miércoles, 13 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 8





Aún tenía el pelo mojado de la ducha que acababa de darse, y olía a jabón y aftershave. 


Paula sabía que si notaba ese olor en cualquier otro sitio, lo asociaría con él.


¿Por qué se ponía tan sensible de repente? 


Saltó de nuevo del sillón y le señaló a Pedro el reloj.


—Se te acaba el tiempo. Pásame el teléfono.


Pedro se despidió del padre de Paula y ella tomó el auricular.


—¿Papá?


—Hola, Paula—su voz sonaba distraída, pero no iba a ofenderse por ello. Si le preguntaba en qué estaba pensando, probablemente le hablase de los problemas matemáticos que intentaba resolver.


—Papá, deberías dejar de trabajar ya y llevar a mamá a algún sitio.


—¿Por qué? ¿Está enfadada conmigo?


Ella suspiró. Su padre era el típico profesor con la cabeza en las nubes. Estaba convencida de que su madre debía de llevar todo el día quejándose, pero él no se había dado cuenta de nada.


—Hazme caso y pasadlo bien.


—De acuerdo. Vosotros también, Paula. Nos veremos en la lectura.


—Claro. Estoy impaciente. Os quiero mucho, papá. Díselo a mamá, no me ha dado tiempo a decírselo yo misma porque estaba impaciente por hablar con Pedro.


—Espero que siga cuidándote para que no te metas en líos.


—¿Quién es capaz de evitar que me meta en líos?


—Nadie —respondió su padre con una carcajada—. Pero espero que al menos pueda vigilar un poco a mi niña traviesa.


—Soy tu única niña, papá.


Se despidieron y Paula colgó con un suspiro.


—Mis padres... lo siento, Pedro


—No te disculpes, son geniales.


—Si tan bien te caen, le voy a pasar tu número a mi madre para que te llame cuando quiera. Tal vez también te compre unos paños de cocina —cruzó el pasillo de una zancada para tomar su gastada chaqueta de cuero del perchero—. Se supone que tienes que cuidar de mí.


—Eso me han dicho, tanto tu padre como tu madre. ¿Qué les cuentas para que crean que me necesitas?


—Nada de nada. No te creas nada de lo que te cuenten —dijo, con la chaqueta puesta y cara de niña buena.


—Qué cuadro —dijo él—. Un angelito vestido con una cazadora de piel.


La miró a la cara, desde muy cerca y una media sonrisa dibujada en la cara. Paula notó mucho calor de reciente y enseguida sacudió la cabeza.


—Ni lo sueñes, Alfonso—fue hacia la puerta y la abrió—. Adelante, caballero.


Cuando llegaron al videoclub, lo vieron tan concurrido como todos los sábados por la noche. Ellos se dirigieron rápidamente a la sección de novedades.


—Tenemos que elegir algo rápidamente. Aún tenemos que ir a por la comida china.


—No te preocupes. Dame sesenta segundos —Paula siempre lo dejaba elegir, porque escogía lo mismo que hubiera escogido ella. Además, si la película era mala, bajaban el volumen y jugaban a inventarse los diálogos, así que siempre se lo pasaba bien viendo películas con Pedro.


Mientras Pedro examinaba las películas, ella hacía lo propio con los clientes del videoclub hasta que vio a un hombre en la sección de películas extranjeras que leía la carátula de un vídeo. Llevaba el abrigo sin abrochar, así que ella pudo ver que llevaba un traje gris oscuro, con las perneras algo arrugadas, como si se hubiera pasado todo el día sentado en un despacho, y no parecía tener prisa en elegir película. Paula se fijó en su mano izquierda, la que sujetaba la caja del vídeo: no llevaba anillo.


—Ya me he decidido


—¡Qué susto me has dado! —exclamó ella. 


Estaba perdida en sus pensamientos...


—Lo siento —miró en la dirección en la que había estado mirando ella—. Mientras yo buscaba película, tú examinabas la mercancía, por lo que veo.


—Sólo estaba echando un vistazo —se justificó ella.


Él hombre levantó la vista y la vio mirándolo, lo que hizo que ella se sintió muy incómoda los dos segundos que sus miradas se cruzaron. 


Después sonrió, pero cuando miró tras ella, la sonrisa desapareció y volvió a mirar las películas.


Al girarse, Paula vio que Pedro estaba mirándolo fijamente, así que lo empujó detrás del estante de las películas infantiles.


—¿Qué estás haciendo? ¡Me vas a fastidiar los planes! —miró por encima de la estantería para ver si el hombre los estaba mirando.


