miércoles, 24 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 30



Paula se sentó en el borde de la mesa de picnic, con las piernas colgando en el aire, mientras veía a Pedro y a Rodrigo lanzarse la pelota de béisbol. Ni muy rápido ni muy lento, al ritmo monótono pero seguro que le gustaba a su hermano. El simple movimiento de lanzar y tirar la bola, con el regular sonido del guante de piel recibiéndola como si fuera una vieja canción familiar.


Lo de pasar el día en Ford Park había sido idea de Pedro. Habían ido en su coche, incluso se habían detenido en un Popeye’s para comprar un poco de pollo frito y visitar la tienda. Nada más llegar, habían pasado la primera hora siguiendo a Rodrigo por la ribera del lago Cross mientras lanzaba piedrecitas y se quedaba absorto contemplando las ondas del agua.


—Propongo que hagamos una parada y comamos un poco —dijo Pedro—. ¿Qué te parece, Rodrigo?


—Parada y comer. Parada y comer. Sí. Parada y comer pollo.


—Te echo una carrera hasta la mesa.


Rodrigo echó a correr, pero en dirección opuesta, riendo. Pedro lo persiguió durante unos minutos antes de dirigirse al coche para recoger la comida. Luego, la dejó sobre la mesa, al lado de Paula.


Rodrigo lo siguió como un cachorrillo trotando detrás de su amo, hasta que una mariposa capturó su atención y se dedicó a seguirla.


—Quédate donde podamos verte, Rodrigo —le gritó Pedro.


—Quedarme donde podáis verme.


—Bien.


—Bien.


—La verdad, me sorprende que se acuerde tanto de ti —le comentó Paula mientras abría una bolsa de patatas—. Creo que es la primera vez que le pasa con alguien. Al menos después de una ausencia de nueve años.


Pedro sacó tres latas de soda de la nevera portátil.


—¿Qué te hace pensar que hace nueve años que no veo a Rodrigo?


—Porque fue entonces cuando... —«cuando me enamoré de ti y tú me abandonaste», estuvo a punto de espetarle ¿Por qué no lo hacía? Ciertamente no era ningún secreto entre ellos. Se volvió, procurando ocuparse en cortar el pollo y servirlo en los platos—. ¿No dejaste de ver a Rodrigo cuando terminaste tu trabajo en la campaña electoral de mi padre?


—No veía ninguna razón para hacerlo. Rodrigo y yo nos habíamos hecho amigos, y el senador no se opuso a que lo visitara ocasionalmente.


—¿Fuiste a nuestra casa?


—No a menudo, pero sí algunas veces. Y siempre cuando tú no estabas. Viajabas mucho a Washington, ¿te acuerdas? Una vez que se fue al hogar residencial, continué visitándolo una vez al mes, o así… hasta hace unos pocos meses.


—¿Por qué dejaste de visitarlo?


Pedro la miró con expresión recelosa.


—Yo creía que lo sabías.


—¿Qué habría de saber?


—Un viernes por la tarde coincidí en el hogar con el doctor Chaves y me pidió que me mantuviera alejado.


—Mariano jamás me dijo nada.


—Quizá se le olvidó.


«Sí, como tantas otras cosas», pensó Paula, irónica.


—¿Cuándo fue eso?


—En diciembre. La víspera del cumpleaños de Rodrigo. Quería llevármelo a una heladería para celebrarlo.


El cumpleaños de Rodrigo. Una semana antes de la boda Mariano se estaba revelando como un maestro en el arte de la manipulación.


—¿Te dijo por qué?


—Solo que Rodrigo había estado muy alterado últimamente y que los dos habíais decidido restringir el tiempo que pasaba con la gente que no era de la familia.


Jamás habían mantenido una conversación semejante. Paula se dijo que había sido una imbécil al creerse todo el ejercicio de seducción de Mariano y luego terminar casándose con él. 


Había creído que su relación era especial. No el tipo de loca pasión que había compartido con 
Pedro, pero si algo sólido, real, duradero.


En aquel momento, en cambio, por fuerza tenía que preguntarse si Mariano no habría tenido algún motivo secreto e inconfesable para casarse con ella. Solo que no conseguía imaginar cual podía ser.


