lunes, 25 de noviembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 3




¿Podía empeorar aún más la mañana?, se preguntó Paula. Como si el transporte público de Londres no fuera suficientemente malo, ahora iba a llegar a la oficina en su primer día de trabajo pareciendo una rata mojada.


-Lo siento -murmuró cuando el grupo de gente la aplastó contra el desconocido. Tenía que inclinar mucho la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara y, al hacerlo, tuvo que reconocer que era guapísimo. El pelo negro muy corto, un rostro anguloso, una boca que prometía el cielo... Sus ojos, de color azul, contrastaban con unas espesas cejas negras y, cuando sonrió, su corazón dio un saltito dentro de su pecho.


-No pasa nada -le aseguró él, con una voz ronca, muy masculina-. Parece que este sitio se ha vuelto muy popular.


-Tengo que irme -murmuró Paula, apartando la mirada. Seguía lloviendo a cántaros, pero tenia que ir a la oficina o la despedirían antes de que pudiera ponerse frente al ordenador.


-No puede marcharse ahora.- dijo el hombre.


Claro, para él era muy facil decirlo, penso Paula intentando apartarse de sus brazos. No parecía un hombre cuya vida dependía de llegar a tiempo a la oficina. Con su enorme altura y su atractivo físico tenía la apariencia de alguien que acabara de salir de las paginas de sociedad de una revista. Pero habia algo en el, un aire de autoridad, que contradecía esa idea Parecía un hombre de negocios Ademas, cualquiera se daria cuenta de que llevaba un abrigo caro, seguramente italiano Era educado, sofisticado y, por el brillo burlón de sus ojos, parecía darse cuenta de que ella se había fijado en todo eso.


Avergonzada. Paula bajó la cabeza. Pero cuando miró hacia abajo comprobó que tenía una carrera en la media.


-Alguien ahí arriba no me quiere -suspiró-. El consejo número cinco es llevar siempre un par de medias en el bolso... -estaba farfullando como una tonta, pensó, transfigurada por la sonrisa del desconocido.


Aquella estaba siendo una mañana infernal y caer en los brazos del hombre más sexy de Londres no la estaba ayudando nada.


Él la miro de arriba abajo, sin dejar de sonreír. 


-¿Por qué ha aceptado ese trabajo si no le gusta lo que dicen de su jefe?


-Por dinero. Pagan muy bien y yo trabajaría hasta para el mismo demonio por un sueldo como ése.


¿Había visto una expresión de desdén en su rostro?, se preguntó Paula. Si supiera lo que tenía que pagar de hipoteca sería más comprensivo. Seguramente él nunca había tenido que elegir entre pagar facturas y comer, pensó. Era un hombre rico y mimado, seguro. 


Su ropa, su aspecto, su actitud, lo dejaban bien claro. Y a su lado, con un abrigo barato, ella se sentía vulgar. De un tirón impaciente, Paula se apartó de su lado y miró hacia la acera.


-No puedo quedarme aquí todo el día. ¿Sabe si hay alguna tienda cerca? Tengo que comprar un par de medias.


-Al final de la calle -le informó él-. ¿Porqué no llama a la oficina para explicar por qué llega tarde?


-No tengo el número -respondió ella-. Estaba en la memoria de mi móvil, pero se ha borrado. Y no se ría -le advirtió, al notar un brillo de burla en sus ojos.


-No me he reído.


-No puedo quedarme aquí todo el día. Esto es horrible.


Ella era lo que había pensado, decidió Pedro; una Venus en miniatura y particularmente despistada. Pero en aquel momento otro golpe de lluvia empujó a la multitud hacia dentro y, al acercarse, le llego el olor de su colonia, una fragancia fresca muy agradable que despertó algo más que sus sentidos.


Aquello era ridículo, excitarse a las nueve de la mañana un Lunes... Llevaba demasiado tiempo sin tener una amante, pensó. Claro que a los treinta y ocho años, ya no estaba a merced de sus hormonas. Sus días, o mas bien sus noches, con una variedad de novias habían pasado y se había vuelto más selectivo.


Últimamente hasta el punto de no salir con nadie.


El trabajo se había convertido en su amante y quizá su cuerpo estaba recordándose que eso no era suficiente.


-Deje que la invite a un café. Puede buscar el teléfono de la oficina en la guía y, al
fin y al cabo, cinco minutos mas o menos no tienen importancia.


