jueves, 30 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 38




Todavía estaba un poco baja de peso, el medico la había advertido. Los meses de la enfermedad de su tía se cobraron un precio que todavía pagaba.


El sufrimiento por la perdida de su tía se había reducido un poco, aunque ahora que estaba por llegar la Navidad, no podía dejar de pensar en las fiestas de su infancia que la señora hacía tan especiales para ella. Su tía podría no estar allí para compartirlas, pero ella continuaría las tradiciones de las que disfrutara tanto, por su propio hijo, y de esa manera Maia ocuparía un lugar en la imaginación del niño semejante al que ocupaba en la mente de Paula.


Tendría, como siempre hizo la anciana, un árbol natural, que decoraría con los adornos tradicionales que su tía siempre usaba.


Planeó todo, se mantenía activa, pues sabía que cuando se sentía así, cuando le pesaba la soledad y anhelaba que Maia estuviera a su lado, la mejor forma de enfrentarse a la situación era esa.


Sólo deseaba poder dejar de amar a Pedro en la misma forma, pero ella tenía años de recuerdos compartidos de amor y solicitud por parte de su tía que la mantenían a pesar de su pérdida, en tanto que de Pedro, prácticamente no tenía nada, sólo unas cuantas palabras pronunciadas como un murmullo, unas cuantas caricias de una noche... y el sufrimiento de que lo amaba, en tanto que ella no significaba nada para él.


Cada que recordaba la velocidad con la que la dejó, antes que ella despertara, se sentía muy mal, la invadía la tristeza y el disgusto hacia ella misma, y sin embargo, sabía que de tener la oportunidad, no cambiaría nada.


Tocó el bulto de su vientre con toda la ternura de una madre.


Y, más que nada, no cambiaría eso... Había concebido el hijo de Pedro.





ADVERSARIO: CAPITULO 37





Cuando llegó a casa, Paula se entregó al trabajo que le diera Laura. Se percató de que era trabajo de la compañía de Pedro, el corazón se le aceleró y las manos le temblaron.


Pedro... ¿En dónde estaba ahora? ¿Que hacía? ¿Con quién estaba? ¿Pensaba en ella en algún momento?


Detente de inmediato, se advirtió temblorosa. No tenía objeto permitir que sus pensamientos recorrieran senderos que debían permanecer cerrados.


Ella esperaba que con el bebé que la distrajera, dejaría de tener sueños tan vividos de Pedro; que dejaría de sufrir por él, de pensar en él, de amarlo... pero en vez de lograrlo, parecía que después de haber concebido su hijo, su unión emocional con él se hubiera fortalecido.


Era ridículo que una mujer de su edad se hubiera enamorado de un hombre con tal fuerza, después de tan poco tiempo de conocerlo, en especial cuando él no hizo nada para alentar sus sentimientos. Si no le hubiera suplicado tanto que le hiciera el amor esa noche, ¿se hubiera percatado ella de lo que sentía por él? ¿O habría seguido en la creencia de que todas las emociones que generaba en su interior eran ocasionadas por el resentimiento y desagrado que sentía hacia él? Era demasiado tarde para hacerse esa pregunta. Ella lo amaba, y aunque pudiera, no quería olvidar esa noche que pasó con él. Se llevó la mano al vientre, una sonrisa tierna le curvó los labios al pensar en su hijo. El hijo de Pedro...


Tenía seis meses de embarazo, y el bebé empezaba a notarse como un pequeño bulto debajo de su ropa, cuando escuchó la noticia devastadora de que, después de todo, Pedro pensaba cambiar su oficina matriz de Londres al pueblo.


Desde luego que fue Laura quien le diera la noticia. Durante un tiempo, Paula se preguntó si Laura habría adivinado que Pedro era el padre de su hijo, pero se dijo que reaccionaba con demasiada sensibilidad y que Laura sólo lo mencionaba tan a menudo, porque pensaba en la diferencia que marcaría en su negocio el hecho de que él trasladara su base de operaciones al pueblo.


