domingo, 3 de marzo de 2019
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 7
Abrió la puerta de su habitación y se quedó petrificada al ver al mismísimo monstruo del control en la puerta, con el puño levantado como si estuviera a punto de llamar. Su aspecto físico siempre la había dejado sin respiración y aquella vez no fue una excepción.
Con su atractivo rostro, sus ojos verdes y aquel cuerpo hecho para el placer, era lógico que hubiera albergado toda serie de fantasías sobre él. Cuando mantenía la boca cerrada, aquel hombre no podía ser más guapo.
—¿Has cambiado de opinión? —le preguntó, obligándose a parecer indiferente.
—No, pero he pensado que podríamos hablar.
—Darme con la puerta en las narices no es precisamente la mejor manera de iniciar una conversación.
—Tampoco aparecer desnuda.
—Creo que mi método es el más amable de los dos.
—Te pido que me disculpes. ¿Ahora puedo pasar?
Paula tenía que admitir que estaba intrigada por el cambio de rumbo de los acontecimientos.
—Estaba a punto de irme, pero supongo que puedes pasar un momento.
Muy bien, con naturalidad, como pretendía. No estaba actuando como una mujer hormonalmente desesperada. Se echó a un lado y Pedro entró en la habitación, llenándola inmediatamente con su sobrecogedoramente masculina presencia.
—Espero que podamos llegar a una tregua y despedirnos como amigos. No me gusta cómo han ido las cosas entre nosotros, aunque sólo sea por nuestra mutua amistad con Lucia.
Paula pensó en su primera cita, un desastre, y en sus siguientes encuentros, todos ellos desastrosos. No podía negar que ella era en parte culpable, sobre todo si pretendía acostarse con Pedro.
—De acuerdo, hagamos una tregua. No sé si podremos ser amigos, pero por lo menos, podemos convertirnos en personas que no se dediquen a tirarse cosas la una a la otra.
Pedro asintió; en sus labios jugueteaba una sonrisa.
—Creo que podré soportarlo.
—Tienes un centro turístico maravilloso.
—Gracias. Es magnífico verlo por fin en funcionamiento.
—Supongo que hacen falta años para construir un lugar como éste.
—Sí, pero ha merecido la pena —contestó Pedro—. Hay un gran mercado para este tipo de centros de lujo.
—Exactamente.
Pedro se pasó la mano por el pelo y se dirigió hacia la puerta.
—Creo que debería marcharme.
Paula calculó su siguiente movimiento. Era evidente que Pedro no iba a meterse en la cama con ella en aquel momento, pero si encontraba el señuelo adecuado, quizá consiguiera persuadirlo.
—¿Sabes? Estar sola en un lugar como éste resulta un poco raro.
—Hay montones de solteros que vienen aquí para conocer a otras personas.
—Pero yo no quiero conocer a nadie.
—Estoy seguro de que no tendrás ningún problema para encontrar a un hombre.
Paula acortó la distancia que los separaba.
¿Hasta donde tendría que llegar para conseguir que se acostara con ella? Sintió un revoloteo en el estómago al pensar en tener que humillarse otra vez, ¿pero qué era más humillante?
¿Distraerse por culpa de una fantasía sexual hasta el punto de terminar estrellándose contra un camión o hacerse cargo de la situación para salirse con la suya?
—¿De verdad piensas marcharte y dejarme en esta agonía?
—¿Qué agonía?
—Te deseo, Pedro—se bajó uno de los tirantes, y después el otro, hasta dejar sus senos al descubierto—. Por favor, no me hagas suplicar.
Paula habría jurado que el cuello de Pedro se había enrojecido.
—No creo que sea una buena idea que nos acostemos —dijo Pedro sin mucha convicción.
—O quizá sea la mejor idea que hayas tenido en mucho tiempo —Paula dio un paso más. Sus senos estaban a punto de rozar el pecho de Pedro.
Deslizó la mano por el brazo de Pedro y la subió hasta su cuello.
—Bésame, y si después continúas pensando que acostarnos juntos no ha sido una buena idea, siempre puedes marcharte y no volveré a molestarte jamás.
Pedro fijó la mirada en su boca y Paula supo que lo tenía en el bote.
—Eres una mujer perversa.
—Las mujeres perversas podemos ser muy divertidas —susurró, justo antes de que sus labios se encontraran.
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 6
Paula se quedó mirando fijamente la puerta que acababan de cerrarle en pleno rostro y recordó que estaba desnuda y con la gabardina abierta.
Se ató con un gesto brusco el cinturón. Aquel portazo no formaba parte del plan.
Las mejillas le ardían y sabía que si hubiera podido mirarse en un espejo, habría visto la vergüenza y el enfado plasmados en su rostro.
Podía ser una buena actriz cuando era necesario, pero aquellos dos sentimientos nunca había sido capaz de ocultarlos.
Dio media vuelta y agradeció al cielo que no hubiera nadie por los alrededores. Con unas cuantas respiraciones y algunos metros de distancia de la suite de Pedro, volvió a sentirse relativamente tranquila.
Por supuesto, Pedro no iba a recibirla con los brazos abiertos después de cómo habían quedado las cosas entre ellos en Hawaii. Había sido una estúpida al aparecer allí, desnuda, creyendo que sus senos bastarían para que Pedro olvidara sus diferencias durante unas cuantas horas. Lo cual sólo demostraba los perniciosos efectos del deseo sexual sobre el cerebro.
Pero no podía fracasar en su misión. No, antes de marcharse de Escapada intentaría hacer realidad todas sus fantasías sexuales; fantasías que ningún hombre podría encarnar, y menos aún un obseso del control como Pedro Alfonso.
Sí, estaba segura de que, en cuanto lo tuviera en la cama, la fría realidad pondría fin a sus fantasías.
Paula sonrió para sí mientras regresaba a su dormitorio con intención de diseñar una nueva estrategia. Afortunadamente, había dejado de llover, pero el cielo de la última hora del día estaba oscurecido por nubes de tormenta que parecían a punto de descargar de un momento a otro.
En cualquier caso, Paula no pudo evitar reparar en el gran trabajo que había hecho Pedro en aquel centro turístico. Los jardines estaban exuberantes. Rebosantes de plantas tropicales, flores voluptuosas y caminos serpenteantes que invitaban a pasear. Los edificios, construidos en estuco blanco y con influencias arquitectónicas hispánicas, transmitían una imagen bella y serena. Y en el rápido vistazo que le había echado Paula a su dormitorio al llegar, le había parecido un refugio elegante y bien equipado.
Escapada era un gran centro diseñado para turistas dispuestos a gastar. Paula había llegado con la esperanza de que no le gustara aquel lugar, pero tenía que admitir a su pesar que Pedro era un inteligente hombre de negocios.
Estaba a medio camino de su dormitorio cuando comenzó a llover de nuevo. Por encima de su cabeza, las nubes rodaban a toda velocidad. El viento azotaba su pelo y amenazaba con abrirle la gabardina y revelarle al mundo lo sensual que se sentía. Lejos de dejarse abatir por las inclemencias del tiempo, los huéspedes que hasta entonces había visto por Escapada parecían estar disfrutando.
Ya en su habitación, Paula se quitó la gabardina, se secó el pelo y buscó ropa en la maleta. En su estado de locura sexual, prácticamente sólo había metido lencería en la maleta y no se le había ocurrido llevarse nada para cuando estuviera sola en su habitación.
Pero estar sola en su habitación era lo último que le apetecía hacer en aquel momento, de modo que agarro su fiel vestido negro de tirantes y se lo enfundó sin molestarse en ponerse sujetador. En cuanto estuvo vestida, decidió acercarse a un bar que había visto antes. Una vez allí, pensaría en dónde iba a cenar. Después del rechazo de Pedro, necesitaba un poco de distracción para poder pensar de una forma creativa en la posible solución a su problema.
sábado, 2 de marzo de 2019
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 5
Después de ponerse la ropa que se había quitado para ducharse, sin molestarse en abrocharse la camisa, abrió la puerta y Paula lo deslumbró con una sonrisa similar a la que Eva debía de haberle brindado a Adán cuando le había ofrecido la manzana. Hipnotizado por el contraste entre sus ojos azules y su roja melena, Pedro apenas fue consciente de que Paula acababa de desabrocharse el cinturón de la gabardina.