—¿Te encuentras bien Paula?


—No. No estoy bien Pedro, pero lo estaré —al ver que se disponía a decir algo, alzo una mano—. Dejémoslo así. ¿Quieres ir a buscar a mi hermano, por favor? Creo que deberíamos empezar a comer ya. Así podremos dejar a Rodrigo en el hogar antes de que se canse demasiado.


—Si eso es lo que quieres —se encogió de hombros.


—Sí.


Para cuando Rodrigo se sentó a la mesa Paula se había quitado el suéter. O la temperatura ambiente había subido de golpe o estaba hirviendo de furia y de frustración. Más bien se trataba de lo último. Frente a ella, veía reír a Pedro y a Rodrigo. Casi los envidió. Extendió una mano para servirle a su hermano su plato.


De repente, sin previo aviso, Pedro le sujeto la muñeca y se quedó mirando las cinco huellas rojizas que tenía en el brazo. Ya se estaban poniendo de un color amoratado.


—¿Como te has hecho esto?


—No lo sé. Me golpearía accidentalmente con algo.


—Sentarse debajo del árbol —pronunció en aquel momento Rodrigo, recogiendo su plato.


—Sí, siéntate debajo del árbol —le dijo Paula—. Se está más fresco ahí. Yo me sentaré a tu lado.


Pero antes de que pusiera seguir a Rodrigo, Pedro se inclinó para examinarle detenidamente las marcas del brazo.


—Son huellas de dedos. ¿Fue Mariano?


Hizo la pregunta en voz baja para que Rodrigo no pudiera oírlo, pero a Paula no le pasó desapercibido su tono de furia.


—Ya te he dicho que no sé cómo me lo hice, pero estoy segura de que no son los dedos de nadie. Me habría acordado —se aparto de él y se reunió con Rodrigo. Sabía que Pedro no la creía. Y ella no podía consentir que se entrometiera en su vida. Ya tenía bastantes problemas.


Pedro se sentó a su lado. De vez en cuando, sus rodillas se rozaban. Era tanta la tensión sexual, que Paula apenas probó bocado. 


Cuando sonó su móvil suspiro de alivio, agradecida por aquella distracción. Era Matilda. 


Parecía preocupada.


—Mi cuñada Penny Washington acaba de llamarme —le explico su amiga—. Ya sé que no la conoces pero trabaja de enfermera en el hospital general Mercy y necesita hablar contigo.


—¿Hablar conmigo de qué?


—No lo sé muy bien. Lo único que me ha dicho es que es algo que tiene que ver contigo, con tu marido y con una amiga suya que ha muerto asesinada.


—¿Esa amiga era Karen Tucker?


—Sí.


Pedro había dado un respingo en el instante en que oyó mencionar el nombre de la víctima. 


Paula se levantó para alejarse unos metros, pero él la siguió, mirándola fijamente mientras hablaba.


—¿Tienes el número de Penny?


—Sí, pero no quiere hablar contigo por teléfono. Dice que necesita verte.


—¿Tiene todo esto algo que ver con el asesinato?


—Supongo que sí, pero no lo sé con seguridad. Intenté que me dijera más cosas, pero estaba tan afectada por la muerte de su amiga que no quise presionarla.


—Entonces dame su dirección. Ahora mismo estoy en el parque con Rodrigo, pero iré para allá tan pronto como lo deje en el hogar —apuntó en su libreta el nombre de la calle. La mano le temblaba tanto que le salió una letra casi ilegible.


—¿Quien era? —le pregunto Pedro tan pronto como la vio cortar la comunicación. Después de escuchar las explicaciones de Paula, su expresión se tornó sombría.


—Llámala otra vez. Quiero hablar con ella.


—No va a decirte más de lo que ya me ha dicho a mí.


—Tal vez sí. Llámala por favor.


Soltando un suspiro de frustración, marcó el número de Matilda y le tendió el móvil. Durante los minutos siguientes, pudo observar fascinada como se sumergía en su papel de inspector frío y profesional, se abismó completamente en la conversación, paseando sin despegar la mirada del suelo. Había madurado mucho desde los días en que trabajaba en la campaña electoral de su padre, aunque seguía conservando aquel juvenil aire de desafío, como si quisiera comerse el mundo.