Por un segundo Paula estuvo a punto de aceptar, de olvidarse de la carga de responsabilidad que había llevado sobre sus hombros durante los últimos tres años. Pero cuando miró al extraño, su corazón empezó a hacer cosas raras.


No le estaba ofreciendo sólo un café. La sensual invitación estaba en sus ojos, en la sensual curva de sus labios y, por un segundo, imaginó que la besaba, imaginó que sentía el roce de aquellos labios en su cuello, en sus pechos...


-No puedo -dijo por fin- Gracias, pero no puedo. Lo siento.


No sabía cuánto tiempo se había quedado atrapada bajo el calor de su mirada, pero de repente se dio cuenta de que la gente que estaba con ellos bajo la marquesina de la cafetería había desaparecido. Y había dejado de llover.


-Bueno, encantada de conocerlo -murmuró, dando un paso atrás.


No quería marcharse sabiendo que no volvería a verlo nunca más...


-¿Se va?


-Aun tengo que buscar la oficina Y mi sentido de la orientación es malísimo. Adiós.




SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 2





Sólo llevaba unos minutos caminando cuando las primeras gotas se convirtieron en una tormenta y tuvo que buscar refugio en la marquesina de una cafetería, colisionando con una joven que, evidentemente, había tenido la misma idea.


-¡Maldita sea! -la chica patino al detenerse bruscamente y Pedro tuvo que sujetarla para que no cayera al suelo. Pero al chocar con él se le deshizo el moño, dejando escapar una maravillosa cascada de pelo sobre sus hombros. 


Era de color ámbar, entre rubio y pelirrojo, y parecía fino como la seda.


-Si hubiera hecho caso de los «Diez consejos para sobrevivir a tu primer día en Londres» antes de salir de casa... -sonrió, sacudiendo una revista que llevaba en la mano-. El consejo número cuatro era llevar siempre un paraguas


-¿Y cuál era el primero? -pregunto Pedro.


Un par de enormes ojos grises se clavaron en él con solemnidad hasta que, literalmente, sintió que se estaba ahogando.


-Salir de casa con tiempo para no llegar tarde a ningún sitio... y yo llego horriblemente tarde. ¿Sabe que han cancelado el tren de las ocho y cinco sin dar ninguna explicación?


Era preciosa, pensó Pedro. De una belleza exquisita, tuvo que reconocer, sorprendido por su propia reacción. Él era un conocedor de la belleza femenina, pero había algo en aquella mujer, quizá la curva de sus pómulos y sus generosos labios, que despertaba una inesperada ola de deseo. Era esbelta y mas bajita que el. 


Parecía vulnerable, pero él sabía que las mujeres siempre eran más duras de lo que parecían.


-Seguro que su jefe entiende que no puede usted luchar contra el transporte público de Londres.- murmuró.


Pero ella negó con la cabeza, el pelo moviéndose como si fuera un halo alrededor de su cara.


-No estoy tan segura. Es un maníaco de la puntualidad... bueno, eso me han dicho.


-¿No lo conoce? -Pedro pensó en la coincidencia de que tampoco él conociera a la nueva secretaria. Su ayudante personal la había contratado a través de una agencia de empleo temporal... pero Margarita había descrito a la candidata como una chica muy sensata.


La mujer que tenía delante era una preciosidad, pero dudaba que la hubieran empleado por su sensatez; porque aquella chica era más bien... despistada. Como para probarlo, de repente pareció darse cuenta de que estaba en los brazos de un completo extraño y, al intentar apartarse, se le enganchó el pelo en un botón de su abrigo.


-Espere un momento -dijo Pedro.


Pero mientras intentaba desenganchar el mechón de pelo fueron empujados por una multitud de gente que intentaba cobijarse de la tormenta.


Al tenerla tan cerca se quedó sorprendido por la palidez de su piel, que era casi transparente, y por sus ojos de color gris verdoso rodeados de largas pestañas. Había algo muy sensual en que no llevara maquillaje... aparte de brillo en los labios. Su pelo olía a limón y a lluvia y tuvo hacer un esfuerzo para no enredar los dedos en él...



SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 1




PARECE que hay un atasco, señor Alfonso ¿Quiere que dé la vuelta? 


