martes, 12 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 6
Él empezó a sonreír y de repente se paró en seco. No... no podía referirse a... Lo necesitaba, pero... ¿para qué? ¿Para formar una familia?
Eso significaba que... no, no podía ser.
Empezó a notar que el pánico le oprimía el pecho.
Paula lo miraba con un brillo peligroso en los ojos.
Tenía que admitir que, desde que eran amigos, se había planteado en un par de ocasiones al mirar su preciosa cara y su cuerpo tan sexy, cómo sería ella en la cama. Levantó una ceja y admitió que tal vez lo hubiera pensado alguna vez más, y pensó que ella debía de estar planteándose lo mismo en aquel momento: hacer el amor y tener un niño.
Su mejor amiga le iba a pedir lo que había jurado no hacer nunca: ser padre.
Y además quería un marido. ¿Acaso iba a pedirle...? Tenía que acabar con aquello cuanto antes.
—Paula, no creo que...
—Ya sé que es muy repentino, pero no puedo hacerlo sola. Necesito a alguien neutral para que me ayude a encontrar al candidato perfecto.
—¿Cómo? —Pedro la miraba con los ojos como platos.
—Sí. Quiero encontrar al hombre perfecto para formar una familia con él, pero puedo equivocarme por ír con prisas. No me considero una inconsciente, pero a un así necesito que alguien se ocupe de controlar un poco la situación para que no me deje llevar.
—¿Por qué yo? —preguntó Pedro después de unos segundos. Se sentía aliviado, pero también notó una puntada de desilusión.
—Tú eres perfecto, Pedro. Eres dulce, responsable, se puede confiar en ti y sabes juzgar a las personas. Además, eres mi amigo —sonrió—, así que tienes todo lo necesario para ayudarme a encontrar a mi hombre ideal para formar la familia ideal. ¿Me ayudas?
Pedro aún no se había repuesto del todo del hecho de que Paula no quisiera que fuera él quien la fecundara. Hubiera estado bien llegar a ese punto con ella o, mejor dicho, hubiera estado fenomenal, pero ya no tenía por qué preocuparse por ello. Menos mal que ella estaba tan centrada en sus planes que no había reparado en que él había creído que le iba a proponer matrimonio.
—¿Qué tengo que hacer?
—A partir de ahora tengo que elegir con más cuidado con quién salgo, porque estoy buscando marido —dijo ella, muy reflexiva—. Yo lo examinaré en la primera cita, y si pasa la prueba, lo invitaré a hacer algo contigo y conmigo en la segunda. De ese modo tú puedes conocerlo y decirme si merece la pena seguir adelante o si estoy perdiendo el tiempo.
—Me gustaría aprovechar este momento para aclarar un par de puntos —dijo Pedro, con tono de abogado—. Primero, si a un hombre le gustas y aparezco yo en vuestra segunda cita, quedará algo confundido ante la presencia de otro hombre.
Paula abrió la boca de inmediato para responder, pero Pedro levantó la mano y continuó:
—Déjame acabar. Y es que aunque tú y yo tengamos claro lo platónico de nuestra relación, a lo mejor otro hombre no lo entiende. Además, probablemente no quiera compartirte, ni siquiera con amigos.
—Eso es fácil —replicó ella—. Para convertirse en mi marido, tiene que asumir la idea de que mi mejor amigo es un hombre muy guapo. Si se siente amenazado por ello, no me sirve, porque después de casarme, quiero que sigas siendo mi amigo —y añadió—: Y además tampoco tenemos por qué estar toda la noche contigo. Podemos ir a tomar algo y quedar contigo para cenar o al revés; lo suficiente para que puedas hablar un poco con él y evaluarlo
—¿Así que soy guapo?
Paula le tiró la servilleta.
—Estaba claro que harías algún comentario de ese tipo. ¿Has escuchado lo que he dicho?
—Perdona —recogió la servilleta de su regazo y la dejó sobre la mesa—. Otra cosa que tampoco puedo hacer es decirte quién es el hombre perfecto para ti. ¿No crees que deberías dejarte llevar por tus sentimientos? Si me presentas a un hombre y a mí me parece bien, debes asegurarte primero de que tus sentimientos son reales antes de comprarte un vestido de novia.
El mundo está lleno de hombres decentes y responsables, aunque no lo creas, pero no te puedes enamorar de todos ellos.
—Gracias por esta interesante charla sobre el amor, doctor Alfonso —él frunció el ceño ante su respuesta—. Por si lo olvidabas, ya no tengo dos años y sé que el amor es lo más importante. Sin amor, nada de lo que deseo tendría ningún sentido.
En ese momento pasó la camarera y ella pidió un descafeinado para Pedro y una infusión de hierbas para ella. Pedro sintió una oleada de afecto por ella, que lo conocía tan bien.
—Sólo quiero encontrar a alguien que se ocupe de mí. No voy a dejarme cegar por las prisas.
—Yo me preocupo por ti, Paula, quieras o no.
Ella le tomó la mano y se la apretó con cariño.
—Ya lo sé y además, siempre cuento con ello, lo admita o no —repuso ella con ojos brillantes.
En aquel momento algo le ocurrió a Pedro. El corazón le dio un vuelco y se le hizo un nudo en el estómago, pero no pudo pensar más en la reacción que había tenido.
—¿Entonces? —interrumpió ella.
—Entonces, ¿qué? —respondió él después de tomar un sorbo de café para recuperarse.
—¿Puedo contar contigo para que me ayudes? Si no te apetece, no pasa nada. Me las apañaré.
—No —dijo él—. Tráeme a los posibles candidatos y liaré lo que pueda.
—Gracias —y le hubiera dado otro vuelco al corazón si ella no se hubiera puesto seria de repente para decir—.Y si les dices a mis padres una palabra de esto cuando vayamos a la lectura del libro de mi padre, te daré un coscorrón. No quiero que se enteren de nada. Si se enteran mi madre no me dejará en paz, y mi padre... no quiero ni pensarlo.
—¿Acabas de decirme lo mucho que puedes confiar en mí y ahora crees que se lo voy a contar a tus padres?
—No es que lo creas, es que lo sé. Siempre te unes con mis padres contra mí para decirme lo que me conviene —tenía la mirada fiera y una sonrisa en los labios—. Además, con lo mucho que te quieren, si les contara esto, harían todo lo posible para que me casara contigo.
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