Paula recordaba perfectamente aquella última noche de hacia nueve años, antes de que abandonara Shreveport para volver a la universidad de Nueva Orleáns, cuando Pedro la invitó a dar una vuelta en su moto. Había aceptado sin vacilar, enamorándose tan locamente de él que habría sido capaz de hacer cualquier cosa si se lo hubiera pedido.


Los había sorprendido una tormenta de verano y para cuando consiguieron llegar al apartamento situado encima del garaje, estaban completamente empapados. Pedro había empezado a quitarse la ropa antes incluso de entrar y luego había proseguido con la de Paula.


Los recuerdos la asaltaron como una venganza, tan frescos y vivos que casi podía sentir sus manos deslizándose debajo su falda y de sus bragas. Podía sentir sus besos, húmedos con sabor a sal, brutalmente posesivos. Podía escuchar sus jadeos mientras alcanzaba el clímax un segundo después de que ella descubriera el más puro y exquisito delirio del placer.


Se apoyó en el tronco de un árbol. Tenía el corazón acelerado como si acaban de correr una carrera. Se dijo que no debería pensar esas cosas. Toda su relación se reducía solo una aventura de una noche, nueve años atrás. Ya lo había superado. Era el problema al que se estaba enfrentando ahora lo que volvía tan potentes aquellos recuerdos.


—Comete tu pollo, Paula. Comete tu pollo —Rodrigo le señaló el plato de comida.


—Tienes razón. Tengo que comer —solo que su estómago se rebelaba ante la sola mención de la comida. Fingió comer para aplacar a su hermano mientras esperaba que Pedro volviera a sentarse con ellos. Cuando lo hizo tenía una expresión ceñuda, preocupada—. ¿Te ha contado Matilda algo más?


—Nada que tenga mucho sentido.


—Espero que pueda averiguar más cosas cuando la vea.


—No hay ninguna razón para que veas a Penny Washington. Ya se lo he dicho yo a Matilda. No pienso involucrarte en esta investigación.


—No era eso lo que pensabas ayer.


—Ayer no tenía más remedio. Hoy sí.


—No seas ridículo. Su cuñada desea verme, y yo voy a ir.


—Ridículo. Ridículo. Ridículo.


Al parecer, la palabra intrigaba y fascinaba a la vez a Rodrigo. La repetía sin cesar en voz baja mientras daba vueltas al tenedor en su plato.


—Paula, esta es una investigación por asesinato —le dijo Pedro a Paula, tomándole una mano—. Lo que quiere decir que nos las estamos viendo con un peligroso asesino No se trata de ningún juego.


—Lo sé perfectamente. Escúchame tú ahora. Lo que Penny tiene que decirme está relacionado con mi marido, y yo quiero saberlo.


—¿Sabes que a veces encarcelamos a la gente por entorpecer este tipo de investigaciones?


Paula extendió entonces las manos hacia él, juntando las muñecas.


—¿Llevas unas esposas a mano?


Pedro sacudió la cabeza mirándola como si hubiera perdido el juicio. Y quizá lo había perdido, pero en aquel preciso instante no podía importarle menos. Su nombre y su número de teléfono habían sido encontrados entre las ropas de Karen Tucker. Su marido había recibido catorce llamadas de la víctima durante las últimas semanas. Pese a lo que pudiera decir Pedro o el propio Mariano, ya estaba involucrada en aquel caso.


—¿Por qué haces esto, Paula?


—Porque estoy cansada de ser la única persona que no sabe lo que le pasa a mi marido. Y ahora, si quieres acompañarme, serás bienvenido. Pero pienso ir a ver a esa mujer.


Había perdido completamente el apetito. Pedro no. Después de terminar su plato, condujo de regreso al hogar residencial de Rodrigo y luego fueron juntos a ver a Penny Washington.




martes, 23 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 29




La mañana siguiente trajo consigo la luz del sol y un frío otoñal que fortaleció el ánimo de Paula. 


Incluso Mariano se mostró amable y de buen humor, despertándola temprano y sirviéndole un esplendido desayuno en la cama. Pero una sola mañana no podía arreglar un matrimonio.