Después, Paula se abrió la gabardina, atrayendo con aquel gesto la mirada de Pedro. Estaba completamente desnuda.
—Espero que no te importe que haya venido sin avisar.
Pedro dejó que su mirada vagara desde los tacones hasta sus largas y bien torneadas piernas, deteniéndose en el triángulo de vello que consiguió empapar su frente en sudor y subiendo después para admirar las deliciosas curvas de sus senos. Sus pezones rosados le provocaron una erección inmediata y aquella mirada con la que le estaba diciendo «tómame», que descubrió en sus ojos, no lo ayudó a atenuarla.
—¿Qué demonios estás haciendo? —consiguió graznar.
—¿Intentar seducirte?
—Contigo las cosas no son nunca tan simples —ni tan fáciles.
—Necesito sacarte de mi cabeza. Quiero que pasemos una noche juntos, sin compromisos de ningún tipo.
Aunque no estaba en absoluto interesado, Pedro no pudo evitar preguntar:
—¿Sin compromisos de ningún tipo?
—Nada de futuras citas, ni de llamadas telefónicas. Ni siquiera tendremos que volver a vernos otra vez.
Pedro se obligaba a no mirar por miedo a perder completamente el sentido común.
—¿Y si no funciona? ¿Y si quieres volver a verme otra vez?
—No seas tan creído. Funcionará.
—Me han dicho que soy adictivo —dijo Pedro con una sonrisa.
Paula lo recorrió de arriba abajo con la mirada.
—No tengo una personalidad adictiva.
—La oferta es tentadora, pero será mejor que te vayas antes de que llame a seguridad.
Paula se quedó boquiabierta y, por primera vez desde que Pedro la conocía, sin habla. Casi se sintió culpable por no invitarla a pasar, pero se recordó a sí mismo que aquélla era Paula Chaves, la mujer que le había robado el Porsche y lo había abandonado en medio del desierto, y el sentimiento de culpa se desvaneció.
—Que pases una buena noche, y espero que te vayas mañana —le dijo, contemplando por última vez aquellos gloriosos senos, y le cerró la puerta en las narices.
Pedro imaginó entonces cómo iba a ser el resto de la noche: él solo en su habitación, las imágenes de Paula bombardeándolo y sin nada que hacer, salvo ducharse con agua fría
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 4
Aunque Rancho Fantasía, su primera aventura empresarial, había tenido éxito, no era el tipo de centro de recreo que él soñaba. Rancho Fantasía ya existía cuando él se había hecho cargo de un negocio fracasado para convertirlo en un éxito. Los beneficios le habían aportado el capital suficiente para levantar, empezando desde cero, su segundo centro vacacional tal y como él quería.
El entorno tropical, el ambiente hedonista, el lujo y un equipamiento completo, eran factores que, combinados, ayudaban a la gente a dejar de lado sus inhibiciones y disfrutar mientras estaban en Escapada. Pedro estaba decidido a convertir su negocio en un éxito, y lo estaba consiguiendo.
Pasó por la zona de administración del centro y se dirigió al escritorio de recepción, donde contuvo la respiración al ver en el vestíbulo a una mujer con el pelo de color fuego. Sólo cuando se dio cuenta de que no era Paula volvió a respirar con tranquilidad otra vez.
—Hola, señor Alfonso —lo saludó el recepcionista.
—Tengo que dejar un mensaje para una huésped que podría llegar hoy. ¿Te importaría comprobar las reservas y ver si Paula Chaves ha reservado una habitación?
El recepcionista consultó en su ordenador y asintió.
—Se supone que tendría que llegar esta tarde. ¿Qué mensaje quiere que le deje?
La tensión comenzaba a crecer en sus sienes y Pedro se obligó a relajarse. Le dejó el mensaje de Lucia y cruzó el vestíbulo para dirigirse hacia la salida.
—Pedro —lo llamó una voz de hombre tras él.