—Es oficial. Aparentemente, está en negociaciones para los permisos de ampliar la fábrica y para construir un nuevo edificio de oficinas, sólo espera la luz verde. Saúl dijo que Pedro busca una casa en el área. En tanto la encuentra, vivirá otra vez en el hotel.


Paula no se atrevía a verla a los ojos, pues temía delatarse. Sabía que necesitaba estar sola para asimilar lo que acababa de escuchar. Pedro, residente permanente del área. 


¿Cómo se sentiría ella? ¿Cómo reaccionaría, si por accidente, se topaba con él? ¿Cómo podría ocultar sus sentimientos... su amor?


Dejó a Laura tan pronto como pudo. Necesitaba reflexionar.


Pedro, como alguien que vivía lejos en Londres, en donde ella no tenía que verlo, que sólo la acompañaba en sus sueños, en sus pensamientos, el sufrimiento de amarlo y no verlo era una cosa. Pero, Pedro en persona, en su propio entorno, allí en su pueblo, en donde nacería y crecería su hijo, era otra muy distinta.


Hasta entonces había tenido suerte. Los pocos que ya sabían que tendría un hijo, respetaron su deseo de ocultar la identidad del padre.


—Aunque, tú sí lo amas —Laura adivinó, y Paula no pudo negarlo, a pesar de que la cautela le decía que debía hacerlo.


Ahora tendría que ser mucho más cuidadosa para asegurarse de que nadie pudiera llegar a adivinar que Pedro era el padre de su hijo. Se estremeció. Pero, ¿y si Pedro mismo adivinaba... si preguntaba? ¿Tendría la fuerza para mentir, para negarle que el bebé era suyo?




ADVERSARIO: CAPITULO 36






Esa mañana tenía cita con su doctor. Era el médico general que atendiera a su tía antes de que decidiera internarse en el hospital. Paula no estaba segura de cómo reaccionaría con su embarazo, o cuántas preguntas le haría acerca del padre. Sin importar lo que la presionara, Paula estaba decidida a mantener la identidad de Pedro en secreto. Al menos eso le debía. 


Después de todo, él no pidió ser el padre del niño, y estaba bastante segura de que no quería serlo. Muy, muy segura.


No tenía por qué haberse preocupado. Aunque titubeó un poco cuando le explicó al médico las razones por las que quería mantener la identidad del padre en secreto, él no intentó obligarla a hablar, se concentró en su estado de salud, le advirtió que estaba baja de peso, le recordó que había pasado una época de mucha presión, y que las primeras semanas del embarazo eran cruciales para un feto en formación.


—¿Quiere decir que podría perder a mi bebé? —Paula le preguntó preocupada.


—No necesariamente, sólo se lo señalo por el hecho de todas las presiones que la han rodeado, y porque sus reservas mentales y físicas fueron agotadas por la enfermedad de su tía, debe prepararse a estar muy alerta y asegurarse de no cansarse demasiado —frunció un poco el ceño—. Vive bastante lejos. Creo que no es necesario que le advierta de los peligros que pueden encerrar acciones como subir escaleras de mano, o correr de arriba a abajo por una escalera sin ver por donde va. Por lo general, a mis pacientes embarazadas les digo que sigan con su vida normal, pero en su caso... —movió un poco la cabeza—. No creerá el número de pacientes que sienten una necesidad imperiosa de redecorar. Si la invade ese deseo. ¡No lo haga!


Paula lo miró inquieta. ¿Trataba de decirle que su bebé corría algún riesgo, o sólo le decía que debía tener cuidado por estar sola? Como si le hubiera leído la mente, él continuó, tuteándola por vez primera.


—Todo está bien, Paula. Tanto tú como tu bebé estarán bien, en tanto recuerdes que te debes cuidar mucho. Es obvio que deseas este bebé.


—Mucho —Paula se lo aseguró.


—Bien —le sonrió—. Contamos con una clínica para nuestras futuras madres, en donde se ofrecen todo tipo de actividades. Clases para un parto natural, clases de natación... Heather, la recepcionista te puede dar los detalles.




miércoles, 29 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 35





Esa noche volvió a soñar con Pedro. En su sueño, él se había enterado del bebé y estaba enojado con ella, le decía que todo era culpa de ella... que ella nunca se debió dejar embarazar, que si la decisión hubiera sido de él, nunca hubiera aceptado tener un hijo suyo.


