martes, 5 de noviembre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO FINAL




Cuando alcanzara a sus queridos hijos, a los que por cierto no dejaba de oír riéndose, iba a decirles un par de cosas sobre esa manía suya de meterse en lugares estrechos y sucios. Iba a acabar muerta allí dentro; bueno, al menos así no volvería a ver a Pedro y dejaría de sufrir por él. Era irónico que fuera a morir en un túnel que llevaba hasta su sótano. Ahí estaban las risas otra vez; tenía que darse prisa.


No podían estar mucho más lejos, se los oía muy cerca pero, claro, ahí dentro no veía nada. 


Paula decidió tantear con la mano a ver si así encontraba algo. Ahora lo entendía todo, ya sabía por qué oía las voces, pero no podía alcanzarlos. ¡Era una grabadora! Sus propios hijos le habían tendido una emboscada.


-¡Aaaaaaaa! -gritó asustada al notar que una mano tocaba la suya.


-¿Paula? -habría reconocido esa voz en cualquier lugar.


-Pedro. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?


-Morirme -respondió él con un hilo de voz.


Parecía que la emboscada había sido doble.


-Os hemos atrapado -se oyó la voz de Celina al final del túnel, acompañada por un coro de risas.


-Y no pensamos dejaros escapar -advirtió Malena.


-Así que besaos y arreglad las cosas -dijeron los gemelos.


En lugar de ponerse a llorar, Paula hizo lo único que pudo. Se echó a reír.


-¿Qué es lo que te parece tan divertido? -preguntó Pedro, angustiado.


-Nada… y todo a la vez.


-Para, por favor, estás gastando todo el aire que queda aquí dentro.


-Vamos, Pedro, aquí hay aire de sobra -dijo ella sin tomarlo realmente en serio-. Enseguida nos dejarán salir.


-¿Cuándo es «enseguida»?


Paula alargó la mano y le palpó la cara, eso le infundió cierta calma.


-¿Qué te ocurre?, pareces un pez fuera del agua.


-¡Qué romántico por tu parte! -farfulló Pedro-. Es que tengo un pequeño problema con… los espacios cerrados. Y un problema realmente grande si esos espacios son oscuros además de estrechos.


-¡Tía, déjanos salir ahora mismo! -gritó Paula inmediatamente.


-No hasta que no hayáis arreglado las cosas -respondió Celina.


-Vamos, Pedro se encuentra mal. Le está dando una especie de ataque de ansiedad o algo así.


-Seguro que está Fingiendo. Arreglad las cosas y luego os sacamos de ahí.


- ¡Y daos un beso! -esa era Abril.


-¿Y si se desmaya? -insistió Paula.


-Pues sacaremos su cuerpo, pero después de que os hayáis reconciliado.


Como desmayarse resultaba una posibilidad demasiado humillante, Pedro apretó con fuerza la mano de Paula, intentó tomar aire y sacar la verdad a la luz… o a la oscuridad en ese caso.


-Escucha, me he metido en este agujero inmundo porque Celina me dijo que los niños pensaban que lo ocurrido entre nosotros era culpa suya y no querían salir. Pero si esto no hubiera ocurrido, habría encontrado otra manera de llegar a ti. Seguramente no lo habría hecho atravesando paredes, pero lo habría hecho. Te lo prometo. Te quiero. Quiero despertarme a tu lado cada mañana el resto de mi vida. Quiero verte, amarte, reírme contigo porque sé que juntos estamos mucho mejor de lo que jamás podremos estar separados el uno del otro. He tardado demasiado en darme cuenta y aceptarlo, pero te prometo que soy un tipo responsable. Quiero estar contigo y con Abril y Marcos, y quizá con algún otro hijo tuyo y mío… si tú quieres.


Se había quedado sin aliento y sin palabras, pero le quedaba la esperanza.


-¿Paula?


Notaba que se había acercado un poco a él.


-Di algo, preciosa, lo que sea, pero di algo.