-No, iré andando desde aquí -Pedro Alfonso cerró su maletín y marcó el número de su oficina en el móvil-, Margarita, estoy en un atasco. ¿Puedes comprobar si las notas sobre el informe Danton están completas? Las necesito para el juicio de mañana. Pídele a la secretaria que pase al ordenador cualquier cosa que sea relevante.


Su ayudante personal, Margarita Rivers, tardó unos segundos en contestar:
-No ha llegado todavía. Pero en cuanto llegue...


-Son las nueve y diez -la interrumpió Pedro, irritado. Luego echó un vistazo a su alrededor y suspiró. Quizá la nueva secretaria tenía una buena excusa para llegar tarde el primer día trabajo, pero no sonaba nada prometedor.


-Yo creo que va a llover -el chófer, Barton, murmuró, mirando el cielo.


Pero Pedro estaba impaciente. Odiaba la inactividad y empaparse era mejor que esperar en el coche.




SECRETOS DE AMOR: SINOPSIS




Paula Chaves había conseguido un magnífico empleo. Aquello era estupendo porque su vida no había sido nada fácil desde que su marido la había abandonado por otra mujer, dejándola sola con su hijita.


Pero su nuevo jefe era todo un desafío. El importante abogado Pedro Alfonso, conocido por sus tácticas despiadada, había dejado muy claro desde el principio que esperaba que su secretaría estuviera localizable siempre que la necesitara.


Pero él no sabia que tenia una hija. Entonces lo acompaño a París en un mágico viaje de negocios. Acabó en la cama con él... y supo que se había enamorado.




Estaba a las órdenes del Jefe... en todo lo que deseara.





domingo, 24 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO FINAL





Durante los días siguientes, Pedro y Paula permanecieron perdidos en su mundo particular y no le contaron a nadie que se habían comprometido. El sábado por la tarde, decidieron contar la noticia. Pedro llamó a su familia y Paula se puso al teléfono para saludar. 


Sabía que toda la familia de Pedro se preguntaba por qué había regresado a Youngsville el Día de Acción de Gracias. Los padres de Pedro parecían gente encantadora, y les hicieron prometer que irían a visitarlos en Navidad.


La madre de Paula también se alegró al oír la noticia, y ya tenía dos buenos motivos para ir a Youngsville. Paula sabía que su madre se quedaría impresionada con Pedro. Incluso se sorprendería de que Paula le hubiera robado el corazón.


Cuando Pedro se fue a su apartamento para hacer unas cosas, Paula bajó a casa de Rosa. 


Quería contarles la noticia a todas sus amigas a la vez, pero no encontró a Lila ni a Silvia en casa, y sabía que Yanina había ido a visitar a la familia de Erik.


—Tengo que darte una buena noticia, Rosa —dijo Paula nada más entrar—. Pedro y yo estamos comprometidos.


—¿De veras? ¡Eso es magnífico! —Rosa le dio un gran abrazo—. Ya me imaginaba que pasaba algo así, he visto que su coche lleva aparcado ahí abajo desde el jueves.


Paula se rio y se sonrojó. No habían salido del apartamento ni para comer.


—Sí, bueno… gracias por la comida —contestó ella, refiriéndose al paquete con comida que Rosa le había dejado en la puerta. Después cambió de tema—. Pedro me ha regalado un anillo. Creo que sabía antes que yo que iba a aceptar su propuesta.


—Déjame verlo —Rosa le tomo la mano—. Qué diseño más bonito. ¿Es de Colette?


Paula asintió.


—De la nueva colección que he estado preparando. Franco, mi jefe, se lo ha hecho para mí.


—Qué detalle. Por todo lo que me has contado, Pedro parece un hombre maravilloso. Me alegro mucho por ti, Merri.


—Gracias, Rosa. No puedo esperar a que lo conozcas.


—Yo tampoco —Rosa sonrió, y Paula supo que Pedro y Rosa se llevarían estupendamente—. ¿Por qué no lo invitas a cenar aquí esta semana? Le diré a Silvia, Lila y Yanina que vengan también. Tampoco lo conocen, ¿verdad? Haremos una pequeña celebración.


—Por favor, Rosa. No quiero que te molestes. Ya has celebrado el Día de Acción de Gracias para todos nosotros.


