sábado, 2 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 4




Aunque Rancho Fantasía, su primera aventura empresarial, había tenido éxito, no era el tipo de centro de recreo que él soñaba. Rancho Fantasía ya existía cuando él se había hecho cargo de un negocio fracasado para convertirlo en un éxito. Los beneficios le habían aportado el capital suficiente para levantar, empezando desde cero, su segundo centro vacacional tal y como él quería.


El entorno tropical, el ambiente hedonista, el lujo y un equipamiento completo, eran factores que, combinados, ayudaban a la gente a dejar de lado sus inhibiciones y disfrutar mientras estaban en Escapada. Pedro estaba decidido a convertir su negocio en un éxito, y lo estaba consiguiendo.


Pasó por la zona de administración del centro y se dirigió al escritorio de recepción, donde contuvo la respiración al ver en el vestíbulo a una mujer con el pelo de color fuego. Sólo cuando se dio cuenta de que no era Paula volvió a respirar con tranquilidad otra vez.


—Hola, señor Alfonso —lo saludó el recepcionista.


—Tengo que dejar un mensaje para una huésped que podría llegar hoy. ¿Te importaría comprobar las reservas y ver si Paula Chaves ha reservado una habitación?


El recepcionista consultó en su ordenador y asintió.


—Se supone que tendría que llegar esta tarde. ¿Qué mensaje quiere que le deje?


La tensión comenzaba a crecer en sus sienes y Pedro se obligó a relajarse. Le dejó el mensaje de Lucia y cruzó el vestíbulo para dirigirse hacia la salida.


Pedro —lo llamó una voz de hombre tras él.


Se volvió y vio a Claudio Cayhill, su amigo y responsable de las actividades del centro, dirigiéndose rápidamente hacia él.


—Eh, Claudio.


—Pareces enfadado.


Pedro sacudió la cabeza.


—No es nada, ¿qué querías?


—Sólo quería que supieras que quizá anule la fiesta de la playa de esta noche e intente organizarla dentro, Esta a punto de estallar una tormenta.


—De acuerdo, ¿vas a ir al gimnasio esta noche?


—Lo dudo. Todavía tengo muchas cosas que hacer.


—Entonces te veré más tarde.


Casi todas las noches iban juntos al gimnasio, pero aquel día Pedro no estaba de humor para hablar, de modo que era preferible que fuera solo.


Salió a la calle. En el exterior, el cielo mostraba un aspecto amenazador. Se estaba acercando una tormenta tropical por el sudeste y los informes del tiempo del día anterior advertían que podría convertirse en huracán antes de llegar a la isla.


Definitivamente, no era bueno para el negocio, pero Pedro no iba a dejarse abatir por el mal tiempo. Al fin y al cabo, un huracán no era nada comparado con la llegada de Paula Chaves.


En la distancia, vio un avión de hélices que parecía a punto de aterrizar en la pista que había hecho construir para la llegada de sus huéspedes. La presión que minutos antes sentía en las sienes se convirtió en dolor de cabeza al pensar que Paula podía llegar en ese avión. 


Que su tranquila e idílica existencia pronto estaría fuera de control por culpa de una mujer incontrolable.


Regresó a su despacho, decidido a sacarse a Paula de la cabeza. Pero no podía concentrarse en el trabajo. Permanecía sentado en el escritorio con la mirada fija en el presupuesto del centro y viendo números que no tenían sentido. 


Tamborileó en el escritorio con el bolígrafo y decidió intentar leer el correo electrónico.


Abrió el correo y vio que tenía treinta mensajes más que añadir a los cien que tenía pendientes de leer. Revisó la lista, esperando encontrar algún mensaje personal en medio de aquel volumen de correo relacionado con el trabajo y se alegró al descubrir un mensaje de su hermano casi al final de la lista.


Jeronimo había estado muy ocupado últimamente con su matrimonio y su trabajo de detective, pero aun así, se las arreglaba para escribirle o llamarlo con regularidad. 


Normalmente, sus mensajes eran breves, pero a Pedro lo reconfortaba saber que su hermano andaba por el mundo haciendo sus cosas y arreglándoselas bien. En otro tiempo había estado muy preocupado por Jeronimo, pero, desde que había aparecido Lucia en escena, sabía que su hermano estaba en buenas manos.


Abrió el correo y leyó la crónica de la escapada de Lucia y Jeronimo a Sadona. El mensaje terminaba con un ya habitual «¿y a ti cómo te va?», que Pedro se quedó mirando con una vaga insatisfacción.


Debería haberse alegrado de lo bien que estaba su hermano. Y sí, se alegraba mucho. Paro también lo inquietaba el que Jeronimo fuera un hombre casado y, de alguna manera, todos sus mensajes subrayaran aquella diferencia. No era que Jeronimo lo hiciera a propósito. 


Sencillamente, el matrimonio era uno de los aspectos más importantes de su vida.


Una pequeña parte de Pedro echaba de menos aquellos años de soltería compartida. Cada vez que uno de sus amigos, o en ese caso su hermano, se casaba, era como si un caballo más hubiera cruzado la cerca y quedara uno menos corriendo libremente por los pastos.


Pedro se había descubierto últimamente deseando vivir más cerca de su hermano, para así poder jugar juntos al baloncesto, salir… hacer cualquier cosa con él. Siempre podían hablar por teléfono, pero no era lo mismo.


De todas formas, ¿qué le habría dicho a Jeronimo si hubiera estado allí? ¿Qué últimamente su habitual pasión por las mujeres atractivas había comenzado a debilitarse, dejándolo solo más noches de las que le habría gustado? ¿Qué estaba comenzando a darse cuenta de que las mujeres parecían más interesadas en el tamaño de su isla privada que en él?


Pedro elevó los ojos al cielo ante el empalagoso rumbo que habían tomado sus pensamientos, cerró el correo electrónico, se levantó, agarró el ordenador portátil y se encaminó hacia la puerta. 


Definitivamente, había terminado permitiendo que lo afectara el estrés, así que ya era hora de que volviese al gimnasio. La autocompasión no era nada que una buena dosis de ejercicio no pudiera curar.


Una hora y media más tarde, estaba en su suite privada, sintiéndose tonificado y libre del dolor de cabeza que había comenzado a atormentarlo. Acababa de salir de la ducha y si hubiera sido capaz de averiguar dónde le habían dejado la ropa limpia, habría podido vestirse y relajarse delante de la televisión con una cerveza.


Pedro había diseñado personalmente su suite para que fuera un rincón desde el que pudiera supervisar su negocio y, al mismo tiempo, escapar de la realidad cuando lo necesitara. 


Intentaba mantenerlo como un lugar privado, de modo que lo sorprendió oír que llamaban a la puerta cuando estaba buscando la ropa limpia en el armario. Eran las cinco y media y ni había llamado al servicio de habitaciones ni había invitado a nadie a pasar por allí.


Se acercó a la puerta y miró a través de la mirilla. La melena roja que vio al otro lado hizo regresar inmediatamente el dolor de cabeza. La sensación de relajación se evaporó y todo su cuerpo se puso en tensión.


Desvió la mirada, musitó un juramento y miró de nuevo por la mirilla para asegurarse de que no era una alucinación.


Que el cielo lo ayudara, estaba allí.


Por supuesto, se las había arreglado para averiguar dónde estaba. Paula tenía el pelo convertido en un alboroto de rizos que serpenteaban sobre sus hombros. Algunos mechones mojados se pegaban a ese rostro de ojos de muñeca, haciéndole recordar la primera vez que había comprendido que deseaba a Paula: había sido al verla bailar sobre un escenario vestida únicamente con lencería, en uno de los concursos celebrados en Rancho Fantasía.


En ese momento, estaba tan irresistible como entonces, pero a esas alturas, Pedro ya sabía que aquella mujer era una pesadilla. Contempló la posibilidad de no abrir la puerta, pero la curiosidad ganó.




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