jueves, 18 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 12




Janice se hallaba sentada a la cabecera de una larga mesa, rodeada por una docena de alumnos de preescolar que se afanaban en untar con cola macarrones crudos, y de paso diversas partes de su cuerpo. Los macarrones los pegaban a las paredes exteriores de cajas cilíndricas, formando hileras. Cuando terminaron, las cajas se parecían a tambores de indios norteamericanos.


—¿Cómo has podido convencerme para que termine haciendo una cosa así? Te juro que no lo entiendo —protestó Janice, haciéndose oír por encima del griterío infantil.


Paula se detuvo a su lado mientras rompía otra bolsa de macarrones y los derramaba sobre la mesa.


—Pero si los niños son adorables...


—¿Adorables? Tan pronto como me doy la vuelta, me ponen la espalda perdida de pegamento.


—Eso solo ha ocurrido una vez...


—Dos veces. Y las dos protagonizadas por el mismo diablillo pelirrojo —Janice señaló con la cabeza al villano en cuestión—. Aquel de allá.


—Tiene poco más de tres años. En un duelo con él, probablemente le ganarías.


—Muy gracioso. Por cierto, ¿qué planes tienes para cuando termines de hacer tiempo aquí?


—No estoy haciendo tiempo, Janice. Ya sé que te cuesta entenderlo, pero yo disfruto con estas cosas.


—Ya. Tienes razón. Me cuesta entenderlo.


Pero había algo que inquietaba especialmente a Paula aquel día. Y su prima lo había notado. La tomó del brazo y se la llevó a un rincón, para que pudieran hablar tranquilamente.


—Vuelvo a mi pregunta original. ¿Tienes algo que hacer después de esto o podemos salir a comer juntas, quizás a algún restaurante donde no se permita la entrada a menores de cinco años?


—Hoy no.


—¿Por qué no? ¿Alguna cita caliente?


—Sí, en una mullida e invitadora cama.


—Cuéntame más.


—No es lo que estás pensando. Mariano sale temprano los viernes y estaba pensando en dormir una buena siesta antes de que vuelva a casa.


—Una siesta. Eso no es para ti. Tú no estás enferma, estás... ¡estás embarazada! Es eso, ¿verdad?


—Para nada. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante cosa?


—Esas cosas pasan. ¿Estás segura?


—No estoy embarazada.


—¿Entonces qué te ocurre?


—Nada. De verdad. Es solo que anoche no dormí bien y estoy un poquito cansada. Ya comeremos juntas un día de la semana que viene. Te lo prometo.


Janice se volvió en el instante en que sintió la punta de una barra de pegamento en el centro de la espalda. Una aguda vocecilla gritó:
—¡Otra vez!


Aquello era la guerra. Janice se levantó y obligó a su precoz enemigo a sentarse en su silla. Su caja estaba prácticamente vacía de macarrones. 


Obviamente, el crío no había estado en absoluto interesado en llevarse aquel grotesco recuerdo a casa. Y, ahora que pensaba sobre ello, tal vez fuera el más inteligente de todos...


Janice se sentó a su lado para ocuparse personalmente de que decorara la caja. Poco después Paula anunciaba que había llegado la hora de lavarse. Su prima la bendijo en silencio. 


Haciendo sonar sus tambores, los niños salieron de la sala. Sus madres los estaban esperando en la puerta.


«Libre al fin», pensó Janice, pero se detuvo en seco al descubrir a uno de los hombres que estaban esperando. Fue un reconocimiento inmediato, acompañado de una oleada de furia. 


Pedro Alfonso seguía con la mirada cada uno de los movimientos de Paula. Si aquel energúmeno había vuelto a la vida de su prima, entonces eso explicaba definitivamente su extraño humor. 


Mientras se limpiaba las manos con un trapo húmedo, se dirigió directamente hacia él.


—¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? —le espetó, bajando la voz.


—Yo también me alegro de verte, Janice.


—Limítate a responder a la pregunta.


—He venido a ver a Paula.


