hablaba de una manera… muy dura, con insultos. No le bastaba con que hubiera perdido a mi madre, me amenazaba con marcharse y dejarme solo.


Pedro se aclaró la voz y reunió fuerzas para continuar.


—Así fueron las cosas durante muchos años. Cuando fui un poco más mayor, como los insultos ya no me afectaban, empezó a pegarme. Entonces fue cuando entraron en escena tus padres. Había veces en que mi padre no se daba cuenta de que pasaba varios días fuera. Me decía que no tenía remedio, que era un perdedor, un inútil.


—Oh, Pedro


—El odio que sentía por él me sostuvo. Me dio un propósito en la vida, un objetivo. Primero en el surf, y luego en los estudios, me esforcé por demostrarle que estaba equivocado. Después de vivir con él tanto tiempo, acabé entendiendo por qué mi madre le dejó. Lo que no he podido entender nunca ha sido por qué me abandonó a mí, por qué me dejó solo con él.


Paula se tapó la cara con las manos.


—Eh… No llores… Sólo te lo cuento para que sepas lo que tenía dentro de la cabeza mientras sucedía todo esto. Siempre he sentido que nada de lo que hiciera sería suficiente.


—Ahora lo entiendo, Pedro… Lo siento tanto…


—Nunca quise dejarte en evidencia delante de tanta gente. Sabía lo importante que era eso para ti. A Kurtz no le gustó nada que me negara a continuar. Afortunadamente, el miedo que me tiene le frenó.


—¿Miedo?


—Claro, porque sabe que soy mejor que él, que soy mejor que todos ellos.


—Dios… Me encanta la confianza que tienes en ti mismo. Y te quiero.


—No quiero que dejes de decir eso nunca.


—Te lo dije por primera vez hace nueve años.


—Hace nueve años estaba tan metido en ese mundo tan horrible que te he descrito que no hubiera sido capaz de darme cuenta de nada. Pero, a pesar de eso, me daba cuenta de lo que sentías por mí. Incluso cuando me fui, no dejé de pensar en ti.


—¿Recuerdas lo que me dijiste aquella noche? Me dijiste que nunca estarías conmigo.


Pedro cerró los ojos avergonzado.


—He recordado esas palabras todos los días desde entonces. Por eso no puedo ni imaginarme el infierno que habrás vivido tú teniendo que llevar ese pasado a cuestas. Es un verdadero milagro que te hayas convertido en un hombre tan maravilloso.


—Puedes agradecérselo a tu padre —dijo Pedro—. Y a ti.


—¿A mí?


—Estuviera donde estuviera, tu padre, Sebastian y tú erais mi punto de referencia. Puede que perdiera a mi madre, pero te encontré a ti.


—Sí, perdiste una madre, pero… Si vamos a casarnos, no olvides que vas a ganar un padre. Mi padre.


Se abrazaron y se besaron apasionadamente hasta que empezaron a temblar.


—¿Habrá alguna puerta trasera por aquí? —preguntó Paula—. No podemos volver ahí dentro.


—Estaba pensando… Me acabo de prometer con la mujer más preciosa de Australia, y estamos en las cocinas del mejor hotel de Sidney. Y como ya nadie nos espera en ninguna parte…


—¡Pedro! No he traído ropa.


—No te va a hacer falta —sonrió él—. Bueno… Quizá los zapatos sí.


—Santo cielo… —murmuró Paula sonriendo llena de deseo y de amor—. ¿Qué diría mi padre si me viera?



LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 47






—¡Urban Nature!


Antes de que los peces gordos de la cadena se hubieran abrochado los botones de sus chaquetas, Pedro ya se había levantado y se dirigía hacia el escenario. Mientras lo hacía, pensaba que Kurtz debía de haberse quedado blanco. La regla no escrita en AusOne era que los empleados hacían el trabajo y los ejecutivos se llevaban la gloria.


Pedro subió al escenario, saludó al presentador y esperó a que cesaran los aplausos.


—Muchas gracias en nombre de AusOne y del equipo de Urban Nature. Es un placer tomar este premio en nombre de la cadena que me dio mi primera oportunidad en este negocio.


El escenario estaba expectante. Pedro se imaginó a su padre sentado en primera fila, con rostro serio, esperando a que se presentara la evidencia que demostrara que su hijo era y siempre sería un inútil.


—Si elegí un programa como éste, es porque siempre he preferido la realidad a la ficción. Sin embargo, los recientes sucesos han convertido este programa en casi un culebrón.


Alguien tosió en la penumbra del auditorio.


—Como sé que Marcos Croyden está por aquí —dijo refiriéndose al productor de una cadena rival famosa por sus melodramas y telenovelas—, quisiera decirle que no descanse un minuto hasta contratar a Diana Leeds. Esa mujer tiene un talento para la ficción que no puede seguir estando tan desaprovechado.


Volvieron a escucharse carraspeos en el auditorio.


—¿Creen que esto es todo? Pues no, no he hecho más que empezar. Esta noche, parte de mi trabajo consistía en mantener viva la idea de que Pala Chaves y Brian Maddox mantenían un tórrido romance. Es el tipo de cosas que suelen hacer las cadenas de televisión para dar publicidad a sus programas. El problema es que Paula y Brian no están enamorados. Al menos, el uno del otro. Ahí fuera, en algún lugar de los suburbios de esta ciudad, hay una dulce y asombrosa mujer sentada frente al televisor, una mujer que daría la vida por el señor Maddox. Y, bien mirado, ya lo ha hecho, aceptando permanecer en el anonimato por la sencilla razón de que no quedaría bien como acompañante de una estrella como él. Esa mujer sí está enamorada de Brian, y él ha pagado un precio muy alto intentando protegerla de los tiburones que abundan en este mundo de la televisión. Si hay justicia, espero verla el año que viene sentada a la mesa de AusOne disfrutando de la gala.


Entre el pesado silencio, se oyeron las carcajadas de Brian. Era una risa llena de aprobación y de gratitud.


—Constanza—continuó Pedro mirando a la cámara directamente—. Por lo que me toca en lo que esta cadena ha hecho contigo, te pido disculpas públicamente. Espero que puedas llegar a perdonarme. Y a ti, Brian, sólo decirte que todos, y yo el primero, deberíamos aprender un par de lecciones sobre la lealtad y el amor siguiendo tu ejemplo.


Hizo una pausa.


—¿Y Paula Chaves? Bueno, sí, ella también está enamorada. De mí. O, al menos, eso espero, porque yo estoy absolutamente loco por ella —la multitud se echó a reír—. Es cierto que la conozco desde hace mucho tiempo, pero les voy a contar algo que no habrán podido leer en los periódicos de hoy. Paula Chaves no se acostó conmigo para conseguir el papel en este programa. De hecho, hizo todo lo que pudo para no participar en él. Yo la manipulé para que aceptara, igual que la convencí para que representara esta pantomima con Brian Maddox. Tendré que vivir el resto de mi vida con ello. Paula Chaves también hizo todo lo que pudo para no tener nada que ver conmigo, pero me salí con la mía.


Entre las oscuras siluetas del auditorio, Pedro reconoció la de una mujer al fondo de la sala. La habría reconocido entre millones de mujeres.


—Paula… Cada vez que sonríes, nace un árbol en alguna parte. Cuando estás triste, el océano se congela. Estás unida a la naturaleza. Y yo estoy tan unido a ti que no puedo imaginarme la vida sin ti.


Todas las mujeres del auditorio suspiraron.


—Aunque prometí protegerte, te he hecho mucho daño últimamente. Prometo hacer todo lo posible para que me perdones, para arreglarlo. Si el odio del pasado no me hubiera cegado, me hubiera dado cuenta antes del brillo celestial que irradias. He dejado ya atrás a las personas que no significan nada para mí. Ahora sólo quiero estar con aquéllas a quienes amo. Te mereces el lugar que has ocupado en este programa porque tienes un talento único, porque tienes una integridad incorruptible, porque el público se contagia de tu pasión por las cosas. Lo único que no te mereces es lo que has tenido que pasar hoy. Por defender a un amigo y ayudarme a mí has sido juzgada y ejecutada en público.


Pedro recorrió los ojos de todos los presentes lentamente.


—Gracias de nuevo a todos los espectadores que han visto nuestro programa. Espero que, a partir de hoy, sigan estando ahí, pero no para enterarse del último escándalo, sino para que podamos ofrecerles más programas como éste. Y, a los aquí presentes, quisiera que se pusieran en el lugar de una joven muchacha del sur que vino aquí con toda la ilusión y fue crucificada en aras de los índices de audiencia y de la publicidad. Recuerden esta noche, porque el siguiente podría ser cualquiera de ustedes. Muchas gracias.


Los aplausos empezaron tímidamente, pero a medida que Pedro bajaba las escaleras del escenario, crecieron en intensidad hasta convertirse en ensordecedores.


Pero a Pedro sólo le importaba cómo llegar lo antes posible hasta la mujer que le observaba desde el fondo de la sala.


Pero antes, se detuvo un momento en la mesa de AusOne para saludar a Brian y decirle algo a Kurtz.


—¡Me despido! —exclamó.


—No hace falta —replicó Kurtz—. ¡Estás despedido!


Cuando se dio la vuelta, un hombre se acercó directamente a él y le dio una tarjeta. Pedro la leyó. X-Dream Sports, la mayor cadena de deportes de Australia.


—Deduzco que está abierto a ofertas, ¿no, señor Alfonso?


Pedro asintió y se guardó la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta, saludó al hombre y siguió su camino hacia el fondo de la sala mientras todo el mundo le seguía con la mirada. Se sentía otra vez como en su juventud, como cuando galopaba a lomos de una ola hacia la felicidad.


Cuando llegó, todos reconocieron a la mujer que le estaba esperando.


Eran el centro de atención.


Pero a él le daba igual. Por primera vez en su vida, lo único que le importaba era la mujer que tenía delante.


Paula levantó la mano y… le dio un puñetazo en el brazo.


Un puñetazo con todas sus fuerzas.




lunes, 2 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 46





Paula se apartó de Diana Leeds y fue directa al servicio de señoras. No confiaba en ella misma en aquellos momentos para hablar con la periodista.


—¿No tiene nada que decir, señorita Chaves? 
Vaya, durante la entrevista se comportó de una forma muy distinta.


—¿De modo que se trata de eso? —replicó Paula dándose la vuelta y encarándose con ella—. ¿Todo esto es por la forma en que le hablé?


—Oh, vamos, no diga tonterías…


—Entonces, ¿por qué? ¿Qué tiene contra mí? No me conoce de nada.


—Conozco a las mujeres como usted —dijo la periodista—. He tenido que trabajar muy duro para llegar a donde estoy, y no soporto que una novata llegue, se acueste con un par de jefes, y consiga todo lo que a la gente honrada le cuesta años y años conseguir.


Las palabras de Leeds ocultaban una brumosa desesperación, pero Paula no podía ya sentir compasión por ella. Habían pasado demasiadas cosas.


—¿Y así es como intenta avanzar en su carrera? ¿Publicando un reportaje amarillista sobre la vida privada de los demás? ¿Esto es lo que llaman en The Standard periodismo de investigación?


Leeds se quedó sin palabras.


—Podría haber hecho un reportaje fantástico, podría haber informado sobre el trabajo que está haciendo uno de los productores más jóvenes y prometedores del país, por ejemplo. Sin embargo, eligió el camino fácil pensando que se llenaría de gloria. Y estampó su firma al pie del artículo como si estuviera orgullosa de ello.


Estaba fuera de control. No podía parar. Y Leeds parecía incapaz de detenerla.


