domingo, 3 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 7




Abrió la puerta de su habitación y se quedó petrificada al ver al mismísimo monstruo del control en la puerta, con el puño levantado como si estuviera a punto de llamar. Su aspecto físico siempre la había dejado sin respiración y aquella vez no fue una excepción.


Con su atractivo rostro, sus ojos verdes y aquel cuerpo hecho para el placer, era lógico que hubiera albergado toda serie de fantasías sobre él. Cuando mantenía la boca cerrada, aquel hombre no podía ser más guapo.


—¿Has cambiado de opinión? —le preguntó, obligándose a parecer indiferente.


—No, pero he pensado que podríamos hablar.


—Darme con la puerta en las narices no es precisamente la mejor manera de iniciar una conversación.


—Tampoco aparecer desnuda.


—Creo que mi método es el más amable de los dos.


—Te pido que me disculpes. ¿Ahora puedo pasar?


Paula tenía que admitir que estaba intrigada por el cambio de rumbo de los acontecimientos.


—Estaba a punto de irme, pero supongo que puedes pasar un momento.


Muy bien, con naturalidad, como pretendía. No estaba actuando como una mujer hormonalmente desesperada. Se echó a un lado y Pedro entró en la habitación, llenándola inmediatamente con su sobrecogedoramente masculina presencia.


—Espero que podamos llegar a una tregua y despedirnos como amigos. No me gusta cómo han ido las cosas entre nosotros, aunque sólo sea por nuestra mutua amistad con Lucia.


Paula pensó en su primera cita, un desastre, y en sus siguientes encuentros, todos ellos desastrosos. No podía negar que ella era en parte culpable, sobre todo si pretendía acostarse con Pedro.


—De acuerdo, hagamos una tregua. No sé si podremos ser amigos, pero por lo menos, podemos convertirnos en personas que no se dediquen a tirarse cosas la una a la otra.


Pedro asintió; en sus labios jugueteaba una sonrisa.


—Creo que podré soportarlo.


—Tienes un centro turístico maravilloso.


—Gracias. Es magnífico verlo por fin en funcionamiento.


—Supongo que hacen falta años para construir un lugar como éste.


—Sí, pero ha merecido la pena —contestó Pedro—. Hay un gran mercado para este tipo de centros de lujo.


—Exactamente.


Pedro se pasó la mano por el pelo y se dirigió hacia la puerta.


—Creo que debería marcharme.


Paula calculó su siguiente movimiento. Era evidente que Pedro no iba a meterse en la cama con ella en aquel momento, pero si encontraba el señuelo adecuado, quizá consiguiera persuadirlo.


—¿Sabes? Estar sola en un lugar como éste resulta un poco raro.


—Hay montones de solteros que vienen aquí para conocer a otras personas.


—Pero yo no quiero conocer a nadie.


—Estoy seguro de que no tendrás ningún problema para encontrar a un hombre.


Paula acortó la distancia que los separaba. 


¿Hasta donde tendría que llegar para conseguir que se acostara con ella? Sintió un revoloteo en el estómago al pensar en tener que humillarse otra vez, ¿pero qué era más humillante? 


¿Distraerse por culpa de una fantasía sexual hasta el punto de terminar estrellándose contra un camión o hacerse cargo de la situación para salirse con la suya?


—¿De verdad piensas marcharte y dejarme en esta agonía?


—¿Qué agonía?


—Te deseo, Pedro—se bajó uno de los tirantes, y después el otro, hasta dejar sus senos al descubierto—. Por favor, no me hagas suplicar.


Paula habría jurado que el cuello de Pedro se había enrojecido.


—No creo que sea una buena idea que nos acostemos —dijo Pedro sin mucha convicción.


—O quizá sea la mejor idea que hayas tenido en mucho tiempo —Paula dio un paso más. Sus senos estaban a punto de rozar el pecho de Pedro.


Deslizó la mano por el brazo de Pedro y la subió hasta su cuello.


—Bésame, y si después continúas pensando que acostarnos juntos no ha sido una buena idea, siempre puedes marcharte y no volveré a molestarte jamás.


Pedro fijó la mirada en su boca y Paula supo que lo tenía en el bote.


—Eres una mujer perversa.


—Las mujeres perversas podemos ser muy divertidas —susurró, justo antes de que sus labios se encontraran.



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