Subió a su coche y se dirigió al hogar de Rodrigo, decidida a hacer a un lado sus problemas conyugales. El resto de la mañana sería para su hermano. Ya que no podía llevárselo a pasar el fin de semana en su casa, intentaría compensarlo de la mejor manera posible. Allí estaba, con su pelota de béisbol en la mano, provisto de su inseparable guante y luciendo su vieja cazadora vaquera. Y con el ajedrez que su padre le había comprado en Inglaterra, años atrás. Su talento para el ajedrez era el asombro de todo el mundo, incluidos los médicos, que aseguraban que los tests convencionales de inteligencia eran incapaces de medir la suya. Misterios del autismo. No podía mantener una sencilla conversación con un desconocido, pero sabía analizar las jugadas más complicadas de aquel fascinante juego.


Tomó las bolsas de golosinas que había comprado y bajó del coche, consciente de lo mucho que necesitaba ver a su hermano. Antes de llegar a la puerta de entrada, lo vio doblar una esquina del edificio acompañado de Pedro Alfonso. Se detuvo en seco.


—Hola, Paula ¿Conoces a Pedro, verdad?


Tras sus confusas palabras, la alegría de Rodrigo era genuina. No la sorprendió. Seducir a la gente siempre había sido una de las cualidades de Pedro. Con ella, al menos le había funcionado.


—Si, claro que conozco a Pedro —respondió.


—Dijiste que no te oponías a que lo visitara por mi cuenta —pronuncio Pedro, ayudándola con las bolsas.


—Si. Lo que pasa es que no esperaba verte esta mañana.


—Puedo marcharme y volver más tarde.


—¿Es eso lo que quieres?


Sus labios esbozaron una sonrisa que desencadenó una cascada de recuerdos.


—Si y no.


—Entonces quédate —repuso Paula. De repente se le había secado la garganta Un indicio más de que en absoluto era tan inteligente como le gustaba pensar.



INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 28




La sombra cristalizó en una figura masculina, como si hubiera sido conjurada por la pesadilla de Paula. A punto de gritar, se sentó en la cama cuando de pronto se encendió la lámpara de la mesilla.


—Mariano.


—¿Esperabas acaso a otra persona?


—Claro que no —se esforzó por despertarse del todo, pero la sensación de terror persistía, fría, casi tangible—. No te oído llegar. Me has asustado.


—Parecía que estabas teniendo una curiosa pesadilla.


—Una pesadilla terrible. Me alegro de que me hayas despertado.


—Estabas llamando a tu amigo el policía. Supongo que vuestro encuentro de esta tarde debió de generar una gran carga de ansiedad en tu subconsciente.


—Tomamos café y hablamos de las llamadas de teléfono de Karen Tucker. Ya te lo había dicho.


—Ya, claro —su tono era acusador—. Pero, aun así, ese hombre ha invadido tus sueños.


Paula lo maldijo en silencio. Era ella quien tenía que estar furiosa con él, y no al revés.


—No tengo por qué justificarte mis pesadillas, Mariano. Habrá sido consecuencia del estrés. Supongo que la conversación sobre el asesinato de Karen Tucker me ha afectado más de lo que creía.


—Entonces deberías dejar de hablar de ello.


—Eso espero. Pero no soy precisamente yo la que conocía a esa joven.


—Es precisamente por eso por lo que no quiero que vuelvas a ver a ese policía. No ha hecho más que llenarte la cabeza de dudas y de sospechas absurdas. Si tiene alguna pregunta sobre Karen Tucker, que vaya a mi oficina a hacérmela. No volverás a verlo mientras yo no esté presente —sentándose en el borde de la cama, le tomó las manos—. ¿Está claro, Paula?


—¿Me estás amenazando, Mariano?


—Claro que no, cariño. Te estoy protegiendo.


—¿También me estabas protegiendo cuando me mentiste acerca de Karen Tucker?


—Exacto. Karen no forma parte de nuestra vida, Paula.


—Ya no forma parte de la vida de nadie. Está muerta.


—Entonces no veo por qué habríamos de perder el tiempo hablando de ella.


Su tono era frío. Le soltó las manos y se levantó.