Entonces notó unos labios junto a los suyos. Si le hubieran quedado fuerzas, habría gritado de euforia, pero lo hizo ella en su lugar.


-Dice que me quiere -chilló entusiasmada-. ¡Ya puedes dejarnos salir, Celina!


A ambos lados del túnel se oyeron exclamaciones de alegría, seguidas de objetos que se movían para abrirles el camino. Una vez fuera, Pedro se apoyó en la pared hasta recuperar el color y la fuerza.


-Gracias -le dijo a Celina lleno de sarcasmo.


-No ha sido nada -respondió ella sin dejar de reír.


No tuvo tiempo para contestar porque en ese momento salió Paula del túnel y ya no pudo hacer caso a nada más.


-No habrás dicho todo eso solo para que nos dejaran salir de ahí, ¿verdad? Como sea así, te prometo que soy capaz de volverte a meter con mis propias manos. Con esto no estoy diciendo que me haya parecido una buena idea que nos tendieran esta trampa. Yo estaba tan sorprendida como tú, pero si…


Pedro hizo lo único que podía hacer para callarla cuando se ponía así.


La besó… y esa vez fue el primero de una serie de besos que iban a durar toda una vida.



Fin




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 46




Sabía perfectamente dónde encontrarlos, y sabía que no se habrían conformado con bajar hasta el sótano. No, teniendo aquel túnel y una fiesta al otro lado, ¿cómo iban a resistirse? Así que allí estaba ella, con un vestido largo y ceñido y a punto de meterse en el claustrofóbico conducto de la calefacción. El mismo conducto que llevaba días pensando en tapar, pero que desgraciadamente había dejado como estaba.


«No me hagáis hacer esto, por favor. Por favor, no me obliguéis a meterme ahí», pensaba Paula al tiempo que se subía el vestido hasta las caderas y se asomaba al túnel. Sí, las voces de los fugados se oían por ahí dentro.


A partir de las diez, hubo una verdadera avalancha de clientes de la que tuvo que hacerse cargo al tiempo que intentaba no oír la música, cada vez más alta, que provenía del local de al lado.


-Mami, ¿has oído la música de Pedro? -le preguntó Abril agarrándole la mano.


-¿Cómo podría no hacerlo? -respondió ella gritando con rabia-. Lo siento, cariño. No debería haberte hablado así.


-No te preocupes. Ya nos dijo Celina que estabas muy triste y que teníamos que ser extrabuenos. Vas a ver que mañana ya estarás mejor -su propia hija la consolaba como si fuera su madre. Era dulce y muy triste al mismo tiempo.


Siguió atendiendo a la gente intentando no pensar en nada más. Quince minutos después, vio aparecer a Malena con gesto preocupado.


-Paula… no te asustes, pero los gemelos…


-Han desaparecido -adivinó sin ningún esfuerzo.



***

Pedro vio entrar a Malena en su fiesta y encaminarse hacia Celina a toda prisa. Las dos mujeres se pusieron a hablar y después lo miraron. Vio con terror cómo Celina se acercaba a él.


-Los gemelos se han metido en el túnel y dicen que no van a salir hasta que no hablen contigo -le explicó preocupada.


-¿Quieres decir que están ahora mismo dentro del conducto?


-Exactamente. Malena dice que Paula lleva un rato intentando convencerlos para que salgan, pero no ha conseguido nada -cada vez parecía más enfadada-. ¿Sabías que esos pobres están convencidos de que lo que ha pasado entre su madre y tú ha sido por su culpa? Llevan noches sin apenas dormir.


-Pues ya somos tres -admitió Pedro mientras se daba cuenta de lo injusto que era que dos niños de cinco años estuvieran sufriendo por algo que había sido única y exclusivamente culpa suya. Y por mucho que le doliera reconocerlo, le importaba mucho lo que les pasara a esos monstruitos.


-Tienes que arreglarlo -Celina no se lo estaba pidiendo, se lo estaba ordenando. Lo agarró de la mano y lo condujo hacia el sótano atravesando la multitud.