—Después de esta noche, nadie recordará los artículos que ha escrito en su dura escalada hacia la cumbre, sólo tendrán en la cabeza la calumnia que acaba de publicar. Y no creo que su periódico vaya a recompensarla por esto después de que AusOne presente una demanda contra él. Porque, señorita Leeds, aunque algunos hechos que relata en su artículo son ciertos, los ha interpretado completamente al revés. Puede que Nicolas Kurtz le haya prometido el cielo, pero no ha pensado en el futuro, y debo decirle que el futuro de AusOne es Pedro Alfonso. Esta historia no termina aquí. Demostraremos que su reportaje es una sarta de mentiras, señorita Leeds.


La periodista, furiosa pero sin saber qué decir, se dio la vuelta y se marchó.


—¡Fantástico! —exclamó Carla aplaudiendo.


Paula, agotada, se sentó en una silla.


—¿Estás bien? —le preguntó Carla.


—Si sobrevivo a esta noche, creo que podré sobrevivir ya a cualquier cosa.


Las dos mujeres descansaron unos instantes en silencio hasta que, por las pantallas, vieron al presentador de la gala anunciando la categoría en la que estaba nominado el programa.


—¡Es nuestro turno! —exclamó Carla.


—Y el ganador es…




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 45




Pedro se sentó a la mesa y miró alrededor.


—¿Dónde está Paula? —le preguntó a Brian, que se alzó de hombros.


Había perdido la compostura por unos instantes, había salido a tomar el aire y había dejado sola a Paula, cuando su primera responsabilidad era protegerla.


La culpa era suya. Debía habérselo contado todo antes, pero no había sido capaz. Había tenido miedo de que se fuera.


Una posibilidad que le aterraba.


Le había dicho que no tenía lugar para ella en su interior, pero ahora que se había ido, ahora que la posibilidad de que desapareciera definitivamente era real, sentía un inmenso vacío en su interior. De alguna manera, en aquellos meses, Paula se había introducido en su corazón y había desplazado las sombras que hasta entonces lo habían habitado.


Y no estaba dispuesto a perder el único amor verdadero que había experimentado en toda su vida.


¿Dónde estaba?


En el escenario, el presentador de la gala estaba ya enumerando los nominados a la categoría en que competía Pedro.


¿Dónde podía estar?


—Y el ganador es…




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 44






Brian ganó el premio en su categoría. Aunque tenía motivos para estar enfadada con él, era imposible no sentirse contenta. El aplauso del público fue ensordecedor. Le sonrió llena de admiración, aquélla era su noche, y ella se lo debía. Era lo que Constanza hubiera hecho de estar allí.


Brian avanzó hacia el escenario saludando a la gente.


Su discurso de agradecimiento fue corto y sencillo, dirigido a la persona que más se lo merecía, aunque nadie supiera quién era.


—Para mi amor —dijo para terminar el discurso—. Sólo tú sabes lo que esto significa para mí, sólo tú me conoces realmente. Gracias.


No miró a nadie en particular, pero todos se volvieron hacia Paula. Ella, en cambio, sabía perfectamente a quién se había dirigido Brian.


Mientras tanto, Kurtz y un alto ejecutivo de AusOne al que no conocía se felicitaban el uno al otro, como si Brian hubiese ganado aquel premio gracias a ellos.


Una cámara se acercó de repente a ella mientras Brian abandonaba el escenario entre aplausos.


—Vaya discurso, Paula —le preguntó el periodista—. ¿Cómo te sientes después de esta dedicatoria?


¿Que cómo se sentía? Sólo era capaz de pensar en Constanza. En que estaría en aquellos momentos sola, sentada frente al televisor, viéndolo todo sin poder celebrarlo, viendo al hombre que amaba en el momento álgido de su carrera y sin poder compartirlo. 


Viendo a otra mujer sentada en su lugar.


Paula se volvió hacia la cámara.


—Creo que cualquier mujer de este planeta se emocionaría al escuchar un discurso como ése del hombre al que amara —dijo Paula.


En ese momento, Brian regresó a la mesa entre los aplausos de todo el mundo, y Paula le sonrió. Entonces las luces volvieron a apagarse y Pedro se levantó y desapareció.


