jueves, 18 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 10




Paula vio primero el ramo de flores. Y se enterneció aún más cuando alzó la mirada a su rostro. Sabía, sin necesidad de preguntárselo, que había tenido un día difícil. Le tendió la copa de whisky.


—Bienvenido a casa, doctor Chaves.


—Gracias —repuso con voz ronca, tensa. Le entregó las flores para aceptar la bebida, se llevó la copa a los labios y se bebió la mitad antes de dejarla sobre la mesa de la cocina, contemplándola.


Recorrió con los ojos el conjunto de lencería negra, detenidamente. El anterior barniz de frialdad desapareció para verse sustituido por un brillo de deseo.


—Está usted muy sexy esta noche, señora Chaves.


—Y todo es para ti.


Mariano le quitó las llores y las dejó también sobre la mesa. Luego, deslizó la palma de la mano derecha por las puntas de sus senos. 


Mientras tomaba otro sorbo de whisky, observó cómo se endurecían los pezones, presionando contra la finísima tela.


Sin esperar a terminar su copa, procedió a despojarla del sostén.


Paula habría dado cualquier cosa con tal de sentir algo. Nunca había esperado que las cosas pudieran resultar así, que sus sentimientos por Mariano pudieran cambiar tan drásticamente en apenas diez meses. Pero tener sexo con él era una experiencia impersonal, distante, desconectada de cualquier emoción.


Ajeno a su falta de respuesta, Mariano continuó acariciándole los senos desnudos, primero con las manos y luego con la boca. Sin dejar de besarla o de susurrarle cariñosas palabras, deslizó luego los dedos bajo la cintura de la braga. Si ella no lo hubiera detenido a tiempo, la habría penetrado y alcanzado el clímax sin mayor dilación. Pero se apartó. Y Mariano se tensó visiblemente.


—¿Qué pasa, corazón?


—Nada. Solo que disfrutaría más si habláramos antes.


Se la quedó mirando como si acabara de aterrizar de otro planeta.


—Es importante para mí, Mariano.


Recogió su copa y la apuró de un trago. El brillo de deseo se había evaporado de sus ojos. La frialdad había retornado a sus rasgos. Ante aquella transformación, Paula se arrepintió de sus palabras. Había elegido el peor momento para hablar con él. Lo que tenía que decirle debería esperar...


—Es igual, tampoco tiene tanta importancia...


Mariano se acercó a la ventana, contemplando la oscuridad.


—Dime lo que me tengas que decir, Paula. Nunca temas hablarme de nada.


Se agachó para recoger su sostén del suelo, deseando no haberse puesto aquel conjunto, deseando... En realidad, no sabía lo que deseaba. Pero ahora que ya lo había molestado, tenía que terminar lo que había empezado.


—Hoy he ido a la universidad para recoger un programa de estudios para la primavera.


—¿Y?


—Que ofertan las clases que necesito.


Mariano le lanzó una mirada tan acusadora como si acabara de confesarle que se estaba acostando con el jardinero. Paula comprendió que no iba a ponérselo fácil.


—Me he matriculado. Vuelvo a la universidad. Quiero licenciarme en Educación Especial.


Continuó mirándola con actitud intimidante, los labios apretados. Sin la menor sombra de simpatía, o de comprensión.


—Por favor, Mariano, intenta comprenderlo. Esto es algo que necesito hacer por mí. No tiene nada que ver con nosotros.


—No. Solo tiene que ver contigo.


Las lágrimas le nublaron la vista mientras recogía el ramo para ponerlo en un florero de cristal. Ni siquiera sabía por qué el hecho de regresar a la universidad podía molestarlo tanto. 


Al igual que otras muchas cosas.


Solo tenía una cosa clara. El matrimonio no era para los débiles de espíritu.




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