—Ha sido un día muy duro. Si ya te encuentras mejor, bajaré a prepararme un sándwich. Luego, me acostaré, a ver si consigo descansar bien. No quiero volver a oír hablar ni de Karen Tucker ni de Pedro Alfonso.


—Bien. Yo también estoy cansada de hablar de Karen —pero, tanto si le gustaba como si no, tendrían que hablar de su matrimonio. Y ver si quedaba algo por salvar.


No estaba segura de que quedara algo. 


Mentiras, engaños, puertas cerradas Y ahora la indiferencia que demostraba Mariano hacia el asesinato de Karen, como si no hubiera pasado horas al teléfono aconsejándola, intentando ayudarla.


Cuando se incorporaba sobre un codo para apagar la lámpara de la mesilla, notó un extraño dolor en el brazo Vio que tenía unas marcas rojizas, justo en la zona en la que había soñado que alguien la había estado agarrando. Pero los sueños no dejaban huella física alguna. Debió de haberse golpeado con el cabecero de la cama. A no ser que…


No, Mariano no podía haberla agarrado con tanta fuerza, ni siquiera para despertarla. Tenía sus defectos, pero lo consideraba incapaz de hacer daño, ni a ella ni a nadie. Era medico. 


Estaba dedicado en cuerpo y alma a salvar vidas y a curar a la gente.


Aun así, cuando apago la luz y cerró los ojos, rezó para que se quedara dormida antes de que Mariano se acostara. No quería verlo, ni tocarlo. 


Y, sobre todo, no quería hacer el amor con él. 


Esa noche no, desde luego. Quizá nunca.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 27




Era una noche sin luna, fría, fantasmal. La niebla envolvía a Paula como un sudario mientras subía la escalera de caracol que llevaba al apartamento situado encima del garaje. El miedo la atenazaba como una garra, quemándola por dentro. No había querido salir de la casa. Pero allí había algo, o alguien, llamándola, pidiendo ayuda...


Por eso había tenido que volver.


No. ¿En qué estaba pensando? No debería estar allí. Aquella habitación pertenecía a Mariano. La voz lo estaba llamando a él. Intentó volverse, regresar a casa, a su cama caliente. 


Pero resbaló con un escalón, y empezó a caer. 


A caer interminablemente.


—Yo te recogeré, Paula. No te preocupes.


—Pedro. Has venido.


Extendió una mano para intentar agarrarla, pero el cuerpo de Paula se escurrió entre sus dedos, golpeándose en la cabeza con los escalones de hierro.


Pedro. Por favor, ayúdame. Por favor.


En ese momento sintió sus manos, pero le estaba haciendo daño, retorciéndole un brazo y obligándola a subir de nuevo. Llevaba un cuchillo. Sintió un inmenso dolor cuando la hoja penetró en su piel. Un denso río de sangre comenzó a manar del corte. Pero no era Pedro quien le estaba haciendo eso. Era un extraño, un hombre sin rostro.


Intentó chillar, pero lo único que escapó de su garganta fue un leve gemido.


Pedro.


Se despertó de pronto y abrió los ojos. Solo había sido una pesadilla, pero tan real que todavía tenía el pulso acelerado.


De repente una sombra se cernió sobre ella. Y escuchó una respiración profunda, rápida, casi jadeante. Una respiración que no era la suya.


lunes, 22 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 26



La casa estaba silenciosa. Vacía. Increíblemente solitaria. «Llámame si necesitas algo». Las palabras de Pedro asaltaron una vez más su mente, tentadoras. Sacó su tarjeta de un bolsillo, encontró el número y empezó a marcarlo. Pero a la segunda llamada cortó la comunicación, estremecida de pensar en lo cerca que había estado de ponerse en ridículo.


Pedro era un policía. Lo único que le interesaba eran los hechos puros y duros, como las llamadas de Karen Tucker a Mariano. Y no que el matrimonio de Paula se estuviera derrumbando, y se sintiera tan frustrada que no pudiera pensar con un mínimo de coherencia. E incluso si él hubiera estado dispuesto a escucharla, ella no lo necesitaba en absoluto de vuelta en su vida. Porque en aquel momento se sentía demasiado vulnerable.


De modo que tendría que enfrentarse sola con Mariano. Solo que no habría tal enfrentamiento. 


Le preguntaría por el cambio de cerradura, y él le ofrecería un motivo perfectamente razonable, como siempre solía hacer. Al igual que había hecho con las llamadas de Karen. Y sin embargo, todo en Mariano era una contradicción. Su comportamiento durante el noviazgo y al principio de su matrimonio había sido exquisitamente atento y romántico. La había hecho sentirse especial, querida, casi adorada. Ahora, en cambio, apenas diez meses después, era como si estuvieran viviendo en planetas o en galaxias diferentes. Aquellas contradicciones la estaban devorando por dentro, robándole el alma, convirtiéndola en un ser extraño y desconfiado en el que ni siquiera se reconocía. Quizá, después de todo, los problemas fueran suyos, y ella fuera simplemente un fracaso...


Nuevamente volvía a las andadas, a sentirse incómoda e inadecuada, y esa vez ni siquiera estaba Mariano allí para que pudiera echarle la culpa. Pero lo importante no era de quién fuera la culpa. Lo importante era que su matrimonio existía solamente en el papel. Y que, en realidad, estaba y se sentía completamente sola.


El repentino timbre del teléfono le hizo dar un respingo. Estaba temblando por dentro, y no muy segura de poder mantener un tono de voz lo suficientemente firme. Aspirando profundamente, contó hasta diez antes de responder.


—¿Diga?


—Hola, Paula. Soy tu hermano Ronnie.


—Hola, Rodrigo —lo saludó, enternecida—. ¿Qué tal estás?


—¿Qué tal estás? Rodrigo está bien.


Estaba repitiendo sus palabras. No siempre lo hacía; solo cuando estaba alterado, o inquieto. 


Y, a veces, sin ninguna razón aparente.


—Me alegro de que me hayas llamado.


—Me alegro de que me hayas llamado. Rodrigo te echa de menos.


—Y yo a ti. ¿Has visto la tele esta noche?


—Ver la tele esta noche. Sí. Samantha, la bruja, mueve muy bien la nariz. Es muy graciosa.


—Sí que lo es.


—Es muy graciosa. Quiero volver a casa.


Paula sintió una punzada de culpa, añadida a la carga de confusión y frustración que venía torturándola. Había sido precisamente por Rodrigo por lo que había vuelto a Shreveport, después de la muerte de su padre. Había querido que su hermano pudiera seguir pasando los fines de semana en casa, como había hecho siempre. Incluso durante sus ausencias, su padre siempre había dejado a una niñera en casa, de viernes a domingo, para que le hiciera compañía y cuidara de él.


Y ahora ella lo estaba desatendiendo. Pero no quería tenerlo allí aquel fin de semana. Si acaso llegaba a percibir su estrés, su reacción sería imprevisible.


—Iré a verte mañana, Rodrigo. Haremos algo divertido.


—Vendrás a ver a Rodrigo mañana.


—Sí. Mañana. Después de desayunar. ¿Qué te parece?


—Sí. Me gustaría.


Hablaron durante unos cuantos minutos más, y las repeticiones se hicieron menos frecuentes. 


Con la promesa su visita, Rodrigo se había quedo mucho más relajado. Era tan fácil de contentar... Sucediera lo que sucediera entre Mariano y ella, tendría que asegurarse de que Rodrigo pasara en casa todos los fines de semana, tal y como siempre había hecho.


Su propio nivel de ansiedad se había mitigado un tanto para cuando colgó el teléfono. Pensó en tomar una cena ligera, acompañada de una copa de vino, y leer durante un rato hasta que se quedara dormida. Con un poco de suerte, Mariano tardaría en volver.


Pero no fue en Mariano en quien pensó mientras, minutos después, sacaba un pedazo de queso de la nevera y una caja de galletas saladas del armario. Al menos directamente. 


Fue Karen Tucker quien asaltó sus pensamientos. La mujer que había llevado encima, el día de su asesinato, un papel con su nombre y su número de teléfono.


¿De qué habría hablado con Mariano durante las últimas semanas, en aquellas catorce llamadas que le había hecho? ¿Y qué habría pensado decirle a Paula? De haber sabido las respuestas a esas dos preguntas, habría podido tomar una decisión con mucha mayor facilidad.