Se volvió y vio a Claudio Cayhill, su amigo y responsable de las actividades del centro, dirigiéndose rápidamente hacia él.
—Eh, Claudio.
—Pareces enfadado.
Pedro sacudió la cabeza.
—No es nada, ¿qué querías?
—Sólo quería que supieras que quizá anule la fiesta de la playa de esta noche e intente organizarla dentro, Esta a punto de estallar una tormenta.
—De acuerdo, ¿vas a ir al gimnasio esta noche?
—Lo dudo. Todavía tengo muchas cosas que hacer.
—Entonces te veré más tarde.
Casi todas las noches iban juntos al gimnasio, pero aquel día Pedro no estaba de humor para hablar, de modo que era preferible que fuera solo.
Salió a la calle. En el exterior, el cielo mostraba un aspecto amenazador. Se estaba acercando una tormenta tropical por el sudeste y los informes del tiempo del día anterior advertían que podría convertirse en huracán antes de llegar a la isla.
Definitivamente, no era bueno para el negocio, pero Pedro no iba a dejarse abatir por el mal tiempo. Al fin y al cabo, un huracán no era nada comparado con la llegada de Paula Chaves.
En la distancia, vio un avión de hélices que parecía a punto de aterrizar en la pista que había hecho construir para la llegada de sus huéspedes. La presión que minutos antes sentía en las sienes se convirtió en dolor de cabeza al pensar que Paula podía llegar en ese avión.
Que su tranquila e idílica existencia pronto estaría fuera de control por culpa de una mujer incontrolable.
Regresó a su despacho, decidido a sacarse a Paula de la cabeza. Pero no podía concentrarse en el trabajo. Permanecía sentado en el escritorio con la mirada fija en el presupuesto del centro y viendo números que no tenían sentido.
Tamborileó en el escritorio con el bolígrafo y decidió intentar leer el correo electrónico.
Abrió el correo y vio que tenía treinta mensajes más que añadir a los cien que tenía pendientes de leer. Revisó la lista, esperando encontrar algún mensaje personal en medio de aquel volumen de correo relacionado con el trabajo y se alegró al descubrir un mensaje de su hermano casi al final de la lista.
Jeronimo había estado muy ocupado últimamente con su matrimonio y su trabajo de detective, pero aun así, se las arreglaba para escribirle o llamarlo con regularidad.
Normalmente, sus mensajes eran breves, pero a Pedro lo reconfortaba saber que su hermano andaba por el mundo haciendo sus cosas y arreglándoselas bien. En otro tiempo había estado muy preocupado por Jeronimo, pero, desde que había aparecido Lucia en escena, sabía que su hermano estaba en buenas manos.
Abrió el correo y leyó la crónica de la escapada de Lucia y Jeronimo a Sadona. El mensaje terminaba con un ya habitual «¿y a ti cómo te va?», que Pedro se quedó mirando con una vaga insatisfacción.
Debería haberse alegrado de lo bien que estaba su hermano. Y sí, se alegraba mucho. Paro también lo inquietaba el que Jeronimo fuera un hombre casado y, de alguna manera, todos sus mensajes subrayaran aquella diferencia. No era que Jeronimo lo hiciera a propósito.
Sencillamente, el matrimonio era uno de los aspectos más importantes de su vida.
Una pequeña parte de Pedro echaba de menos aquellos años de soltería compartida. Cada vez que uno de sus amigos, o en ese caso su hermano, se casaba, era como si un caballo más hubiera cruzado la cerca y quedara uno menos corriendo libremente por los pastos.
Pedro se había descubierto últimamente deseando vivir más cerca de su hermano, para así poder jugar juntos al baloncesto, salir… hacer cualquier cosa con él. Siempre podían hablar por teléfono, pero no era lo mismo.
De todas formas, ¿qué le habría dicho a Jeronimo si hubiera estado allí? ¿Qué últimamente su habitual pasión por las mujeres atractivas había comenzado a debilitarse, dejándolo solo más noches de las que le habría gustado? ¿Qué estaba comenzando a darse cuenta de que las mujeres parecían más interesadas en el tamaño de su isla privada que en él?