—¿Qué planes? ¡No tienes ningún plan con ese hombre! Ni siquiera sabes quién es, ¿o sí?


—No, pero no sé por qué estás tan negativo. Tal vez sea el primer candidato para mi plan.


—¿Ése? —Pedro hizo una mueca—. ¿Lo miras veinte segundos y ya ves en él al hombre perfecto?


—Yo sólo digo que tiene posibilidades.


—¿Qué posibilidades son ésas?



PAR PERFECTO: CAPITULO 7





La madre de Paula era terrible al teléfono. Paula la escuchaba hablar con el auricular un poco alejado de su oreja, pero el tono de su madre era tan entusiasta que su alcance era tremendo.


—Paula, te juro que la funda para el sofá que acabo de comprar lo ha transformado del todo. Me costó doce con noventa y nueve dólares y parece que hemos comprado un sofá nuevo. Si quieres puedo comprar otra para ti. ¿De qué color la quieres?


—Mamá —respondió Paula—, no te preocupes.


—Cariño, tu sofá es tan... —Paula sabía que estaba evitando decir «feo» o «horrible» para no ofenderla—. Parece como si lo hubieras comprado de segunda mano nada más acabar la carrera.


—Y eso es exactamente lo que hice, mamá.


—Por eso, Paula. Elegiré la funda yo misma. ¿Necesitas algo más? También tenían paños de cocina en oferta...


Paula alucinaba con la capacidad de su madre para conversar por teléfono.


—Mamá —interrumpió Paula—. ¿Cómo va la agencia? ¿Cuál es el punto caliente actualmente? —su madre, de unos cincuenta años, tenía una agencia de viajes.


—En Aruba hace buen tiempo. También en Hawai.


—No me refiero al calor, sino a estar de moda. ¿Dónde viajan los solteros de oro este año? —inmediatamente se arrepintió de haber hecho aquella pregunta.


—Así que estás buscando activamente, ¿eh?


—¡Mamá! Olvídalo. ¿Qué hace papá?


—Ya conoces a tu padre —su madre exhaló un suspiro que Paula reconoció como totalmente exagerado—. Hace un día precioso, la gente sale a pasear y las terrazas de los cafés están abarrotadas, pero tu padre está encerrado en el estudio, tonteando con el ordenador.


Paula sonrió. Sabía que aquello de «tonteando» quería decir que estaba trabajando en su siguiente libro, parapetado bajo un montón de libros de ecuaciones y teoremas.


—Entonces me imagino que no podrá ponerse.


—Espera, voy a llamarlo y así le dará un poco el sol. Si no, no saldrá de ahí hasta el anochecer, como los animales salvajes.


—Déjalo. Recuerda que antes de contratar a los agentes, tú también trabajabas los sábados, y no hace mucho de eso.


En ese momento oyó un golpeteo de nudillos en la puerta y al responder «adelante», Pedro entró en el piso.


—Te tengo dicho que cierres la puerta —le dijo él—. Cualquiera podría entrar...


—Con un bate en la mano.


Pedro hizo una mueca y Paula sonrió.


—Mamá, te dejo. Tengo visita.


—¿Es Pedro? Dile que se ponga


—Sí, es él, pero vamos a salir a cenar y a por una película de vídeo.


—Sólo hablaré con él un momento.


—Vale, pero no te alargues mucho porque tengo hambre —le pasó el teléfono a Pedro—. Es mi madre.


—¡Margarita! —dijo Pedro, observando el calendario que había en la pared mientras hablaba o, mejor dicho, mientras respondía al interrogatorio—. Bien, ¿y tú?... El trabajo va bien... Oh, no, no creas... Damian está genial... Ha empezado las clases en Emerson... Sí, quiere dedicarse a hacer televisión.


Paula se dejó caer en el sofá, sabiendo que aquella conversación iba para largo. A él le caía bien su madre y además no querría ser brusco, así que ella hablaría sin descanso y él no querría cortarla.


—Pues muy ocupada; los niños le dan mucho trabajo.


Pedro y su madre tenían una cosa en común: se preocupaban por Paula.


Pedro escuchaba a su madre con calma, sin andar de un lado a otro por el cuarto, como hacía Paula. Ella imaginó que así era como debía de tratar con las víctimas y las familias de las víctimas con las que hablaba todos los días. 


Pero aquella expresión tan seria y concentrada hacía que, cuando sonreía, su cara se iluminase aún más, pensó Paula.