Allí estaba él, a punto de vivir su peor pesadilla. Iba a meterse en un espacio en el que apenas cabía un niño; un lugar oscuro, sucio y sin aire. 


No iba a poder aguantarlo. Sí, tenía que aguantar, tenía que solucionar todos sus errores y comportarse como un adulto. Lo único que tenía que hacer era meterse ahí y no pensar, imaginarse campos abiertos donde el viento soplaba libremente.


Una vez dentro del túnel, se le empezó a nublar la vista y la frente se le cubrió de sudor frío. 


Entonces oyó las risas de los niños y pensó que lo mejor era acabar cuanto antes, moverse lo más rápido posible y salir de esa pesadilla.






UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 45




Con la cantidad de trabajo que estaba habiendo, Paula se las había arreglado para alejar de su mente la fiesta de Pedro durante toda la semana. 


Lo peor llegó esa misma noche, cuando su tía le dijo que se iba más temprano para arreglarse. 


Afortunadamente, Malena estaba allí para echarle una mano con la tienda… y darle un pañuelo si volvía a llorar.


La noche fue transcurriendo sin incidencias; de vez en cuando no podía evitarlo y sus pasos la llevaban hasta el lado de la pared que la separaba de Pedro. Una vez allí intentaba oír algo aparte de la música, pero lo único que consiguió percibir eran voces de mujeres, a Pedro no se lo oía por ningún lado. Entonces volvía a llorar. ¿Habría montado un harén en lugar de una galería?



***


Pedro se apoyó en la pared e intentó abstraerse de todos los ruidos que lo rodeaban y concentrarse en lo que sucedía al otro lado de aquel tabique. Nada, no se oía nada. Había llenado su lista de invitados de mujeres ricas y guapas y, sin embargo, no dejaba de pensar en una que no estaba allí.


-Ella también está triste -le dijo de pronto Celina poniéndole una mano en el hombro.


-¿Quién?


-¿Cómo que quién? Paula, no te hagas el tonto. Además, si intentas hacerme creer que no estás pensando en ella, al menos sepárate de esa pared.


-Tienes razón -admitió él encogiéndose de hombros. Llevaba toda la semana recordando y analizando una y otra vez el gesto que le había hecho a través del escaparate. ¿Por qué le habría sacado la lengua? No sabía si eso era buena señal o simplemente quería volverlo loco. Si era así, lo había conseguido con creces.


-¿Por qué no vas y le dices que se una a la fiesta?


Hasta ese momento no se había dado cuenta de que Celina tenía los ojos del mismo verde que su sobrina, y transmitían la misma dulzura, cosa de la que no era merecedor.


-Creo que será mejor que me quede aquí.


-Es decisión tuya -respondió Celina moviendo la cabeza-. Una decisión equivocada, pero tuya al fin y al cabo.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 44





Según Celina, la campaña de Navidad de ese año estaba siendo más dura y ajetreada que nunca. Parecía una venganza. La sonrisa de Paula al recibir a los clientes era tan artificial como el árbol de plástico que adornaba la tienda. Eso sí, sus diseños parecían venderse solos.


-Siéntate y descansa -le ordenó su tía cuando llegó el correo. Por primera vez en toda la tarde, tenían cinco minutos de descanso. Celina se acercó a ella y le dio un sobre marrón-. ¿Qué quieres que haga con esto?


Era una invitación para la inauguración de la Galería Alfonso, y estaba dirigida a Celina. Se le llenaron los ojos de lágrimas que intentó contener. Aunque sabía que tampoco habría ido aunque la hubiera invitado, ¿verdad?


Pero lo echaba tanto de menos. Añoraba sus bromas, reírse con él, la intimidad que habían conseguido, tener a alguien con quien compartir sus sueños. El problema era que Pedro le había dejado muy claro que no quería compartir su vida con ella. ¿No había pedido alguien que le dijera la verdad? Pues ahí lo tenía.


