viernes, 28 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 27






Durante el concierto el domingo por la noche, Pedro se dio cuenta de que tenía un problema, y muy grande. Su plan para convencer a Paula de que sucediera algo entre ellos peligraba: después de esa noche él no tendría ninguna razón para verla de nuevo.


O al menos no una razón que pudiera contarle a ella, porque no podía decirle que no sabía si podría vivir sin verla cada día, a cada momento. 


Ella seguía creyendo que se habían conocido el viernes y ése era otro de los puntos delicados. Pedro aún no le había contado su verdad, ni siquiera le había dicho cómo se llamaba en realidad. Se planteó acercarse a la barra en el descanso, flirtear un rato con ella y desafiarla a que recordara dónde se habían conocido tiempo atrás.


Ella se emocionaría intentando adivinarlo, recordando momentos del pasado que pudieran haber compartido. Y cuando por fin lo averiguara, el brillo desaparecería de sus ojos y en su lugar volvería a mirarlo como a un amigo pero nada más, igual que en el instituto.


«No seas tonto, no te pareces en nada al chico que ella conoció entonces», se dijo.


Y desde luego que no lo era ni en apariencia, ni en personalidad, ni en confianza en sí mismo. Pero bajo la superficie de roquero seguía latiendo el mismo ser sensible y reservado de antaño. Pedro no estaba seguro de que a Paula le gustara esa faceta suya, y si la descubría seguramente no le dejaría volverla a acariciar como la noche anterior.


Pedro cerró los ojos y recordó ese momento mientras el grupo tocaba un clásico de los Rolling Stones. Volvió a sentir la humedad en sus dedos, el sabor de la boca de Paula, sus gemidos al llegar al orgasmo, el delicioso aroma de su cuerpo... Se estaba excitando sólo de pensarlo.


—¡Vaya, vaya! —le dijo Banks por encima de la música—. O alguien te ha puesto muy contento, o estás pensando en que va a hacerlo.


Pedro lo fulminó con la mirada.


Unas mujeres que estaban en una mesa junto al escenario escucharon el comentario.


—A ver si esto te pone contento —gritó una de ellas.


Se quitó la camisa y se la lanzó a Pedro, con tanta puntería que aterrizó sobre su cabeza. Él se enfureció con Banks y con esas mujeres. Y además los focos estaban haciéndolo sudar terriblemente. Sin pensarlo, se quitó la prenda de la cabeza, se enjugó el sudor de la cara con ella y la lanzó a una esquina del escenario. Luego continuó tocando.


Las mujeres de la sala se volvieron locas.


—¡Toma la mía! —gritaron varias.


Pedro contempló anonadado cómo algunas mujeres se subían a las sillas y las mesas y comenzaban a desvestirse. Pero antes de que más prendas volaran por la sala, Paula se subió al escenario. Pedro y el resto de la banda dejaron de tocar.


—La próxima mujer que se quite una prenda de ropa será expulsada del local —gritó Paula—. Y seguramente la detendrán por escándalo público.


Sus palabras fueron recibidas con quejas, pero ella no hizo caso. Fulminó con la mirada a Pedro y regresó detrás de la barra sin mirar hacia atrás ni una sola vez. Mejor, porque Pedro no pudo contener una sonrisa arrogante.


Ese aviso no había sido el de una propietaria de un negocio intentando que las cosas no se descontrolaran en su local; había sido una mujer celosa que le había mentido cuando había asegurado que no quería tener nada con él.


De pronto, aunque seguía sin saber cómo iba a lograr quedarse cerca de ella, comenzó a sentirse mejor.


Cuando terminaron la canción, que era su quinta propina, Banks se apartó de su teclado para indicar que el concierto había terminado. Se acercó a Pedro con una sonrisa de satisfacción.


—Es tuya, amigo mío. Estaba convencido de que iba a saltar sobre la morena que te ha lanzado la camisa.


Pedro guardó su guitarra en la funda.


—Cierra el pico, Banks. Has sido tú quien ha provocado el incidente. Lo que dices sobre ella es una más de tus tonterías.


Banks, tan imposible de ofender como siempre, continuó con su broma.


—Ha irrumpido en el escenario como una diosa vengadora. Creo que incluso ha debido de tirarle alguna copa encima a alguien para llegar hasta aquí antes de que más mujeres se desvistieran para ti.


—Da igual —murmuró Pedro y bebió sediento de una botella de agua—. Ella dice que está demasiado ocupada con la clausura del local como para tener una relación con alguien, así que no tiene sentido intentarlo. Y después de esta noche, no tendré más excusas para poder verla.


Rodrigo y Jeremias se despidieron de unas admiradoras y se acercaron a ellos.


—¿Qué has hecho para enfurecer tanto a la dueña del local? —le preguntó Jeremias a Pedro—. Casi te fulmina con la mirada.


Rodrigo sacudió la cabeza y sonrió ante la ingenuidad de su hermano.


—Es evidente que nuestro amigo Alfonso ha pasado un tiempo extra con esa mujer.


Pedro miró a Banks, que tuvo el detalle de bajar la mirada con expresión culpable.


Jeremias los miró atónito.


—¿La rubia y tú...? Y yo que llevaba estos tres días detrás de ella, esperando para dar un paso...


Pedro entornó los ojos amenazador.


—Ni se te ocurra.


—No te preocupes, me retiro. Además, seguramente yo no le interesara. Me pidió el carnet de identidad, así que sabe qué edad tengo.


Rodrigo sujetó a su hermano por el hombro.


—¿Has intentado que te den cerveza? Ya sabes el trato que hiciste con nosotros para poder ocupar el lugar de Charlie: prometiste que seguirías las reglas.


Pedro observó a Jeremias, que intentaba explicarse entre tartamudeos. ¿Alguna vez él había sido un joven como Jeremias? A los diecinueve años, él ya estaba en la universidad. 


En ese momento, seis años después, se sintió un anciano comparado con el joven batería. 


Quizás fuera también porque sus padres y sus profesores lo habían tratado como un adulto desde casi la pubertad.


Sin necesidad de decirlo, los cuatro músicos comenzaron a recoger su equipo y la gente empezó a abandonar el local. Unas cuantas mujeres seguían ofreciéndoles sus números de teléfono. Paula casi tuvo que echarlas, con la excusa de que las ordenanzas municipales no permitían que los bares cerraran en domingo más tarde de la medianoche.


—Uno de estos días tendremos tanto éxito, que podremos contratar a gente para que monte y desmonte el equipo —comentó Jeremias mientras recogía su batería.


Pedro no estaba tan seguro de eso, sobre todo porque él no tenía interés en llegar más lejos. 


Pero quizás Jeremias sí lo lograra. El chico se tomaba la música mucho más en serio que los demás.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario