lunes, 22 de julio de 2019
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 25
Pedro se hallaba repantigado en su silla, con un pedazo de pizza en la mano mientras examinaba las notas que tenía diseminadas por su viejo escritorio de la comisaría. Aquellos informes no solían abrir el apetito. No importaba.
Cuando trabajaba en un caso que lo absorbía apenas probaba la comida.
El asesino era un canalla. Era lo mejor que podía decir de él cuando pensaba en el monstruo que había matado a Karen Tucker y a tres mujeres más durante los ocho últimos meses. Todas desangradas de un solo corte en la carótida izquierda. Todos los cuerpos encontrados a unos cinco kilómetros uno del otro. Todas morenas. Todas jóvenes. En los tres primeros asesinatos, se habían encontrado restos de peróxido de hidrógeno en piel y cabello, probablemente utilizado para limpiar la sangre de los cadáveres. Al parecer los cortes, heridas y desgarros en los genitales eran anteriores a la muerte, como si el asesino hubiera sometido a las jóvenes a una cruel tortura. Aquel hombre debía de odiar a las mujeres. Como si pensara que todas debían ser castigadas y hubiera decidido asumir el papel de verdugo.
Los informes del forense también indicaban que las víctimas habían sido drogadas con barbitúricos antes de morir, probablemente para evitar que se resistieran. No había señal alguna de violación. Para complicar todavía más el panorama, se habían encontrado restos diversos de saliva, orina y pelo en mínimas, casi imperceptibles cantidades, en los mismos cuerpos. Una mezcolanza de ADN. Y, en cada víctima, un surtido diferente.
Pero Karen Tucker no había sido torturada. Su cuerpo no había sido desnudado, ni el asesino había lavado la sangre. Aparentemente no lo había movido del mismo lugar donde la había asesinado, al contrario que había hecho con los demás. Pedro se pasó una mano por el cuello.
Tenía los músculos tensos y doloridos.
—¿Que estás haciendo aun aquí? Creía que esta noche ibas a salir con aquella periodista de la tele.
Se volvió para descubrir a Corky en la puerta de su minúsculo despacho.
—Cancelé la cita. Pensé que acabaría en un desastre seguro, con este maldito caso atormentándome.
—Te entiendo —Corky aparto la caja de pizza y se sentó en una esquina del escritorio. Sin esperar su permiso, se sirvió un pedazo.
—No consigo entender a este tipo —le confesó Pedro.
—El maldito Freddy. ¿Que tal te fue en tu segunda cita del día con la señora Chaves?
—Sigue afirmando que no sabe nada sobre las llamadas.
—¿Te pareció convincente? —inquino Corky, mordiendo su porción de pizza.
—Mucho. El número de teléfono es del estudio taller de su marido, encima del garaje.
—Así que el médico y la enfermera mantenían charlas íntimas por la noche.
—Eso parece.
Corky se llevó otro pedazo de pizza a la boca y se limpió con la servilleta.
—Y la esposa en casa, sin saber nada. Hasta que de repente la enfermera toma la decisión de llamar a la esposa. Por eso llevaba su nombre y su teléfono en el bolsillo. Bingo. La pobrecita enfermera muere. ¿No se parece terriblemente al caso de este último año... entre el alto ejecutivo y la secretaria?
—Sí, las semejanzas son asombrosas. Aparte de que durante nuestra última conversación, Paula admitió haber recibido una llamada anónima el jueves por la mañana, informándola de que su marido era un mentiroso y un impostor.
—Justo lo que a una esposa le encanta escuchar. ¿Y bien? ¿Cuándo vamos a hablar con ese mentiroso y ese impostor?
—¿Qué te parece el lunes por la mañana?
—Yo había pensado en hacerlo mañana mismo —le confesó Corky—. El domingo es un día tan bueno como cualquier otro.
—Sí, pero si esperamos un poco, conseguiremos poner algo más nervioso a nuestro médico. Sobre todo después de que Paula le diga que nosotros sabemos que estuvo hablando con la víctima varias veces durante las últimas semanas. Además, antes me gustaría informarme mejor sobre su persona.
—¿Realmente no crees que el doctor Chaves sea el asesino en serie, verdad?
