viernes, 28 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 28




El grupo, 4E, lo habían creado en la universidad al juntarse Banks y él con Rodrigo y con el anterior batería, Charlie Moss. Tenían muchas cosas en común: todos estaban en el primer año de universidad, todos eran inteligentes y estudiosos y todos eran unos fanáticos del rock. 


Por encima de todo, los cuatro eran unos empollones.


Y de ahí el nombre: 4E.


Jeremias no conocía el significado del nombre del grupo. Había hecho alguna conjetura alguna vez, pero ellos no habían querido contarle la verdad porque seguramente a él no le habría gustado.


—Pues hasta que tengamos a personal contratado, que cada uno se ocupe de su propio instrumento —dijo Banks y soltó una risita.


Pedro se concentró totalmente en su labor. No se atrevía a mirar en dirección a Paula, que estaba limpiando las mesas junto con las otras dos camareras. Y desde luego no intentó hablar con ella. No, mientras Banks y el resto de los chicos estuvieran cerca.


Lo último que necesitaba era que alguno de ellos intentara «ayudarlo» diciéndole a Paula que el incidente de esa noche no era preocupante. 


Con la suerte que tenía últimamente, seguro que alguno de ellos diría algo de la mujer que se había lanzado sobre el hacía un mes en Tremont; o de la que se había escondido en su coche el último verano; por no hablar de la orden de alejamiento que casi había necesitado para librarse de otra admiradora. Esos incidentes le hacían replantearse continuar con la banda y valorar mucho más la tranquilidad de su hogar y su trabajo como consultor informático.


Estaba tan perdido en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que Banks se había marchado de su lado. Miró alrededor y lo vio junto a la barra, hablando animadamente con la camarera más joven... y con Paula.


—Lo mato —murmuró Pedro entre dientes.


Bajó del escenario y se acercó a ellos. Si Banks le había contado a ella quién era él en realidad, no sabía qué sería capaz de hacerle.


—Alfonso, estaba diciéndole a la señorita Chaves lo mucho que le agradecemos que nos llamara para el concierto —dijo Banks, sonando demasiado inocente.


—Sí que se lo agradecemos —comentó Pedro.


—Sois geniales —comentó la camarera de pelo moreno y miró a Pedro con curiosidad—. ¿Nos hemos visto antes?


—Alfonso es famoso —intervino Banks—. Las mujeres siempre le tiran ropa.


Pedro se prometió que mataría a su amigo en cuanto salieran de allí.


Banks lanzó a Paula una de sus miradas inocentes que siempre engañaban a sus oponentes en los debates de la universidad.


—No ha sido culpa suya, señorita Chaves. Yo he hecho un comentario que ha vuelto loca a esa mujer, Pedro no ha hecho nada.


Paula lo miró triunfante.


—¿Así que se llama Pedro, eh?


Ella ya sabía su nombre. Pedro apretó los puños mientras esperaba que recordara quién era, pero no sucedió nada de eso.


—¿Es el nombre o el apellido? —preguntó ella.


—¿Cómo dices?


—¿Cuál es el nombre y cuál el apellido? —repitió ella.


Pedro es el nombre —respondió él a regañadientes, cada vez más nervioso.


Pero seguía sin suceder nada. Ella no parecía relacionar el nombre con el instituto, no recordaba nada. Lo cual no debería molestarle, se dijo Pedro, pero le molestaba.


—De verdad, no ha sido culpa suya —dijo Banks de nuevo—. Ha sido mía.


Paula se encogió de hombros con una despreocupación sospechosa.


—Es igual. Yo sólo quería que las cosas no se desmandaran. Quiero que La Tentación termine su camino con elegancia, no con una redada.


—¿Así que realmente cerráis? —preguntó Banks.


Paula asintió mientras apretaba la mandíbula.


—Nos quedan dos semanas. Luego, adiós a todo esto.



CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 27






Durante el concierto el domingo por la noche, Pedro se dio cuenta de que tenía un problema, y muy grande. Su plan para convencer a Paula de que sucediera algo entre ellos peligraba: después de esa noche él no tendría ninguna razón para verla de nuevo.


O al menos no una razón que pudiera contarle a ella, porque no podía decirle que no sabía si podría vivir sin verla cada día, a cada momento. 


Ella seguía creyendo que se habían conocido el viernes y ése era otro de los puntos delicados. Pedro aún no le había contado su verdad, ni siquiera le había dicho cómo se llamaba en realidad. Se planteó acercarse a la barra en el descanso, flirtear un rato con ella y desafiarla a que recordara dónde se habían conocido tiempo atrás.


Ella se emocionaría intentando adivinarlo, recordando momentos del pasado que pudieran haber compartido. Y cuando por fin lo averiguara, el brillo desaparecería de sus ojos y en su lugar volvería a mirarlo como a un amigo pero nada más, igual que en el instituto.


«No seas tonto, no te pareces en nada al chico que ella conoció entonces», se dijo.


Y desde luego que no lo era ni en apariencia, ni en personalidad, ni en confianza en sí mismo. Pero bajo la superficie de roquero seguía latiendo el mismo ser sensible y reservado de antaño. Pedro no estaba seguro de que a Paula le gustara esa faceta suya, y si la descubría seguramente no le dejaría volverla a acariciar como la noche anterior.


Pedro cerró los ojos y recordó ese momento mientras el grupo tocaba un clásico de los Rolling Stones. Volvió a sentir la humedad en sus dedos, el sabor de la boca de Paula, sus gemidos al llegar al orgasmo, el delicioso aroma de su cuerpo... Se estaba excitando sólo de pensarlo.


—¡Vaya, vaya! —le dijo Banks por encima de la música—. O alguien te ha puesto muy contento, o estás pensando en que va a hacerlo.


Pedro lo fulminó con la mirada.


Unas mujeres que estaban en una mesa junto al escenario escucharon el comentario.


—A ver si esto te pone contento —gritó una de ellas.


Se quitó la camisa y se la lanzó a Pedro, con tanta puntería que aterrizó sobre su cabeza. Él se enfureció con Banks y con esas mujeres. Y además los focos estaban haciéndolo sudar terriblemente. Sin pensarlo, se quitó la prenda de la cabeza, se enjugó el sudor de la cara con ella y la lanzó a una esquina del escenario. Luego continuó tocando.


Las mujeres de la sala se volvieron locas.


—¡Toma la mía! —gritaron varias.


Pedro contempló anonadado cómo algunas mujeres se subían a las sillas y las mesas y comenzaban a desvestirse. Pero antes de que más prendas volaran por la sala, Paula se subió al escenario. Pedro y el resto de la banda dejaron de tocar.


—La próxima mujer que se quite una prenda de ropa será expulsada del local —gritó Paula—. Y seguramente la detendrán por escándalo público.


Sus palabras fueron recibidas con quejas, pero ella no hizo caso. Fulminó con la mirada a Pedro y regresó detrás de la barra sin mirar hacia atrás ni una sola vez. Mejor, porque Pedro no pudo contener una sonrisa arrogante.


Ese aviso no había sido el de una propietaria de un negocio intentando que las cosas no se descontrolaran en su local; había sido una mujer celosa que le había mentido cuando había asegurado que no quería tener nada con él.


De pronto, aunque seguía sin saber cómo iba a lograr quedarse cerca de ella, comenzó a sentirse mejor.


Cuando terminaron la canción, que era su quinta propina, Banks se apartó de su teclado para indicar que el concierto había terminado. Se acercó a Pedro con una sonrisa de satisfacción.


—Es tuya, amigo mío. Estaba convencido de que iba a saltar sobre la morena que te ha lanzado la camisa.


Pedro guardó su guitarra en la funda.


—Cierra el pico, Banks. Has sido tú quien ha provocado el incidente. Lo que dices sobre ella es una más de tus tonterías.


Banks, tan imposible de ofender como siempre, continuó con su broma.


—Ha irrumpido en el escenario como una diosa vengadora. Creo que incluso ha debido de tirarle alguna copa encima a alguien para llegar hasta aquí antes de que más mujeres se desvistieran para ti.


—Da igual —murmuró Pedro y bebió sediento de una botella de agua—. Ella dice que está demasiado ocupada con la clausura del local como para tener una relación con alguien, así que no tiene sentido intentarlo. Y después de esta noche, no tendré más excusas para poder verla.


Rodrigo y Jeremias se despidieron de unas admiradoras y se acercaron a ellos.


—¿Qué has hecho para enfurecer tanto a la dueña del local? —le preguntó Jeremias a Pedro—. Casi te fulmina con la mirada.


Rodrigo sacudió la cabeza y sonrió ante la ingenuidad de su hermano.


—Es evidente que nuestro amigo Alfonso ha pasado un tiempo extra con esa mujer.


Pedro miró a Banks, que tuvo el detalle de bajar la mirada con expresión culpable.


Jeremias los miró atónito.


—¿La rubia y tú...? Y yo que llevaba estos tres días detrás de ella, esperando para dar un paso...


Pedro entornó los ojos amenazador.


—Ni se te ocurra.


—No te preocupes, me retiro. Además, seguramente yo no le interesara. Me pidió el carnet de identidad, así que sabe qué edad tengo.


Rodrigo sujetó a su hermano por el hombro.


—¿Has intentado que te den cerveza? Ya sabes el trato que hiciste con nosotros para poder ocupar el lugar de Charlie: prometiste que seguirías las reglas.


Pedro observó a Jeremias, que intentaba explicarse entre tartamudeos. ¿Alguna vez él había sido un joven como Jeremias? A los diecinueve años, él ya estaba en la universidad. 


En ese momento, seis años después, se sintió un anciano comparado con el joven batería. 


Quizás fuera también porque sus padres y sus profesores lo habían tratado como un adulto desde casi la pubertad.


Sin necesidad de decirlo, los cuatro músicos comenzaron a recoger su equipo y la gente empezó a abandonar el local. Unas cuantas mujeres seguían ofreciéndoles sus números de teléfono. Paula casi tuvo que echarlas, con la excusa de que las ordenanzas municipales no permitían que los bares cerraran en domingo más tarde de la medianoche.


—Uno de estos días tendremos tanto éxito, que podremos contratar a gente para que monte y desmonte el equipo —comentó Jeremias mientras recogía su batería.


Pedro no estaba tan seguro de eso, sobre todo porque él no tenía interés en llegar más lejos. 


Pero quizás Jeremias sí lo lograra. El chico se tomaba la música mucho más en serio que los demás.




jueves, 27 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 26





Muy poca gente conocía ese sueño. Paula no quería que nadie se riera de ella, reacción que seguramente tendría la mayoría de quienes la conocían. Después de todo, ella era lo opuesto a su hermana. Y Luciana había sido la encargada de pronunciar el discurso de despedida el día de su graduación.


Paula siempre había sido la candidata ideal para ingresar en la mansión Playboy.


—Paula, ¿me estás escuchando? ¿Qué has hecho desde que yo me marché?


Poca cosa. Se había ocupado de todos los asuntos relacionados con el bar, había estado buscando trabajo a través del periódico y también un apartamento donde vivir. Y todo eso ella sola. Incluso había tenido algo así como un encuentro sexual con el hombre más atractivo que había conocido nunca. Pero no podía contarle nada de eso a su hermana.


—Estoy ocupada —fue lo único que dijo.


Estaba demasiado cansada para seguir con los juegos familiares.


—Por favor, Paula. Tenemos que hacer todo lo que está pendiente.


Como si a Luciana le importara. La Tentación ya no era de las dos. Paula estaba allí sola.


—Sí, lo haremos —dijo con cierta ironía.


La voz se le rompió un poco. Echaba de menos a su hermana. Echaba de menos a Tamara, y a Graciela, que había estado ocupada el fin de semana con su reunión del instituto. ¿Cómo era posible que, teniendo tanta gente alrededor, ella se sintiera tan sola?


Nunca se había sentido así. Pero en aquel momento, cuando revisaba todo lo que tenía que hacer en las próximas semanas, se sintió tremendamente sola. Tenía que vender sus recuerdos pieza a pieza, despedirse de cosas a las que tenía mucho aprecio, empaquetar su vida e intentar averiguar dónde dirigirse a continuación.


Levantó la mirada y miró al escenario. Desde allí, Alfonso se encontró con su mirada. Frunció ligeramente el ceño y ladeó la cabeza, 
preguntándole sin palabras si estaba bien.


Y de pronto, aunque dos días antes él era un extraño para ella, Paula sintió de nuevo lo que llevaba experimentando desde el primer momento en que lo había visto: que mientras Alfonso estuviera cerca de ella, no volvería a sentirse sola nunca más.



CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 25




Paula seguía sin poder sacarse de la cabeza el inesperado encuentro en la cocina de su apartamento. Cada vez que se humedecía los labios percibía el sabor de él. Y la forma en que él parecía hacerle el amor al micrófono cuando cantaba contribuía a recordárselo.


Cuando cambiaron de tema por el de Light my fire y Alfonso animó a todas las mujeres a que «encendieran su fuego», Paula estuvo a punto de comportarse como una quinceañera en su primer concierto y lanzarle su ropa interior. Sus braguitas minúsculas, como las que habían provocado una reacción tan intensa en él la pasada noche.


—¿Paula, no me oyes? ¡El teléfono está sonando!


Paula salió de sus pensamientos y miró a Dina, que debía de llevar un rato intentando llamar su atención. Agarró el teléfono y se fijó en el número.


Era Luciana. Seguramente llamaba para soltarle uno de sus sermones y ella no estaba de humor para escucharlo. Si su hermana estaba tan segura de que ella no podía manejárselas sola, ¿por qué se había ido de viaje cuando más la necesitaba? Para Paula, Luciana había perdido su derecho a protestar en cuanto había salido por la puerta sin preocuparse de lo que sucedería con el legado familiar.


Paula decidió contestar.


—La Tentación, ¿dígame?


—¿Paula?


—¿Lucy? —contestó ella sabiendo que ese apodo molestaba mucho a su hermana.


—¿Has telefoneado ya a la casa de subastas? Necesitamos el dinero que saquemos de los muebles para pagar al proveedor de bebidas.


Estupendo, nada como un poco de conversación intrascendente para comenzar. Paula no pudo contenerse.


—Hola, hermana querida, ¿cómo estás? ¿Qué tal te ha ido el día? Debe de ser muy difícil resolver todos los asuntos tú sola, ya que yo me he marchado y te he dejado allí tirada sin pensar en nadie más que en mí misma...


—Por favor, Paula, no empieces —contestó Luciana—. Te irá bien. Sólo tienes que seguir los puntos de mi lista.


La estúpida lista de su hermana, en la que detallaba, como si fuera para tontos, cada paso a seguir.


—¿Qué lista? —preguntó Paula.


Comenzó a dolerle la cabeza y no supo si era por la música o por los nervios de ser siempre la oveja negra de la familia Chaves.


—La que dejé pegada en la barra del bar y que explicaba paso a paso lo que tenías que hacer esta semana —respondió Luciana y dejó escapar un suspiro de indignación casi inaudible.


Pero Paula lo oyó. ¿Por qué le resultaba tan difícil contarle a su hermana cómo se sentía, abrirse a ella y cambiar la relación que tenían? Luciana era simpática, lista y maravillosa. La escucharía, ¿por qué no iba a hacerlo?


En el fondo de su corazón, Paula sabía que Luciana quizás la oyera, pero no la escucharía, no le prestaría atención. Así que le respondió como la antigua Paula. Su hermana sí comprendería esas palabras y esa actitud porque era lo que esperaba de ella.


—O sea que era eso... Alguien derramó whisky sobre ella el viernes por la noche y la tiré a la basura.


Se produjo un silencio tenso y Paula casi se arrepintió de su mentira. Nadie había derramado whisky sobre la maldita lista. Paula la había arrancado a sabiendas y la había tirado a la basura el mismo día que su hermana se había marchado de viaje. Ya que todo el mundo la dejaba sola en los últimos momentos de La Tentación, al menos ella cerraría el negocio a su manera.


—Te enviaré otra copia por e-mail. Y llama a la casa de subastas mañana a primera hora.


Paula negó con la cabeza. Luciana seguía siendo la misma, la que nunca se creería que ella había llamado a la casa de subastas el jueves. También había ido al banco, había encargado suficientes bebidas para todo el mes, había buscado la empresa de mudanzas... Y además había solicitado un formulario de inscripción en la universidad. Quizás no estuviera loca por querer estudiar una carrera y perseguir su sueño secreto de convertirse en profesora de instituto.



CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 24




El domingo por la noche, Paula supo con certeza que su plan de volverse responsable, respetable y una buena chica no iba a prosperar. 


Y todo, debido a un músico tremendamente atractivo y atento llamado Alfonso, que la había tenido en la palma de su mano literalmente la tarde anterior.


Y que en ese preciso momento estaba haciendo el amor verbalmente con otras cincuenta mujeres.


—Lo que daría por pasar una hora a solas con ese hombre...


Paula no tuvo que mirar para saber quién había hecho ese comentario, una pelirroja que llevaba un buen rato comiéndose a Pedro con los ojos. 


En realidad, todas las mujeres de la sala estaban pensando lo mismo, cómo sería pasar una hora, o mejor toda una noche, con él.


—Me alegro tanto de haberme enterado de esto... —continuó la pelirroja—. ¡De no ser así, esta noche estaría en la parroquia estudiando la Biblia!


—Estoy segura de que Dios lo comprenderá —murmuró Paula sin preocuparse en disimular su sarcasmo.


Pero ese sarcasmo no hizo mella en la lujuria de aquella mujer, que asintió con vehemencia.


Paula observó a la multitud congregada en el local. La mayoría eran mujeres tan desatadas como la pelirroja. Después de los conciertos del viernes y el sábado, se había extendido la voz de lo bueno que era el grupo y de lo guapos que eran sus integrantes. A las siete de la tarde se había formado una cola en el exterior del bar. El local estaba lleno a reventar por primera vez en muchos meses. A Paula le parecía que todas las mujeres del país se habían juntado allí. Y estaba segura de que muchas habían llegado solas, pero tenían intención de marcharse acompañadas.


Algo en su interior se encogió. Si él abandonaba el local con otra mujer que no fuera ella, se moriría. Le costaba admitirlo porque eso indicaba que de nuevo estaba obsesionada con un tipo de hombre que ella misma se había impuesto evitar. Pero no sólo no lo había evitado, sino que se había entregado a él por completo.


—Aquí tienes tu copa —le dijo a la pelirroja.


Había puesto una cantidad extra de alcohol para evitar que la mujer se lanzara sobre el escenario. Según le acercaba la copa, Paula derramó un poco de su contenido sobre la barra. 


Le temblaba el pulso, algo insólito en ella. En realidad, le temblaba todo el cuerpo, estaba tensa, alerta. Llevaba así desde que él había traspasado la puerta dos días antes.


Sin duda, necesitaba un revolcón. Y tenía que ser con él.


«No, eso es lo que haría la antigua Paula», se recordó a sí misma.


La nueva Paula no se dejaba dominar por el sexo ni por su amor por la aventura. Aunque era agradable preguntarse «¿Y si...?». Eso era justo lo que había estado haciendo después de lo que le había hecho sentir Alfonso usando sólo su mano y su boca; por no mencionar su voz seductora susurrándole palabras eróticas al oído.


Paula cerró los ojos y suspiró al recordarlo.


¿Qué hubiera sucedido si Dina no los hubiera interrumpido? ¿Y si ella se hubiera caído antes y hubieran estado más tiempo a solas? ¿Y si él se hubiera olvidado las llaves el sábado y hubiera regresado a buscarlas igual que hizo el viernes? ¿Habría tenido ella la fuerza para mantener las barreras?


Seguramente no.


Su imaginación se llenó de fantasías sobre qué hubiera sucedido si caían sus barreras.


—Necesito dos martinis y dos cervezas —dijo Vicki, una vieja amiga de Paula que había acudido a ayudarla esa noche—. Y a lo mejor también un poco de músico para acompañarlo.


Paula la miró con los ojos entrecerrados.


—¿Cómo dices?


Vicki suspiró.


—Me encantaría saborear un sándwich de músico.


—Pues será mejor que sea del músico rubio —le espetó Paula sin pensar.


Vicki la miró atónita.


—Caray, chica, ¿cuál de los morenos es el que te interesa?


Paula deseó haber mantenido la boca cerrada. 


Desvió la mirada y se concentró en preparar las bebidas.


—No importa —dijo mientras las colocaba sobre la bandeja de su amiga.


Vicki le guiñó un ojo. Conocía a Paula desde hacía suficiente tiempo como para saber cuándo le gustaba un hombre.


—¿Es el de los teclados o el bajista del pelo largo?


—¿Tú qué crees?


—El bajista —respondió Vicki sin dudar—. Es increíblemente atractivo. Y me resulta familiar, pero no sé por qué. Debe de ser su aspecto de estrella de cine.


