sábado, 2 de marzo de 2019
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 3
Pedro Alfonso había aprendido de la forma más difícil a evitar a las mujeres fogosas. Le gustaba salir con mujeres dóciles, dulces y que carecieran de opiniones contundentes. Así era mucho más fácil, y, en cualquier cuso, tampoco estaba buscando una relación seria. A los treinta y seis años, le gustaba su vida de soltero y la mejor forma de continuar soltero era salir con mujeres atractivas, pero sin fondo, a las que nunca parecía importarles que su relación no fuera más allá del dormitorio. Eran los bombones de la persuasión femenina, deliciosos, pero sin nada sustancial en su interior.
De modo que cuando oyó al teléfono a la aterrada Lucia preguntándole si había visto a Paula Chaves, el estomago se le cayó a los pies.
—¿Por qué tengo que haber visto a Paula? —le preguntó, temiendo de antemano la respuesta.
No había vuelto a verla desde aquella pesadilla de viaje a Hawaii. Había pasado entonces toda una larga y tortuosa semana intentando evitarla y no tenía intención alguna de volverla a ver.
—Ayer tuvo un accidente de coche y esta mañana he encontrado una nota en mi escritorio diciéndome que me haga cargo de la agencia hasta que ella vuelva, pero no dice ni adonde va ni cuándo volverá.
—¿Y?
—He intentado llamarla al móvil y lo tiene desconectado, pero estoy segura de que se dirige hacia tu isla, de que va a Escapada.
Demonios.
«Fogosa» era sólo el primero de una larga lista de adjetivos un tanto subidos de tono que
Pedro podría utilizar para describir a Paula.
Aquélla era la mujer más salvaje, cabezota, irritante y lunática que había conocido jamás.
También era increíblemente sensual, sí, de acuerdo, la mujer más sexy que había conocido nunca, pero eso sólo duraba hasta que abría la boca para vomitar cualquiera de sus muchas obcecadas y desatinadas opiniones.
—¿Y por qué crees que está viniendo hacia aquí?
—Porque… eh, ayer había estado hablando con ella sobre tu centro turístico, justo antes de que tuviera el accidente de coche —admitió Lucia.
Pedro recordó entonces a Paula, robándole el coche y dejándolo en medio del desierto. Se había visto obligado a hacer dedo para volver a Rancho Fantasía en medio de la noche, lo que no había sido en absoluto tarea fácil. Y pensar que aquella pelirroja cargada de problemas se dirigía hacia Escapada en aquel momento…
—Lucia, no habrás estado intentando hacer de casamentera otra vez, ¿verdad?
—¡No! —exclamó rápidamente—. Bueno, a lo mejor, pero no sabía que Paula iba a reaccionar tan bruscamente.
Era extraño que Paula hubiera salido corriendo a buscarlo. Al fin y al cabo, lo había estado evitando de manera inflexible, de la misma forma que él a ella.
—¿Por qué iba a venir aquí? Es imposible que quiera verme.
—Yo… no estoy segura, pero creo que tiene algo que ver con intentar sacarte de su cabeza.
Pedro pestañeó.
—¿Qué se supone que quiere decir eso?
—Creo que es posible que Paula esté un poco… molesta, por la forma en la que dejasteis las cosas.
—¿Molesta?
—No, déjalo, no importa. No debería haber dicho nada.
—Esa mujer es incapaz de tener una relación normal con un hombre.
—No estés tan seguro.
Pedro no podía dejar de creer a Lucia. Era una mujer inteligente y Paula era su mejor amiga, de modo que, posiblemente, sabía de lo que estaba hablando.
—Yo pensaba que Paula me odiaba —y el golpe que le había dado en la cabeza con una lámpara cuando estaban en Hawaii lo había dejado suficientemente claro.
—No te odia a ti, yo creo que en realidad lo que odia es su incapacidad para controlarte.
Y esa era exactamente la razón por la que Paula y el nunca iban a estar juntos. Paula quería que los hombres se arrastraran a sus pies y Pedro no se arrastraba ante nadie.
—¿Entonces llamo a la policía si la veo? —pregunto Pedro, sólo medio en broma.
—¡No! Tú sólo intenta perdonar y olvidar.
—Exacto. Y de paso, puedo dejarle las llaves de mi coche.
Lucia rió un tanto tensa.
—Tampoco hace falta exagerar. ¿Pero podrías dejarle un mensaje en recepción y decirle que me llame en cuanto llegue?
—Por supuesto, si es que viene —quizá, con un poco de suerte, estaba de camino a Aruba. O mejor todavía, a Siberia—. ¿Te trata bien mi hermanito?
—Claro que sí. Aunque de vez en cuando tengo que distraerlo de los casos en los que está trabajando, pero tengo mis métodos.
Pedro advirtió la sonrisa que acompañaba su voz. En algunos momentos de debilidad, envidiaba lo que su hermano y su cuñada compartían. Pero aquellos momentos no duraban demasiado, porque siempre recordaba lo mucho que odiaba sentirse atado, y lo mucho más sencilla que era la vida de soltero.
Después de despedirse de su cuñada, colgó el teléfono y miró inquieto la puerta de su despacho. ¿Y si Paula estuviera acechando al otro lado?
No, un momento. ¿De verdad iba a dejarse intimidar por su presencia? Diablos, no. El sólo temía los tumultos que aquella mujer provocaba, pero, vaya, él era el propietario de aquel centro.
Si Paula causaba algún problema, la echaría, tan sencillo como eso.
Soltó una bocanada de aire y salió a grandes zancadas de su despacho para dirigirse al centro administrativo de Escapada. La idea de crear un centro turístico como aquél había estado bullendo en su mente durante años y verlo por fin convertido en realidad le proporcionaba no poca satisfacción.
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