Cuando despertó, el corazón le latía con fuerza y tenía frío; las lágrimas le rodaban por las mejillas y había pánico y sufrimiento en su corazón. No, Pedro, nunca se debía enterar del bebé, se dijo al sentarse sobre la cama. 


Temblando se rodeó las rodillas con los brazos en actitud protectora.


Se alegró de que él hubiera regresado a Londres. Esperaba que se quedara allá. Por su hijo, ella deseaba que no volviera, no quería volver a verlo, no quería que él se diera cuenta...
Contuvo una risa histérica. Si, por desgracia llegaba a regresar... si Pedro decidía transferir su oficina matriz a la localidad... sí se topara con él y notara que estaba embarazada... si preguntara por el padre de su hijo, ella tendría que fingir que el padre era el amante inexistente con quien él creía que ella sostenía un romance.


Afuera, había empezado a llover, pero el sonido la tranquilizó, le recordó los rosales que ordenó como le prometiera a su tía.


Un día, cuando el bebé estuviera lo suficientemente mayor para comprender, ella le contaría a su hijo de las rosas y de su tía.


¿Y le hablaría de Pedro? No estaba dispuesta a responder a esa pregunta. Se acomodó otra vez entre las almohadas y cerró los ojos. Cuando antes en realidad descuidaba su salud y no le importaba si comía o dormía bien, ahora, por el bienestar del bebé, se obligaba a desayunar, lo que por lo general no habría hecho. Se recordaba que el niño necesitaba los nutrimentos aunque a ella el tazón de cereal con leche le provocara náusea.


Le sorprendió lo calmada que se sentía, lo decidida que estaba; pareciera que su vida se hubiera recargado con una energía nueva, con nuevos objetivos.


Cuando llegó a la oficina de Laura un poco más tarde ese mismo día y anunció que quería regresar a su trabajo, Laura de inmediato empezó a amonestarla.


—Necesito el trabajo y el dinero —lo dijo Paula y añadió en voz baja—. Estoy embarazada, Laura.


Como lo esperaba, al principio, su amiga quedó demudada, pero no desaprobó la situación ni la criticó.


—No te preguntaré si estás segura de que esto es lo que quieres. Veo que lo es, aunque debo admitir que no me había dado cuenta...


—No fue planeado —la interrumpió Paula a toda prisa—. De hecho... fue un accidente. Si he de ser honesta, no fue sino hasta que tú mencionaste un embarazo la otra mañana, que pensé que yo podría estarlo.


—¿Y, el padre? —Laura le preguntó—. ¿Es... está dispuesto a...?


—No lo sabe y no quiero que lo sepa —le dijo Paula. Notó la expresión de su amiga y temblorosa añadió—: No querrá saberlo, Laura. No puedo entrar en todos los detalles. El hecho de que esté embarazada es mi responsabilidad, mi culpa si quieres... algo que ocurrió en... en un momento de locura. Algo que no había planeado ni imaginado siquiera que me pudiera suceder; pero ahora que ha ocurrido... quiero este bebé —le dijo decidida—. Sólo quisiera que la tía Maia todavía viviera.


—Bueno, no puedo fingir que no me has sorprendido —admitió Laura—, en estos días no es nada raro que una mujer se encargue sola de un hijo.


Una hora después, Paula salió de la oficina de Laura cargada de trabajo, suficiente como para mantenerse ocupada el restó de la semana. 


Justo al salir, Laura le dijo:
—Sé que es bastante egoísta de mi parte, pero sentí un gran alivio al verte llegar. Llamaron de la oficina de Pedro Alfonso esta mañana solicitando más empleados temporales, y si tú no hubieras tomado este trabajo me hubiera sido bastante difícil encontrar el personal del calibre necesario. Me moría por preguntar si ya saben si Pedro piensa transferir su matriz acá, pero desde luego, no es el tipo de pregunta que puedes hacer con facilidad, y, aunque la hubiera hecho, dudo que me dieran una respuesta. La encargada de personal es de la vieja escuela, tiene más de cincuenta años, es viuda y muy leal a su jefe.