Pedro elevó los ojos al cielo ante el empalagoso rumbo que habían tomado sus pensamientos, cerró el correo electrónico, se levantó, agarró el ordenador portátil y se encaminó hacia la puerta.
Definitivamente, había terminado permitiendo que lo afectara el estrés, así que ya era hora de que volviese al gimnasio. La autocompasión no era nada que una buena dosis de ejercicio no pudiera curar.
Una hora y media más tarde, estaba en su suite privada, sintiéndose tonificado y libre del dolor de cabeza que había comenzado a atormentarlo. Acababa de salir de la ducha y si hubiera sido capaz de averiguar dónde le habían dejado la ropa limpia, habría podido vestirse y relajarse delante de la televisión con una cerveza.
Pedro había diseñado personalmente su suite para que fuera un rincón desde el que pudiera supervisar su negocio y, al mismo tiempo, escapar de la realidad cuando lo necesitara.
Intentaba mantenerlo como un lugar privado, de modo que lo sorprendió oír que llamaban a la puerta cuando estaba buscando la ropa limpia en el armario. Eran las cinco y media y ni había llamado al servicio de habitaciones ni había invitado a nadie a pasar por allí.
Se acercó a la puerta y miró a través de la mirilla. La melena roja que vio al otro lado hizo regresar inmediatamente el dolor de cabeza. La sensación de relajación se evaporó y todo su cuerpo se puso en tensión.
Desvió la mirada, musitó un juramento y miró de nuevo por la mirilla para asegurarse de que no era una alucinación.
Que el cielo lo ayudara, estaba allí.
Por supuesto, se las había arreglado para averiguar dónde estaba. Paula tenía el pelo convertido en un alboroto de rizos que serpenteaban sobre sus hombros. Algunos mechones mojados se pegaban a ese rostro de ojos de muñeca, haciéndole recordar la primera vez que había comprendido que deseaba a Paula: había sido al verla bailar sobre un escenario vestida únicamente con lencería, en uno de los concursos celebrados en Rancho Fantasía.
En ese momento, estaba tan irresistible como entonces, pero a esas alturas, Pedro ya sabía que aquella mujer era una pesadilla. Contempló la posibilidad de no abrir la puerta, pero la curiosidad ganó.
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 3
Pedro Alfonso había aprendido de la forma más difícil a evitar a las mujeres fogosas. Le gustaba salir con mujeres dóciles, dulces y que carecieran de opiniones contundentes. Así era mucho más fácil, y, en cualquier cuso, tampoco estaba buscando una relación seria. A los treinta y seis años, le gustaba su vida de soltero y la mejor forma de continuar soltero era salir con mujeres atractivas, pero sin fondo, a las que nunca parecía importarles que su relación no fuera más allá del dormitorio. Eran los bombones de la persuasión femenina, deliciosos, pero sin nada sustancial en su interior.
De modo que cuando oyó al teléfono a la aterrada Lucia preguntándole si había visto a Paula Chaves, el estomago se le cayó a los pies.
—¿Por qué tengo que haber visto a Paula? —le preguntó, temiendo de antemano la respuesta.
No había vuelto a verla desde aquella pesadilla de viaje a Hawaii. Había pasado entonces toda una larga y tortuosa semana intentando evitarla y no tenía intención alguna de volverla a ver.
—Ayer tuvo un accidente de coche y esta mañana he encontrado una nota en mi escritorio diciéndome que me haga cargo de la agencia hasta que ella vuelva, pero no dice ni adonde va ni cuándo volverá.
—¿Y?
—He intentado llamarla al móvil y lo tiene desconectado, pero estoy segura de que se dirige hacia tu isla, de que va a Escapada.
Demonios.
«Fogosa» era sólo el primero de una larga lista de adjetivos un tanto subidos de tono que
Pedro podría utilizar para describir a Paula.
Aquélla era la mujer más salvaje, cabezota, irritante y lunática que había conocido jamás.
También era increíblemente sensual, sí, de acuerdo, la mujer más sexy que había conocido nunca, pero eso sólo duraba hasta que abría la boca para vomitar cualquiera de sus muchas obcecadas y desatinadas opiniones.