—Nicolas, ¿cómo estás? —dijo Pedro, y Paula se incorporó de un saltó.


—¿Ha llamado a papá para que hablara contigo? —le dijo en voz baja, a lo que Pedro respondió encogiéndose de hombros.


«Increíble», pensó Paula, pero la verdad era que tanto su padre como ella querían mucho a Pedro.


Pedro era... Pedro. Siempre ocupándose de los demás, divertido, inteligente... Nunca había conocido a nadie, a ningún hombre, como él. 


Nunca rechazaba las responsabilidades, tanto en su trabajo, que aunque le daba muchas recompensas, era muy duro, como con los demás. A pesar de ser el más joven, Pedro se había encargado de vigilar la educación de su hermano, y el bienestar de Paula, cosa que ella intentaba evitar en la medida de lo posible.


Era extraño que Pedro y ella no hubieran acabado peleados, pues se acusaban el uno al otro de ser cabezotas y obstinados, ella de forma abierta y ruidosa, y él calmado y controlándolo todo. Pero entre ellos había un acuerdo tácito de aceptar al otro, probablemente porque en el fondo eran muy parecidos.


Y así, a primera vista, Pedro tampoco estaba nada mal. Los vaqueros y la sudadera azul que llevaba le quedaban tan bien como los serios trajes de abogado. Las deportivas algo gastadas debían de ser el único elemento de su vestuario que no estaba en perfectísimas condiciones. 


Pedro lucía en el dedo el anillo que conmemoraba su graduación universitaria; ella siempre había pensado que la gente que seguía llevando los anillos años después eran unos nostálgicos empedernidos, pero en Pedro los motivos eran otros, y ella lo sabía. A él ese anillo le recordaba lo que había conseguido con esfuerzo. Nunca hablaba del pasado, pero ella podía adivinar que su vida no había sido fácil. 


Sus padres habían muerto y él y su hermano habían estado separados muchos años.




martes, 12 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 6




Él empezó a sonreír y de repente se paró en seco. No... no podía referirse a... Lo necesitaba, pero... ¿para qué? ¿Para formar una familia? 


Eso significaba que... no, no podía ser.


Empezó a notar que el pánico le oprimía el pecho.


Paula lo miraba con un brillo peligroso en los ojos.


Tenía que admitir que, desde que eran amigos, se había planteado en un par de ocasiones al mirar su preciosa cara y su cuerpo tan sexy, cómo sería ella en la cama. Levantó una ceja y admitió que tal vez lo hubiera pensado alguna vez más, y pensó que ella debía de estar planteándose lo mismo en aquel momento: hacer el amor y tener un niño.


Su mejor amiga le iba a pedir lo que había jurado no hacer nunca: ser padre.


Y además quería un marido. ¿Acaso iba a pedirle...? Tenía que acabar con aquello cuanto antes.


—Paula, no creo que...


—Ya sé que es muy repentino, pero no puedo hacerlo sola. Necesito a alguien neutral para que me ayude a encontrar al candidato perfecto.


—¿Cómo? —Pedro la miraba con los ojos como platos.


—Sí. Quiero encontrar al hombre perfecto para formar una familia con él, pero puedo equivocarme por ír con prisas. No me considero una inconsciente, pero a un así necesito que alguien se ocupe de controlar un poco la situación para que no me deje llevar.


—¿Por qué yo? —preguntó Pedro después de unos segundos. Se sentía aliviado, pero también notó una puntada de desilusión.


—Tú eres perfecto, Pedro. Eres dulce, responsable, se puede confiar en ti y sabes juzgar a las personas. Además, eres mi amigo —sonrió—, así que tienes todo lo necesario para ayudarme a encontrar a mi hombre ideal para formar la familia ideal. ¿Me ayudas?


Pedro aún no se había repuesto del todo del hecho de que Paula no quisiera que fuera él quien la fecundara. Hubiera estado bien llegar a ese punto con ella o, mejor dicho, hubiera estado fenomenal, pero ya no tenía por qué preocuparse por ello. Menos mal que ella estaba tan centrada en sus planes que no había reparado en que él había creído que le iba a proponer matrimonio.


—¿Qué tengo que hacer?


—A partir de ahora tengo que elegir con más cuidado con quién salgo, porque estoy buscando marido —dijo ella, muy reflexiva—. Yo lo examinaré en la primera cita, y si pasa la prueba, lo invitaré a hacer algo contigo y conmigo en la segunda. De ese modo tú puedes conocerlo y decirme si merece la pena seguir adelante o si estoy perdiendo el tiempo.