Vicki se marchó. Paula se concentró en preparar el resto de bebidas y dejó de prestar atención a la música. Cuando el ritmo bajó un poco, se detuvo a escuchar a la banda y reconoció una vieja canción. Las notas del bajo que tocaba Alfonso resonaban en el interior de su pecho y la forma en que él cantaba el Bad to the bone le provocó el deseo, igual que al resto de las mujeres de la sala, de averiguar cómo podía ser él de malo.



miércoles, 26 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 23





De nuevo golpearon la puerta.


Paula abrió los ojos alarmada y Pedro miró hacia la puerta.


—¿Está cerrada? —preguntó, retirando la mano y colocándole bien las braguitas.


Ella asintió y carraspeó.


—Estoy bien, Dina. Dame cinco minutos más, ¿de acuerdo? Enseguida bajo.


Paula y Pedro contuvieron el aliento hasta que escucharon alejarse los pasos de la camarera por las escaleras.


—Ha estado muy cerca —dijo él sonriendo tímidamente.


—¿Cerca? Ha estado mucho más que cerca para mí —replicó ella perpleja.


—¿Es una queja?


—¿Me tomas el pelo? —preguntó ella ladeando la cabeza.


Él sonrió.


—Me alegro, porque yo también tengo mucha responsabilidad en esto.


Paula se irguió, se alisó la camiseta y se pasó la mano por el pelo. Respiró hondo varias veces para tranquilizarse y por fin habló.


—Ha sido increíble. Inesperado... pero increíble.


—Desde luego que sí. ¿Cuándo lo repetimos?


Ella soltó una carcajada.


—Alfonso... ¿Qué le digo a alguien que acaba de hacerme lo que tú me has hecho, pero aún no me ha visto desnuda?


—Eso se arregla enseguida —dijo él haciendo intención de quitarle la camiseta.


Ella se apartó y se cruzó de brazos.


—No podemos hacerlo. Mira, ha sido increíble, pero no debería haber sucedido.


Él ya lo sabía. Maldición, lo único que él buscaba era un beso, no un encuentro sexual tan provocativo como ése.


—Lo sé.


—Y no puede volver a suceder.


Por un instante, Pedro creyó que había oído mal. Después de lo que acababan de compartir hacía un momento, sabía que ella estaba tan ansiosa como él de averiguar lo que podían sentir y hacer sentir al otro completamente desnudos... en una cama... durante toda la noche.


—¿Puedes repetirme eso último? —pidió él.


—No estoy buscando un amante, Alfonso —dijo ella con firmeza—. Mi vida está cambiando y estoy intentando cambiar con ella.


La rigidez de su barbilla indicó a Pedro que estaba pensando en su negocio.


—¿Vas a ingresar en un convento cuando cierres La Tentación?


Ella dejó escapar un sonido entre la risa y el gemido.


—Si lo hiciera, me gastaría un fortuna en vibradores.


Sus palabras crearon unas imágenes de lo más sugerentes en la imaginación de Pedro.


—Pero no —continuó ella—. No voy a renunciar al sexo. Sólo estoy intentando cambiar mi enfoque, mi dirección en la vida, mis elecciones.


Él no comprendía muy bien a qué se refería ella, pero por la repentina rigidez de su cuerpo sabía que estaba hablando en serio. Paula no buscaba una relación, aunque fuera meramente sexual. 


Estaba levantando unas barreras que, a juzgar por la expresión de tristeza en sus ojos, eran tan duras para ella como lo eran para él. Pero ella confiaba claramente en que él respetaría sus deseos, porque no se movió para buscar unos pantalones nuevos.


—De acuerdo, Paula —murmuró él—. Lo entiendo. Te dejaré tu espacio.


Se separó de ella dejando más espacio, tanto física como mentalmente, entre ambos.


—Además, los dos tenemos que regresar al bar y hacer nuestro trabajo —añadió él.


Él había dicho justo lo que ella deseaba escuchar, pero Paula frunció el ceño. Pedro ocultó una sonrisa, más seguro que nunca de que ella realmente no quería que él se apartara de ella.


Desde luego, él no tenía ninguna intención real de apartarse de ella.


Había sido sincero en que le dejaría su espacio, en que no la obligaría a aceptar la atracción que existía entre ellos.


Sí, se apartaría de ella. Pero sólo hasta que lograra que ella admitiera que no lo había dicho en serio.