—¿Y por qué crees que está viniendo hacia aquí?
—Porque… eh, ayer había estado hablando con ella sobre tu centro turístico, justo antes de que tuviera el accidente de coche —admitió Lucia.
Pedro recordó entonces a Paula, robándole el coche y dejándolo en medio del desierto. Se había visto obligado a hacer dedo para volver a Rancho Fantasía en medio de la noche, lo que no había sido en absoluto tarea fácil. Y pensar que aquella pelirroja cargada de problemas se dirigía hacia Escapada en aquel momento…
—Lucia, no habrás estado intentando hacer de casamentera otra vez, ¿verdad?
—¡No! —exclamó rápidamente—. Bueno, a lo mejor, pero no sabía que Paula iba a reaccionar tan bruscamente.
Era extraño que Paula hubiera salido corriendo a buscarlo. Al fin y al cabo, lo había estado evitando de manera inflexible, de la misma forma que él a ella.
—¿Por qué iba a venir aquí? Es imposible que quiera verme.
—Yo… no estoy segura, pero creo que tiene algo que ver con intentar sacarte de su cabeza.
Pedro pestañeó.
—¿Qué se supone que quiere decir eso?
—Creo que es posible que Paula esté un poco… molesta, por la forma en la que dejasteis las cosas.
—¿Molesta?
—No, déjalo, no importa. No debería haber dicho nada.
—Esa mujer es incapaz de tener una relación normal con un hombre.
—No estés tan seguro.
Pedro no podía dejar de creer a Lucia. Era una mujer inteligente y Paula era su mejor amiga, de modo que, posiblemente, sabía de lo que estaba hablando.
—Yo pensaba que Paula me odiaba —y el golpe que le había dado en la cabeza con una lámpara cuando estaban en Hawaii lo había dejado suficientemente claro.
—No te odia a ti, yo creo que en realidad lo que odia es su incapacidad para controlarte.
Y esa era exactamente la razón por la que Paula y el nunca iban a estar juntos. Paula quería que los hombres se arrastraran a sus pies y Pedro no se arrastraba ante nadie.
—¿Entonces llamo a la policía si la veo? —pregunto Pedro, sólo medio en broma.
—¡No! Tú sólo intenta perdonar y olvidar.
—Exacto. Y de paso, puedo dejarle las llaves de mi coche.
Lucia rió un tanto tensa.
—Tampoco hace falta exagerar. ¿Pero podrías dejarle un mensaje en recepción y decirle que me llame en cuanto llegue?
—Por supuesto, si es que viene —quizá, con un poco de suerte, estaba de camino a Aruba. O mejor todavía, a Siberia—. ¿Te trata bien mi hermanito?
—Claro que sí. Aunque de vez en cuando tengo que distraerlo de los casos en los que está trabajando, pero tengo mis métodos.
Pedro advirtió la sonrisa que acompañaba su voz. En algunos momentos de debilidad, envidiaba lo que su hermano y su cuñada compartían. Pero aquellos momentos no duraban demasiado, porque siempre recordaba lo mucho que odiaba sentirse atado, y lo mucho más sencilla que era la vida de soltero.
Después de despedirse de su cuñada, colgó el teléfono y miró inquieto la puerta de su despacho. ¿Y si Paula estuviera acechando al otro lado?
No, un momento. ¿De verdad iba a dejarse intimidar por su presencia? Diablos, no. El sólo temía los tumultos que aquella mujer provocaba, pero, vaya, él era el propietario de aquel centro.
Si Paula causaba algún problema, la echaría, tan sencillo como eso.
Soltó una bocanada de aire y salió a grandes zancadas de su despacho para dirigirse al centro administrativo de Escapada. La idea de crear un centro turístico como aquél había estado bullendo en su mente durante años y verlo por fin convertido en realidad le proporcionaba no poca satisfacción.
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 2
Pero Paula pasó el resto de la tarde distraída y nerviosa, mientras los pensamientos sobre Pedro rondaban constantemente su mente. Se encontraba peligrosamente cerca del estado de depresión que se había jurado no volver a soportar nunca más. Estaba prácticamente segura de que al final había conseguido superar aquella obsesión, sin embargo, allí estaba otra vez, agobiada ante la mera mención de Pedro.