—Está casada, Pedro. Con un hombre de verdad, no con alguien que aparece y al momento echa a correr.


—Eso he oído.


—Entonces haz algo bueno por una vez. Sal de aquí y aléjate de ella.


—¿No te parece que Paula ya es lo suficientemente mayor como para decidir con quién quiere hablar y a quién mandar a paseo?


—No es un problema de edad, sino de sentido común.


—¿Estás sugiriendo que Paula no es tan sensata como tú?


—Por lo que a ti se refiere, no.


—La subestimas —replicó él, sacudiendo la cabeza—. Además, no he venido a causarle ningún problema.


—¿Entonces a qué has venido? No me digas que alguna de estas criaturas es tuya.


No contestó. No tenía ninguna necesidad. Paula se reunió en aquel instante con ellos. La tensión del ambiente casi se podía tocar.


—Vaya, dos veces en dos días —comentó Paula.


—Necesito hablar contigo. En privado.


Paula hundió las manos en los bolsillos del blusón rosa que se había puesto encima de la ropa, para no mancharse.


—No sé qué es lo que tendríamos que hablar tú y yo que mi prima no pudiera escuchar.


—Eso, chico listo —intervino Janice—. ¿Qué es lo que tanto interés tienes de decirle a mi prima casada... que yo no debo oír?


—Es un asunto profesional.


—¿Qué tipo de asunto, Pedro?


Pero Pedro continuó ignorándola, obstinado. Y Paula, finalmente, cedió.


—Está bien, Janice. Ya me encargo yo de esto.


—Pero no tienes ninguna obligación de...


—Si Pedro dice que es un asunto profesional, no tengo ninguna razón para dudarlo —volviéndose hacia él, añadió—: Tengo que quedarme aquí y preparar unas cosas para las clases de la tarde, pero podemos hablar mientras tanto.


—Me gustaría.


Pedro siguió a Paula. Janice se quedó mirándolos. Aquella conversación no presagiaba nada bueno. Pensó en advertir por última vez a su prima, pero luego cambió de idea. ¿Qué sentido tenía esperar que Paula siguiera sus consejos por lo que se refería a los hombres? Ni siquiera ella misma los seguía. Para su desgracia.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 11




Pedro se despertó sobresaltado; luego, gimió y descargó un puñetazo contra la almohada. El teléfono sonó de nuevo. Lo descolgó rápidamente antes de que volviera a sonar.


—¿Es que una sola noche de sueño es pedir demasiado? —pronunció, furioso.


—Sí. Ah, por cierto. Buenos días.


Era su compañero.


—¿De qué se trata esta vez?


—Freddy ha vuelto a las andadas.


—Otro cadáver no, por favor...


—Eso me temo. Todavía no hay detalles, excepto que se trata de una mujer de raza caucasiana, probablemente de veintitantos años. Asesinada de la misma manera que las otras tres. Su cuerpo ha aparecido a menos de tres kilómetros de donde fue encontrado el último.


Se le encogió el estómago. La gente pensaba que los policías estaban familiarizados con la muerte, como si no los afectara. No era cierto.


—¿Cuánto tiempo llevaba muerta?


—Es un asesinato reciente. Probablemente la mataron durante la noche. Se trata de un dato oficioso, por supuesto.


Pedro ya había perdido el sueño.


—Dentro de cinco minutos pasa a recogerme.


—Estoy a diez de tu casa.


—Entonces hazlo en siete —cortó la comunicación y se puso los pantalones. 


Mientras lo hacía, pensó que algún maldito asesino debía de andar por ahí fuera... probablemente durmiendo a pierna suelta en aquel preciso instante.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 10




Paula vio primero el ramo de flores. Y se enterneció aún más cuando alzó la mirada a su rostro. Sabía, sin necesidad de preguntárselo, que había tenido un día difícil. Le tendió la copa de whisky.


—Bienvenido a casa, doctor Chaves.


—Gracias —repuso con voz ronca, tensa. Le entregó las flores para aceptar la bebida, se llevó la copa a los labios y se bebió la mitad antes de dejarla sobre la mesa de la cocina, contemplándola.