Pero, por desgracia, los muertos no hablaban.



INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 25




Pedro se hallaba repantigado en su silla, con un pedazo de pizza en la mano mientras examinaba las notas que tenía diseminadas por su viejo escritorio de la comisaría. Aquellos informes no solían abrir el apetito. No importaba. 


Cuando trabajaba en un caso que lo absorbía apenas probaba la comida.


El asesino era un canalla. Era lo mejor que podía decir de él cuando pensaba en el monstruo que había matado a Karen Tucker y a tres mujeres más durante los ocho últimos meses. Todas desangradas de un solo corte en la carótida izquierda. Todos los cuerpos encontrados a unos cinco kilómetros uno del otro. Todas morenas. Todas jóvenes. En los tres primeros asesinatos, se habían encontrado restos de peróxido de hidrógeno en piel y cabello, probablemente utilizado para limpiar la sangre de los cadáveres. Al parecer los cortes, heridas y desgarros en los genitales eran anteriores a la muerte, como si el asesino hubiera sometido a las jóvenes a una cruel tortura. Aquel hombre debía de odiar a las mujeres. Como si pensara que todas debían ser castigadas y hubiera decidido asumir el papel de verdugo.


Los informes del forense también indicaban que las víctimas habían sido drogadas con barbitúricos antes de morir, probablemente para evitar que se resistieran. No había señal alguna de violación. Para complicar todavía más el panorama, se habían encontrado restos diversos de saliva, orina y pelo en mínimas, casi imperceptibles cantidades, en los mismos cuerpos. Una mezcolanza de ADN. Y, en cada víctima, un surtido diferente.


Pero Karen Tucker no había sido torturada. Su cuerpo no había sido desnudado, ni el asesino había lavado la sangre. Aparentemente no lo había movido del mismo lugar donde la había asesinado, al contrario que había hecho con los demás. Pedro se pasó una mano por el cuello.


Tenía los músculos tensos y doloridos.


—¿Que estás haciendo aun aquí? Creía que esta noche ibas a salir con aquella periodista de la tele.


Se volvió para descubrir a Corky en la puerta de su minúsculo despacho.


—Cancelé la cita. Pensé que acabaría en un desastre seguro, con este maldito caso atormentándome.


—Te entiendo —Corky aparto la caja de pizza y se sentó en una esquina del escritorio. Sin esperar su permiso, se sirvió un pedazo.


—No consigo entender a este tipo —le confesó Pedro.


—El maldito Freddy. ¿Que tal te fue en tu segunda cita del día con la señora Chaves?


—Sigue afirmando que no sabe nada sobre las llamadas.


—¿Te pareció convincente? —inquino Corky, mordiendo su porción de pizza.


—Mucho. El número de teléfono es del estudio taller de su marido, encima del garaje.


—Así que el médico y la enfermera mantenían charlas íntimas por la noche.


—Eso parece.


Corky se llevó otro pedazo de pizza a la boca y se limpió con la servilleta.


—Y la esposa en casa, sin saber nada. Hasta que de repente la enfermera toma la decisión de llamar a la esposa. Por eso llevaba su nombre y su teléfono en el bolsillo. Bingo. La pobrecita enfermera muere. ¿No se parece terriblemente al caso de este último año... entre el alto ejecutivo y la secretaria?


—Sí, las semejanzas son asombrosas. Aparte de que durante nuestra última conversación, Paula admitió haber recibido una llamada anónima el jueves por la mañana, informándola de que su marido era un mentiroso y un impostor.


—Justo lo que a una esposa le encanta escuchar. ¿Y bien? ¿Cuándo vamos a hablar con ese mentiroso y ese impostor?


—¿Qué te parece el lunes por la mañana?


—Yo había pensado en hacerlo mañana mismo —le confesó Corky—. El domingo es un día tan bueno como cualquier otro.


—Sí, pero si esperamos un poco, conseguiremos poner algo más nervioso a nuestro médico. Sobre todo después de que Paula le diga que nosotros sabemos que estuvo hablando con la víctima varias veces durante las últimas semanas. Además, antes me gustaría informarme mejor sobre su persona.