-Creo que deberías ir -respondió por fin a su tía devolviéndole el sobre.


-No tengo el más mínimo interés estando las cosas como están entre vosotros. De verdad, me da igual no ir. Además, esa misma noche es la fiesta de los vendedores del barrio -le explicó que se trataba de una celebración anual, un día en el que todas las tiendas y galerías de la zona se quedaban abiertas hasta altas horas de la noche.


-Ve, tía. Pedro es tu inquilino, además del hijo de un viejo amigo. Olvídate de mí y ve tranquilamente.


Celina la miró emocionada, cosa nada usual en alguien como ella.


-¿Sabes que te estás convirtiendo en una mujer excepcional?


La situación era demasiado difícil para el débil ánimo de Paula.


-¿Te importaría quedarte sola un rato? Creo que necesito salir a dar un paseo.


-No solo no me importa, sino que me voy a quedar con los niños esta tarde. Vete a dar ese paseo y luego lee, escucha música, cómprate algo, lo que quieras. ¿Qué te parece?


-Que eres mi hada madrina.


-Solo si tu hada madrina puede escuchar a Santana y beber un poco de whisky de vez en cuando -le dijo sin ocultar la emoción.


-Por mí, estupendo.


Salió de allí dispuesta a relajarse y convertirse de verdad en una mujer fuerte. Desde que había roto su relación con Pedro, cada vez que pasaba por su galería hacía un esfuerzo tremendo para no mirar al escaparate. Daba igual que estuviera cubierto de papel, siempre tenía la sensación de que él podía verla. Ese día decidió que debía dejar atrás esas manías y mirar. Después de todo, solo iba a ver papel.


«Uno… dos…. tres y… ¡Dios! ¡Ya no había papel… ya no había nada entre ella y… Pedro


A pesar de que lo que de verdad habría querido hacer habría sido salir corriendo, se enfrentó a la situación con determinación y lo miró a los ojos sin pestañear. Nada más verlo, se dio cuenta de que se había estado engañando a sí misma; podría vivir sin él, pero no sería feliz, al menos no por mucho tiempo. Incluso ataviado con una simple camiseta gris y unos vaqueros estaba irresistible. Especialmente sabiendo lo que se sentía estando entre esos brazos, conociendo el sabor de su piel…


En los ojos de Pedro también quedaba sentimiento y dolor. Le encantaba resultarle molesta. En un gesto totalmente infantil, pero muy satisfactorio, siguió mirándolo y le sacó la lengua. Se acabaron los dramas, si tenía que pasar por todo aquello, mejor hacerlo con humor. Se echó a reír al ver el modo en el que él reaccionó levantando las cejas. Después se alejó de allí a toda prisa.



Esa misma tarde Celina decidió que, ya que era su hada madrina, iba a actuar como tal e iba a poner en marcha sus poderes. Con la ayuda de Abril y Marcos, por supuesto.


-¿Malena? -preguntó cuando contestaron a la llamada de teléfono que estaba haciendo-. Soy Celina Chaves. Verás, es que a los gemelos y a mí se nos ha ocurrido una sorpresa para Paula y necesitamos tu ayuda.




lunes, 4 de noviembre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 43




Unas horas más tarde, Paula tenía la mirada perdida en el techo de su dormitorio. La explicación de los gemelos le había roto el corazón:
«Mami, no estábamos haciendo el juego del papá. De verdad que no. Esta vez queríamos que fuera de verdad».


Sí, a ella también le habría gustado que fuera así. Pero no iba a llorar, se negaba a derramar una lágrima. El silencio era aplastante, no se oía nada tampoco al otro lado de la pared, pero sabía que estaba allí; podía notar su presencia. 


También sabía que estaría pasándolo mal, le estaba bien empleado.