Recorrió con los ojos el conjunto de lencería negra, detenidamente. El anterior barniz de frialdad desapareció para verse sustituido por un brillo de deseo.


—Está usted muy sexy esta noche, señora Chaves.


—Y todo es para ti.


Mariano le quitó las llores y las dejó también sobre la mesa. Luego, deslizó la palma de la mano derecha por las puntas de sus senos. 


Mientras tomaba otro sorbo de whisky, observó cómo se endurecían los pezones, presionando contra la finísima tela.


Sin esperar a terminar su copa, procedió a despojarla del sostén.


Paula habría dado cualquier cosa con tal de sentir algo. Nunca había esperado que las cosas pudieran resultar así, que sus sentimientos por Mariano pudieran cambiar tan drásticamente en apenas diez meses. Pero tener sexo con él era una experiencia impersonal, distante, desconectada de cualquier emoción.


Ajeno a su falta de respuesta, Mariano continuó acariciándole los senos desnudos, primero con las manos y luego con la boca. Sin dejar de besarla o de susurrarle cariñosas palabras, deslizó luego los dedos bajo la cintura de la braga. Si ella no lo hubiera detenido a tiempo, la habría penetrado y alcanzado el clímax sin mayor dilación. Pero se apartó. Y Mariano se tensó visiblemente.


—¿Qué pasa, corazón?


—Nada. Solo que disfrutaría más si habláramos antes.


Se la quedó mirando como si acabara de aterrizar de otro planeta.


—Es importante para mí, Mariano.


Recogió su copa y la apuró de un trago. El brillo de deseo se había evaporado de sus ojos. La frialdad había retornado a sus rasgos. Ante aquella transformación, Paula se arrepintió de sus palabras. Había elegido el peor momento para hablar con él. Lo que tenía que decirle debería esperar...


—Es igual, tampoco tiene tanta importancia...


Mariano se acercó a la ventana, contemplando la oscuridad.


—Dime lo que me tengas que decir, Paula. Nunca temas hablarme de nada.


Se agachó para recoger su sostén del suelo, deseando no haberse puesto aquel conjunto, deseando... En realidad, no sabía lo que deseaba. Pero ahora que ya lo había molestado, tenía que terminar lo que había empezado.


—Hoy he ido a la universidad para recoger un programa de estudios para la primavera.


—¿Y?


—Que ofertan las clases que necesito.


Mariano le lanzó una mirada tan acusadora como si acabara de confesarle que se estaba acostando con el jardinero. Paula comprendió que no iba a ponérselo fácil.


—Me he matriculado. Vuelvo a la universidad. Quiero licenciarme en Educación Especial.


Continuó mirándola con actitud intimidante, los labios apretados. Sin la menor sombra de simpatía, o de comprensión.


—Por favor, Mariano, intenta comprenderlo. Esto es algo que necesito hacer por mí. No tiene nada que ver con nosotros.


—No. Solo tiene que ver contigo.


Las lágrimas le nublaron la vista mientras recogía el ramo para ponerlo en un florero de cristal. Ni siquiera sabía por qué el hecho de regresar a la universidad podía molestarlo tanto. 


Al igual que otras muchas cosas.


Solo tenía una cosa clara. El matrimonio no era para los débiles de espíritu.




miércoles, 17 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 9




Mariano pulsó el botón situado en el techo del coche, esperó a que se abriera la puerta del garaje y aparcó el deportivo. Por fin en casa. 


Permaneció sentado durante unos minutos disfrutando de la sensación, dándose tiempo para distanciarse del resto de acontecimientos de la noche. Compartimentos separados. Esa era la única manera de poder mantener su vida bajo control.