—¿Realmente no crees que el doctor Chaves sea el asesino en serie, verdad?


—Es bastante improbable. ¿Y tú?


—También lo dudo. Supongo que se trata de una aventurilla sin importancia. Además, si tuviéramos que encerrar a todos los doctores, la gente tendría que empezar a automedicarse.


Pedro recogió el fajo de fotografías de la escena del crimen. Pese a que antes las había estado estudiando concienzudamente, seguían resultándole igual de estremecedoras. El doctor Chaves no le caía bien, principalmente porque dormía con Paula todas las noches. Pero no podía imaginársela casada con un asesino en serie como Freddie.


—Ese tipo es un demente, un tipo absolutamente trastornado —comentó Corky, inclinándose sobre el escritorio para ver mejor las fotos—.Y los médicos no suelen estarlo. No puedo esperar a ver en acción a nuestra sensual especialista en perfiles criminales. A ver qué nos dice.


—Lo sabremos muy pronto.


—No sé lo que nos dirá ella, pero yo creo que ese tipo se ha escapado de algún manicomio.


—Es tan peligroso como inteligente. Eso es lo único que sé.


Corky se apartó de la mesa y empezó a pasear por la minúscula habitación.


—Y no deja pistas, así que... ¿por dónde vamos a empezar a buscarlo?


—No tenemos más remedio que empezar por las víctimas. Quiero saberlo todo sobre Karen Tucker. Los amigos que tenía, adónde solía ir por las noches… el mismo tipo de información que hemos reunido sobre las otras víctimas. Tiene que existir algún vínculo entre todas ellas.


—Una maestra de colegio, una stripper, una jockey y una enfermera. Va a ser difícil encontrarles un nexo común.


—Ese tipo tuvo que conocerlas en alguna parte, frecuentar sus respectivos ambientes... al menos lo suficiente como para atraer su atención.


—Y tal esta misma noche se disponga a escoger a su próxima víctima. Me pregunto dónde estará ahora mismo el doctor Chaves...


—Sin duda alguna en su casa, cenando con su mujercita —repuso Pedro con un tono de excesiva amargura, no justificado por la situación. Se dio cuenta de ello por la cara que puso su compañero.


—Sigues colgado de esa mujer. Vamos, admítelo, colega. Esta noche te encantaría estar allí, haciéndoselo...


—Si quisiera hacérselo a alguien, como tú dices, no estaría aquí ahora mismo, escuchándote.


—Y pensando en la mujer del médico.


—Déjalo ya, ¿quieres?


—De acuerdo. Tú conoces a esa mujer, ¿no? Si nos ponemos en la remotísima posibilidad de que el doctor Chaves sea Freddy, ¿crees que ella sospecharía algo?


Pedro pensó en la conversación que había mantenido aquella tarde con Paula. Sabía que era una mujer inteligente, pero también demasiado confiada, dispuesta a pensar siempre lo mejor de su marido.


—Supongo que las buenas esposas son todas iguales. Ven solo lo que quieren ver y se creen solo lo que se quieren creer... hasta que la verdad les estalla en la cara.


Pedro sentía crecer la inquietud en su interior, como pequeños pinchazos de dolor infiltrándose en su cerebro. Estaba prácticamente convencido de que Mariano no era el asesino múltiple, pero no podía descartar una mínima, casi inexistente, posibilidad de que lo fuera. La tentación de llamar a Paula resultaba casi irresistible, pero... ¿qué podía decirle que no le hubiera dicho ya? ¿Que se apartara de aquel tipo porque existía una posibilidad entre un millón de que fuera un asesino?


Recogió las fotos y volvió a guardarlas. Paula sabía dónde localizarlo y tenía su teléfono móvil. No podía hacer más. En aquel preciso instante sonó el teléfono. Lo descolgó, medio esperando que fuera Paula. Era el forense.


—Menos mal. Esperaba poder localizarte en la comisaría.


—¿Qué pasa? —inquirió Pedro, sorprendido de recibir el informe de la autopsia a una hora tan tardía.


—Acabo de terminar con Karen Tucker y he descubierto algo importante. Tanto que pensé que querrías enterarte lo antes posible.


—Suéltalo ya.


—Estaba embarazada de cuatro meses.