***


Acción de Gracias y él estaba allí solo. No tenía por qué afeitarse o quitarse el pijama porque nadie iba a verlo. Paula y los niños se habían marchado por la mañana temprano sin hacer ni un ruido. Se había acostumbrado a oírlos a todas horas y ahora los echaba de menos. Era como si ella hubiera decidido castigarlo sin su presencia porque, al no oírlos, la sentía más lejos. Todo estaba silencioso, como muerto.


No podía seguir en su casa porque se acordaba de todos los sitios en los que habían hecho el amor, donde habían estado juntos. Lo mejor sería bajar a la galería, dado que no parecía que fuera a tener ninguna invitación de Acción de Gracias…


Fue entonces cuando se dio cuenta. El descubrimiento lo golpeó como un mazazo y lo dejó helado. No podía perdonarse el tremendo error que había cometido. Llevaba semanas ocultándose a sí mismo lo que sentía. Se suponía que deseaba ser independiente y no comprometerse con nada, pero no se le ocurrió que a lo mejor sus sentimientos habían ido cambiando. Ahora ya no tenía ningún sentido porque se había quedado solo, sin ningún compromiso. En realidad, lo que siempre había deseado era tener capacidad de elección sobre su vida, y eso Paula jamás se lo había negado. 


Había sido él el que había decidido seducirla y cambiar por ella…. Y luego había decidido apartarla de su lado. Quizá no había tomado la decisión de amarla, pero eso había ocurrido lo quisiera o no. Y había ocurrido nada más conocerla, cuando la vio agachada debajo de aquella mesa, y seguía amándola cuando la dejó allí en el apartamento dolida y sola.


Ya no podía hacer nada. Además, seguramente ella merecía alguien mejor que él, y Marcos y Abril también. Se había comportado como un cretino. Paula jamás estaría dispuesto a aceptarlo y no podía culparla por ello.





UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 42




Se desabrochó la cazadora, pero no se la quitó porque no pensaba quedarse mucho tiempo. 


Apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y cerró los ojos; tenía que atajar aquella situación cuanto antes. En ese momento apareció Paula y lo miró de arriba abajo como si fuera un verdadero desecho humano.


-Lo siento -dijo él poniéndose en pie.


-¿Qué es lo que sientes?


-Pensé que podría hacerlo: adaptarme a los niños, cambiar mis planes…


-¿Quién demonios te ha pedido que cambies? -replicó ella con extrema dureza-. Yo estoy segura de no haberlo hecho, de hecho me acuerdo de haberte dicho justo lo contrario. Desde el mismo instante que me conociste sabías que tenía dos hijos -se cruzó de brazos y dio un paso atrás mientras seguía hablando-. Yo jamás te he pedido que renuncies a nada por mí.


El asintió, pero no dijo nada; resultaba muy difícil rebatir la verdad.


-Abril y Marcos solo estaban fantaseando; saben perfectamente que hicieron mal en contarle a su profesora esa historia y lo sienten mucho. Pero es natural que quieran tener un padre.


-No es solo lo que le dijeron a su profesora -intervino Pedro intentando deshacerse del pánico que lo atenazaba-. Son muchas cosas… Y no puedo solucionarlas todas.


-Al menos podrías intentarlo. No creo que sea mucho pedir.


-No, no lo es y lo siento, pero… no puedo -añadió haciendo un gesto de impotencia-. No puedo comprometerme a darte lo que tú necesitas. No puedo… atarme de esa manera. Lo siento -volvió a repetir.


-Sé que lo sientes, yo también. No voy a hacer ninguna escena, ni voy a pedirte que lo reconsideres. Se supone que eres un hombre adulto, tú sabrás qué es lo que quieres de la vida -el modo en que lo miraba denotaba cierta pena por él-. El problema es que creo que no tienes la menor idea. Bueno, vamos a dejarlo.


El nudo que tenía en la garganta fue bajando hasta estrujarle el corazón.


-¿Puedo venir alguna vez?


-¡No! -respondió con fuerza-. Eso sería demasiado para Abril y para Marcos.


-No era en ellos en quien pensaba.