Después de salir de la oficina, recorrió las calles de las afueras de Phoenix en su Mustang descapotable, con la capota puesta para protegerse del sol y deseando ser capaz de renunciar a su obsesión por los coches de los años sesenta a favor de cualquier último modelo con aire acondicionado.
De momento tuvo que conformarse con secarse el sudor que el sombrero le había dejado sobre la frente y con bajar la ventanilla. El calor provocaba espejismos de agua sobre el asfalto y el nauseabundo humo de los coches inundaba el aire.
Y, o bien aquellos humos la estaban afectando al cerebro, o realmente el tipo que conducía el coche tic al lado guardaba cierto parecido con Pedro Alfonso. Paula pestañeó y volvió a mirarlo. Definitivamente, no era Pedro, pero se le parecía. Tenía el pelo oscuro y muy corto y la misma mandíbula cuadrada oscurecida por una barba incontrolable.
Paula no pudo evitar imaginar el tacto de la piel de Pedro contra la suya. Y, realmente, imaginar era lo único que podía hacer, puesto que Pedro y ella ni siquiera habían llegado a besarse. En sus explosivos encuentros, jamás habían hecho nada más íntimo que liarse la mano, y quizá fuera ésa la razón por la que su imaginación parecía dispararse en lo que a Pedro concernía. Paula siempre conseguía a los hombres que le gustaban, pero no había sido así con Pedro.
Y mientras estaba esperando frente al semáforo y al lado del hombre que se parecía a Pedro, sintió una creciente inquietud que comenzaba en su vientre e irradiaba después hacia sus piernas.
Paula suspiró y se movió incómoda en su asiento, pero aquel movimiento sólo sirvió para exacerbar el problema e, inmediatamente, supo lo que iba a pasar.
Aquellas imágenes, por ficticias que fueran, habían llegado a convertirse en algo muy familiar para Paula. Pedro haciendo el amor con ella con un frenesí salvaje, en un lugar tórrido, húmedo y tropical. Cerró los ojos un momento y no advirtió que el semáforo estaba en verde hasta que los coches de atrás comenzaron a tocar el claxon. Abrió los ojos y pisó el acelerador demasiado rápido, de modo que cruzó la siguiente intersección quemando literalmente los neumáticos.
Lo que empeoraba la situación era que el nuevo centro turístico de Pedro estuviera localizado en la misma clase de rincón tropical en el que Paula ubicaba sus fantasías. Era como si Pedro hubiera sido capaz de leerle el pensamiento a miles de kilómetros de distancia.
Pedro tenía la clase de mirada intensa que lo sugería capaz de disfrutar de ese tipo de poderes. Al recordar cómo aquellos ojos verdes parecían capaces de leerle hasta el alma, la tensión de Paula aumentó. Las fantasías regresaron; imágenes de su cuerpo desnudo estrechándose contra el suyo, de su lengua lamiendo sus senos, de sus manos obrando aquella magia indescriptible sobre ella.
En sus fantasías, Paula era incapaz de resistirse. Se mostraba dócil e indefensa como una novia virgen… todo lo contrario de su verdadera personalidad.
Imaginaba el duro sexo de Pedro llenándola de las más dulces sensaciones que jamás había conocido…
Y entonces llegó el impacto y el ruido de la colisión. Salió disparada hacia delante y sintió el tirón del cinturón de seguridad en el hombro mientras oía el sonido del metal contra el metal y comprendía que acababa de incrustarse en el camión que iba delante de ella.
Había conseguido olvidarse del semáforo en rojo, del tráfico detenido en la carretera y del enorme camión bajo el que había incrustado su adorado Mustang.
Paula pestañeó al ver la matrícula del camión a aquella inusual distancia y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Un segundo después, cuando el conductor del camión se asomó a la ventanilla para preguntarle si se encontraba bien y ella estalló en lágrimas, Paula supo sin lugar a dudas que tenía que hacer algo.
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