—No es ningún problema —contestó Rosa—. Haremos algo sencillo, te lo prometo. Cuando te vas haciendo mayor, Merri, te das cuenta de lo importante que es celebrar algo siempre que se puede. Vosotras cuatro sois como mi familia. Me encantará teneros aquí a todas y conocer a Pedro, ¡por favor, déjame!


Las palabras de Rosa llegaron a lo más profundo del corazón de Paula. Las chicas de Amber Court también eran como su familia. La familia que nunca había tenido.


—Por supuesto —contestó Paula con una sonrisa—. Para mí será un honor, pero tienes que dejar que te ayude.


—De acuerdo —dijo Rosa.


Después, cuando Paula estaba a punto de marcharse, recordó que llevaba una cajita en el bolsillo.


—Casi se me olvida —le dijo a Rosa—. Te he traído el broche. Muchas gracias por prestármelo.


—De nada. Me encanta ver que alguien lo usa. Las joyas bonitas no deben quedar guardadas en un cajón y sacarse solo en ocasiones especiales.


—Estoy de acuerdo. Pero yo trabajo en ese campo… y tú hablas como si también lo conocieras bien —añadió Paula entre risas.


—No digas tonterías, cariño. No soy ese tipo de mujer, créeme —Rosa abrió la caja y miró el broche—. Pero me gusta saber que tú y las otras chicas habéis utilizado este broche. Creo que voy a dejárselo a Silvia. Es la única que todavía no lo ha tenido.


—Es verdad —dijo Paula.


Rosa cerró la cajita y la puso sobre la mesa.


—Se lo daré la próxima vez que la vea. Puede que le levante el ánimo. Está bastante preocupada por la situación de Colette.


—Sí, se lo ha tomado muy en serio —dijo Paula—. Más que nadie —Paula se sintió culpable—. He estado tan ocupada con Pedro y preparando la exposición, que apenas he estado pendiente de ella —admitió.


—No te preocupes —dijo Rosa—. Eso es lo que pasa cuando una se enamora. El resto del mundo desaparece. Estoy segura de que Silvia lo comprenderá —miró la caja que contenía el broche—. Y si no lo comprende ahora, lo hará cuando le suceda a ella.


—Eso espero —Paula pensó en la felicidad que había encontrado con Pedro y deseó que a Silvia le ocurriera lo mismo—. Espero que pronto encuentre a alguien que le guste —añadió Paula—. Se merece lo mejor.


—Por supuesto que sí. Pero ya sabes que no se puede buscar la felicidad. Hay que esperar a que ella te encuentre a ti. Pero tengo la sensación de que pronto encontrará a Silvia.


Paula miró a Rosa y, una vez más, notó ese brillo misterioso en su mirada. Un brillo que le producía curiosidad acerca de su pasado.


«Algún día, Rosa nos contará su secreto», pensó Paula. Sin embargo, se contentó con dedicarle una sonrisa a Rosa, y preguntarse si la intuición que tenía sobre Silvia se convertiría en realidad. Eso esperaba.




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 39





Justo en ese momento, llamaron al telefonillo. 


Rosa fue a contestar desde el recibidor. 


Paula la oyó hablar con alguien y después vio cómo apretaba el botón para abrir la puerta del portal.


¿Estaba esperando a otro invitado? No había dicho nada, pero como tenía tantos amigos… 


Mientras Paula sacaba las tazas, alguien llamó a la puerta.


—Paula, ¿puedes abrir, cariño? —le preguntó Rosa. Ella estaba sacando una tarta de manzana del horno.


Paula se acercó a la puerta y abrió.


—¡Pedro! —exclamó—. Creía que te habías ido a Wisconsin.


Después sintió un nudo en la garganta.


—Me fui, pero di media vuelta y regresé.


Pedro la miró fijamente y ella sintió un fuerte deseo de lanzarse a sus brazos, pero se contuvo.


No, no podía hacerlo. No sabía por qué había regresado. Probablemente solo para aclarar las cosas antes de volver a marcharse. No era el tipo de hombre que se marchaba sin dar explicaciones.


—¿Podemos hablar en privado? ¿En tu casa? —preguntó él.


—Sí… sí, por supuesto. Espera un momento. Voy a decirle a Rosa que me marcho.


Regresó a la cocina y le dijo a Rosa que Pedro y ella tenían que hablar en privado.