—Es bastante improbable. ¿Y tú?
—También lo dudo. Supongo que se trata de una aventurilla sin importancia. Además, si tuviéramos que encerrar a todos los doctores, la gente tendría que empezar a automedicarse.
Pedro recogió el fajo de fotografías de la escena del crimen. Pese a que antes las había estado estudiando concienzudamente, seguían resultándole igual de estremecedoras. El doctor Chaves no le caía bien, principalmente porque dormía con Paula todas las noches. Pero no podía imaginársela casada con un asesino en serie como Freddie.
—Ese tipo es un demente, un tipo absolutamente trastornado —comentó Corky, inclinándose sobre el escritorio para ver mejor las fotos—.Y los médicos no suelen estarlo. No puedo esperar a ver en acción a nuestra sensual especialista en perfiles criminales. A ver qué nos dice.
—Lo sabremos muy pronto.
—No sé lo que nos dirá ella, pero yo creo que ese tipo se ha escapado de algún manicomio.
—Es tan peligroso como inteligente. Eso es lo único que sé.
Corky se apartó de la mesa y empezó a pasear por la minúscula habitación.
—Y no deja pistas, así que... ¿por dónde vamos a empezar a buscarlo?
—No tenemos más remedio que empezar por las víctimas. Quiero saberlo todo sobre Karen Tucker. Los amigos que tenía, adónde solía ir por las noches… el mismo tipo de información que hemos reunido sobre las otras víctimas. Tiene que existir algún vínculo entre todas ellas.
—Una maestra de colegio, una stripper, una jockey y una enfermera. Va a ser difícil encontrarles un nexo común.
—Ese tipo tuvo que conocerlas en alguna parte, frecuentar sus respectivos ambientes... al menos lo suficiente como para atraer su atención.
—Y tal esta misma noche se disponga a escoger a su próxima víctima. Me pregunto dónde estará ahora mismo el doctor Chaves...
—Sin duda alguna en su casa, cenando con su mujercita —repuso Pedro con un tono de excesiva amargura, no justificado por la situación. Se dio cuenta de ello por la cara que puso su compañero.
—Sigues colgado de esa mujer. Vamos, admítelo, colega. Esta noche te encantaría estar allí, haciéndoselo...
—Si quisiera hacérselo a alguien, como tú dices, no estaría aquí ahora mismo, escuchándote.
—Y pensando en la mujer del médico.
—Déjalo ya, ¿quieres?
—De acuerdo. Tú conoces a esa mujer, ¿no? Si nos ponemos en la remotísima posibilidad de que el doctor Chaves sea Freddy, ¿crees que ella sospecharía algo?
Pedro pensó en la conversación que había mantenido aquella tarde con Paula. Sabía que era una mujer inteligente, pero también demasiado confiada, dispuesta a pensar siempre lo mejor de su marido.
—Supongo que las buenas esposas son todas iguales. Ven solo lo que quieren ver y se creen solo lo que se quieren creer... hasta que la verdad les estalla en la cara.
Pedro sentía crecer la inquietud en su interior, como pequeños pinchazos de dolor infiltrándose en su cerebro. Estaba prácticamente convencido de que Mariano no era el asesino múltiple, pero no podía descartar una mínima, casi inexistente, posibilidad de que lo fuera. La tentación de llamar a Paula resultaba casi irresistible, pero... ¿qué podía decirle que no le hubiera dicho ya? ¿Que se apartara de aquel tipo porque existía una posibilidad entre un millón de que fuera un asesino?
Recogió las fotos y volvió a guardarlas. Paula sabía dónde localizarlo y tenía su teléfono móvil. No podía hacer más. En aquel preciso instante sonó el teléfono. Lo descolgó, medio esperando que fuera Paula. Era el forense.
—Menos mal. Esperaba poder localizarte en la comisaría.
—¿Qué pasa? —inquirió Pedro, sorprendido de recibir el informe de la autopsia a una hora tan tardía.
—Acabo de terminar con Karen Tucker y he descubierto algo importante. Tanto que pensé que querrías enterarte lo antes posible.
—Suéltalo ya.
—Estaba embarazada de cuatro meses.
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