Le abrió la puerta y le hizo un gesto para que se marchara.


-No, eso ya lo sé.


La puerta se cerró a su espalda, era el sonido más definitivo que había oído jamás.



UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 41





-¡Malditas relaciones! -refunfuñó Pedro solo en su dormitorio.


Dos semanas antes había visto el cielo abierto al conseguir un periodo de tranquilidad en el que habían acordado no hablar del futuro de su relación, ni de las responsabilidades, ni de las obligaciones. Dios, esas palabras le provocaban un sudor frío. El problema era que ese silencio no había hecho más que avivar todas aquellas cuestiones y ahora lo seguían allá donde fuera. 


Sabía que no podía seguir huyendo indefinidamente.


Para colmo de males, ese mismo día tenía que asistir a la obra de teatro de Acción de Gracias en el colegio de Abril y Marcos. No había podido declinar la invitación, no después de haberse burlado de los disfraces de mazorcas de maíz que les había hecho, y especialmente después de no haber ido con ellos en Halloween.


Así que, aceptó su infortunio, agarró la cámara de fotos y salió de casa.



******


Eran los nervios, tenían que ser los nervios. El corazón le latía contra el pecho como un pájaro intentando escapar de la jaula y no podía dejar de hablar. Los niños la miraban sin saber qué hacer.


-Ya sabéis lo que tenéis que hacer, ¿verdad?


-Paula…


-Y no dejéis que el público os asuste -dijo peinando a Marcos con la mano-. Lo vais a pasar muy bien.


-¡Paula!


-¿Qué, Pedro?


-Los niños tienen que subir al escenario -le recordó él con sonrisa comprensiva-. Vamos, chicos, subid al escenario antes de que vuestra mamá empiece a hablar de nuevo.


Una vez sentados en el patio de butacas, Paula no podía dejar de moverse hasta que Pedro le puso la mano en la pierna.


-Tranquila, preciosa, todo va a salir bien.


-Lo sé.


Efectivamente, todo salió bien. Al final de la obra los gemelos parecían no querer abandonar el escenario, desde el que saludaban como si fueran actores famosos. Cuando consiguieron sacarlos a todos ellos de allí, Paula y Pedro se levantaron para ir a buscarlos.


-¡Tus hijos han estado geniales! Debes estar muy orgullosa de ellos -le dijo la profesora a Paula mientras ella abrazaba a los gemelos; entonces se volvió a mirar a Pedro-. Usted debe de ser el nuevo papá de Abril y Marcos. No dejan de hablar de usted. ¿Qué tal va la galería? Ya abre un día de estos, ¿no?


Estupendo. Primero sus meteduras de pata sobre el amor y el matrimonio, y ahora eso. Paula sintió que se quedaba sin aire y que le costaba mantenerse en pie. Cerró los ojos y rogó en silencio.


«Por favor, que no se lo tome en serio. Que lo entienda, por favor».


Después de un incómodo silencio, Pedro se aclaró la garganta y contestó sin el menor entusiasmo.


-Sí, cualquier día de estos -ese no era el tono de comprensión que ella esperaba-. Bueno, deberíamos irnos -añadió inmediatamente.


Al salir del colegio, Paula intentó descifrar su mirada, pero él la esquivó. El viaje en coche se convirtió en el más largo de su vida. Solo esperaba que Pedro fuera lo bastante maduro para darse cuenta de que lo que habían dicho los niños no era más que un reflejo de sus fantasías infantiles y no podía culparlos por ello. 


En realidad, él era el que debía comportarse como un adulto y no hacer una montaña de un grano de arena.


Cuando llegaron al apartamento, Pedro se quedó esperándola en el salón mientras iba a acostar a los gemelos. Los pobres sabían que habían hecho algo malo, se notaba en la palidez de su rostro y la tristeza que se reflejaba en su mirada. 


Paula sintió un enorme instinto de protección hacia ellos. Al fin y al cabo, era lógico que desearan tener un padre.