—Me gustaría aprovechar este momento para aclarar un par de puntos —dijo Pedro, con tono de abogado—. Primero, si a un hombre le gustas y aparezco yo en vuestra segunda cita, quedará algo confundido ante la presencia de otro hombre.


Paula abrió la boca de inmediato para responder, pero Pedro levantó la mano y continuó:
—Déjame acabar. Y es que aunque tú y yo tengamos claro lo platónico de nuestra relación, a lo mejor otro hombre no lo entiende. Además, probablemente no quiera compartirte, ni siquiera con amigos.


—Eso es fácil —replicó ella—. Para convertirse en mi marido, tiene que asumir la idea de que mi mejor amigo es un hombre muy guapo. Si se siente amenazado por ello, no me sirve, porque después de casarme, quiero que sigas siendo mi amigo —y añadió—: Y además tampoco tenemos por qué estar toda la noche contigo. Podemos ir a tomar algo y quedar contigo para cenar o al revés; lo suficiente para que puedas hablar un poco con él y evaluarlo


—¿Así que soy guapo?


Paula le tiró la servilleta.


—Estaba claro que harías algún comentario de ese tipo. ¿Has escuchado lo que he dicho?


—Perdona —recogió la servilleta de su regazo y la dejó sobre la mesa—. Otra cosa que tampoco puedo hacer es decirte quién es el hombre perfecto para ti. ¿No crees que deberías dejarte llevar por tus sentimientos? Si me presentas a un hombre y a mí me parece bien, debes asegurarte primero de que tus sentimientos son reales antes de comprarte un vestido de novia. 
El mundo está lleno de hombres decentes y responsables, aunque no lo creas, pero no te puedes enamorar de todos ellos.


—Gracias por esta interesante charla sobre el amor, doctor Alfonso —él frunció el ceño ante su respuesta—. Por si lo olvidabas, ya no tengo dos años y sé que el amor es lo más importante. Sin amor, nada de lo que deseo tendría ningún sentido.


En ese momento pasó la camarera y ella pidió un descafeinado para Pedro y una infusión de hierbas para ella. Pedro sintió una oleada de afecto por ella, que lo conocía tan bien.


—Sólo quiero encontrar a alguien que se ocupe de mí. No voy a dejarme cegar por las prisas.


—Yo me preocupo por ti, Paula, quieras o no.


Ella le tomó la mano y se la apretó con cariño.


—Ya lo sé y además, siempre cuento con ello, lo admita o no —repuso ella con ojos brillantes.


En aquel momento algo le ocurrió a Pedro. El corazón le dio un vuelco y se le hizo un nudo en el estómago, pero no pudo pensar más en la reacción que había tenido.


—¿Entonces? —interrumpió ella.


—Entonces, ¿qué? —respondió él después de tomar un sorbo de café para recuperarse.


—¿Puedo contar contigo para que me ayudes? Si no te apetece, no pasa nada. Me las apañaré.


—No —dijo él—. Tráeme a los posibles candidatos y liaré lo que pueda.


—Gracias —y le hubiera dado otro vuelco al corazón si ella no se hubiera puesto seria de repente para decir—.Y si les dices a mis padres una palabra de esto cuando vayamos a la lectura del libro de mi padre, te daré un coscorrón. No quiero que se enteren de nada. Si se enteran mi madre no me dejará en paz, y mi padre... no quiero ni pensarlo.


—¿Acabas de decirme lo mucho que puedes confiar en mí y ahora crees que se lo voy a contar a tus padres?


—No es que lo creas, es que lo sé. Siempre te unes con mis padres contra mí para decirme lo que me conviene —tenía la mirada fiera y una sonrisa en los labios—. Además, con lo mucho que te quieren, si les contara esto, harían todo lo posible para que me casara contigo.




PAR PERFECTO: CAPITULO 5




—Voy a tener un niño —dijo Paula.


Pedro se quedó mirándola durante un segundo y después se atragantó con el trozo de pan que estaba masticando.


—Vamos, Pedro. Deja de hacer teatro —rió ella.


Pedro siguió tosiendo un rato más.


—Lo siento —dijo, después de carraspear un poco—. Lo siento. ¿Qué acabas de decir?


—Ya me has oído. Que voy a tener un niño —debió de descifrar el motivo de la cara de incredulidad de Pedro y añadió—: No ahora, no estoy embarazada. ¿Eso creías que quería decir?


—No —mintió él.


