lunes, 22 de julio de 2019
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 26
La casa estaba silenciosa. Vacía. Increíblemente solitaria. «Llámame si necesitas algo». Las palabras de Pedro asaltaron una vez más su mente, tentadoras. Sacó su tarjeta de un bolsillo, encontró el número y empezó a marcarlo. Pero a la segunda llamada cortó la comunicación, estremecida de pensar en lo cerca que había estado de ponerse en ridículo.
Pedro era un policía. Lo único que le interesaba eran los hechos puros y duros, como las llamadas de Karen Tucker a Mariano. Y no que el matrimonio de Paula se estuviera derrumbando, y se sintiera tan frustrada que no pudiera pensar con un mínimo de coherencia. E incluso si él hubiera estado dispuesto a escucharla, ella no lo necesitaba en absoluto de vuelta en su vida. Porque en aquel momento se sentía demasiado vulnerable.
De modo que tendría que enfrentarse sola con Mariano. Solo que no habría tal enfrentamiento.
Le preguntaría por el cambio de cerradura, y él le ofrecería un motivo perfectamente razonable, como siempre solía hacer. Al igual que había hecho con las llamadas de Karen. Y sin embargo, todo en Mariano era una contradicción. Su comportamiento durante el noviazgo y al principio de su matrimonio había sido exquisitamente atento y romántico. La había hecho sentirse especial, querida, casi adorada. Ahora, en cambio, apenas diez meses después, era como si estuvieran viviendo en planetas o en galaxias diferentes. Aquellas contradicciones la estaban devorando por dentro, robándole el alma, convirtiéndola en un ser extraño y desconfiado en el que ni siquiera se reconocía. Quizá, después de todo, los problemas fueran suyos, y ella fuera simplemente un fracaso...
Nuevamente volvía a las andadas, a sentirse incómoda e inadecuada, y esa vez ni siquiera estaba Mariano allí para que pudiera echarle la culpa. Pero lo importante no era de quién fuera la culpa. Lo importante era que su matrimonio existía solamente en el papel. Y que, en realidad, estaba y se sentía completamente sola.
El repentino timbre del teléfono le hizo dar un respingo. Estaba temblando por dentro, y no muy segura de poder mantener un tono de voz lo suficientemente firme. Aspirando profundamente, contó hasta diez antes de responder.
—¿Diga?
—Hola, Paula. Soy tu hermano Ronnie.
—Hola, Rodrigo —lo saludó, enternecida—. ¿Qué tal estás?
—¿Qué tal estás? Rodrigo está bien.
Estaba repitiendo sus palabras. No siempre lo hacía; solo cuando estaba alterado, o inquieto.
Y, a veces, sin ninguna razón aparente.
—Me alegro de que me hayas llamado.
—Me alegro de que me hayas llamado. Rodrigo te echa de menos.
—Y yo a ti. ¿Has visto la tele esta noche?
—Ver la tele esta noche. Sí. Samantha, la bruja, mueve muy bien la nariz. Es muy graciosa.
—Sí que lo es.
—Es muy graciosa. Quiero volver a casa.
Paula sintió una punzada de culpa, añadida a la carga de confusión y frustración que venía torturándola. Había sido precisamente por Rodrigo por lo que había vuelto a Shreveport, después de la muerte de su padre. Había querido que su hermano pudiera seguir pasando los fines de semana en casa, como había hecho siempre. Incluso durante sus ausencias, su padre siempre había dejado a una niñera en casa, de viernes a domingo, para que le hiciera compañía y cuidara de él.
Y ahora ella lo estaba desatendiendo. Pero no quería tenerlo allí aquel fin de semana. Si acaso llegaba a percibir su estrés, su reacción sería imprevisible.
—Iré a verte mañana, Rodrigo. Haremos algo divertido.
—Vendrás a ver a Rodrigo mañana.
—Sí. Mañana. Después de desayunar. ¿Qué te parece?
—Sí. Me gustaría.
Hablaron durante unos cuantos minutos más, y las repeticiones se hicieron menos frecuentes.
Con la promesa su visita, Rodrigo se había quedo mucho más relajado. Era tan fácil de contentar... Sucediera lo que sucediera entre Mariano y ella, tendría que asegurarse de que Rodrigo pasara en casa todos los fines de semana, tal y como siempre había hecho.
Su propio nivel de ansiedad se había mitigado un tanto para cuando colgó el teléfono. Pensó en tomar una cena ligera, acompañada de una copa de vino, y leer durante un rato hasta que se quedara dormida. Con un poco de suerte, Mariano tardaría en volver.
Pero no fue en Mariano en quien pensó mientras, minutos después, sacaba un pedazo de queso de la nevera y una caja de galletas saladas del armario. Al menos directamente.
Fue Karen Tucker quien asaltó sus pensamientos. La mujer que había llevado encima, el día de su asesinato, un papel con su nombre y su número de teléfono.
¿De qué habría hablado con Mariano durante las últimas semanas, en aquellas catorce llamadas que le había hecho? ¿Y qué habría pensado decirle a Paula? De haber sabido las respuestas a esas dos preguntas, habría podido tomar una decisión con mucha mayor facilidad.
Pero, por desgracia, los muertos no hablaban.
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Ayyyyyyyyyy, no x favor, cuánta intriga en esta historia.
ResponderBorrarQue ansiedad me produce está historia!! Quiero seguir leyendo!!
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