—¿Qué sucede? —le preguntó Brian en voz baja.


—¿Por qué no me lo contaste? ¿Por qué no me dijiste que Pedro estaba detrás de todo?


Brian la miró unos instantes en silencio.


—¿De qué hubiera servido?


—Tenía derecho a saberlo.


—¿Y hubiera sido mejor?


—Sí, al menos no me habría enterado de esta manera —respondió Paula apesadumbrada.


—Eso es verdad —admitió Brian—. Pero también lo es que nadie sabía lo que iba a ocurrir.


—¿Es que no fue todo idea de Pedro?


—No. ¿Por qué crees eso?


Paula le miró sin saber qué responder.


—Cuando entramos en la limusina, la reacción de Pedro no fue la de un hombre que supiera lo que estaba sucediendo. Estaba tan sorprendido como nosotros —y volvió sus ojos hacia Kurtz—. Él, en cambio…


—¿Crees que Kurtz estaba ya al tanto de todo?


—Hasta hace bien poco, Pedro creía que yo era un mujeriego, ¿recuerdas?


—¿Y qué?


—Pues que eso significa que la cadena no confía en él. Creo que Kurtz hizo todo esto para cargarse a Pedro, para dejar claro su poder sobre él.


¿Sería cierto? Lo que estaba diciendo Brian cuadraba con lo que Pedro le había contado. Era posible que Pedro hubiera estado constantemente intentando protegerla, adaptándose a la situación, mientras Kurtz pensaba nuevas formas de sacar provecho de la situación.


De pronto, lo vio todo claro, lo vio desde la perspectiva de Pedro. Había estado todo el tiempo luchando por protegerla a ella e intentando, al mismo tiempo, salvar su carrera, que era lo que más quería en el mundo.


Tenía que hablar con él. Cuanto antes.


Entonces, oyó el ruido de la puerta que daba al vestíbulo y le vio salir.


Ignorando las exhortaciones de Carla, fue corriendo tras él esquivando las mesas que se interponían en su camino.


No podía marcharse así, no antes de que se conociera el nombre del premiado en su categoría.


Entonces, al salir al vestíbulo, se encontró de frente con la última persona que le hubiera gustado ver.


—Vaya, vaya… Mira a quién tenemos aquí.




domingo, 1 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 43






La primera parte de la gala no era televisada. 


Consistía en la entrega de los premios técnicos, y Paula asistió a ellos sintiendo una solidaridad especial con aquellos profesionales tan poco conocidos. Al fin y al cabo, ella no era más que uno de ellos, una persona recién llegada que tenía más en común con lo que sucedía detrás de las cámaras que con el glamour de las grandes celebridades.


Estaba sentada en una mesa rodeada de todo el equipo de Urban Nature. Pedro se hallaba sentado junto a Kurtz. Ambos estaban rígidos y muy serios. Hablaban entre ellos de vez en cuando, pero Paula, aunque se esforzaba, no podía escuchar completamente la conversación.


—No me importa tu reputación, me da igual —estaba diciendo en ese momento Kurtz—. Pero la cadena sí, y la has puesto en peligro por un lío de faldas.


—No has podido evitarlo, ¿verdad? —le respondió Pedro—. No has compartido una limusina con tu equipo en tu vida, pero hoy no podías perdértelo, querías estar en primera fila para ver mi caída, ¿verdad? Eres despreciable.


—¿Y tú qué eres, Pedro? —replicó Kurtz—. Eres un hombre que no ha dudado en vender a los medios de comunicación a la mujer con la que se acuesta. ¿Le has dicho ya que tú eres el responsable, o estás jugando a ser el chico bueno con ella?


Paula se estremeció y recordó la parte del artículo de Leeds en la que hablaba de los manejos de Pedro con los medios de comunicación. Entonces recordó aquella noche en el restaurante, la noche en que habían tomado la foto. Recordó las idas y venidas de Pedro, sus conversaciones con el maître…


—¿Es eso cierto, Pedro? —le preguntó directamente, ignorando a los demás.