—Sí que lo creías. Me parece muy mal por tu parte... ni siquiera salgo con nadie en serio.


—No había sacado ninguna conclusión —insistió él—. No me ha dado tiempo. Pero ¿de dónde has sacado esa idea?


—Yo... —tomó un trocito de pan, pero no se lo llevó a la boca y se quedó callada un rato—. Realmente no puedo explicarlo. Ha sido como una revelación, como un sueño. Me acabo de dar cuenta de que mi sueño debe ser el tener un niño y formar una familia.


Pedro se apoyó contra el respaldo de la silla y estudió su rostro.


—Entonces se trata del reloj biológico...


—No —Paula hizo una mueca—. O sí, pero no es sólo eso, sino la visión de un futuro. Como una llamada.


Pedro empezaba a sentirse incómodo. Estaba acostumbrado a estar de broma con ella, pero aquella charla tan intensa y espiritual empezaba a ponerlo nervioso.


—¿Una llamada? ¿De la nada?


—No tengo ni idea. Es realmente extraño. De pronto, estando en clase ocupada en mis asuntos, me di cuenta —tomó un sorbito de su refresco light—. Supongo que tengo ganas de enseñar a mis propios hijos, y no sólo a sumar y a leer, sino todo lo demás también. Créeme cuando te digo que esto es muy real.


Pedro no sabía cuál podía ser la respuesta correcta a aquello, pero Paula esperaba alguna reacción por su parte.


—¿Vas a hacerte una inseminación? —se le ocurrió por fin.


—¿Una inseminación...? —Paula parpadeó como si no hubiera entendido la pregunta—. No, no voy a hacer eso, aunque no tiene nada de malo, pero no es lo que quiero. No me has escuchado.


—Claro que lo he hecho, pero no acabo de entenderte.


—Quiero el paquete completo, Pedro. Quiero una familia, hijos y un marido. Todo. Una familia —dijo, inclinándose hacia delante.


Él la imitó y se acercó a ella, bajando la voz de modo que nadie en el restaurante pudiera oírlos.


—¿Desde cuándo? Te encanta estar soltera. ¿Cuántas veces me has explicado que encontrar a tu hombre ideal sería demasiado difícil como para molestarse en intentarlo? ¡Cientos de veces! ¡Por lo menos!


—¿Y qué? —su voz se tornó rebelde y tozuda—. ¿Acaso no puedo cambiar de idea?


—Claro que sí, pero esto es realmente extraño.


—Me alegra que pienses que mis sueños son extraños.


Pedro se quedó boquiabierto y en ese momento llegó la camarera con su cena. Paula se lanzó a comer su colorida ensalada con rapidez y Pedro se sintió aliviado al ver que la revelación que había tenido no le había afectado al apetito.


 Aún quedaba algo de la verdadera Paula. 


Entonces pensó que no estaba siendo justo; aunque no pudiera entender el deseo de nadie por tener hijos, no era quién para juzgarla. 


Además, tal vez ella estuviera tan confundida como él ante aquella situación, que se estaba tomando muy en serio. Le debía, como amigo suyo, todo su apoyo.


—Paula.


Ella levantó la mirada de su ensalada, como avergonzada. Pedro se sintió mal por haber hecho que se sintiera así; no quena que pensara que no podía hablar con él de cosas personales.


—Lo siento mucho —le dijo, tomándole la mano para que no pudiera ignorarlo—. Es sólo que resulta sorprendente oírte decir eso, pero me parece maravilloso que quieras formar una familia. Te deseo buena suerte.


—¿En serio? —preguntó ella, emocionada.


Pedro le extrañó que se pusiera tan contenta por ello, pero desde luego prefería esa reacción a que se enfadara con él.


—Ya sabes que sí. Eres mi amiga y haré lo que haga falta para verte feliz.


Paula soltó el tenedor y le apretó la mano, con una amplia sonrisa dibujada en la cara.


—No te haces ni idea de lo que me alegra oírte decir eso.


Pedro sonrió ante el entusiasmo de su amiga.


—Y lo digo en serio.


—Entonces ya puedo decirte lo que quiero de ti. Te necesito.




PAR PERFECTO: CAPITULO 4





Pedro se sorprendió al oír unos suaves golpecitos en su puerta.


—¡Pasa! —se irguió en la silla para tener una posición más correcta y vio entrar a David Jeffers.


Pedro Alfonso —dijo Jeffers, sentándose frente a Pedro sin esperar a ser invitado. Para Pedro, aquel hombre era como su mentor. 