Antes de abrir la puerta, se sacó de un bolsillo de la camisa una toallita perfumada, envuelta en un sobre de plástico. Lo rasgó y se limpió concienzudamente las manos antes de hacer una bola con ella y tirarla a la papelera. Solo entonces bajó del deportivo. Tras recoger el ramo de flores que había comprado en el supermercado nocturno, aspiró profundamente y se dirigió a la puerta trasera de la casa. Aquella mañana había cometido un desliz, dejando que su adorable esposa lo contemplara bajo una nueva luz no precisamente favorable. Pero esa noche lo arreglaría. Las flores y los cumplidos podían encubrir cualquier pecado.


Porque no eran pocos sus pecados



INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 8





Eran las diez y cuarto cuando sonó el teléfono de la mesilla de Paula. No pudo evitar sobresaltarse, aunque llevaba cerca de una hora esperando la llamada de Mariano, para avisarla de que se hallaba en camino. Dejó a un lado el libro que había estado leyendo antes de contestar.


—¿Diga?


No hubo respuesta. Solo el leve rumor de una respiración al otro lado de la línea. Se le aceleró el corazón.


—¿Quién es usted? ¿Por qué... por qué hace esto?


—¿Te encuentras bien, Paula?


Era Mariano. Soltó el aliento que había estado conteniendo hasta ese instante.


—Ahora sí. Esta mañana recibí una llamada muy extraña, y como no respondiste de inmediato, temí que se tratara de la misma persona.


—No, solo estaba apuntando unas notas en el informe de un paciente. ¿Qué tipo de llamada era esa?


—Oh, nada importante. Te lo contaré cuando vengas. ¿Cuándo podrás estar aquí?


—Salgo ahora mismo del hospital.


—Bien. Te estaré esperando.


Lo esperaría ansiosa, pensó mientras colgaba. 


Pero no para hablarle de aquella extraña llamada, sino para anunciarle que ya había tomado una decisión y que volvería a la universidad en enero. Se levantó de la cama, caminó descalza por la habitación y abrió el segundo cajón de la antigua cómoda de caoba. 


Debajo de varias prendas de seda, encontró el conjunto de ropa interior negra que Mariano le había regalado durante su luna de miel.


No pretendía en absoluto manipular la situación a su favor, pero la lencería negra constituía todo un recurso tan bueno como cualquier otro para llamar la atención de Mariano. Lencería negra y whisky con hielo. Esa combinación podría hacerle mucho más digerible la noticia.






INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 7




Paula observó a Pedro mientras se acercaba, sorprendida de que hubiera cambiado tan poco. 


Sobre todo cuando ella se sentía mucho más mayor que la última vez que lo había visto. Le tendió la mano.


—Hola, Pedro. ¡Cuánto tiempo!


—Y que lo digas —le estrechó la mano. Su alianza de matrimonio no le pasó desapercibida—. Tienes buen aspecto.


—Tú también —era una obviedad. Parecía más musculoso de lo que recordaba, pero seguía teniendo el mismo pelo oscuro y los mismos ojos castaños, de mirada penetrante. No era guapo, o al menos no tenía la belleza clásica de Mariano. Sin embargo, la dureza de sus rasgos y el aire de confianza que exudaba lo convertían en un hombre singularmente atractivo. En una palabra: era terriblemente sexy.


—Me enteré de lo de tu padre. Lo siento.


—Gracias.


Se había enterado, pero no se había molestado en llamarla. Habían transcurrido años desde la última vez que... Los antiguos recuerdos surgieron a la superficie y tuvo la sensación de que se quedaba sin aire. Señalándole una silla vacía, y esforzándose por mantener un tono de voz razonablemente firme, lo invitó a que se sentara con ellas.


Al ver que vacilaba, se arrepintió enseguida de su ofrecimiento.


—Bueno, lo mismo estás muy ocupado... —le dijo, facilitándole ella misma el pretexto.


Pedro volvió por un instante la mirada hacia la puerta, como planteándose echar a correr. Pero no lo hizo.


—No, todavía dispongo de unos minutos —miró a Matilda—. Espero no interrumpir nada...


—En absoluto —se apresuró a tranquilizarlo la amiga de Paula—. De hecho, ahora mismo tenía que irme. Tengo que recoger a mi hijo y dejarlo en casa de mi madre antes de mi siguiente clase.