—Paula… —dijo él acercándose a ella.


—¿Es verdad? —insistió Paula.


—No hagas esto, Paula —le pidió Pedro murmurando—, la gente está mirando —añadió levantándose y guiándola hasta uno de los salones, donde algunos de los asistentes bebían y bailaban al son de la música esperando a que llegara la parte televisada de la gala—. Debería habértelo dicho, lo siento.


Paula no sabía qué decir. De repente, los últimos días con él se habían convertido en una sucia mentira.


—¿Qué has hecho?


—Era mi trabajo —respondió Pedro.


—¿Venderme a los medios era parte de tu trabajo? —le preguntó indignada—. Todo fue idea tuya —continuó, comprendiendo todo lo que había ocurrido—. Lo del restaurante… Fuiste tú, ¿verdad?


Pedro no dijo nada.


—¿Y todo lo demás?


—No, eso no lo hice yo. Yo fui responsable de lo que pasó en el restaurante. Pensé que atraería la atención del público. Lo demás fue cosa de Kurtz.


—¿Les dejaste que me hicieran esto? ¿Les dejaste que se lo hicieran a Brian?


—No, Maddox lo sabía.


—¿Cómo? —replicó ella—. Brian lo sabía. Tú lo sabías. La cadena lo sabía. Todo el mundo lo sabía menos la estúpida de Paula.


—Paula, no…


—¿Tanto te importa, Pedro? ¿Tanto te importa tu padre?


—Esto no tiene nada que ver con él —respondió él palideciendo.


—Claro que sí, no lo niegues. Vengarte de él es más importante para ti que lo que tenemos. Mejor dicho, que lo que teníamos.


—No hablas en serio —dijo Pedro.


—Por supuesto que sí. Me has destrozado, Pedro.


—¿Sin darme la oportunidad de explicarme?


—¿Explicarte? Claro, adelante.


—Tienes que entender la posición en la que me encontraba. Quería hacer lo mejor para todos. Lo juré sobre la tumba de tu madre, estaba intentando protegerte…


—¿Protegerme? Aprovecharte, querrás decir. Sólo ha sido deseo, nada más.


—Hace nueve años me acusaste de ser igual que mi madre, de huir en cuanto había un problema —dijo Pedro—. Si te vas ahora, ¿no estarás haciendo tú lo mismo?


Paula le miró sorprendida. ¿Cómo podía acordarse de lo que le había dicho hacía tanto tiempo? Se le había debido de quedar grabado.


—No puedo entender por qué hacerle daño a él es tan importante para ti —murmuró Paula—. Explícamelo, ayúdame a entenderlo, Pedro.


—No hay sitio dentro de mí para nadie más que él, Paula, para el odio que siento por lo que me hizo. Eso es lo que me ha dado fuerzas todos estos años.


Paula le miró y vio el vacío en sus ojos. No era de extrañar que todas sus relaciones hubieran fracasado.


No era de extrañar que hubiera tenido un éxito tan extraordinario. Era lo único que tenía en la vida.


—No, Pedro, ese odio se ha sostenido a sí mismo durante veinte años como un parásito dentro de tu cuerpo. Y ha destruido todo lo que amabas. Primero dejaste el surf. Y ahora me has destrozado a mí.


—No tengo nada que ofrecerte, Paula —dijo soltándole la mano—. No conozco otra forma de ser.


Las luces empezaron a parpadear y los altavoces anunciaron que iba a dar comienzo la retransmisión. Se dirigieron de nuevo a la mesa donde estaba el equipo.


Se sentía traicionada por los hombres que se sentaban a aquella mesa.


—Señoras y caballeros, bienvenidos a una nueva edición de los premios anuales de la televisión, los premios ATA.


Todo el mundo estaba emocionado, lleno de alegría y excitación. Pero ella no. Todo lo que había creído cierto se había desmoronado. 


Hasta respirar le resultaba doloroso. ¿Cómo podía ser la línea entre el amor y el odio tan delgada?