—Tómate tu tiempo. Te guardaré un poco de postre —contestó.


Sin que el resto de los invitados se diera cuenta, Paula salió de la casa y se fue a su apartamento con Pedro. Una vez dentro, sintió un nudo de temor en el estómago.


—Has venido desde muy lejos… ¿qué quieres decirme? —le preguntó.


Pedro se colocó frente a ella. Era tan atractivo… demasiado maravilloso para dejarlo marchar.


—Que te quiero de verdad —dijo él—. Y que quiero que seas mi esposa. No me importa si no quieres formar una familia. Te quiero, Paula. No creo que pudiera vivir sin ti… Y no quiero intentarlo —confesó—. Si aceptas casarte conmigo, seré el hombre más afortunado del mundo.


Paula se quedó de piedra. Ella también había pensado en los problemas que tenía con Pedro, y había llegado a nuevas conclusiones. Pero no creía que iba a poder compartirlas con Pedro.


Comenzó a llorar y se tapó la cara con las manos. Eran lágrimas de felicidad. Pedro la abrazó y la besó en la frente.


—Paula, ¿qué pasa? Por favor, cuéntamelo.


Ella respiró hondo y sonrió.


—He estado pensando, Pedro —le dijo—. Me has ayudado mucho. Tu amor y tu respeto han hecho que muchas cosas fueran posibles para mí. Por una vez en la vida, he conseguido superar mis inseguridades. Y me he dado cuenta de que, en el fondo, siempre he deseado tener hijos, solo que siempre lo he negado y he permitido que el miedo controlara mis sentimientos. Quiero casarme contigo, Pedro, y tener hijos tuyos. Sé que a tu lado, puedo hacer cualquier cosa —le confesó—. Y detesto pensar que algún día tendrás un hijo con otra mujer —añadió—. Quizá tenga miedo de la maternidad, pero eso no podría soportarlo —añadió, y le acarició el rostro.


—¿Lo dices de verdad? —preguntó él, con expresión de sorpresa y felicidad.


—Completamente.


Él sonrió y la besó.


—Eres la única mujer de mi vida, Paula. Ahora y siempre.


—Lo mismo digo —murmuró ella, y lo besó otra vez. Antes de que las cosas llegaran demasiado lejos, Pedro se retiró.


—Espera, casi se me olvida. Tengo algo para ti… —sacó un caja de terciopelo azul del bolsillo. 


Paula reconoció en seguida el logotipo de Colette y sintió que le temblaron las manos cuando él se la dio.


—Bueno, ¿no vas a abrirla? —preguntó él con una sonrisa.


—Por supuesto —dijo ella, y abrió la caja.


—Oh, Pedro… ¿cómo lo sabías? —preguntó con incredulidad.


Era su anillo de compromiso favorito de la Colección Para Siempre. El anillo con el que siempre había soñado y que deseaba que le entregara un hombre muy especial.


Su sueño se había convertido en realidad.



Pedro tomó el anillo y lo colocó en el dedo de Paula.


—Te queda perfecto —dijo con orgullo. Levantó su mano y la besó—. Franco me dijo que era tu favorito, y me ha hecho éste a partir de tu diseño. ¿Así que voy a tener el honor de que te cases conmigo, Paula?


—Sí, era mi favorito —dijo ella, y miró a Pedro y después el anillo—. Diseñaré nuestros anillos de boda —le dijo, y lo tomó de la mano y lo llevó hasta el dormitorio—. Creo que el grupo que está en casa de Rosa puede pasar sin nosotros, ¿no crees? —le preguntó Paula con un susurro sexy.


—No les quedará más remedio —el brillo de los ojos de Pedro y el tono de su voz, la excitaron—. Menos mal que es un fin de semana largo.


Paula se rio y él la tomó en brazos y la llevó a la cama.


—Hmm… tienes razón. Qué bien.


Pedro se colocó sobre ella y se besaron durante largo rato. Se querían tanto que necesitarían más de diez vidas para expresar su amor o satisfacer su deseo.




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 38




Paula no recibió noticias de Pedro, ni esa noche, ni el día siguiente. Terminó el alfiler de corbatas y los llaveros que le había encargado y pensó en mandárselos al despacho. Lo habría hecho si hubiera sido otro cliente. Pero no quería que pareciera que trataba de forzarlo para que la llamara, así que decidió guardar las piezas durante el fin de semana. Después, hablaría con él por última vez. El miércoles, cada vez que sonaba el teléfono en su despacho, se sobresaltaba. Después, por la tarde, pensó que Pedro ya se habría marchado al aeropuerto y que no la había llamado para despedirse.