Después de que Paula hiciera las presentaciones, Matilda se levantó, estrechó la mano de Pedro y se volvió hacia su amiga.


—Quizá me lleve a Jake al centro de Red River mañana. ¿A qué hora estarás trabajando de voluntaria en la caseta de arte infantil?


—Desde las nueve hasta las doce. Pásate, por favor. Me encantaría volver a ver a Jake.


—Lo intentaré. Ciao —y se marchó.


Pedro se sentó en la silla que Matilda había dejado libre, frente a Paula. Extendió sus largas piernas debajo de la mesa y se repantigó en el asiento, con un aire de perfecta indiferencia. Al igual que en los viejos tiempos. Solo que ya nada era como entonces. Paula era una mujer adulta, casada. Una mujer controlada, segura de sí misma. Miró su mano izquierda. No llevaba anillo, seguía evitando los compromisos. ¿Por qué eso no la sorprendía?


—¿Y bien? ¿Qué has hecho durante todo este tiempo?


—Principalmente, perseguir asesinos.


—¿Por afición o por dinero?


—Habitualmente por afición, pero el sueldo me da para una pizza y una cerveza bien fría, de vez en cuando —bromeó.


—O sea que eres policía.


—Sí. Soy inspector de homicidios en el departamento de policía de Shreveport —tomó un sorbo de café—. ¿Y tú? Esperaba ver tu nombre en alguna candidatura electoral.


—¿Agarrada a los faldones de mi papá?


—No. Recuerdo que tenías ideas propias, y muy claras, acerca de cómo se debería gobernar un país.


—Bueno, lo intenté durante una temporada. Pero no he heredado la pasión por la política que tenía mi padre.


—Poca gente la tiene.


Paula ignoró su tono sarcástico.


—A mi padre le encantaba su profesión. No hay nada malo en ello.


—Yo no he dicho que lo hubiera. Aun así, no debió de gustarle nada que abandonaras ese barco.


—Tampoco mi padre me había ordenado precisamente que me metiera en política. La decisión final era siempre suya... —se interrumpió a mitad de la frase, recordándose que no estaba obligada a explicarle su vida a Pedro.


—Así que abandonaste tus aspiraciones políticas y te casaste con el doctor Mariano Chaves —pronunció Pedro cuando el silencio se tornó demasiado incómodo.


—Vaya, parece que me has seguido la pista bastante bien.


—Todos los periódicos locales recogieron la noticia de tu matrimonio.


—No sabía que los inspectores de homicidios hojeasen las crónicas de sociedad.


—Más bien nos fijamos en las fotos de las mujeres bonitas.


Sonrió. Era la misma sonrisa que había asaltado sus sueños durante los largos meses que siguieron a su marcha, o más bien repentina desaparición. Lo miró, pero sus pensamientos volvieron a Mariano y a la conversación de aquella mañana. ¿También su marido estaría pensando en marcharse y abandonarla? Quizá su verdadero talento residiera en su capacidad de ahuyentar a los hombres que más habían significado en su vida.


Pedro apuró el resto de su café y dejó el vaso de papel sobre la mesa.


—¿Qué tal es la vida de casada?


«Difícil». Paula sospechaba que esa era la respuesta que él deseaba escuchar. Pero... ¿a quién quería engañar? Dudaba que le importara mucho. Seguramente se lo había preguntado por simple cortesía.


—No es mala.


—¿Entonces qué estás haciendo en la cafetería de la universidad en una mañana soleada como esta?


—Recogiendo información para matricularme —señaló el programa de estudios que le había dado Matilda—. Quiero sacar la licenciatura de Magisterio —al ver que arqueaba las cejas, inquirió—: ¿Eso te sorprende, Pedro?


—Un poco. Nunca te había imaginado como maestra, pero estoy seguro de que se te dará estupendamente —miró su reloj y se dispuso a levantarse—. Detesto tener que marcharme. Dentro de diez minutos tengo que intervenir en una clase de Sociología.