Por fortuna, Paula le daba la espalda a Laura. 


Aún así, la aterraba que la tensión de su cuerpo pudiera traicionarla. Estaba segura de que ni siquiera podría pronunciar el nombre de Pedro sin que la voz le fallara, por lo que ignoró el comentario de su amiga y abrió la puerta.


—Te traeré esto tan pronto como esté listo —le dijo con voz ronca.


En seguida se detuvo en la hipotecaria, en donde extendió un cheque que liberaba la hipoteca y sintió un gran alivio al hacerlo.


Una cosa más que agradecerle a la tía Maia, reflexionó un tanto llorosa al salir de la oficina. 


Era cierto que podría haberlo hecho si vendía la cabaña y compraba algo más pequeño, más cerca del pueblo, sin jardín... un lugar en donde su hijo se vería privado del ambiente sano de la cabaña. Se hubiera visto más presionada y ansiosa si no fuera por el legado de su tía. 


Como estaban las cosas ahora, sabía que si por cualquier razón se creía incapaz de trabajar durante su embarazo, o tal vez, necesitaba de más tiempo que el normal para regresar al trabajo después de la llegada de su bebé, no sentiría el pánico de no saber cómo viviría durante ese tiempo.


Fue al supermercado, hizo sus compras con cuidado, consciente de que debía comer bien y los alimentos debían ser nutritivos.



ADVERSARIO: CAPITULO 34




Subió al auto y cerró los ojos. Sus pensamientos eran un torbellino de pánico y confusión. 


Embarazada... ¿cómo podía ser? Ella no estaba casada... no era parte de una relación. La idea de traer a un hijo al mundo, de dedicarse a su bienestar y crianza... la idea de ser una madre sin compañero, era algo que no había considerado.


Un bebé... un bebé de Pedro...


La sensación de afecto que la invadió le provocó lágrimas emotivas, hizo que quisiera reír y llorar al mismo tiempo. Embarazada... no podía ser. 


¿O sí?


Varias horas después, ella sabía, no sólo que podía estar embarazada, sino que lo estaba. 


También supo de inmediato que, a pesar de todos los problemas a los que se podría enfrentar, quería a ese niño... el hijo de Pedro.


Después de todo, otras mujeres lo hacían. Otras mujeres criaban solas a sus hijos. Está bien, tal vez, concebir su hijo fue lo último que pretendía cuando le suplicó a Pedro que le hiciera el amor. 


¿O, lo fue? ¿Hubo en algún sitio profundo de su subconsciente una necesidad desesperada de negar la conclusión de la vida de su tía creando una nueva vida?


Quizás era una idea tonta... el tipo de idea que una mujer embarazada tiende a considerar, pero que no podía negar. Después de todo, no era ingenua; siempre supo las consecuencias que sus actos podrían tener. Pedro mismo le advirtió, y ella ignoró esa advertencia... y no sólo la ignoró, sino que de manera deliberada, le permitió que pensara... Su cuerpo se tensó de repente.


El bebé, el hijo de Pedro... sería sólo de ella. El nunca sabría de su existencia, nunca querría saber. Después de todo, cuando hicieron el amor, él sólo respondía a ella en lo sexual sin considerar que podría crear una nueva vida.


Pero, se había creado una nueva vida. Una vida que ella adoraría, cuidaría... un hijo... el hijo de Pedro. La sensación de sufrimiento que le creó la aceptación de los hechos, hizo que Paula volviera a temblar.


En la clínica a donde fuera a confirmar su embarazo, le dieron un consejo imparcial. Si ella deseaba concluir...


Entonces supo que, a pesar de lo ilógico, de lo emotivo, de lo poco que consideró su respuesta inmediata, su decisión estaba tomada. Aunque, hasta ese momento pensar en un hijo, de quien ella asumiría toda responsabilidad, era algo que no había contemplado, ahora que estaba embarazada, su necesidad más imperiosa era proteger la nueva vida que llevaba en su seno. 