¿Habían terminado y ella no era capaz de asumirlo? Quizá nunca más volviera a saber de él. No podía esperar que después de rechazar la propuesta de matrimonio de Pedro, él volviera para arrodillarse ante ella. Él no iba a suplicarle que aceptara la propuesta. De eso estaba segura.


El miércoles por la noche, cuando Paula regresó del supermercado encontró un mensaje de David Martin en el contestador automático. Se sorprendió al oír su voz. Se preguntaba si estaría enfadado por cómo había reaccionado ella ante sus insinuaciones, y si habría cambiado de opinión acerca de la exposición. Pero sin Pedro, la exposición ya no le parecía importante.


Sin embargo, David parecía animado y lo único que quería era darle algunas instrucciones acerca de cómo enviar las esculturas a la galería. Al parecer, él iba a actuar como si nada hubiera pasado y todo le indicaba que eso era lo que ella debía hacer también.


David le dijo que iba a estar fuera de la ciudad unos días, y que si necesitaba algo contactara con su ayudante. Después le deseó que Pedro y ella pasaran unas buenas vacaciones.


«Vaya ironía», pensó Paula. «Estas van a ser las peores vacaciones de mi vida».


El Día de Acción de Gracias, se puso a preparar la tarta por la mañana. Estuvo a punto de buscar alguna excusa para no ir a casa de Rosa, pero sabía que todas iban a insistir para que fuera y que no podría librarse. Así que, hacia la una del mediodía, se vistió y bajó.


Silvia, Yanina y Erik ya estaban allí. El aroma a pavo invadía la casa y Paula sintió que se le hacía la boca agua.


Rosa salió de la cocina con un delantal y recibió a Paula con un gran abrazo. Después, puso cara de asombro y Paula se dio cuenta de que Rosa se había fijado en que llevaba su broche en el vestido.


—Oh, Rosa, me lo he puesto para que no se me olvide devolvértelo. Toma —comenzó a quitárselo.


—No seas tonta. Quédatelo, solo un día más, Merri —le dijo Rosa—. Te queda muy bien con ese vestido, y prefiero vértelo puesto que guardado en un cajón. Además —añadió Rosa—, estoy pensando en prestárselo a Silvia. Se lo daré más tarde, después de la cena. Siempre le ha gustado, y ahora que Yanina, Lila y tú, ya lo habéis usado, creo que le toca a ella.


Paula aceptó, pero prometió en silencio que cuando terminara la cena se lo devolvería.


Reunirse con sus amigas y una buena comida era lo que Paula necesitaba para olvidarse durante un rato de que su relación con Pedro había terminado. Aun así, Pedro estaba siempre presente en sus pensamientos, y a veces, se abstraía de la conversación y lo imaginaba en Greenbrier rodeado de su familia.


Después de la cena, comenzaron a hablar de la compra de Colette, y Paula se metió en la conversación.


—He oído que ha comprado más acciones —dijo Silvia con preocupación—. Ya no queda mucho.


—Quizá a alguien se le ocurra cómo detenerlo. ¿No hay ninguna postura legal que pueda adoptar la empresa? —preguntó Lila.


—Sí, los abogados están buscando la manera de detenerlo —dijo Yanina—. Pero se las sabe todas.


—Me pregunto cuáles son sus motivos —dijo Nico.


—Es evidente que sabe que si lo consigue va a destrozar la vida de mucha gente, pero no parece importarle —interrumpió Silvia—. Debe de ser un hombre miserable.


—Sí —dijo Paula—. Eso mismo pienso yo.


—Bueno, ya vale de pesimismos —dijo Rosa—. Puede que después de todo, salga bien.


—Ya sabes lo que dicen en el béisbol —dijo Erik—. No ha terminado hasta que ha terminado.


Rosa se rio.


—Bueno, esta fiesta no termina hasta que nos hayamos comido todo el postre. ¿Quién me ayuda a traer el café y las tartas? Creo que hay una para cada uno.


—Yo voy, Rosa —se ofreció Paula. Esperaba poder marcharse después del café.