—No te preocupes. El deber es el deber.


Sus miradas se encontraron de nuevo, y una inesperada llama de deseo la barrió por dentro. 


Desvió la vista, esperando no haberse traicionado. Si ese fue el caso, Pedro no dio muestra alguna de haberlo advertido.


—Me alegro de haberte vuelto a ver.


—Lo mismo digo —repuso ella.


Esa fue toda la despedida. Pedro ni siquiera hizo el amago de una sonrisa cuando se volvió para dirigirse hacia la puerta.


Paula hizo a un lado su taza de café, rozando la de Pedro. Eso había sido para él su aventura de nueve años atrás: un sencillo y fugaz roce. 


Porque para ella había sido mucho más.


Pero todo aquello pertenecía al pasado. Ahora era la señora de Mariano Chaves. Un matrimonio perfecto con el hombre perfecto: eso era lo que decía todo el mundo.


Aunque, como buena hija de senador, sabía que las encuestas de opinión eran muy fáciles de manipular.





martes, 16 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 6




Pedro Alfonso tomo un sorbo de café y se inclinó sobre sus notas. Solo les daría un rápido vistazo antes correr escaleras arriba para intervenir en una clase de Sociología. No se le daba muy bien hablar en público, pero el profesor era amigo suyo y Pedro no había querido decepcionarlo. Además, el tema no era otro que el comportamiento de los culpables durante los interrogatorios policiales. No sabía muy bien qué interés podía tener para aquellos estudiantes, pero definitivamente él era el hombre adecuado. 


Durante los cinco últimos años había interrogado a centenares de sospechosos, tanto culpables como inocentes.


Un buen policía podía adivinar si una persona mentía en el preciso instante en que abría la boca para hablar. O sus respuestas eran tan rígidas y previsibles que en seguida se echaba de ver que las había memorizado, o era incapaz de repetir dos veces la misma historia. En cambio, una persona inocente tenía que pensar antes de responder, y su primera declaración rara vez solía cambiar.


Había cientos de detalles más que traicionaban a un mentiroso, pero no siempre eran fiables. Un auténtico psicópata podía mentir a la perfección, sonriendo y mirando a cualquiera a los ojos sin inmutarse. Pedro se había tropezado con algunos durante su trayectoria profesional. Esos eran los más peligrosos. Del mismo tipo que el asesino múltiple que lo tenía obsesionado.


La imagen del último cadáver encontrado entre unos arbustos, en una zona aislada cerca del lago Cross, seguía presente en su cerebro, revolviéndole el estómago. Una maestra de escuela preescolar, de veintiocho años, una madre soltera aficionada a bailar música country. 


Una pobre mujer a la que alguien había drogado y torturado... Hasta que su arteria carótida había sido seccionada con un corte pequeño, rápido, eficaz. Al igual que les había ocurrido a las otras mujeres que habían muerto asesinadas durante los últimos meses.


Abismado en sus pensamientos, Pedro volvió a guardar sus notas en la carpeta y echó a andar por el pasillo, con el vaso de café en la mano. 


Una carcajada femenina procedente de la cafetería lo hizo detenerse en seco. Antiguos recuerdos asaltaron de pronto su mente. Giró sobre sus talones, esperando que se tratara de una mala jugada de su imaginación.


No tuvo esa suerte. Paula Chaves se hallaba sentada a una mesa, a unos pocos metros de distancia, charlando animadamente con una compañera. Si continuaba andando, en cuestión de segundos podría salir por la puerta sin tener que enfrentarse con ella.


O podría dirigirse hacia ella y hablarle. ¿Pero qué podía decirle a una mujer con la que se había acostado solo una vez, nueve años atrás?


Pedro seguía mirándola fijamente cuando ella se volvió hacia él. En el instante en que se encontraron sus miradas, una expresión de reconocimiento cruzó por sus ojos oscuros. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, acelerándole el corazón.


Nunca se había destacado por sus habilidades sociales, pero supuso que ya era demasiado tarde para salir corriendo.