No por su tía, ni siquiera porque el bebé era de Pedro, sino porque estaba allí... porque le exigía su protección, sus cuidados, su amor, por el bebé mismo.


Embarazada... Se percató al escuchar la bocina impaciente del auto detrás de ella, que bloqueaba el resto del tránsito, perdida en sus pensamientos.


No fue sino hasta esa noche cuando pudo pensar con raciocinio en los aspectos prácticos de su embarazo. Desde luego que no se podría mantener en secreto, y ella no quería que fuera así... pero el papel de Pedro como padre del niño... eso tendría que ser...


Ella podía tener el derecho de dar a luz a un hijo, de amarlo y desearlo, pero no tenía el derecho de imponer ese hijo no deseado al padre, aun cuando quisiera hacerlo. Pero, la gente tendía a mostrar curiosidad... en especial, Laura. Era natural que su amiga quisiera saber.


Pero, todavía no... No por ahora. Esperaba que por el momento su amiga aceptara que el padre del niño era alguien de quien ella no deseaba hablar.


Sentada en la cocina, rodeando con los dedos la taza de te que bebía en lugar del cafe acostumbrado, ansió que su tía volviera para poder compartir ese momento con ella. Sabía que la mujer no la juzgaría ni la condenaría.


Sabía lo mucho que habría amado al bebé.




ADVERSARIO: CAPITULO 33





Diez minutos después, cuando apareció Paula le dijo:
—Horrible, ¿verdad? Debe haber sido el olor del café. Recuerdo cómo me afectaba cuando estaba embarazada... —se detuvo al ver que Paula palidecía más—. ¿Todavía te sientes mal?


Paula negó con la cabeza. El mareo había desaparecido. Sólo sentía la cabeza un poco ligera, como si flotara sobre el suelo, con el cuerpo hueco, vacío. No, no era una nueva sensación de náusea lo que la hizo palidecer, sino la referencia de Laura a un embarazo.


—¿Te importaría que fuéramos directo a casa? —dijo tensa.


—No, en lo absoluto —le aseguró Laura—. Pero, recuerda lo que te dije. Necesitas relajarte y descansar... no abrumarte con trabajo.  Aunque, no sé por qué te lo digo si eres la mejor programadora que tenemos trabajando para nosotros.


Escuchándola a medias, Paula tomó su bolso y se dirigió a la puerta.


El auto no estaba demasiado lejos, pero al llegar a él, descubrió que estaba bañada en sudor, el cuerpo le temblaba por dentro y por fuera.


Embarazada... no podía ser, ¿o sí? No después de sólo una noche... No...




martes, 28 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 32




—NO, no estás bien —le dijo Laura con firmeza al ignorar las negativas débiles de Paula.


Estaban sentadas en la oficina de Laura a donde Paula fue a entregar trabajo y a recoger un poco más, pero después de lanzar un vistazo al cuerpo tenso, encorvado y al rostro demasiado pálido, Laura la obligó a sentarse, y le dijo que creía que lo que Paula necesitaba era un poco de descanso en lugar de más trabajo.


—Pero, no quiero descansar —Paula volvió a protestar, añadió temblorosa—. Yo no puedo descansar...


—Entonces, alguien tendrá que obligarte a que lo hagas —le dijo Laura y añadió con un tono más amable—. Paula, sé como te sientes. Recuerdo cuando yo perdí a mi abuela, pero el hecho de que te enfermes no hará que regrese tu tía. Y sé que lo último que ella desearía es que te pongas en este estado.


Paula no podía hablar. Sabía que lo que Laura le decía era la verdad, y estaba demasiado avergonzada como para admitir ante su amiga que no era sólo la muerte de su tía lo que hacía que se sintiera así, tan deprimida, sin que le importara nada lo que le ocurría. Pero, ¿cómo podría contarle a Laura lo ocurrido con Pedro aquella noche, su comportamiento... las cosas que hizo... que dijo? Aún ahora el recuerdo era suficiente para que se sonrojara y se estremeciera. Y lo peor era que, debajo de su vergüenza y culpabilidad, durante la noche, cuando por el cansancio su mente no lograba controlar los impulsos de su cuerpo, ella sufría por él... todavía lo deseaba... todavía suplicaba que estuviera a su lado. Y, hasta cuando dormía, los sueños eran vividos y dolorosos, estaban llenos de su recuerdo, de un anhelo ilógico de que hubiera entre ellos una unión emocional que no existía.