Cuando lo conoció y empezó a trabajar para él, dos años después de salir de la facultad de Derecho, él era ayudante del fiscal del distrito y Pedro le tenía un gran respeto, a pesar de que ya se habían hecho amigos.


—Señor —respondió Pedro con una sonrisa.


—Quería comentarte una nueva oportunidad que tal vez quieras aprovechar. En cuanto supe de ello, pensé en ti; es un nuevo reto.


—Dime... —aquello había picado la curiosidad de Pedro, lo cual le vino bien para quitarse de la cabeza su charla con Paula. Le había extrañado mucho su decisión de pasarse la noche del viernes «pensando» e incluso lo tenía un poco preocupado.


—Un pequeño grupo de abogados de esta oficina van a empezar a trabajar en el área específica de la violencia doméstica. El número de casos se ha disparado y el fiscal del distrito ha decidido aumentar la unidad de violencia doméstica con más abogados. Buenos abogados, que puedan ocuparse del tipo de casos que se van a tratar.


—¿Qué tipo de casos? —preguntó Pedro, con la boca seca de repente. Era una pregunta estúpida, porque conocía la respuesta de sobra, pero no se le ocurrió otra cosa que decir.


—Todo lo que puedas imaginarte, pero el jefe quiere poner especial atención sobre los abusos a las mujeres y los niños.


Pedro se quedó mirando fijamente a Jeffers, con el corazón latiéndole a toda velocidad y pensando si lo sabría todo. Pero su mente racional le decía que no podía ser así. Jeffers no podía ni imaginarse el regalo que le estaba ofreciendo. Aunque se sentía muy cercano a su mentor, Pedro nunca le había hablado a Jeffers, ni a nadie, de su padre o de los demonios que lo atormentaban desde que él y su hermano huyeron de casa.


Había pensado en aceptar casos de abusos a menores y tal vez incluso eso fue lo que lo empujó a estudiar Derecho en Harvard. El nuevo grupo de trabajo tendría como cometido llevar a los maltratadores a la cárcel y si entraba en él, Pedro podría enfrentarse a sus demonios y mirarlos a la cara.


Intentando contener la emoción en su voz, dijo lentamente:


—Me gusta mucho la idea de participar en ese grupo. ¿Por qué me has elegido a mí, Jeffers? Aún no he tenido la oportunidad de enfrentarme a un caso de maltrato doméstico.


—Pero hasta ahora has demostrado tu valía y es importante tener a los mejores para estos casos, que pueden ser muy importantes. Pero tal vez quieras pensártelo. Te voy a pasar un caso de maltrato infantil; cuando trabajes en él podrás ver qué tal se te da.


—Te aseguro que puedo ocuparme de ello.


—Estoy seguro de eso. No es que dude de tu capacidad, sino todo lo contrario, pero creo que debes ver lo que son estos casos y sentirlos día a día antes de comprometerte en este equipo. Es un tema muy duro y muy feo.


Pedro se le torció el gesto ante la ironía, porque recordaba perfectamente lo que era sentir el maltrato un día tras otro mientras vivía con su padre, pero sólo dijo:
—Te lo agradezco mucho.


—No hay de qué —Jeffers se levantó y se estiró un poco—. Mira este despacho, Pedro: no puede estar más ordenado. Mi oficina está como si hubiera estallado una bomba en ella. ¿Viene alguien a limpiar?


Pedro forzó una sonrisa y se obligó a adoptar una actitud de normalidad.


—Si quieres puedo pasar a arreglarte la oficina, pero no lo haré gratis.


—No, gracias. Si todo está encima de mi mesa y a la vista, es más difícil que se pierda —la sonrisa le quitó al menos una década de sus cuarenta y cinco años—. Tienes que pasarte un día por casa, ahora que el tiempo ha mejorado. Simone no para de preguntar por ti.


—¿Eso es porque me echa de menos o porque tiene alguna amiga con la que quiere emparejarme? —preguntó, travieso; conocía bien a la dulce celestina que era Simone.


—Que conste que yo no he dicho nada.


—Ni falta que hace. Me pasaré por allí, pero dile que es sólo por verla a ella.


—Estará encantada —Jeffers se dirigió a la puerta—. Pásate luego por mi oficina a recoger el informe de ese caso, ¿de acuerdo? Y me alegro de que estés interesado.


Cuando Jeffers se marchó, Pedro se quedó solo y se levantó para mirar las calles de Boston desde su ventana del cuarto piso. La oportunidad de su vida le acababa de caer del cielo.