martes, 3 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 48




—¡Paula! —exclamó Pedro.


—¿Qué has hecho? —le preguntó ella golpeándole de nuevo—. ¿Cómo has podido tirar tu carrera por la borda de esa manera?


—He hecho lo que tenía que hacer, Paula. Tenía que elegir, y te he elegido a ti.


—Has renunciado a toda tu carrera… —dijo ella al borde de las lágrimas—, a todo por lo que has trabajado…


—No significa nada para mí si pierdo el respeto por mí mismo.


—¿Por mí? —terminó Paula la frase, sintiendo que el amor afloraba a toda velocidad desde su corazón.


—No, por nosotros. No podía pedirte que te quedaras conmigo en este mundo.


—Ha sido tan…


—¿Estúpido?


—Maravilloso —dijo echándose en sus brazos y besándole.


Los focos que iluminaban el escenario se dirigieron a donde estaban, iluminándoles, bañándoles de luz.


—Paula Chaves…


Pedro, por favor… ¿Qué estás haciendo?


—He cometido un suicidio profesional antes que perderte. He declarado mi amor delante de todo el mundo. ¿De veras que no sabes lo que estoy haciendo?


Paula le miró emocionada.


—¡Di que sí, Paula! —gritó alguien del auditorio.


—Paula Chaves, ¿te casarías conmigo para darme la oportunidad de pedirte perdón por haberme comportado como un idiota?


Estaba completamente anonadada, desbordada por sus sentimientos.


—Si dices que no, me estarás condenando a una vida llena de entrevistas publicitarias.


—No —dijo ella sonriendo.


—¿No? ¿Qué quiere decir no?


Paula sonrió.


—Entonces… ¿eso es un sí?


—Sí —sonrió llena de alegría.


Empezó a sonar una música romántica y Pedro la atrajo hacia él y la besó, un beso que duró toda una eternidad.


—Nos están mirando —susurró ella.


—Me da igual —replicó él sin dejar de besarla.


—Vaya espectáculo que estamos montando.


—¿Crees que alguien se acordará ya de lo que decía el artículo?


Paula se apartó de él.


—¿Lo estás haciendo por eso?


Pedro la tomó de la mano y salió con ella por una puerta lateral.


—¡Rápido, antes de que nos encuentren!


Cruzaron las cocinas y se refugiaron en un almacén apartado ante la sorpresa de los cocineros.


—Yo te puse en esta situación,Paula —dijo Pedro—. Entendería que no quisieras saber nada más de mí.


—¿Estás loco? —dijo ella besándole—. Me ha llevado mucho tiempo cazarte.


—¿Has oído lo que he dicho?


—Todo el país lo ha oído.


—Lo digo en serio, Paula. Haré lo que sea necesario para reparar el daño que te he hecho.


—Estaba intentando localizarte cuando me encontré con Leeds.


—¿Qué pasó? —preguntó él preocupado.


—Bueno… Creo que me salió un buen discurso.


—Ésa es mi chica —dijo él—. ¿Por qué me estabas buscando?


—Para disculparme. Reaccioné de forma exagerada, no te di la menor oportunidad de explicarte. Brian me explicó cómo habías intentado protegerme a mí y a tu trabajo al mismo tiempo.


—¿En serio?


—Él mejor que nadie sabe lo corto que es el camino que conduce a la decepción y el ostracismo. Sabía lo que estabas intentando hacer. Y yo debería haberlo sabido también. Lo siento.


—Va a resultar que es tan inteligente como dijiste —apuntó Pedro, y se puso muy serio—. Siento haberte mantenido lejos de mí. He permitido que el odio me consumiera durante demasiado tiempo.


—¿Te importa contármelo? ¿Te importa compartirlo conmigo?


—Era un ser despreciable, Paula. En todos los sentidos. Cuando mi madre se marchó, mi padre lo pagó conmigo. Le recordaba a ella. Cuando era pequeño, me hablaba de una manera… muy dura, con insultos. No le bastaba con que hubiera perdido a mi madre, me amenazaba con marcharse y dejarme solo.


Pedro se aclaró la voz y reunió fuerzas para continuar.


—Así fueron las cosas durante muchos años. Cuando fui un poco más mayor, como los insultos ya no me afectaban, empezó a pegarme. Entonces fue cuando entraron en escena tus padres. Había veces en que mi padre no se daba cuenta de que pasaba varios días fuera. Me decía que no tenía remedio, que era un perdedor, un inútil.


—Oh, Pedro


—El odio que sentía por él me sostuvo. Me dio un propósito en la vida, un objetivo. Primero en el surf, y luego en los estudios, me esforcé por demostrarle que estaba equivocado. Después de vivir con él tanto tiempo, acabé entendiendo por qué mi madre le dejó. Lo que no he podido entender nunca ha sido por qué me abandonó a mí, por qué me dejó solo con él.


Paula se tapó la cara con las manos.


—Eh… No llores… Sólo te lo cuento para que sepas lo que tenía dentro de la cabeza mientras sucedía todo esto. Siempre he sentido que nada de lo que hiciera sería suficiente.


—Ahora lo entiendo, Pedro… Lo siento tanto…


—Nunca quise dejarte en evidencia delante de tanta gente. Sabía lo importante que era eso para ti. A Kurtz no le gustó nada que me negara a continuar. Afortunadamente, el miedo que me tiene le frenó.


—¿Miedo?


—Claro, porque sabe que soy mejor que él, que soy mejor que todos ellos.


—Dios… Me encanta la confianza que tienes en ti mismo. Y te quiero.


—No quiero que dejes de decir eso nunca.


—Te lo dije por primera vez hace nueve años.


—Hace nueve años estaba tan metido en ese mundo tan horrible que te he descrito que no hubiera sido capaz de darme cuenta de nada. Pero, a pesar de eso, me daba cuenta de lo que sentías por mí. Incluso cuando me fui, no dejé de pensar en ti.


—¿Recuerdas lo que me dijiste aquella noche? Me dijiste que nunca estarías conmigo.


Pedro cerró los ojos avergonzado.


—He recordado esas palabras todos los días desde entonces. Por eso no puedo ni imaginarme el infierno que habrás vivido tú teniendo que llevar ese pasado a cuestas. Es un verdadero milagro que te hayas convertido en un hombre tan maravilloso.


—Puedes agradecérselo a tu padre —dijo Pedro—. Y a ti.


—¿A mí?


—Estuviera donde estuviera, tu padre, Sebastian y tú erais mi punto de referencia. Puede que perdiera a mi madre, pero te encontré a ti.


—Sí, perdiste una madre, pero… Si vamos a casarnos, no olvides que vas a ganar un padre. Mi padre.


Se abrazaron y se besaron apasionadamente hasta que empezaron a temblar.


—¿Habrá alguna puerta trasera por aquí? —preguntó Paula—. No podemos volver ahí dentro.


—Estaba pensando… Me acabo de prometer con la mujer más preciosa de Australia, y estamos en las cocinas del mejor hotel de Sidney. Y como ya nadie nos espera en ninguna parte…


—¡Pedro! No he traído ropa.


—No te va a hacer falta —sonrió él—. Bueno… Quizá los zapatos sí.


—Santo cielo… —murmuró Paula sonriendo llena de deseo y de amor—. ¿Qué diría mi padre si me viera?



No hay comentarios.:

Publicar un comentario