Habían pasado quince días desde el entierro de su tía. Descubrió que muchas, muchas veces al día, hacía una anotación mental para recordar algunos de los pequeños incidentes que comentar con ella cuando la visitara en el hospital, sólo para tener que reconocer que era inútil, que su tía ya no estaba allí para escucharla; y, sin embargo, a menudo descubría que sostenía conversaciones imaginarias con ella, y de alguna manera encontraba consuelo al hacerlo, casi sentía la presencia de su tía, le parecía que la escuchaba... que la tranquilizaba.


Sí, pensaría en su tía, si no con aceptación, al menos con el entendimiento de que su muerte fue tranquila y digna y en la manera en la que ella la quería; la pérdida, el dolor, el pesar, esas eran sus emociones, no estaban manchadas por la muerte de su tía.


Pero, cuando se trataba de Pedro, sus pensamientos eran más turbulentos y dolorosos.


Cuando despertaba por la mañana, en realidad se sentía enferma por la tristeza y el anhelo.


Ese malestar debilitante era el responsable de su palidez y de la pérdida de peso, y de manera indirecta de la aseveración de Laura en cuanto a que necesitaba descanso, relajación, dejar de trabajar un poco. Pero no se atrevía a dejar dé trabajar. El trabajo era todo lo que permanecía entre ella y su obsesiva necesidad de pensar en Pedro, de recordarlo que sintió al tocarlo... al estar con él... al amarlo.


Se movió inquieta sobre la silla, haciendo que Laura frunciera el ceño.


—Bebe tu café —le sugirió Laura—. Después me tomaré un par de horas libres y tú y yo nos sentaremos en el jardín a descansar y a que te relajes un poco.


De inmediato Paula empezó a negar con la cabeza, pero se detuvo. ¿Qué objeto tenía discutir? Laura hablaba en serio, y ella no podía insistir en que necesitaba el trabajo para pagar su hipoteca.


Una de las mayores sorpresas fue enterarse de que su tía le dejó una suma considerable de dinero. Dinero que cuidadosa, ahorró durante muchos años, a través de miles de pequeños sacrificios que nunca se mencionaron, pero que al recordar, Paula podía ver con toda claridad y que le arrasaron los ojos de lágrimas cuando el abogado le leyó el testamento.


Ella hubiera querido gritar entonces que nunca hubo la necesidad de que su tía se abstuviera de los pequeños lujos que podrían haber hecho su vida más cómoda, sólo para dejarla segura en el aspecto financiero. Ella estaba joven y sana y era más que capaz de ganarse la vida. Y, sin embargo, en la carta que le dejara, su tía le explicaba que eso era algo que siempre quiso hacer por ella, añadir algo a la suma que le dejaron sus padres, y que fue invertida, usando los intereses para cubrir los gastos de las vacaciones de Paula o para la asignación que se le diera en sus días en la universidad.


La consideración de su tía, su interés, su amor, que la consolaban aunque ella ya no estuviera allí para hacerlo, hicieron que brotaran nuevas lágrimas en los ojos de Paula.


Poco después de la partida de Pedro, obtuvo la dirección de su oficina matriz en Londres y le envió un cheque regresando el alquiler que había pagado. Era demasiado orgullosa como para quedarse con el dinero que él dijera no tenía importancia. No sería importante para él, pero para ella lo era, y mucho.


—Bebe tu café —insistió Laura.


Obediente, Paula tomó la taza, pero en el instante en que él aroma le llegó a la nariz, la invadió una nausea tal, que tuvo que dejarlo, cubrirse la boca con la mano, se puso de pie, la palidez le dijo a Laura lo que sentía, por lo que la mujer se apresuró a su lado a ayudarla a ir al cuarto de baño.