martes, 3 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 47






—¡Urban Nature!


Antes de que los peces gordos de la cadena se hubieran abrochado los botones de sus chaquetas, Pedro ya se había levantado y se dirigía hacia el escenario. Mientras lo hacía, pensaba que Kurtz debía de haberse quedado blanco. La regla no escrita en AusOne era que los empleados hacían el trabajo y los ejecutivos se llevaban la gloria.


Pedro subió al escenario, saludó al presentador y esperó a que cesaran los aplausos.


—Muchas gracias en nombre de AusOne y del equipo de Urban Nature. Es un placer tomar este premio en nombre de la cadena que me dio mi primera oportunidad en este negocio.


El escenario estaba expectante. Pedro se imaginó a su padre sentado en primera fila, con rostro serio, esperando a que se presentara la evidencia que demostrara que su hijo era y siempre sería un inútil.


—Si elegí un programa como éste, es porque siempre he preferido la realidad a la ficción. Sin embargo, los recientes sucesos han convertido este programa en casi un culebrón.


Alguien tosió en la penumbra del auditorio.


—Como sé que Marcos Croyden está por aquí —dijo refiriéndose al productor de una cadena rival famosa por sus melodramas y telenovelas—, quisiera decirle que no descanse un minuto hasta contratar a Diana Leeds. Esa mujer tiene un talento para la ficción que no puede seguir estando tan desaprovechado.


Volvieron a escucharse carraspeos en el auditorio.


—¿Creen que esto es todo? Pues no, no he hecho más que empezar. Esta noche, parte de mi trabajo consistía en mantener viva la idea de que Pala Chaves y Brian Maddox mantenían un tórrido romance. Es el tipo de cosas que suelen hacer las cadenas de televisión para dar publicidad a sus programas. El problema es que Paula y Brian no están enamorados. Al menos, el uno del otro. Ahí fuera, en algún lugar de los suburbios de esta ciudad, hay una dulce y asombrosa mujer sentada frente al televisor, una mujer que daría la vida por el señor Maddox. Y, bien mirado, ya lo ha hecho, aceptando permanecer en el anonimato por la sencilla razón de que no quedaría bien como acompañante de una estrella como él. Esa mujer sí está enamorada de Brian, y él ha pagado un precio muy alto intentando protegerla de los tiburones que abundan en este mundo de la televisión. Si hay justicia, espero verla el año que viene sentada a la mesa de AusOne disfrutando de la gala.


Entre el pesado silencio, se oyeron las carcajadas de Brian. Era una risa llena de aprobación y de gratitud.


—Constanza—continuó Pedro mirando a la cámara directamente—. Por lo que me toca en lo que esta cadena ha hecho contigo, te pido disculpas públicamente. Espero que puedas llegar a perdonarme. Y a ti, Brian, sólo decirte que todos, y yo el primero, deberíamos aprender un par de lecciones sobre la lealtad y el amor siguiendo tu ejemplo.


Hizo una pausa.


—¿Y Paula Chaves? Bueno, sí, ella también está enamorada. De mí. O, al menos, eso espero, porque yo estoy absolutamente loco por ella —la multitud se echó a reír—. Es cierto que la conozco desde hace mucho tiempo, pero les voy a contar algo que no habrán podido leer en los periódicos de hoy. Paula Chaves no se acostó conmigo para conseguir el papel en este programa. De hecho, hizo todo lo que pudo para no participar en él. Yo la manipulé para que aceptara, igual que la convencí para que representara esta pantomima con Brian Maddox. Tendré que vivir el resto de mi vida con ello. Paula Chaves también hizo todo lo que pudo para no tener nada que ver conmigo, pero me salí con la mía.


Entre las oscuras siluetas del auditorio, Pedro reconoció la de una mujer al fondo de la sala. La habría reconocido entre millones de mujeres.


—Paula… Cada vez que sonríes, nace un árbol en alguna parte. Cuando estás triste, el océano se congela. Estás unida a la naturaleza. Y yo estoy tan unido a ti que no puedo imaginarme la vida sin ti.


Todas las mujeres del auditorio suspiraron.


—Aunque prometí protegerte, te he hecho mucho daño últimamente. Prometo hacer todo lo posible para que me perdones, para arreglarlo. Si el odio del pasado no me hubiera cegado, me hubiera dado cuenta antes del brillo celestial que irradias. He dejado ya atrás a las personas que no significan nada para mí. Ahora sólo quiero estar con aquéllas a quienes amo. Te mereces el lugar que has ocupado en este programa porque tienes un talento único, porque tienes una integridad incorruptible, porque el público se contagia de tu pasión por las cosas. Lo único que no te mereces es lo que has tenido que pasar hoy. Por defender a un amigo y ayudarme a mí has sido juzgada y ejecutada en público.


Pedro recorrió los ojos de todos los presentes lentamente.


—Gracias de nuevo a todos los espectadores que han visto nuestro programa. Espero que, a partir de hoy, sigan estando ahí, pero no para enterarse del último escándalo, sino para que podamos ofrecerles más programas como éste. Y, a los aquí presentes, quisiera que se pusieran en el lugar de una joven muchacha del sur que vino aquí con toda la ilusión y fue crucificada en aras de los índices de audiencia y de la publicidad. Recuerden esta noche, porque el siguiente podría ser cualquiera de ustedes. Muchas gracias.


Los aplausos empezaron tímidamente, pero a medida que Pedro bajaba las escaleras del escenario, crecieron en intensidad hasta convertirse en ensordecedores.


Pero a Pedro sólo le importaba cómo llegar lo antes posible hasta la mujer que le observaba desde el fondo de la sala.


Pero antes, se detuvo un momento en la mesa de AusOne para saludar a Brian y decirle algo a Kurtz.


—¡Me despido! —exclamó.


—No hace falta —replicó Kurtz—. ¡Estás despedido!


Cuando se dio la vuelta, un hombre se acercó directamente a él y le dio una tarjeta. Pedro la leyó. X-Dream Sports, la mayor cadena de deportes de Australia.


—Deduzco que está abierto a ofertas, ¿no, señor Alfonso?


Pedro asintió y se guardó la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta, saludó al hombre y siguió su camino hacia el fondo de la sala mientras todo el mundo le seguía con la mirada. Se sentía otra vez como en su juventud, como cuando galopaba a lomos de una ola hacia la felicidad.


Cuando llegó, todos reconocieron a la mujer que le estaba esperando.


Eran el centro de atención.


Pero a él le daba igual. Por primera vez en su vida, lo único que le importaba era la mujer que tenía delante.


Paula levantó la mano y… le dio un puñetazo en el brazo.


Un puñetazo con todas sus fuerzas.




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